Por Maribel Maseda
Desde que un hombre violento agrede a una mujer, es frecuente que se repitan los mismos errores por parte de la sociedad en general que ayudan a que la mujer pierda no “su” seguridad, sino “la” seguridad de que lo que una y otra vez aconsejan en los medios de comunicación -“denuncia, no te calles, etc.”-, puede encajar en el episodio que acaba de vivir ella. No tiene que ver con la baja autoestima de la mujer, tiene que ver con una presión social tan contradictoria como poderosa que acaba por convencerla para que no haga nada y si lo hace, que no salpique demasiado su propio entorno.
Dejemos ya de justificar todo en su inseguridad y comencemos a hablar de la que presenta la sociedad ante este problema y que acaba por confundir a la víctima.
No me cansaré de pedirlo, como ya hice hace unos meses en distintas reuniones con diversos grupos políticos en Bruselas: hay que debatir con valentía ( la que parece que falta en la sociedad entera y no solo en la mujer agredida a la que sin piedad se la tacha de insegura, cobarde o masoquista) sobre los mecanismos sociales, emocionales y psicológicos que mueven al hombre violento a serlo y a volver una y otra vez al lado de su víctima sabiendo que seguirá agrediéndola.