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Luchar contra los elementos

Por María José Agejas

No nacieron con alma de guerreras pero la vida tenía planes para ellas. Habitan en algunos de los puntos del planeta más afectados por el cambio climático y a través de diferentes estrategias, contra todo pronóstico, han logrado plantarle cara. Éstas son sus historias.

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Imagen de Annie Bungeroth / Oxfam

Con esta cara de felicidad, Ipaishe, de Zimbabue, parece no haber sufrido. Pero Ipaishe ha visto morir sus cosechas a causa de las inundaciones y de las sequías. Su peripecia vital la llevó a romper con las tradiciones y lo esperado de ella: tras enviudar y rechazar la imposición de su familia política para que se casara con el hermano de su marido, decidió volver a la casa paterna. Su padre la recibió con los brazos abiertos. Ipaishe se hizo cargo de las tierras de la familia y poco a poco se fue convirtiendo en líder comunitaria: empezó a colaborar con Oxfam para lograr un sistema de irrigación. Desde entonces las cosechas se han incrementado en un 240%.

Recuperó su antigua faceta de profesora para educar a su comunidad en la prevención del SIDA y otras enfermedades y acabó, hace un año, acudiendo a la COP21 de París en representación de millones de agricultores para entregar un millón de firmas a los líderes mundiales. Si Ipaishe no se hubiera rebelado contra la tradición establecida, jamás habría logrado todo esto.

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Imagen de Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Ana G´anda tiene 41 años. Es una de las fundadoras del banco de cereales  de su localidad, Chitego, en Tanzania, creado a partir de la hambruna del 98 que sucedió a una fuerte sequía. ‘La gente intentaba cocinar pasto y algunas hierbas del campo’. El banco de cereales sirve para almacenar las cosechas y disponer de ellas gradualmente. Además, el excedente se vende cuando los precios están más altos. Parte de ese dinero vuelve al banco y permite comprar grano cuando el precio baja para volverlo a almacenar.

Así, el banco garantiza la seguridad alimentaria a sus socios, aunque al principio nadie lo apoyaba: ‘Sólo un pequeño grupo entendió la idea, y empezamos a trabajarla’. Gracias a esa visión, Ana no sólo tiene comida para su familia, sino que con los excedentes ha comprado cerdos. La venta de las crías ha pagado la educación de tres de sus hijos y la construcción de su casa. Es el cuento de una lechera a la que el cántaro no se le rompió.

Imagen de Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Imagen de Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Dorcas Erukudi tiene 40 años y está acostumbrada a las sequías recurrentes en su localidad natal de Naduat, en Turkana, Kenia. Es una de las zonas más expuestas a la zozobra meteorológica que provoca el cambio climático. Dorcas es la tesorera del comité de prevención de riesgos de su pueblo.

Ese comité, creado por 20 personas que se autogestionan y reciben formación de Oxfam, hace préstamos para que la gente emprenda pequeños negocios o actividades que les permitan sobrevivir sin tener que depender de la agricultura. El negocio de Dorcas es una tiendita de comida, algo con lo que nunca se atrevió ni siquiera a soñar. Quiere que sus hijos vayan a la universidad. El comité trata de promover métodos para defenderse de los avatares del cambio climático, pequeños cambios que pueden marcar la diferencia entre la supervivencia y la hambruna: cómo fabricar carbón cuando hay inundaciones, cómo lograr que haya pasto para el ganado en época de sequía.

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Imagen de Oxfam

Un día, la nicaragüense Leonarda Centeno abrió las puertas del conocimiento. Es lo que sintió, explica, cuando se capacitó en técnicas agrícolas y se organizó, sumándose a una federación de mujeres productoras. Ha aprendido cómo nutrir la tierra, conoce la importancia de la reforestación para luchar contra el cambio climático y se muestra orgullosa de utilizar semilla criolla de frijoles. Recibió esta semilla seleccionada en una reunión: explica que otras mujeres presentes en el encuentro la utilizaron para comer, mientras que ella la sembró. Con menos de un kilo de semillas logró 60 de cosecha. ‘Mis hijos han tenido estudios, educación, salud y el pan de cada día‘, explica orgullosa. ‘Ahora yo tomo mis propias decisiones respecto al trabajo’.

Para apoyar el trabajo de estas y otras luchadoras contra el cambio climático, Oxfam Intermón invita a firmar la campaña #YaNoMásExcusas

 

María José Agejas es periodista. Forma parte del equipo de comunicación de Oxfam Intermón.

Las tres vidas de Fati Marmoussa

Por Yasmina Bona

Fati sonreía cuando la conocí y cuando me despedí de ella. Sentadas bajo un cobertizo de paja en el patio de su casa, me explicaba cómo es su día a día en esta zona rural del centro de Burkina Faso, uno de los países más pobres del mundo. Ella es agricultora, mujer y madre. Reúne tres características que la convierten en un perfil muy vulnerable ante los efectos que el cambio climático está provocando en su país. Sequías e inundaciones extremas ponen en peligro la supervivencia de sus habitantes, y las mujeres, especialmente, están en la cuerda floja.

