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Amores tóxicos: pasaporte a la infelicidad

Por Mayte Mederos Mayte Mederos firma

Estos días ando a vueltas con el corazón, supongo que como final de un ciclo de varios años en el que he estado enredada en la madeja de los amores difíciles.

Y es la primera vez en este tiempo en que consigo entender que hay una pauta en todo esto: que cuando mi gente me dice que mi vida da para escribir una novela,  la razón del drama no está solo en las mujeres con las que me tropiezo, sino en lo que realmente me atrae de ellas.

Amor tóxico. Imagen de TrasTando

Amor tóxico. Imagen de TrasTando

 

Desde niñas se nos educa para el amor. Llevamos siglos de historia a la espalda que nos sitúan en el ámbito doméstico,  sin pensamiento crítico ni voz propia, relegadas a lo íntimo y con el único reconocimiento social del matrimonio y la maternidad. Nuestra emancipación es reciente y precaria, y aun no nos ha dado tiempo de superar ese planteamiento tan arraigado en nosotras de que la mujer es objeto, nunca sujeto, del amor.

Esta base social no ayuda a vivir relaciones sanas, porque muchas mujeres aprendemos a valorarnos en tanto que somos queridas. Y a entender que todo vale para lograrlo, porque el amor es sacrificio, el amor es entrega, y en ese tamiz tan ancho con que nos envolvemos se cuela el sufrimiento cuando nos arrimamos a quien no nos quiere bien.

La ecuación es clara: en nuestra sociedad el amor generoso no está de moda. Los estereotipos potencian a la persona vividora y sobrada frente a quien te trata con cariño y respeto.  Si encima te gustan los retos y tu mente hace ‘clic’ ante un discurso diseñado para generar mariposas sin querer llegar al fondo del asunto, estás perdida.

Cargamos de cualidades a esas personas que no nos quieren por nosotras mismas y que nos hacen renunciar voluntariamente a lo que nos hace felices. Y sin embargo por ellas estiramos al máximo nuestra capacidad de sufrimiento. Ahí es donde nuestra idea equivocada del amor encuentra un amplificador en la sociedad -que nos valora por ser sumisas y abnegadas- y ya no hace falta hacer más. El tendido eléctrico está creado, y ahora vete a cortocircuitarlo. Empiezas a aceptar que no alabe tus éxitos porque solo existen los suyos; que ponga coto a tu presencia en su vida, porque se considera un ser libre;  y empiezas a ser su marioneta por amor. Por el amor que tú pones en la relación, porque obviamente no es correspondido más que en la forma.

Hasta que un día siente que puede perderte. En ese momento pasas repentinamente a ser centro de su atención. Y, por supuesto, es cuando te plantea que hay que avanzar como pareja. Aunque tú ya tengas un pie fuera, sus palabras te hacen sentir que el sufrimiento ha valido la pena. Y vuelve a prender la chispa de la pasión, pero no te das cuenta, no quieres saber que no hay nada más detrás.

Estos amores tóxicos no solo son malos en sí mismos, sino que con según qué personas pueden ser la perfecta antesala al maltrato. Y con una prevalencia de relaciones violentas en torno al 30% de la población, el riesgo es enorme. Nos jugamos demasiado si no cambiamos el chip.

¿Y eso cómo se hace? Pues no hay remedio en forma de pastilla, sino como proceso interior. Se trata de valorar en la otra persona aspectos más realistas que la pasión. ¿Es tu felicidad tan importante para ella como la suya propia? ¿Se siente bien cuando tú lo estás? ¿Le importan tus pequeñas cosas? ¿Te dedica tiempo? ¿Te respeta? ¿Es desinteresada, o eres una relación ajustada a su propia conveniencia?

Si analizas y se suceden los síes, vas por buen camino. El problema es que el amor incondicional y tranquilo no nos despierta emoción a quienes tenemos el filtro mal calibrado. Y entonces se impone un ejercicio de aprender a querer sin sacrificios, cambiando poco a poco la erótica del masoquismo por la de la honestidad.

Porque el amor es acoger y compartir, y no necesitas vender tu alma al diablo para ser amada. Ese planteamiento solo nos ha servido como pasaporte a la infelicidad. Y ya es hora de viajar a sitios mejores.

 

Mayte Mederos, Coordinadora del Área de Familias Diversas de Algarabía, la asociación LGBTI de Tenerife, es madre de familia numerosa y autora del blog Avatares de una amazona.

Tomar las riendas

Por Flor de Torres Flor de Torres + nueva

Me van a permitir, para estas reflexiones, partir de cifras oficiales de la Fiscalía General del Estado, publicadas en su Memoria de 2013. Mi intención es recoger datos objetivos para romper el falso mito de las denuncias falsas en las mujeres víctimas de violencia de género. Esta es la situación:

Gráfico comparativo de volumen de denuncias por violencia de género, cifras y porcentaje de casos de denuncias falsas. Fuente: Fiscalía General del Estado, memoria oficial 2013. Infografía de Anasara Lafuente.

