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El precio injusto

Por Sole Giménez Sole Giménez

¿Cuánto cuestan las cosas? ¿Alguien se hace esta pregunta cuando las cosas valen muy poco dinero? ¿Se pregunta alguien por qué algo vale tan poco y si es razonable ese precio? Y si se llega a cuestionar, la siguiente duda que surge es: ¿qué hay detrás de un precio injusto? El sentido común tiene la respuesta: sólo injusticia. ¿Somos conscientes?

Cuando nuestra sociedad de consumo nos oferta un sinfín de productos manufacturados, muchos de ellos, como vemos, por debajo de su coste razonable, el consumidor no se detiene ni repara en el detalle de preguntarse cómo es que llega a sus manos algo que por lógica aplastante debería costar más. El valor de los materiales primarios, la mano de obra, el de la fabricación, la distribución que lo ha traído hasta nosotros…todo ese conjunto de esfuerzo y trabajo hecho objeto tiene un valor que por puro sentido común no puede ser tan bajo.

Y si lo comparamos con el valor que ese mismo objeto tendría si fuera hecho en nuestro continente la injusticia será todavía más evidente. Pero somos inconscientes, a veces interesadamente inconscientes, diría yo.

Imagen del edificio Rana Plaza hundido en Bangladesh

Imagen del edificio Rana Plaza hundido en Bangladesh

No nos interesa demasiado saber que detrás de muchos de estos productos tan baratos hay une ingente cantidad de mano de obra maltratada que es en un 80% femenina, que trabaja sin descanso alguno durante jornadas interminables por una miseria en condiciones lamentables, bajo presión e incluso acoso y se considera afortunada. Son mujeres que en la India recogen el algodón con el que está hecha nuestra nueva camiseta de marca deportiva, que por cierto era una ganga, entre otras cosas por que a ella le pagan menos de 50 céntimos a la hora por su trabajo. Tampoco nos preguntamos si los niños que trabajan recolectando el café en Kenia tendrán tiempo ya no de ir al colegio, sino de jugar como niños cuando compramos el café tan barato en un supermercado. Parece que tampoco nos importaban las condiciones de hacinamiento en la que se encontraban trabajando en Bangladesh las cientos de mujeres que murieron en unas fábricas de ropa “occidental”. Y digo parece por que cuando hay un caso como este último que destapa la trágica cadena de injusticias que hay detrás de estos precios low cost, muchos nos echamos las manos a la cabeza y nos escandalizamos por la falta de información, de control, de ética y cómo no, de justicia que hay detrás de esta producción vehemente, esta espiral de oferta consumista a la que parece que todos sin remedio nos vemos abocados.

Y nos revolvemos en nuestras conciencias y nos preguntamos qué se puede hacer. Y ahí empieza todo.

Se puede decidir no comprar si no hace falta, algo que nos viene muy bien en estos tiempos de estrechez. Se puede decidir informarte del cómo, el cuándo y el dónde. Internet es una herramienta dispersa pero útil y buscando y cotejando se llega a conclusiones bastante correctas y certeras sobre el porqué de muchas cuestiones ( los informes de Intermón Oxfam son altamente recomendables, por ejemplo).  Se puede decidir adquirir en aquellos establecimientos que nos dan más garantías, que sabemos que hacen controles no sólo de calidad sino que demuestran tener un compromiso social, y dejar de hacerlo en los que se sabe que sus productos tan baratos son baratos a costa de abaratar los derechos de las personas. Se puede cuestionar en voz alta si merece la pena esquilmar los recursos naturales a cambio de tener más objetos a nuestro alcance, muchos de ellos prácticamente inútiles.

Se puede ser un consumidor consciente y crítico porque no sólo nuestras mínimas decisiones diarias afectan a la vida de muchas personas sino que van dejando una huella, un legado que perdurará y transmite un mensaje a las siguientes generaciones. ¿Demasiada responsabilidad? La verdad es que aunque no queramos asumirla, ya la estamos teniendo en estos momentos. ¡Hay que tomar conciencia!