Como el 80% de la población de Burkina Faso, Fati es agricultora y se alimenta gracias a lo que consigue hacer crecer en sus campos. Su vida acumula muchas horas de trabajo cultivando. No fue a la escuela, lo aprendió todo de sus padres, y ahora es ella quien mañana y tarde trabaja en el campo junto a su marido para asegurar que sus tres hijos tengan algo para comer.

Pero en los últimos años, la cesta de Fati está más vacía. El clima ha cambiado, llueve menos y cuando lo hace, la lluvia es tan violenta que provoca inundaciones. Sus cosechas de sorgo y maíz apenas sobreviven a los antojos de un clima cada vez más extremo e impredecible. Las sequías se eternizan y los alimentos escasean. Y entonces, llega el hambre: ‘Vendemos nuestros animales para pagar los cereales, pero aún así tener comida sigue siendo un problema´ comenta Fati sin perder la sonrisa, como tratando de evitar la desesperación: ‘Hubo un momento en el que ya no llegaba a alimentar a mis hijos. No tenía nada más’.

Fati Marmoussa, en su campo de sorgo, en el centro de Burkina Faso. Imagen: Pablo Tosco/Oxfam Intermón.

Fati Marmoussa, en su campo de sorgo, en el centro de Burkina Faso. Imagen: Pablo Tosco/Oxfam Intermón.

En los países más vulnerables a los efectos del cambio climático, las mujeres son las que más padecen sus consecuencias por varias razones relacionadas con su papel en la sociedad. Cuando falta la comida porque la cosecha ha sido mala debido a la sequía o las inundaciones, son las mujeres las que reducen la ingesta de alimentos, con los consiguientes efectos: cansancio y problemas en su salud y en la de sus bebés.
Con 26 años, Fati ya tiene tres hijos, y con ellos tiene que caminar largas horas para acudir al médico cuando enferman. Aunque desde hace un tiempo percibe que las enfermedades se han reducido en su comunidad. La instalación de un pozo de agua potable en Tafgo, donde vive, ha sustituido al estanque en el que antes las mujeres se aprovisionaban de agua sucia que usaban para beber y cocinar. ‘Hubo un cambio positivo en nuestras vidas porque antes bebíamos y cocinábamos con agua del estanque, y teníamos muchas enfermedades’.

Fati recuerda la instalación del pozo como un día de celebraciones entre las mujeres de su pueblo. Ir a buscar agua es una tarea tradicionalmente encomendada a mujeres y niñas, por lo que tener agua cerca, permite a las mujeres ahorrar tiempo que pueden dedicar a otras actividades productivas y a las niñas, poder ir a la escuela.

La malnutrición infantil es uno de los frentes de batalla del país que en los últimos años el cambio climático no ha hecho más que agravar. En la zona del Sahel, castigada con crisis alimentarias recurrentes, unos 5,9 millones de menores de cinco años sufren de malnutrición aguda
Fati participa en talleres para prevenir la malnutrición de sus hijos. La comunidad de Tougouri, donde vive, forma parte de un proyecto desarrollado por la organización local ATAD y Oxfam Intermón para fortalecer la capacidad de adaptación de las personas de las zonas rurales más pobres del país ante unas condiciones climáticas extremas. En las formaciones, madres como ella aprenden a sacar mayor provecho de los alimentos que cocinan para suministrar los nutrientes necesarios a sus hijos en función de la edad, y conocen mejor las normas de higiene que pueden seguir para evitar enfermedades. ‘He cambiado de hábitos respecto a la alimentación de mi familia. Cubro los platos que tienen comida y no los dejo en cualquier sitio. Con las formaciones, tenemos salud’, comenta Fati, que comienza a ser dueña de su propio desarrollo.
Agricultora, mujer y madre africana, Fati tiene todas las papeletas para sufrir mucho ante los efectos del cambio climático. Junto con millones de personas más que viven en el lado más vulnerable del planeta, necesita que nos movilicemos para exigir compromiso. Vidas como la de Fati deberían estar sobre la mesa en la cumbre de Cambio Climático de Marrakech, para que quienes más contaminan se hagan cargo de su responsabilidad. El cambio climático es un fenómeno más de desigualdad: afecta más a quienes tienen menos. Pero podemos pararlo.

Yasmina Bona es periodista y trabaja en el equipo de comunicación de Oxfam Intermón. Ha viajado a Burkina Faso para conocer directamente cómo sufren las comunidades campesinas del centro del país las consecuencias del cambio climático.