Gráfico comparativo de volumen de denuncias por violencia de género, cifras y porcentaje de casos de denuncias falsas. Fuente: Fiscalía General del Estado, memoria oficial 2013. Infografía de Anasara Lafuente.

Sobre estos números se asientan una a una historias y casos concretos que han obtenido sentencias: condenatorias  en un 67% y absolutorias en un  33%. De las condenatorias, fueron reconocidas con conformidad del maltratador en un 43% de los casos y sin conformidad en un 57%.

Dentro de ese universo del 67% de denuncias que han obtenido condenas están las victimas protegidas, amparadas e impulsadas por el sistema judicial que les devuelve las riendas de sus vidas. Mujeres que han accedido a denunciar su historia, que han atravesado por el sistema amparadas por los servicios sociales, por la familia, por la Policía, por asociaciones, por los servicios sanitarios. Instituciones todas ellas que les han ofrecido su profesionalidad y empatía  para  ese fin.

Historias de  futuros prometedores como el de Violeta y de dependencias emocionales como la de Sara (sus nombres han sido cambiados para salvaguardar su intimidad).   Vidas que nos ponen en alerta y avisan del peligro que esconden esos  números que nos enseñan a sus auténticas protagonistas.

Tomar las riendas. Ilustración de Anasara Lafuente.

Tomar las riendas. Ilustración de Anasara Lafuente.

Sara estaba destrozada. Su compañero había intentado arrebatarle su vida, junto a  la de sus tres hijos menores y estaba preso. Apenas mayor de edad, Sara vivía una  muy  arraigada dependencia afectiva y emocional.  Su  jornada diaria transcurría visitando todas las instancias del Palacio de Justicia para conseguir la  libertad de su maltratador, haciéndose responsable de la situación, autoinculpándose de lo ocurrido. Lo pedía por sus hijos. Nunca colaboró. Negó los hechos con rotundidad, ocultó las pruebas que evidenciaban su situación, nos decía que nada era como ella misma había denunciado. Fue esa persistencia y esa dependencia emocional la que finalmente la llevaron a creerse esa verdad  fabricada en su mente para perdonarlo nuevamente. Días después recibimos  una nueva denuncia, por otra nueva agresión, y después ha vuelto a desmentirla. Saray no encuentra un asidero para liberarse de su dependencia emocional, y no logra tomar las riendas de su vida.

Violeta vino de América Latina, trajo a su maltratador como única compañía. Desde esta orilla todo cambió, eran constantes las palizas, los actos de arrepentimiento y las promesas de que no volvería a pasar. Se condenaba a la única forma de sobrevivir: atada a él. Pero su valentía y sus valiosos apoyos la condujeron finalmente a denunciarle. No tenía papeles y se  arriesgaba al segundo fracaso: ser expulsada. Finalmente Violeta obtuvo una Orden de Protección, un proceso, y la condena que la ha desatado de él. Su maltratador fue condenado y expulsado a su país. Ella suele visitarme con su sonrisa tímida  y  su sencillez, y hace que sienta que vuelve a ser feliz tras recobrar las riendas de su vida.

A veces cuesta comprender las historias que alimentan los números, pero estas historias son reales. Tal vez sería mejor no tratar de explicarlas, sino simplemente comprenderlas y, como personas e instituciones, estar en ese lado donde están las víctimas, cuando logran ser conscientes de su situación e intentan salir de ella.

Es al final una única decisión: la de  tomar las riendas de su propia vida, la que les  llevará a salir o no de la violencia,  a seguir la ruta de Violeta o la de Sara.

Pues como dijo Enma Goldman: ‘la verdadera emancipación no comienza en las urnas ni en los tribunales, empieza en el alma de la mujer‘.

 

Flor de Torres Porras es Fiscal Delegada de la Comunidad Autónoma de Andalucía de violencia contra la mujer y contra la discriminación por identidad sexual y de género.

Supervivientes, luchadoras, protagonistas

Por Charo Mármol Charo Mármol

Se llama Sara. Es una mujer menuda, rondando la treintena. En su nariz cuelga un pequeño piercing. Ojos vivos y hablar apresurado, como quien tiene prisa por conseguir lo que quiere.

Esta mujer es la coordinadora de uno de los cuatro Centros de Emergencia para mujeres maltratadas que el Ayuntamiento de Madrid tiene, gestionado por la Fundación Luz Casanova. Ella las recibe al llegar a la casa y entonces calla para escuchar, escuchar a las mujeres que llegan rotas. Es el comienzo de un proceso duro, el momento quizás más crucial para la mujer maltratada que se decide a poner fin a años de dolor, sufrimiento, golpes, heridas, miedo… ‘La acogida es uno de los puntos más importantes, nos dice, porque estamos en uno de los momentos más peligrosos. Es cuando han decidido salir de la casa y el agresor ha perdido el control. No sabe ni dónde están ellas ni dónde están sus hijos, en el caso de que los haya. Es una situación de riesgo máximo. Por otro lado, las mujeres abandonan toda su vida, tienen que dejar su lugar de trabajo, de vida y no pueden acudir ahí más. Las relaciones con la familia se complican porque no pueden acudir a ellas por ser localizables… En estos momentos intentamos hacer una acogida en la que se sientan lo más confortable posible porque entendemos lo que significa romper con toda tu vida anterior. Están en un proceso de ruptura difícil pues aunque ha habido violencia, la dependencia emocional existe y ellas se mueven mucho en torno al sentimiento de pena

