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La pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo

Ha sido mi primera lectura de estas vacaciones. Como es un libro breve casi me lo acabo el primer día.

Creo que mi primer contacto con Bohumil Hrabal no fue en un libro. Seguramente no le conocía antes de ver Trenes rigurosamente vigilados, la película de  Jiri Menzel basada en su obra del mismo título. La debí de ver en el cine club del Aquinas a finales de los sesenta. Me encantó aquella historia vivida en una apartada estación de tren durante la ocupación nazi de Checoslovaquia. Cuando muchos años después (ya a finales de los ochenta) encontré el libro, lo devoré con fruición y con la misma satisfacción que recordaba. También se trata de un libro muy breve, que se lee en seguida.

El sentido del humor de Hrabal, su suave ironía para tratar temas escabrosos, me ha seguido gustando a lo largo de los años.

También fue a finales de los ochenta cuando leí Yo que he servido al rey de Inglaterra, en el que mediante las aventuras de un camarero Hrabal nos describe con gran sentido del humor toda una época de la Checoslovaquia que le tocó vivir.

Un tiempo después, ya a finales de los noventa, encontré en la Feria del Libro uno de relatos: Los palabristas. De nuevo historias variadas, de personajes populares en la mayor parte de los casos, para ayudarnos a entrar en la compleja historia del siglo XX checo.

Este año de nuevo he vuelto a encontrarme con Bohumil Hrabal en la Feria del Libro. No pude resistir la tentación y me compré La pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo, una novela breve, de corte autobiográfico, en la que el personaje principal vuelve a ser el tío Pepin, que ya conocía (aunque en la versión que yo leí era simplemente Pepe) de otra novel breve anterior: Las desventuras del viejo Werther.

El tío Pepin es un gran bebedor, pero sobre todo un gran vividor, que disfruta de cada momento de la vida aunque eso le cueste muchos problemas con su hermano, el director de la fábrica de cervezas en la que trabaja (y, se supone, padre del autor). Los tiempos van cambiando con la ocupación alemana, y luego con la soviética, pero el tío Pepin sigue disfrutando de su vida y gastando el dinero que no tiene.

Alguna de las anécdotas, como la inicial del tatuaje del autor, son tremendamente divertidas. Merece la pena leerlo, en interesante y divertido, como toda la obra (al menos la que yo conozco) de Hrabal.