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El patio de Alba, sin rosa ni azul

Por Eva MoureFoto Eva Moure

Lo primero que vi cuando entré al patio de Alba fue una carretilla de color lila apoyada sobre un poste, una de esas carretillas de currante,  para trajinar trastos. Era el recuerdo de una reunión de mujeres en la que había participado. Pensé que era un buen símbolo para Alba: trabajadora, decidida, sensible y muy consciente de su condición de mujer campesina, con tantas ganas de crecer como la caña de azúcar de su pequeña plantación, a 60 km de la capital, Asunción.

 

Antes de viajar ir allí, lo que sabía sobre Paraguay se reducía a unos cuantos datos: población que habla guaraní, sin salida al mar, una dictadura tan larga como la española que duró hasta el 89 y, en los últimos años, uno de los países más sexys para la inversión extranjera, sobre todo para empresas que buscan tierra buena- bonita- barata donde plantar soja, maíz y otros productos para la exportación. Como trabajadora de Oxfam Intermón, también sabía que en el departamento de Arroyos y Esteros de Paraguay está Manduvirá, una cooperativa azucarera de comercio justo  que es un referente de organización ejemplar desde que hace 40 años plantó cara a la empresa local que esclavizaba a los trabajadores y apostó por el asociacionismo, el desarrollo ecológico y la producción en pequeñas fincas. Dicen de sí mismos que están haciendo una ‘revolución dulce’, asegurando que los socios reciben semanalmente la paga por su producción, dando servicio técnico, crédito,  asistencia sanitaria y educativa, además de fomentar la participación y la negociación colectiva. De las 1.700 personas que forman hoy la cooperativa, el 44% son mujeres. Y Alba es una de ellas. Por eso tenía ganas de conocerla, a ella y a otras socias de la cooperativa.

 

Alba Zaracho en un momento de descanso tomando mate con su madre. (c) Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Alba Zaracho en un momento de descanso tomando mate con su madre. (c) Pablo Tosco / Oxfam Intermón

 

Le pedimos a Alba, que tiene 35 años, no se ha casado, juega al voleibol y le gusta el fútbol, que nos cuente. Nos dice que está activamente implicada en la cooperativa. Cree en ella. Su padre vendió durante toda su vida la producción de caña a la empresa que ostentaba el monopolio local y pagaba arbitrariamente (cuando pagaba) a los trabajadores. Asociarse a Manduvirá el año 2006 fue un salto evolutivo. “Ahora tenemos más ingresos y con ese dinero podemos hacer muchas cosas más: invertir en la finca, comprar algunas cositas para la casa, estudiar, ir al oculista…”. A pesar de que la cooperativa fomenta la igualdad de género, nos cuenta que a los hombres no les gusta que las mujeres hagan trabajos en las fincas, “aunque las socias productoras se manejan muy bien”. Ella tiene una huerta para autoconsumo que trabaja ella misma y una pequeña finca con caña de azúcar para la que contrata jornaleros en época de la cosecha. Su clave para que hagan las cosas como ella quiere es “cómo les tratas”: con respeto pero firme, con las cosas claras. Exige, pero a cambio les paga un poco más. No hace bandera de ello, simplemente lo cuenta como su manera de trabajar en un entorno de hombres que al principio no la dejaban jugar con ellos a volei. Como en el patio de una escuela antigua, en rosa y azul.

Con Alba, como con tantas otras mujeres que empujan hacia adelante, me vuelve a la cabeza la habitación propia de Virginia Wolf. Decía que la libertad intelectual depende de lo material. Sin usar la palabra empoderamiento, Wolf señaló con el dedo que sin autonomía económica y sin espacio propio, la mujer no podía ser libre. El próximo reto de Alba es conseguir un trabajo en la fábrica que Manduvirá inaugura el 25 de abril, un hecho histórico: una cooperativa de pequeños productores que construye una fábrica para poder procesar su propia producción de azúcar. En un país que no ha levantado una fábrica desde hace más de 40 años. Bravo.

 

Eva Moure es periodista y trabaja en Oxfam Intermón