El centro acoge en estos momentos a 16 mujeres, algunas con sus hijos. Tienen distintos orígenes de procedencia: Latinoamérica, países del Este de Europa, y también España. Son distintas realidades, distintas culturas pero un denominador común: años de sufrimiento, miedo, sentimiento de culpabilidad, fragilidad… A veces la convivencia no es fácil.

Intentamos hacer mucha cohesión de grupo. Hacemos talleres grupales, reunión de convivencia… Uno de los talleres es de recuperación psicosocial para trabajar profundamente la violencia. También está la Escuela de madres, para trabajar la relación materno filial, cómo explicar a los hijos lo que está pasando y que ellas entiendan que aunque los menores no hayan sido víctimas directas si han sido victimas indirectas y eso tiene unas consecuencias. Estos casos, muchas veces los niños son los grandes olvidados. Se piensa que no son conscientes y que no se dan cuenta de nada y no es verdad. Todo esto hay que trabajarlo, ellos también tienen sus secuelas y pasan su proceso de adaptación’, explica Sara.

A veces, lo difícil se hace fácil a través de herramientas tan sencillas como la palabra: ‘Tenemos una reunión de convivencia. Es una actividad tipo asamblea que se hace una vez a a la semana, donde además de organizar lo que es el ritmo de la casa (limpieza, comida…) se trabajan aquellos posibles conflictos o quejas que tengan las mujeres en lo relacionado con la convivencia. Hemos introducido distintas dinámicas según lo que haya pasado en la semana: pueden ser dinámicas de comunicación, de empatía…

Es en uno de estos talleres conde empiezan a trabajar los estereotipos que hay sobre la mujer, la violencia machista, el maltrato…’Trabajamos mucho con ellas para que sean conscientes de que están abriendo camino. Muchas veces no se dan cuenta de que son unas auténticas supervivientes, unas luchadoras y que al final son un ejemplo para otras mujeres que vienen detrás. Nos pareció una buena idea en la que ellas fueran las protagonistas y ellas las que lanzaran el mensaje a la sociedad’ y así, nos cuenta Sara, surgió la idea de hacer una exposición de fotografías realizadas por ellas y que expresaran cómo viven estos estereotipos que quieren romper. Imágenes como las que ilustran esta página, que pronto serán protagonistas de una exposición.

Charo Mármol es comunicadora, feminista, militante de causas perdidas y autora del blog La mecedora violeta

¿El hombre de tu vida?

Por Maribel Maseda Maribel Maseda 2

Venimos de una colección de cuentos, canciones, películas, libros, etc. en los que se hace partícipe de la historia al lector a través de las emociones que generan en él. Habitualmente la pena y el sufrimiento se presenta como vía de salvación de alguien, generalmente un hombre duro, severo, carente de empatía, que no ha conocido el amor anteriormente, por lo que su recuperación es una cuestión de aprendizaje y este de la carga de sacrificio y dolor que la mujer salvadora, paciente y sufrida quiera soportar.

Ilustración de Coco del Pino publicada en el libro La Zona Segura.

Ilustración de Coco del Pino publicada en el libro La Zona Segura.

El  espectador, al principio oscila entre el rechazo hacia la maldad del  hombre y la angustia de verla a ella sufrir sin obtener beneficio alguno. Esta recompensa se anhela tanto, que si el guion establece que el hombre comienza a humanizarse, el espectador le perdona todo lo anterior y aplaude el triunfo del amor que acababa por unir a la mujer con ‘el hombre de su vida’. Solo es necesario que aquel hombre diga con sentimiento y alguna lágrima en los ojos ‘te quiero’. Y si tras este derroche de humanidad, ella decide abandonarle, justo en ese momento, el telespectador desarrolla una compasión solidaria con aquel y  a veces, un reproche más o menos sutil hacia ella. Así, el lector o televidente cae en la trampa de no reconocer el maltrato y peor aún, de quitarle importancia si ve un atisbo de ternura en el maltratador. Además, sucumbe a otra no menos errónea y peligrosa: la de depositar en la mujer la responsabilidad de convertirle en la persona que nunca ha sido. Otra más todavía: la de culparla si no lo consigue o si se da por vencida antes de hacerlo.

