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Los niños, las niñas y la violencia al otro lado de la puerta

Por Itziar Fernández CortéItziar Fernandez Cortés

Noviembre es un mes lleno de fechas señaladas para reivindicar derechos en las calles y en las casas. De la infancia por un lado y contra las violencias machistas por otro. El 20 de noviembre se han cumplido 25 años desde que se celebró la Convención de los Derechos del Niñoel primer instrumento jurídicamente vinculante que reconoce a los niños y niñas (aunque su título no las nombre) como agentes sociales y sujetos activos de sus propios derechos.

Ilustración del cuento 'La casa del mar en calma', de Itziar Fernández Cortés.

Ilustración del cuento ‘La casa del mar en calma’, obra de la artista Lola Blazzze.

Queda mucho por andar en este sentido, aunque cada vez más a menudo lleguen a nuestros oídos diferentes iniciativas de participación infantil. Considerar a la infancia como sujetos de protección si, pero no de pleno derecho. Darles voz si, pero no hacer que su opinión sea determinante ni mucho menos vinculante.

Por otro lado, el miércoles 25 de noviembre, se celebra el Día Internacional Contra la Violencia de Género, donde el movimiento feminista mantiene viva la lucha contra todo tipo de violencias machistas como base de la desigualdad estructural que culmina en los feminicidios que tanto nos alarman pero que son solo la punta del iceberg de una problemática mucho mayor. Por ello la indignación popular llenó las calles de Madrid en la Marcha Estatal contra las Violencias Machistas el 7 de noviembre. Y todavía nos tiemblan las piernas al recordarlo.

A caballo entre ambos días, están los niños y las niñas víctimas de la violencia de género, con doble motivo para reclamar al mundo adulto su visibilización, y por ende, su compromiso.

Cuando su hogar, un espacio que supuestamente está asociado a la seguridad y la tranquilidad, se convierte en un entorno lleno de miedo y angustia, no solo la mujer es víctima. Sus hijos e hijas también sufren el impacto de la violencia y siguen su propio proceso. No son espectadores o víctimas indirectas, como ha venido definiéndose, sino protagonistas y víctimas directas de la violencia de género.

Son víctimas directas porque en ocasiones sufren agresiones en forma de golpes o insultos. Porque presencian directamente la violencia física y psicológica de su padre hacia su madre  (ya sea viéndolo, o lo que es peor, escuchándolo detrás de las puertas e imaginándolo). Porque viven directamente en un entorno de relaciones violentas y abuso de poder, donde las amenazas y las actitudes degradantes son habituales, lo que hace que normalicen un modelo negativo de relación “maltratante” que daña su desarrollo infantil.

En algunos casos, los niños y las niñas llegan a normalizar la violencia como pauta educativa y a culpabilizarse, sintiéndose merecedores de esa violencia. Necesitan salvaguardar una imagen positiva de sus padres, entonces, ¿Quién es el malo en todo esto? Identificarse como culpables les permite obtener una falsa sensación de control, ya que podría estar en su mano que la violencia no volviese a repetirse. Es el mismo mecanismo psicológico que se activa en sus madres, y que, entre otras muchas causas, hace que se mantengan en la relación violenta. Sobra decir que la víctima nunca es la culpable.

Por eso reclamamos noviembre y los once meses del año restantes para reivindicar los derechos de los niños y niñas. Y para apoyar especialmente a aquellos que sienten el miedo cuando la violencia de género tiñe de negro sus casas.

Itzíar Fernández Cortés es psicóloga clínica y psicoterapeuta infantil. Especialista en intervención con mujeres, niñas y niños víctimas de violencia de género. Autora del cuento ‘La casa del mar en calma‘.

Deconstruir la violencia

Por Flor de Torres Flor de Torres + nueva

Los menores expuestos a la violencia de género la sufren también en primera persona, y acaban desarrollando patologías. El menor que no las ha desarrollado, generalmente se debe no a una falta de exposición a la violencia sino al desarrollo de su resilencia o capacidad de aceptación, de resistencia de restitución, de recuperación, que le permite acceder a una vida sin violencia.

