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Gaza: mujeres entre bombas

Por María Salvador 

Después de casi dos horas de viaje desde Jerusalén llegamos  a la entrada de Gaza. Un edificio parecido a un pequeño aeropuerto con varias torres de vigilancia, como si entraras a una cárcel, es lo que más llama la atención, aparte de un barullo de hombres que esperan en sus coches a la gente que logra salir. Traspasar la puerta me genera una sensación que va del miedo a la incertidumbre. Me vienen a la cabeza imágenes de la guerra del 2014, la operación denominada Margen Protector, que entre julio y agosto de 2014 acabó con la vida de 2.132 civiles, entre los que había al menos 302 mujeres y  582  niños y niñas. Aquellas bombas destruyeron 14 centros de salud y dañaron gravemente 50 clínicas de atención primaria y 17 hospitales.

Mujer en un paso en Gaza. Imagen de María Salvador

Mujer en un paso en Gaza. Imagen de María Salvador

Tras pasar los controles, un coche nos espera para llevarnos a visitar los proyectos que tiene en marcha Alianza por la Solidaridad para paliar los efectos de un conflicto que lleva activo más de medio siglo. Nuestro primer destino es la clínica de Al Buraij, un centro dedicado a la salud sexual y reproductiva para las mujeres donde reciben información básica sobre embarazos saludables, métodos anticonceptivos y que es un lugar seguro si sufren violencia de género. Allí se les proporciona una atención integral: salud, atención psico-social y asesoría legal; es la puerta de salida de esa violencia invisible en un entorno ya de por sí violento,  de un problema que supone un estigma social a quienes lo denuncian. En Al Buraij, reciben atención gracias a la cooperación española.

De camino no dejo de ver casas y edificios derruidos, marcados por las balas y las bombas. Ruinas que, cuando me fijo, compruebo son el techo de familias enteras. En algunas veo a los hijos pequeños jugando entre los escombros. En otras hay ropa tendida.

A la puerta de la clínica no espera Firyal. Lleva el atuendo de la mayoría de las mujeres en Gaza, con el pañuelo en la cabeza que no deja escapar un pelo. Es la coordinadora y quien nos presenta al personal, todas mujeres (tres abogadas, una psicóloga y dos trabajadoras sociales). En el servicio médico conocemos a la ginecóloga, la enfermera y la encargada de farmacia.  ‘El personal es femenino porque así es más fácil que vengan y podamos trabajar sus problemas, sobre todo la violencia de género’, nos asegura Firyal.

Descubro que casi todas son madres, hijas, incluso abuelas, empeñadas en atender a otras palestinas de escasos recursos. Cada día llegan a la clínica o visitan barrios para llevar información sobre cómo salir del círculo de las agresiones, el cuidado de los embarazos o la nutrición de los hijos. Va a casas, pero también a los precarios refugios de quienes perdieron sus hogares con la guerra.

Imagen de María Salvador

Imagen de María Salvador

Yo estoy aquí unos días, pero pienso en la vida diaria de cada una de ellas; en cómo sufren la incertidumbre, en las bombas caídas sobre sus casas. Viven cada hora la tensión de un conflicto sobre el que la mayoría ha perdido la esperanza de solución, conscientes de que a pesar de los acuerdos internacionales, todo se resume en un conjunto de intereses políticos que no dejan ver la vulneración de derechos de la población.  Pienso en estas mujeres palestinas que se esfuerzan para que al día siguiente alguna compatriota crea que Gaza es un lugar un poco mejor para vivir. Y desde Alianza por la Solidaridad queremos seguir apoyándolas en su tarea, pero también en su capacidad de lucha.

Hoy, 7 de julio, se cumple un año del inicio de la última ofensiva y desde entonces las bombas no han dejado de caer en este territorio. Cuando traspasé los controles de entrada fui consciente de que es una población encerrada, sin posibilidad de escape. El pasillo enrejado de casi dos kilómetros que separa Israel de Gaza se me hace interminable. Mi compañera Marta y yo nos miramos, incapaces de decir nada. Al entrar y salir de la Franja todo alrededor es tierra vacía.

Por paradójico que parezca, ya de regreso por ese mismo pasillo que parece no tener fin mi vista se fija en un cartel:  “Welcome to Israel”, reza. Pero yo no me siento bienvenida.

María Salvador es responsable del programa de Acción Humanitaria en Alianza por la Solidaridad