Es una reacción a una ficción que además se sabe que lo es. Y esta reacción dura en el espectador el tiempo que dura la película o la lectura del libro. Sus emociones  han cobrado vida y a partir de un punto de esa historia, casi deja de tener el control sobre ellas y pasan a depender del guion. Estoy hablando de algo irreal, y sin embargo acabo de describir los rasgos característicos y habituales que se conjugan en  una situación de maltrato. Aquello que no se entiende que acepte o se genere en la mujer maltratada, ha sido experimentado por cientos, miles de telespectadores y lectores. Pensarán que nada tiene que ver porque ellos saben perfectamente que se trata de una ficción…

Cierto, y sin embargo, sus emociones han sido reales. Y estas le han situado del lado del agresor sin saberlo. Y es que la mujer maltratada tarda en saberlo también. El complicado proceso por el que una mujer pierde el sentido  de lo que merece y de aquello ante lo que debe rebelarse o no, se gesta por el simple hecho de que existe un hombre que  la destruye. Esta es la causa, aquello la consecuencia. No al revés. Y es fundamental que este orden se preserve para no confundirla de nuevo,  para no confundir a los que aún no han llegado a comprender el problema del maltrato. Pero fundamentalmente, para no hacer creer al maltratador que tiene razón.

El hombre que maltrata, que, como dijo la víctima del programa Entre todos, le pega bofetadas, no es ni puede ser  el hombre de su vida, porque el hombre con el que soñaba, en sus sueños no la pegaba ni denigraba. Es evidente que la presentadora  no hablaba del mismo hombre del que hablaba la víctima. Desdibujó al agresor y perfiló a un hombre injustamente abandonado e injustamente calumniado. Creó una ficción y generó una concatenación de emociones en una parte de la audiencia. Y a partir de ahí, los papeles de víctima y verdugo se desdibujaron para algunos también. Cuando una mujer toma conciencia de que debe huir de las agresiones, denunciará cuando se sienta capacitada para ello, pues no le resultará fácil ni llegará a ese momento tras un camino sencillo, como se demostró ese día. No está en la obligación de callarse para siempre si tarda semanas, meses o años en hacerlo. En la historia que intentó contar aquella mujer, había un verdugo, pero no se habló de él. Solo era necesario escucharla.

Maribel Maseda es Diplomada Universitaria en Enfermería, especialista en psiquiatría y experta en técnicas de autoconocimiento. Autora de obras como HáblameEl tablero iniciático, y La zona segura.

La vergüenza del maltratador

Por Flor de Torres Flor de Torres

El concepto  solidario de ‘paz social‘ que contiene la Constitución en su artículo 10 es un logro como derecho,  pero también como deber fundamental  y compromiso del Estado para todos los ciudadanos. La paz social solo se obtendrá cuando la dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la Ley y a los derechos de las mujeres víctimas de violencia de género sea una realidad. No hay paz social mientras exista una sola mujer maltratada en la impunidad de su domicilio. 

Es compromiso estar al lado de la mujer maltratada. Nuestro compromiso es la empatía, el saber el porqué de sus actos y  estar a su lado. Al  lado de sus hijos para que definitivamente  entienda que no está sola frente a la vergüenza social del maltrato. Cuando comprendamos  que su voluntad está claramente disminuida, que su autoestima y escala de valores  están profundamente dañados  y  que sus sentimientos  le afloran altamente  manipulados es cuando entendemos la auténtica magnitud de su problema, de nuestro problema social.

No podemos permanecer más tiempo impasibles ante las agresiones físicas, sexuales y psíquicas a las mujeres. Aislemos esta vergüenza, la del maltratador,  de  toda la sociedad. Que esa vergüenza quede al descubierto, desenmascarada y desvestida para  que cada uno desde nuestro ámbito sepamos auxiliar a cada víctima y tenderle la mano desde la escuela, desde la prevención, en el vecindario, en el trabajo, desde los ámbitos sanitarios, policiales, asistenciales, judiciales, psicológicos, desde los Centros de Igualdad.  Que no queden impunes sus acciones y que consigamos con  nuestros actos suplir la voluntad de sus víctimas inmersas en el abandono,  en la soledad  de su suerte tras el delito, en el etiquetamiento y en la falta de apoyo psicológico para que sean nuestras acciones las que levanten la máscara donde se ocultan impunemente los maltratadores.

Solo así, de forma igualitaria, contribuiremos con actos positivos, visibles  y de acción a luchar activamente contra la violencia de género. No vale ser solidario, ser compasivo o  manifestar que estamos en contra de los maltratadores. Porque ya suena a frase construida y políticamente correcta. Parece obvio. Es una cuestión de Estado y como tal todos y todas  tenemos que contribuir a hacer visibles conductas y hechos que desenmascaren una vergüenza social: La que esconde cada maltratador al entrar en su domicilio y cerrar la puerta de su casa y su dormitorio. La que  oculta la vergüenza del maltrato tras esa puerta.

No afecta a todos. El problema puede estar en nuestras hijas y en nuestras madres, o en las hijas,  las madres o  a las esposas  de nuestros amigos, de nuestros compañeros y de nuestros vecinos. Afecta al  Estado. Es un problema de Estado.

