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Violencia sexual: valor, vida, impunidad

Por Sandra Cava Ortiz Sandra Cava
Desde que tenemos uso de razón interiorizamos un concepto de valor de la vida y asimilamos de manera natural que tiene un valor incalculable, por grande y por difícil de determinar; tan incalculable y enorme que se nos escapa, como intentar contar el número exacto de estrellas en el cielo.

Imagen: Jovana Sáenz, víctima de violación y desplazamiento forzado (c) Pablo Tosco / Oxfam

Imagen: Jovana Sáenz, víctima de violación y desplazamiento forzado (c) Pablo Tosco / Oxfam

Pero en algunos lugares, bajo algunos contextos, este cielo pierde su inmensidad y el valor de la vida pasa a ser calculable, medible, e incluso inexistente. Y cuando digo vida me refiero al sentido más amplio de la palabra, incluyendo tus decisiones, tus derechos, tu libertad, tu cuerpo.
Algunas zonas de Colombia parecen ser uno de estos lugares. Una sociedad de herencia machista y patriarcal que parece naturalizar la violencia hacia las mujeres, exacerbada por un contexto de conflicto armado que dura ya más de 50 años.
Todos hemos escuchado historias de maltrato, de violencia, más cercanas o menos, pero cuando pude escuchar las voces de las mujeres víctimas de violencia sexual en Colombia se me encogió el corazón. Siento que nunca entenderás una historia así como cuando la escuchas cara a cara, de mujer a mujer, cuando el aire que contiene su dolor es el mismo que tú respiras.
Con el paso de los días conocíamos mujeres, mujeres urbanas o rurales, afros o indígenas, intentábamos entender las historias y aprendíamos de todas ellas. Algunas nos decían “yo quiero hablar, aunque no sé si aguantaré las lágrimas”; por dentro pensaba si ante historias tan crudas aguantaría yo.Es difícil contener las lágrimas escuchando a Jovana Sáenz,  compañera de Angélica Bello en la lucha por los derechos de las mujeres. La guerrilla asesinó a gran parte de su familia y sufrió dos veces desplazamiento forzado. En Bogotá se vinculó a Afrodes, la asociación de afrodescendientes de desplazados y allí empiezó una fuerte actividad con mujeres, a través del auto 092 , una resolución judicial que protege a las mujeres víctimas del desplazamiento forzado. En este punto comenzaron las amenazas, los golpes y las persecuciones, hasta que un día fue acorralada y violada me hicieron lo que quisieron y me dijeron que si seguíamos jodiendo con el auto 092 harían lo mismo con todas las compañeras, sólo escuchaba insultos, risas. Después de esto recibí burlas en lugar de apoyo, explica.

Muchas mujeres, como Jovana,  habían sufrido algún tipo de violencia sexual, su cuerpo se había convertido en un botín de guerra, en un trofeo para el disfrute de diferentes agentes armados; otras habían sido violadas; otras maltratadas y torturadas; y todas ellas se sentían humilladas, avergonzadas, manchadas y discriminadas por haber sufrido esta violencia y por ser mujeres. Algunas debían sumar la violencia de los diferentes agentes armados a la propia violencia intrafamiliar.

Las historias se iban sumando y aumentaban su dureza, ¿cuánto dolor soporta el cuerpo y la mente de una mujer? Parece que después de días escuchando tanta violencia entendí la generalización, la normalidad de una situación que al principio me impactó por fuerte, dura y supuestamente aislada.

Imagen: María Eugenia Sánchez, directora de la Casa de la Mujer junto a víctimas y colaboradoras (c) Pablo Tosco / Oxfam

Algunas de estas mujeres ya no tienen fuerzas y no ven esperanza, pero muchas otras siguen luchando, dicen que no han logrado romperlas. Se apoyan en diferentes organizaciones para recibir apoyo, conocer otras historias, entender que deben denunciar y que pueden superar el daño sufrido. La casa de la mujer o Afrodes son algunas de estas organizaciones.