Parte del control se ejerce a través del control y la manipulación de los hijos en común. Imagen de Ana Sara Lafuente.

Parte del control en los casos de violencia de género se ejerce a través del control y la manipulación de los hijos en común. Imagen de Ana Sara Lafuente.

La psicología  y las ciencias forenses nos demuestran en el día a día judicial, a través de sus pericias que el menor al formar parte de de la familia está expuesto a la violencia de género por agresión a la madre no puede estar ajeno a ella. Es prácticamente imposible que no les afecte, pues precisamente forman parte del sistema familiar en el que se hallan integrados.

Se ha demostrado científicamente que:

Psíquicamente desarrollarán agresividades, problemas de inhibición, falta de empatía y autocontrol, baja autoestima y egocentrismo cognitivo y social.

Físicamente el menor expuesto a la violencia de género va a proyectar patologías físicas desde su percepción en el desarrollo fetal. Se le manifestaran retrasos en el crecimiento, transtornos de la conducta alimentaria (bulimia, anorexia), problemas de sueño y de habilidades motoras, Enfermedades y síntomas psicosomáticos (alergias, hiperreactividad bronquial, problemas dermatológicos como atopia y eczemas, migraña, dolor abdominal recurrente, enuresis nocturna…), incremento de enfermedades infecciosas, según un estudio de la prestigiosa pediatra Dolores Aguilar Redorta.

Todos estos extremos se confirman día a día en la experiencia judicial. Son los menores hijos del maltratador, las otras víctimas directas de violencia de género dirigira a su madre. Su destino y fin único es  prolongar la violencia cuando ya  no se puede ejercer directamente sobre ella, o para multiplicar las trágicas  consecuencias de sus efectos.

Y las menores y los menores son mucho más victimas, si aun cabe en esa palabra, pues hasta ahora  han sido invisibles. Por eso es muy importante hablar de ellos y ellas, porque así estarán siempre presentes. Y es que lo que no se nombra, no existe y su extrema situación necesita que sea visible. Me gusta usar el término ‘maltrato infantil de género’ para definirlo, y para que  esas patologías que científicamente acaban desarrollando sean conocidas y evaluadas.

No en vano la Academia Americana de Pediatría (AAP) reconoce que “ser testigo de violencia de género puede ser tan traumático para el niño como ser víctima de abusos físicos o sexuales”. 

Si a ello unimos que la transmisión intergeneracional de la violencia de género, que pasa de padres a hijos, la exposición del niño redundará en conductas imitativas al padre, y la exposición  de la niña derivará en una situación de victima futura de violencia de género, situándose en el mismo papel que su madre. No existe ni una duda que los hijos que sufren la violencia de género son víctimas directas de ella.

Hay que deconstruir esta violencia que pasa de padres a hijos eliminando su  germen. Es necesario que se rompan en mil pedazos los roles de chicos y chicas basados en patrones patriarcales. Solo así avanzaremos hacia relaciones de pareja más igualitarias en    nuestros menores.

Pensemos en  que los  menores no serán víctimas directas de la violencia de género en un futuro si se ha ganado definitivamente la igualdad frente al presente  orden patriarcal que aun convive y que deriva en ella cuando se impone como rol aprendido y transmitido como el único posible.

Apostemos por la educación en valores de igualdad. Esta apuesta sí que es segura pues ganará definitivamente la batalla contra la violencia de género.  Vamos a ello con nuestros hijos e hijas. Sin espera. Es  la herencia que tenemos que dejarles: un mundo en igualdad y sin violencia de género.

 

Flor de Torres Porras es Fiscal Delegada de la Comunidad Autónoma de Andalucía de Violencia a la mujer y contra la Discriminacion sexual.