No sigamos buscando causas. No justifiquemos conductas. No validemos la violencia de género con conceptos tan vagos y sin conexión a las agresiones como: celos, alcohol, drogas, trastornos de personalidad, irritabilidad, pensamientos impulsivos, falta de control,  propiedad, emancipación, separación, autonomía de la mujer. No hay  ni una sola palabra, ni un solo concepto, ni siquiera un pensamiento que pueda adornar o aminorar la vergüenza que la sociedad siente por los maltratadores.

Porque no estamos condenados  a sentir la vergüenza del maltratador, sino a seguir luchando contra él y sus actos.

 

Flor de Torres Porras es Fiscal Delegada de la Comunidad Autónoma de Andalucía de violencia contra la mujer y contra la discriminación por identidad sexual y de género.

La zona segura

Por Maribel Maseda Maribel Maseda 2

La mujer que padece el maltrato es difícilmente comprendida por los que no lo han sufrido. Incluso ella tarda un tiempo en darse cuenta de que la estaban maltratando ¿Cómo puede distorsionarse de tal manera la realidad? ¿Tanto poder tiene el maltratador sobre su víctima y sobre la sociedad en general?

Portada del libro 'La zona segura'. Imagen: Editorial Lid.

Portada del libro ‘La zona segura’. Imagen: Editorial Lid.

En realidad este poder es ficticio y se debe a la zona gris en la que vive la mujer maltratada. Una zona que no le permite reconocer su zona segura que no es otra cosa que el espejo sano de la vida. En este lado están situados los que intentan hacerle ver lo peligroso y dañino de su pareja y de su relación con ella.

La zona segura es la que reconoce la vida porque coincide con las expectativas que tiene de ella. En el terreno sentimental, la expectativa del amor y de la convivencia a través de este, le permite identificar los malos días como momentos temporales y benignos para la relación, que se mantendría intacta a pesar de ellos. Y después de estos malos días, no se desarrollan actitudes defensivas o de ataque para proseguirla. Más bien, desde la zona segura, al no existir sensación de presión nociva por parte del otro, se crece y aprende conjuntamente. En esta zona, se necesita que cada uno sea quien es porque es un valor enriquecedor para ambos.

En la zona gris en la que vive el maltratador, sin embargo, precisa de la anulación del otro para poseer poder. La vida nunca coincidirá con sus expectativas y a partir de aquí reaccionará bruscamente a su frustración. Hará responsable de su insatisfacción a su pareja, que haga lo que haga, nunca conseguirá resolver. El maltratador siente que no encajará nunca en el modelo de vida que quiere para él, y precisará gobernar el submundo que irá creando, la zona gris. Así sintiendo que hay una vida que domina y a un súbdito inferior al que somete, hace soportable su frustración.

En la zona gris en la que vive una persona maltratada, precisa de la aceptación de su maltratador. Ha sido arrastrada a ella precisamente por el esfuerzo de  mantener su zona segura. Ha intentado comprender a su agresor, sus motivos, sus exigencias, sus “malos días”. Y ella ha revisado sus propias conductas intentando mejorar la calidad de la relación. Al hacerlo, se ha ido situando en la frontera de las dos zonas. Y se ha situado ahí porque la otra persona desde su zona gris no utiliza su esfuerzo para crecer sino para ganar a través del menosprecio del mismo.  Pero desde la zona segura de la que parte ella, esta actitud perversa no se contempla, no tiene sentido, simplemente no existe, y así sin darse cuenta, cuanto más se esfuerza ella, más se introduce en la zona gris del maltratador.

No es fácil recuperar la zona segura, pero lo importante es que es posible. Retroceder hasta un punto de su vida en el que siente que estaba en esa zona le ayudará a reconocerla.

 

Maribel Maseda es Diplomada Universitaria en Enfermería, especialista en psiquiatría y experta en técnicas de autoconocimiento. Autora de obras como Háblame, El tablero iniciático, y La zona segura, que se presenta mañana jueves 20 de febrero en Madrid.

La mejor defensa

Por Irantzu Varela Irantzu Varela n

Contra la violencia machista, la mejor defensa no es el ataque.

No es cuestión de vengarse de los maltratadores, comprarse una tijera castradora o irnos todas a vivir a un mundo sin hombres.

La violencia machista no es “una lacra”, como les gusta llamarla a los políticos y medios reaccionarios; ni una sucesión casual de hechos aislados, protagonizados por hombres enajenados o problemáticos, que no responden a ningún patrón ni tienen un trasfondo político.

La violencia machista es la manifestación de una ideología, el machismo, que considera que las mujeres somos personas “de segunda”, objetos de deseo, adorno o molestia -según toque- y sólo sujetas de satisfacción. Ajena, por supuesto.

Por eso, contra la violencia machista hay que tomar medidas políticas, culturales, colectivas e individuales.