En un día como hoy, el Día de la Eliminación de la violencia contra la Mujer, toma especial relevancia la necesidad de solucionar un hecho que no es aislado y que goza de total impunidad. Las víctimas de estos crímenes exigen verdad, justicia y reparación pero no lo consiguen. En este sentido, y para entender la magnitud de este problema, en la actualidad se debate en el Congreso de la República de Colombia si la violencia sexual en el conflicto armado se considera crimen de lesa humanidad.
La definición establece que deben ser crímenes inhumanos, generalizados y sistemáticos dirigidos a la población civil. Las voces de las 489.000 mujeres que han sufrido violencia en Colombia entre 2001 y 2009 parecen contar historias que siguen esta definición.
Sandra Cava forma parte del equipo de comunicación de Oxfam Intermón

Desde Colombia: más allá del dolor

Por Sole Giménez Sole Giménez

Hoy escribo desde la tranquila ciudadela amurallada de Cartagena de Indias después de una semana inolvidable en Bogotá visitando y conociendo de primera mano la problemática de la violencia sexual dentro del marco del conflicto armado.

Me cuesta poner palabras a las intensas emociones que hemos vivido todos los que hemos tenido la suerte de hacer este viaje al corazón herido de las mujeres colombianas. Porque ¿cómo explicar sólo con unas cuantas palabras todos los matices, todas las historias, todo el dolor, el sufrimiento, la frustración, el miedo, la angustia y la rabia que estas mujeres nos han transmitido no solo de palabra sino con sus gestos comedidos, sus miradas, sus silencios preñados y sus lágrimas?

Ellas que representan a cientos de miles de mujeres, niños y niñas que el fuego abrasador del conflicto armado ha ido quemando en esta tierra los últimos casi sesenta años, nos han hecho ver el poco valor que tiene la vida cuando hay una tierra rica y deseada, cuando una ideología, unos intereses comerciales, unos valores patrióticos o un deseo de poder ciega a los hombres y los hace anteponer esas tristes razones a lo verdaderamente importante: las personas.

No importa demasiado el motivo, y en Colombia hay muchos, ellas aquí siempre han salido perdiendo. Han perdido sus casas, su tierra, sus familias, sus hijos, hasta el sentido de su propio cuerpo y su razón de ser.

Lo han perdido todo menos la esperanza. Sí, la esperanza es el brillo que hay en el fondo de sus fuertes miradas, esperanza de que lo que ellas han sufrido no le pase nunca a nadie más, esperanza de que todo al fin y al cabo puede y debe cambiar. Sólo es cuestión de tiempo y voluntad. Ellas han tenido el valor de superar el sufrimiento y hacerle frente uniendose y reforzandose las unas a las otras de tal manera que hoy en Colombia hay un hermoso entramado de asociaciones de mujeres  que crece día a día recogiendo todas y cada una de sus diferencias, tejiéndolas y  unificandolas en una sola voz.

Y esta voz es la que piden que sea escuchada en su propio país, por sus propios hermanos. La voz de las mujeres que se sienten y son más que simples víctimas olvidadas pues su voz lejos de quedarse sólo en el tan justificado lamento es una voz llena de ideas de futuro, de propuestas sociales, culturales incluso económicas y políticas  con perpectivas renovadas, de deseos de avances colectivos hacia el respeto, la integración, la rectificación y la paz.

Es una voz que ha sabido de alguna manera no quedarse en el rencor y el odio que suscitan los demonios del conflicto armado , si no que ha sabido dar un paso adelante hacia el necesario cambio de perspectiva que  traerá esta tan necesaria paz.  Ellas son la avanzadilla del cambio, el ejemplo a seguir, las heroínas de esta tierra colombiana que el día que sea capaz de enfrentarse a la verguenza que siente por los horrores cometidos, se dará cuenta que  ellas son su verdadera fuerza.

Mujeres valientes, aguerridas, con una fortaleza y una  voluntad inquebrantable que serian la envidia de cualquier país. Colombia entera debe escuchar sus voces cargadas de futuro y sentirse orgullosa de tenerlas aquí trabajando día a día por esta tierra y por sus gentes.

