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Casi enteros: un blog sobre los medios de comunicación, la publicidad, su papel en la financiación de los medios, la investigación y otros temas relacionados con todo esto

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El año en que perdí la memoria

¿Ya recuerdas lo que te ha pasado?

No. No recuerdo nada.

¿Recuerdas lo que te pasó ayer?

No. La verdad es que no. Tengo como un hueco en la memoria y no recuerdo nada de ese rato.

Cada vez que entraba un médico o un enfermero eran las mismas preguntas y la misma sensación de impotencia. Por momentos pensaba que si no lo recordaba, nunca me dejarían salir del hospital.

Creo que fue al día siguiente cuando llegó la doctora Escribano y me dijo: no hagas ningún esfuerzo; no te vas a acordar nunca…y no hace ninguna falta.

Pasé ocho días en el hospital y cuatro o cinco más de baja. Luego volví al trabajo. Lo concentré en menos horas para poder hacer una vida más saludable.

Ahora como sin sal (salvo cuando lo hago fuera de casa), procuro andar un buen rato (en torno a hora y media todos los días), hago fotos de mis paseos, intento escribir, aunque no siempre lo consigo…

Mi vida ha cambiado.

Cuando perdí la memoria mi nieto tenía dos meses; ahora tiene algo más de un año; casi anda y no para de chapurrear, aunque aún no se le entiende casi nada. Paso con él mis mejores ratos.

Cuando perdí la memoria mi hija tenía trabajo; ahora es toda una experta en conciliación: ha publicado #mamiconcilia y #papiconcilia y ha lanzado la iniciativa #SalPuntual. Ha salido un montón de veces en televisión y en otros medios y espera que todo eso sea un primer paso en su nueva vida profesional.

Cuando perdí la memoria creo que aún no se había convocado el concurso de Telefónica, un concurso que ganamos, pero que luego nos quitaron y nos dejó con un palmo de narices. Volvimos a ver que hacer el mejor trabajo no es lo más importante cuando otros manejan los hilos de más arriba.

Cuando perdí la memoria quería hacer un homenaje a los panelistas de Vigía y Zenthinela, los dos estudios que diseñé y coordino y que iban a cumplir sus primeras cien previsiones. Aunque al principio parecía que iba a ser casi imposible, ese homenaje se hizo el 26 de noviembre, cuando las previsiones llegaban a 105 y fue todo un éxito.

Cuando perdí la memoria me llegaron cientos de mensajes por Whatsapp, que ya era la aplicación por la que todos nos comunicábamos. Aún no sabíamos que valía 14.000 millones de euros, los que pagó Facebook poco después.

Cuando perdí la memoria España ya era un pozo de corrupción; luego hemos conocido más casos. Entonces aún no habíamos oído hablar de Podemos (yo al menos). Ahora parece que es una alternativa de poder y una esperanza o un revulsivo que hará cambiar las cosas.

Cuando perdí la memoria el Rey se llamaba Juan Carlos y en el PSOE mandaba Rubalcaba. Ahora el Rey es Felipe y el PSOE lo dirige Pedro Sánchez del que yo, ¡seré inculto! no había oído hablar cuando aún no había perdido la memoria.

Cuando perdí la memoria la amenaza terrorista se llamaba Al Quaeda y parecía haberse debilitado. Creo que nadie había oído hablar del Estado Islámico (yo al menos no); los malos en Siria parecían ser los que apoyaban a Al Assad, ahora ya no se sabe si hay buenos…

El año en que perdí la memoria pasaron estas y muchas otras cosas, en el plano personal, en el empresarial, en el nacional, en el internacional… espero que en el año siguiente a mi pérdida de memoria vuelvan a ocurrir muchas cosas que merezcan un hueco en mi deteriorada memoria. Espero, sobre todo, que predominen las buenas.

Eso deseo. ¡Feliz 2015!

Amnesia

No te esfuerces, Eduardo; de esas horas nunca recordarás nada, me dijo la doctora Escribano. Has tenido una AGT (Amnesia Global Transitoria); mientras transcurre, el cerebro no fija los recuerdos.

Lo de Global parecía muy serio, aunque lo de Transitoria lo diluía bastante. En cualquier caso me había pasado y tenía que afrontarlo.