Guardameta de fútbol. Imagen: (c) Marta Hernández Arriaza

Guardameta de fútbol. Blog la sonrisa del arlequín. Imagen: (c) Marta Hernández

 

Contra la violencia machista, la mejor defensa es la educación. Explicar y demostrar a niñas y niños que no tienen que ser de una manera determinada por ser lo uno o lo otro, ayudarles a cuestionar todo lo que se les presupone -o se les impide- por ser de un sexo, enseñarles a relacionarse con personas, no con miembros de uno u otro sexo. Porque establecer la diferencia como forma de identificación en la personalidad de las criaturas, desde pequeñas, supone obligarlas a crecer entendiéndose como opuestos. Unas son lo que otros no. Y viceversa.

Contra la violencia machista, la mejor defensa es la deslegitimación. No tolerar, en ningún contexto ni con ninguna excusa, el lenguaje sexista, las bromas machistas, el uso de tópicos, la reproducción de estereotipos, los comentarios despectivos o paternalistas. Porque la trivialización del machismo, las risas -pero también los silencios- cómplices, legitiman y alimentan una forma de pensar en las mujeres como seres “distintos”, que es el primer paso para perderles el respeto. Y se acaba encontrando una excusa para la violencia.

Pero hay dos armas infalibles contra la violencia machista. Una, son las mujeres. Mujeres felices, seguras de sí mismas, con conciencia feminista, con la autoestima sana, que se respetan y entienden que tienen un lugar en el mundo. Mujeres que quieren con condiciones y no desean que las quieran mucho, sino que las quieran bien; que disfrutan de su cuerpo tal y como es, que se cuidan para estar mejor, no para gustar; que se miran con ojos generosos, no con reflejos crueles de la mirada ajena. Contra esas mujeres, es difícil ejercer la violencia. Porque no se creen el papel de frágiles satisfactoras de deseos ajenos que les ha asignado el patriarcado.

La otra arma contra la violencia machista son los hombres. Hombres felices, seguros de sí mismos, con conciencia feminista, con la autoestima sana, que se respetan y entienden que tienen un lugar en el mundo. Hombres que quieren relacionarse como iguales, desde la complicidad y la libertad, que se atreven a reconocer sus debilidades y que no tienen nada que demostrar. Esos hombres no ejercen la violencia contra las mujeres. Porque no se creen el papel de duros líderes de las vidas ajenas que les ha asignado el patriarcado.
Irantzu Varela es periodista, feminista, experta en género y comunicación, y (de)formadora en talleres sobre igualdad en Faktoría Lila.

Erradicar la violencia día a día

Por Susana Martínez Novo SusanaMartinezNovo70

Hace sólo dos días, el lunes 25 de noviembre se conmemora, como todos los años el día Internacional de lucha contra la Violencia de Género. Para nosotras, todos los días son días de conciencia y trabajo en este ámbito.  El día 25 fue elegido en homenaje a las hermanas Mirabal, tres activistas políticas asesinadas en 1960 a manos de la Policía secreta en la República Dominicana. Han pasado muchos años desde entonces y comprobamos que sigue siendo alarmante el número de  mujeres asesinadas, violentadas y víctimas de trata de  personas como consecuencia de esta lacra en nuestro país y en el mundo.

Aparecen nuevas formas de violencia,  y el ejercicio del control de unos sobre otras se multiplica con ayuda de las nuevas tecnologías. Muy a nuestro pesar, la administración ofrece respuestas todavía hoy insuficientes, como lo demuestran las últimas cifras sobre violencia. Según fuentes oficiales del Ministerio de Sanidad y Asuntos Sociales, (Delegación Gobierno para la Violencia de Género), 45 mujeres han muerto a consecuencia de actos de este tipo de violencia en nuestro país en lo que va de año, 5 niñas o niños han muerto por la misma causa y 40 menores han quedado huérfanos.

Viñeta de Eneko. Blog 'Y sin embargo se mueve', de 20 Minutos

Viñeta de Eneko. Blog ‘Y sin embargo se mueve’, de 20 Minutos

Las mujeres en muchas ocasiones siguen sin recibir la atención personalizada y el seguimiento que sería necesario para que no se vieran forzadas a mantener la relación de dependencia emocional y económica que las une a su agresor. Todavía hay sectores especialmente vulnerables, como las mujeres que sufren algún tipo de discapacidad, mujeres rurales e incluso mujeres de avanzada edad o jóvenes, sobre las que tenemos muy poca o ninguna información, pues por sus propios condicionantes y circunstancias ni tan siquiera se han podido identificar como victimas.

La detección y la valoración de la situación de riesgo en núcleos de población aislados o entre mujeres que  dependen para la realización de sus actividades más elementales de la vida, de otras personas que las someten con total impunidad, obligan a  los profesionales y al entorno a que extremen sus alertas.

