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Desde Jerusalén con preocupación

Por Ana Marín 

Estoy en Cisjordania tratando de entender mejor el contexto en el que viven los palestinos y analizando cómo podemos influir, cambiar algo en las políticas internacionales, para que sus vidas mejoren. Comprender este conflicto (y sus consecuencias) no es una tarea fácil y cuando crees que ya lo haces descubres que hay muchos elementos en el análisis que te faltaban. Pero lo que quiero contaros aquí es tan humano (o inhumano según se mire) que es fácil empatizar, eso espero.

Mujeres en una calle de Jerusalén. Imagen: Ana Marín.

Mujeres en una calle de Jerusalén. Imagen: Ana Marín.

Todas las mujeres palestinas que viven en esta zona ocupada, todas, tienen historias cruentas. Algunas vivencias propias, otras de sus hijos, otras de sus maridos, pero la gran mayoría no pueden ni contarlas con los dedos de sus manos. Todos los recuerdos que tienen de sus niñez están impregnados de violencia, de terror, de crueldad, de injusticia. Nada ha cambiado en su madurez y saben que sus hijos viven ahora con los mismos sentimientos, a pesar de sus esfuerzos por educarles a vivir sin miedo.

Pero ni la heroicidad de un titán puede aguantar tal avalancha de actos inhumanos. Hemos oído cómo las mujeres palestinas nos contaban que son encarceladas por el simple hecho de ir a rezar a la mezquita en la Ciudad Vieja, sin posibilidad de réplica, con una violencia absolutamente desproporcionada y ante la impasibilidad de los turistas. Sujetas a medidas coercitivas abusivas -atadas de pies y manos, atacadas física y verbalmente y expuestas al sol sin poderse mover durante horas- para que testifiquen cualquier fechoría que justifique su arresto. Pero ellas saben cómo deben actuar en estas situaciones; no dirigirse a quienes les estén deteniendo (policía, ejército), tirar el bolso lejos para que algún vecino se lo lleve a su casa y jamás, jamás, llorar: no demostrar ningún gesto de flaqueza ante el enemigo.

Nadie se salva de las detenciones y la edad no es un obstáculo. Hablamos con un mujer de 63 años que acaba de pasar en prisión cuatro días, acusada de obstaculizar la vía. Al mismo tiempo, nos contaron que dos niños de DOS años habían sido acusados de tirar piedras contra los colonos. Una madre nos contó como encarcelaron a sus dos hijos de 10 y 11 años: uno de ellos salió al año, el otro diez años después. No era capaz de reconocer quién era ese joven que entraba por la puerta de su casa.

Pero mujeres y niños también sufren de manera constante la violencia y la violencia sexual. Los checkpoints son un nido de insinuaciones, así que ir a la Universidad o a trabajar se convierte en viaje peligroso. Las mujeres nos decían desconsoladamente que cada día cuando se despedían de sus maridos no sabían si les volverían a ver por la noche.

Hemos visto a niños implorando que parasen las demoliciones de sus casas. Las mujeres nos cuentan que ahora los niños se van al cole con sus juguetes favoritos por si su casa es destruida mientras ellos no están.

Estas y otras muchas historias nos las contaron algunas veces con lágrimas, otras con desesperanza y otras con risas (sorprende cómo el ser humano es capaz de sacar el sentido del humor hasta en las situaciones más extremas). Pero por encima de todo su máxima preocupación es educar y criar a sus hijos sin tener miedo, porque ni ellas (ni sus familias) se irán de Jerusalén. Por más que esta estrategia de violencia persista ellas tienen claro que nadie les echará de su tierra.

Todo esto me ha hecho volver a valorar la suerte que tenemos quienes vivimos en algunas partes del mundo porque podemos protegernos a nosotras mismas, y a nuestros hijos.

Ana Marín es especialista en incidencia humanitaria y madre de tres niños.