Colombia entera  ha de oírlas y por supuesto en este momento histórico de diálogo, sus propuestas y su ejemplo deben ser escuchados en Bogotá y en la Habana, en la tierra como en el cielo.

 

 

 

Mi preocupación por la violencia sexual en El Salvador

Por Mélida Guevara Foto_2 Mélida Guevara 70

El Salvador, país de América Central, es un pequeño y muy hermoso, sin embargo, la belleza de nuestro país se ve opacada cuando se tolera la continuidad  de la violencia  sexual en diferentes espacios como los familiares, comunitarios, escolares, institucionales y los delincuenciales, especialmente la que va dirigida a las niñas, adolescentes, jóvenes y mujeres, se muestra visible cuando la violencia se expresa en cifras de muertes, o  cuando se registran en estadísticas reportadas por las instituciones públicas, y se invisibiliza cuando el sistema no responde oportunamente, así como también cuando no se reconocen las diferentes manifestaciones de la violencia que inician desde la edad más temprana, desde esa corta edad hasta que la mujer es adulta viene sufriendo la violencia.

Es imprescindible parar la violencia contra las mujeres en Centroamérica. Imagen de Oxfam internacional

Es imprescindible parar la violencia contra las mujeres en Centroamérica. Imagen de Oxfam internacional

Cuán afectada está nuestra sociedad por el sistema patriarcal,  cuando en las mismas familias suceden hechos de violencia pero que los mismos parientes dicen ‘no te metas, que ella es la quiere estar así’, ‘ella se deja’, ‘ella lo permite’, cuando la misma madre le dice a su hija que debe aguantarle a su marido y que no puede regresar a su casa, o cuando los vecinos escuchan que la mujer grita y grita porque el marido la está quemando y no se meten, o cuando el funcionario público utiliza su poder politico para abusar y proceder de manera injusta afectando a otras mujeres o cuando el mismo sistema permite que no se apliquen adecuadamente las leyes, que no se asigne un presupuesto razonable, generando de esta manera mayor impunidad.

Trabajando durante muchos años en estos problemas, algo que recientemente me ha causado mucho impacto, es lo que muchas niñas y adolescentes nos han expresado a través de un estudio que realizamos recientemente en escuelas públicas. Entre algunos de los relatos de las chicas se mencionan a continuación….

‘Mi papá abusó sexualmente de mi hermana mayor por parte de mamá y producto del abuso procreó una niña, razón por la cual mi mamá no me deja sola con el, esta situación provoca peleas constantes entre ella y él’

‘Mi hermana iba a noveno grado, un señor que le daba ingles le tocaba las piernas a ella, mi hermana le contó a mi mamá y el maestro fue denunciado, ahora no se encuentra en la escuela.’

‘Los policías también se prestan a salir con una menor de edad y aunque  saben que es penado aún lo hacen.’

‘Son tantas (las manifestaciones de la violencia sexual) que no se pueden contar, en un día se dan unas 200 y de estas los docentes las ven (…), pero no hacen nada’

Si tienen interés de conocer más sobre este informe “situación de abuso sexual en niñas, niños, adolescentes y jóvenes de centros educativos públicos de Santa Tecla y San Marcos”, pueden ir al  sitio web: http://www.entrevosyyo.edu.sv/

 

Mélida Guevara coordina un programa de prevención de violencia en El Salvador y Guatemala dentro del programa de Justicia de Género de Oxfam. A través de la ‘ventana ciudadana’  trabaja con otras mujeres en escuelas, (con estudiantes, docentes, madres y padres), y también con funcionarias y funcionarios públicos para mejorar la vida de las mujeres que acuden a la justicia. 

Violaciones y otras violencias: el cuerpo de las mujeres en la guerra

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Esta semana he sentido la inmensa emoción de conocer a Yolanda Perea, una de las muchas mujeres víctimas de la peor parte del conflicto armado en Colombia. El testimonio y la fuerza vital de Yolanda impresionan. ¿Cómo puede volver a sonreír una mujer que desde niña fue víctima de una brutal agresión y desde entonces lo ha perdido todo?