Por otra parte es preocupante ver que las y los jóvenes siguen reproduciendo roles que sorprendentemente creíamos ya superados, y que además los difunden con total naturalidad e impunidad por las redes sociales, conscientes o no de sus consecuencias.Desde nuestra organización, la Comisión de Investigación de Malos Tratos a Mujeres, trabajamos con las victimas, en función de su edad y circunstancias,  para reeducarlas y ayudarlas a no reproducir esquemas en sus relaciones de pareja que las lleven a nuevas situaciones de violencia. Intentamos  fortalecer su autoestima y favorecer su independencia personal. Frases como ‘dónde voy a ir’ ‘qué voy a hacer’ o ‘con quién voy a salir ‘ son recurrentes en estas mujeres, hasta que se dan cuenta de que hay muchas  personas que están dispuestas y encantadas de compartir actividades y experiencias con ellas.

Con las jóvenes trabajamos en terapias grupales que las ayudan a identificar los primeros síntomas de violencia, como si se reflejaran en un espejo  y las proporcionan  recursos para poner límites y sentar las bases de una relación sana y en igualdad. Somos conscientes de que la adolescencia es una etapa crucial para cambiar dinámicas mal adquiridas y la reiteración de patrones sexistas. ‘Hoy me ha llamado 15 veces porque me quiere mucho’, puede llegar a convertirse en la normalización de la limitación de la libertad individual de una persona; ‘me ha sacado varias fotos en momentos íntimos y temo que se las mande a mis padres’ nos hace saltar las alertas.

También ofrecemos información a profesionales y personas del entorno que detectan situaciones sospechosas, activando los protocolos de actuación necesarios. No es la primera vez que un padre o una madre, nos llama porque no sabe cómo ayudar a su hija, o un profesional porque tiene que remitir a la víctima a otros servicios especializados.

La lucha contra la violencia implica un trabajo importante para el conjunto de la sociedad y conmemorar el día 25 de noviembre aunque no suficiente, es fundamental como ejercicio de reflexión para que adquiramos el compromiso de aportar nuestro pequeño o gran granito de arena.

María Jose Diaz-Aguado, catedrática de psicología evolutiva de la Universidad Complutense de Madrid, lo expresa con toda claridad: ‘ La violencia de género no es una cuestión biológica ni patológica, es un producto cultural que podemos erradicar’.
Susana Martínez Novo es abogada y activista.

Salir de la violencia, ser feliz

Por M.J.G y J.M.M  fabricanciones - generando igualdad

Lo fundamental para prevenir actos de violencia de género es que puedas reconocer tú misma que los estás sufriendo.

Va más allá de un puñetazo o‬ un golpe. Las palabras son las que hacen que lleguemos al punto de aceptar un‬ puñetazo como algo normal.‬

 

Todo empieza con una manipulación psicológica. Él va haciendo que te alejes de‬ todo lo que quieres y de todos a los que quieres, que dejes de tener vida‬ social y familiar y que te centres únicamente en él. Se basa sobre todo en hacerte‬ creer que sin él no eres nada.‬

Cuando tu pareja te obliga a estar en un sitio determinado aunque te esté‬ anulando totalmente sin dejarte ni siquiera hablar con nadie.

Cuando recibes‬ un golpe por llegar 10 minutos tarde, cuando recibes otro golpe y te dice que es que lo tenías que haber llamado por teléfono y no lo has hecho.

Cuando te pega un empujón porque simplemente estas dando una opinión distinta a la suya. Cuando te dice que eres una inútil por no pensar como‬ él, que nunca serás nada sin él, que te quedarás sola si lo dejas.

Estos son‬ síntomas de una violencia de género que tanto nosotras como nuestro‬ entorno tenemos que detectar y prevenir.‬

No dejes que nadie te manipule, que nadie te convenza de que no vales nada, de que no sirves para nada.

Que no te quiten el derecho a expresarte, a reír, a comunicarte…

No normalices situaciones de este tipo y sobre todo déjate‬ ayudar.‬

“Grita” por lo que estás pasando, por encima del miedo y la vergüenza.

Cuando alguien de tu entorno (familia, conocido, amiga, amigo, compañera o compañero de‬ trabajo…) te comente que no eres tú cuando te encuentras al lado de tu pareja, y te exprese síntomas como los citados anteriormente, no los rechaces. Hazles‬ caso, tómalos en cuenta, sé fuerte, corta esa relación dañina y que mata tu‬ vida.‬

Nunca des segundas oportunidades. Eso lo único que hace es reforzar a tu agresor, hacerle sentir más poderoso.

‪Siente que no estás sola, y que lo que estás pasando no es algo que te merezcas.

Tú no tienes la culpa de lo que pasa, aquí sólo hay un culpable y es la persona que te limita, te golpea, te veja, te insulta. Ésta es la persona culpable.‬

Todos tenemos derecho a ser felices, no dejes que nadie te mate en vida.

‪‪El llanto, el miedo, la pena y los lamentos son enemigos tuyos. Juegan en‬ tu contra.‬

Cámbialos por la rabia y el valor.

No tengas vergüenza. Tú no eres culpable de nada.