Entonces la doctora me explicó que este tipo de amnesia es relativamente frecuente (tratamos cientos de casos), que normalmente no deja secuelas y que casi nunca se repite (sólo he visto dos o tres casos de repetición en mi vida). Parecían buenas noticias, aunque la doctora es muy joven y eso reducía en buena medida el valor de su afirmación.

Hay varias teoría sobre la causa próxima de la enfermedad, siguió diciéndome: una, la menos apoyada, es que se producen en el cerebro pequeñas descargas eléctricas, una especie de miniataques epilépticos, que inhiben durante un rato una zona del cerebro; la segunda es que tiene un origen vascular, circulatorio: durante unos instantes ha fallado el riego en algún punto del cerebro; la tercera sería una causa emocional profunda, un fuerte estrés, que bloquea la capacidad de recuerdo.

Yo había revivido con mucha fuerza esos días unos recuerdos muy duros y en un primer momento lo atribuí a esta última causa, sobre todo cuando los primeros análisis y el scanner que me habían hecho al llegar no detectaron ninguna lesión.

Por otro lado, yo no tengo la sensación de estresarme, pero es verdad que el fin de semana anterior no había descansado mucho. Estuve escribiendo el Vigía (hasta tres versiones) y preparando la clase que di el martes en el IED. Pero son cosas que me gustan, manejé bien los tiempos y, como otras veces, no tuve sensación de estrés.

Pero al parecer no tuve la reacción adecuada en una prueba que hacen raspando la planta del pie con una especie de regla y decidieron ingresarme para un estudio más profundo. Así empezaron mis ocho días de hospital en los que fui objeto de todo tipo de pruebas.

Finalmente en la resonancia magnética encontraron dos pequeñas marquitas milimétricas, una en la zona frontal y otra en la occipital. Esta última era la que había afectado al hipocampo y con él a la memoria.

Una subida de tensión, un pequeño coágulo que llega a una zona inadecuada y te pasas varias horas preguntando sin parar  cada dos minutos la hora y quién te ha llevado al hospìtal.

Aunque a esas pequeñas marquitas les llaman microinfartos (lo que vuelve a impresionar una barbaridad) de nuevo insisten en que no son importantes y no tienen secuelas.

Eso sí, son un aviso: a partir de ahora hay que vigilar la tensión, comer sin sal, reducir las grasas, hacer ejercicio…

Sí; desde que nos fuimos a Las Tablas y empecé a coger el coche todos los días hacía mucho menos ejercicio que antes.

Mi mujer y el médico de cabecera me dicen que he tenido mucha suerte, que esto es un aviso y ahora viviré más. Yo, para la próxima vez que tenga suerte, prefiero que me toque la lotería.

Ya llevo dos días fuera del hospital. Los dos he dado largos paseos, he tomado la comida sin sal, he tomado tanto pollo que sospecho que pronto me saldrán alas y me he propuesto salir pronto de trabajar todos los días y seguir dando mis paseos. Veremos si soy capaz de cumplirlo.

Me emocioné cuando, desde la ventana del hospital vi salir a los niños de un colegio. Me emociono aún más estos días cuando durante el paseo veo a mi nieto de dos meses. No me había fijado, pero me parece que este año las chicas llevan las minifaldas muy cortas, me gustan edificios de Madrid en los que hasta ahora no había reparado…

 

He dudado mucho si escribir esto, pero pienso que a lo mejor puede ayudar a alguien. Por otro lado, en mis largas horas de hospital se me ocurrió publicar un tuit (al cuarto día) comentando lo aburridas que se hacen allí las horas (aburridas pese a que cada poco rato entraba alguien a hacerme una nueva prueba, o con una nueva comida, o una nueva tarea; echando cuentas tenía más de veinte entradas al día). Desde entonces, muchas personas se han interesado por mí, sobre todo a través de Facebook. Quizá con este texto les pueda tranquilizar o no tenga que dar muchas más explicaciones.

Para los que preguntan: estoy bien y confío, de verdad, en que la doctora tenga razón y no se repita ni deje secuelas. De momento no las siento.

¡Ah! y gracias a Maite, Malu y Mapi, mis compañeras que se dieron cuenta del problema, me llevaron al hospital y estuvieron conmigo hasta que llegó Maxi, mi mujer. Gracias sobre todo a Maxi que no se separó de mí en esos ocho duros días.