Yolanda Perea, en un encuentro en Madrid el pasado miércoles

Yolanda Perea, en un encuentro en Madrid el pasado miércoles. Imagen: Belén de la Banda

Yolanda vivía con su gran familia en una próspera finca la región del Chocó, en Colombia, y un día, con 11 años, fue violada por quien ella llama un actor armado. Su madre protestó ante el responsable, y pocos días más tarde varios miembros del mismo grupo llegaron a la finca y organizaron un tiroteo. Yolanda y parte de su familia echaron a correr hacia el monte. En ese tiroteo mataron a su madre y a su hermana, hirieron a su tío, reclutaron forzadamente a uno de sus hermanos con 14 años.

Los supervivientes tuvieron que salir de su tierra bajo amenazas cumplidas de muerte. Desplazamiento, sufrimiento, persecuciones. Varias veces trató de regresar y de nuevo tuvo que huir. Cuanto intentó organizar su vida de nuevo, el recuerdo de su trauma era tan fuerte que veía por todas partes los ojos de su victimario. Necesitó apoyo psicológico. Ha tenido un niño y una niña. Su primera casa, hecha de maderas y construida en un lote prestado, la tuvo gracias a un proyecto con apoyo de Oxfam. Se la entregaron un día antes de que naciera su hija. Pero duró poco tiempo: cuando intentó que más personas de su entorno consiguieran tierras para vivir y cultivar, de nuevo comenzó a recibir amenazas y tuvo que huir nuevamente. Aún así, sigue trabajando a través de una organización creada en memoria de su madre asesinada, que tiene como objetivo apoyar a las mujeres, niños y niñas en su entorno. Y puede sonreír porque para estas personas ella es un rayo de luz.

En el caso de Yolanda, recibió una reparación que apenas le dio para pagar al abogado y cuidar la salud de su hermano. ‘Yo quiero saber por qué el actor armado  mató a mi mamá, por qué hizo lo que hizo, para que yo pueda dejar de sentirme culpable. Yo sé que no voy a  recuperar a mi familia, me hace falta mi mamá, pero yo no estoy en la misma condición de cuando vivía en mi casa, cuando todos estábamos juntos y éramos felices. Yo no me siento reparada. Yo siento que me han dejado sola con un problema que yo no busqué. No se trata de que nos den unos pesos. Necesitamos tener una casa, un trabajo, una atención psicológica a fondo, salud, apoyo para nuestros hijos. Yo sigo teniendo miedo. Cuando pongo una denuncia me dicen que el riesgo es muy bajo. No investigan desde qué teléfono me llaman para amenazarme.’

En Colombia, dice Diana Arango, de Oxfam,  hay 40 mil mujeres como Yolanda, que han sufrido violencia, desplazamiento, han perdido a sus seres queridos. ‘Entre 2001 y 2009, más de 489 mil mujeres han sido víctimas de algún tipo de violencia sexual, pero el 92% de las mujeres no denuncia: son culpadas por su comunidad, el actor armado sigue amenazándolas, y no tienen confianza con las instituciones del Estado y su capacidad de respuesta cuando van a denunciar‘. Junto con una decena de organizaciones de mujeres y de derechos humanos denuncian esta situación con la campaña Violaciones y otras violencias: saquen mi cuerpo de la guerra que buscan mostrar cómo el cuerpo de las mujeres sigue siendo arma de guerra y lograr que el Gobierno peruano tome medidas.

Todos los días en Colombia se producen nuevas víctimas: desplazamientos, violencia sexual, desapariciones forzadas y algunas ejecuciones extrajudiciales. Las instituciones encargadas de proteger, reconocer la verdad, reparar el daño que han sufrido, asegurar que se hace justicia con sus agresores, no están dando la respuesta adecuada. La impunidad es un motor para que cada día sigan surgiendo nuevas víctimas.  No es posible cerrar los ojos ante esta tragedia. Tenemos que ayudarlas para sacar el cuerpo de todas las  mujeres de la guerra.

 

Belén de la Banda, periodista, trabaja en Intermón Oxfam.