Cuéntalo a quien creas que te puede ayudar…verás como siempre encuentras‬ a alguien que te tienda una mano.‬

Una vez des el primer paso, no te arrepentirás.‬  Habrás conseguido cambiar tu angustia por tranquilidad.‬

 

 M.J.G y J.M.M son dos mujeres víctimas de violencia de género, integrantes del taller de fabricanciones de Rafa Sánchez en la Asociación Generando igualdad

Violencia sexual: valor, vida, impunidad

Por Sandra Cava Ortiz Sandra Cava
Desde que tenemos uso de razón interiorizamos un concepto de valor de la vida y asimilamos de manera natural que tiene un valor incalculable, por grande y por difícil de determinar; tan incalculable y enorme que se nos escapa, como intentar contar el número exacto de estrellas en el cielo.

Imagen: Jovana Sáenz, víctima de violación y desplazamiento forzado (c) Pablo Tosco / Oxfam

Imagen: Jovana Sáenz, víctima de violación y desplazamiento forzado (c) Pablo Tosco / Oxfam

Pero en algunos lugares, bajo algunos contextos, este cielo pierde su inmensidad y el valor de la vida pasa a ser calculable, medible, e incluso inexistente. Y cuando digo vida me refiero al sentido más amplio de la palabra, incluyendo tus decisiones, tus derechos, tu libertad, tu cuerpo.
Algunas zonas de Colombia parecen ser uno de estos lugares. Una sociedad de herencia machista y patriarcal que parece naturalizar la violencia hacia las mujeres, exacerbada por un contexto de conflicto armado que dura ya más de 50 años.
Todos hemos escuchado historias de maltrato, de violencia, más cercanas o menos, pero cuando pude escuchar las voces de las mujeres víctimas de violencia sexual en Colombia se me encogió el corazón. Siento que nunca entenderás una historia así como cuando la escuchas cara a cara, de mujer a mujer, cuando el aire que contiene su dolor es el mismo que tú respiras.
Con el paso de los días conocíamos mujeres, mujeres urbanas o rurales, afros o indígenas, intentábamos entender las historias y aprendíamos de todas ellas. Algunas nos decían “yo quiero hablar, aunque no sé si aguantaré las lágrimas”; por dentro pensaba si ante historias tan crudas aguantaría yo.Es difícil contener las lágrimas escuchando a Jovana Sáenz,  compañera de Angélica Bello en la lucha por los derechos de las mujeres. La guerrilla asesinó a gran parte de su familia y sufrió dos veces desplazamiento forzado. En Bogotá se vinculó a Afrodes, la asociación de afrodescendientes de desplazados y allí empiezó una fuerte actividad con mujeres, a través del auto 092 , una resolución judicial que protege a las mujeres víctimas del desplazamiento forzado. En este punto comenzaron las amenazas, los golpes y las persecuciones, hasta que un día fue acorralada y violada me hicieron lo que quisieron y me dijeron que si seguíamos jodiendo con el auto 092 harían lo mismo con todas las compañeras, sólo escuchaba insultos, risas. Después de esto recibí burlas en lugar de apoyo, explica.

Muchas mujeres, como Jovana,  habían sufrido algún tipo de violencia sexual, su cuerpo se había convertido en un botín de guerra, en un trofeo para el disfrute de diferentes agentes armados; otras habían sido violadas; otras maltratadas y torturadas; y todas ellas se sentían humilladas, avergonzadas, manchadas y discriminadas por haber sufrido esta violencia y por ser mujeres. Algunas debían sumar la violencia de los diferentes agentes armados a la propia violencia intrafamiliar.

Las historias se iban sumando y aumentaban su dureza, ¿cuánto dolor soporta el cuerpo y la mente de una mujer? Parece que después de días escuchando tanta violencia entendí la generalización, la normalidad de una situación que al principio me impactó por fuerte, dura y supuestamente aislada.

Imagen: María Eugenia Sánchez, directora de la Casa de la Mujer junto a víctimas y colaboradoras (c) Pablo Tosco / Oxfam

Algunas de estas mujeres ya no tienen fuerzas y no ven esperanza, pero muchas otras siguen luchando, dicen que no han logrado romperlas. Se apoyan en diferentes organizaciones para recibir apoyo, conocer otras historias, entender que deben denunciar y que pueden superar el daño sufrido. La casa de la mujer o Afrodes son algunas de estas organizaciones.

En un día como hoy, el Día de la Eliminación de la violencia contra la Mujer, toma especial relevancia la necesidad de solucionar un hecho que no es aislado y que goza de total impunidad. Las víctimas de estos crímenes exigen verdad, justicia y reparación pero no lo consiguen. En este sentido, y para entender la magnitud de este problema, en la actualidad se debate en el Congreso de la República de Colombia si la violencia sexual en el conflicto armado se considera crimen de lesa humanidad.
La definición establece que deben ser crímenes inhumanos, generalizados y sistemáticos dirigidos a la población civil. Las voces de las 489.000 mujeres que han sufrido violencia en Colombia entre 2001 y 2009 parecen contar historias que siguen esta definición.
Sandra Cava forma parte del equipo de comunicación de Oxfam Intermón