Supervivientes, luchadoras, protagonistas

Por Charo Mármol Charo Mármol

Se llama Sara. Es una mujer menuda, rondando la treintena. En su nariz cuelga un pequeño piercing. Ojos vivos y hablar apresurado, como quien tiene prisa por conseguir lo que quiere.

Esta mujer es la coordinadora de uno de los cuatro Centros de Emergencia para mujeres maltratadas que el Ayuntamiento de Madrid tiene, gestionado por la Fundación Luz Casanova. Ella las recibe al llegar a la casa y entonces calla para escuchar, escuchar a las mujeres que llegan rotas. Es el comienzo de un proceso duro, el momento quizás más crucial para la mujer maltratada que se decide a poner fin a años de dolor, sufrimiento, golpes, heridas, miedo… ‘La acogida es uno de los puntos más importantes, nos dice, porque estamos en uno de los momentos más peligrosos. Es cuando han decidido salir de la casa y el agresor ha perdido el control. No sabe ni dónde están ellas ni dónde están sus hijos, en el caso de que los haya. Es una situación de riesgo máximo. Por otro lado, las mujeres abandonan toda su vida, tienen que dejar su lugar de trabajo, de vida y no pueden acudir ahí más. Las relaciones con la familia se complican porque no pueden acudir a ellas por ser localizables… En estos momentos intentamos hacer una acogida en la que se sientan lo más confortable posible porque entendemos lo que significa romper con toda tu vida anterior. Están en un proceso de ruptura difícil pues aunque ha habido violencia, la dependencia emocional existe y ellas se mueven mucho en torno al sentimiento de pena

El centro acoge en estos momentos a 16 mujeres, algunas con sus hijos. Tienen distintos orígenes de procedencia: Latinoamérica, países del Este de Europa, y también España. Son distintas realidades, distintas culturas pero un denominador común: años de sufrimiento, miedo, sentimiento de culpabilidad, fragilidad… A veces la convivencia no es fácil.

Intentamos hacer mucha cohesión de grupo. Hacemos talleres grupales, reunión de convivencia… Uno de los talleres es de recuperación psicosocial para trabajar profundamente la violencia. También está la Escuela de madres, para trabajar la relación materno filial, cómo explicar a los hijos lo que está pasando y que ellas entiendan que aunque los menores no hayan sido víctimas directas si han sido victimas indirectas y eso tiene unas consecuencias. Estos casos, muchas veces los niños son los grandes olvidados. Se piensa que no son conscientes y que no se dan cuenta de nada y no es verdad. Todo esto hay que trabajarlo, ellos también tienen sus secuelas y pasan su proceso de adaptación’, explica Sara.

A veces, lo difícil se hace fácil a través de herramientas tan sencillas como la palabra: ‘Tenemos una reunión de convivencia. Es una actividad tipo asamblea que se hace una vez a a la semana, donde además de organizar lo que es el ritmo de la casa (limpieza, comida…) se trabajan aquellos posibles conflictos o quejas que tengan las mujeres en lo relacionado con la convivencia. Hemos introducido distintas dinámicas según lo que haya pasado en la semana: pueden ser dinámicas de comunicación, de empatía…

Es en uno de estos talleres conde empiezan a trabajar los estereotipos que hay sobre la mujer, la violencia machista, el maltrato…’Trabajamos mucho con ellas para que sean conscientes de que están abriendo camino. Muchas veces no se dan cuenta de que son unas auténticas supervivientes, unas luchadoras y que al final son un ejemplo para otras mujeres que vienen detrás. Nos pareció una buena idea en la que ellas fueran las protagonistas y ellas las que lanzaran el mensaje a la sociedad’ y así, nos cuenta Sara, surgió la idea de hacer una exposición de fotografías realizadas por ellas y que expresaran cómo viven estos estereotipos que quieren romper. Imágenes como las que ilustran esta página, que pronto serán protagonistas de una exposición.

Charo Mármol es comunicadora, feminista, militante de causas perdidas y autora del blog La mecedora violeta