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Nadie Abu Nahla: estrategias activistas contra la violencia en Gaza

Rosa M. Tristán Rosa Tristán

A los 12 años de edad, Nadia Abu Nahla ya escribía artículos en el periódico palestino Al Hayat. Hoy es la directora de la organización Women´s Affairs Technical Committees (WATC) en Gaza y, sobre todo, una luchadora por los derechos de unas mujeres que han nacido y que viven en desamparo por parte de su gobierno, hoy en manos de Hamas, de la comunidad internacional y dentro de sus propios hogares, Activista y feminista, el Comité que hoy dirige Nadia quiere romper con el silencio de esas palestinas con derechos pisoteados, con vidas envueltas en un círculo de violencia del que llevan demasiados años sin salir.

Nadie, durante su reciente visita a España. Imagen: Rosa M. Tristán / Alianza por la Solidaridad

Nadie, durante su reciente visita a España. Imagen: Rosa M. Tristán / Alianza por la Solidaridad

Nadia ha visitado Madrid y ha querido conocer a quienes trabajan en Alianza por la Solidaridad, una ONG española que apoya su trabajo contra la violencia de género en esa Franja bloqueada por el Estado de Israel desde hace ya nueve años. Es demasiado tiempo para esos 1.800.000 seres humanos encerrados en apenas 385 kilómetros cuadrados, veinte veces menos que la Comunidad de Madrid.  En cuanto empieza a hablar impresiona su fortaleza y su tesón después de tantas décadas de lucha, tanto como sus profundas ojeras.

“Nací en Gaza de un padre implicado en la política y una madre que era profesora y que llegó a dirigir su colegio. Todos en casa hablaban del sufrimiento de perder su país en 1948 para convertirse en refugiados. Crecida en ese ambiente, desde muy joven me impliqué en la política y a los 12 años ya escribía en un periódico. Que yo sepa fui la primera niña en hacer algo así”.

Con esos comienzos no resulta extraño que en la universidad no tardara en movilizarse políticamente, ‘sobre todo cuando comprobé que mis compañeras no eran conscientes de los derechos que no disfrutaban, de la discriminación de su estatus respecto a los hombres.  Sus escritos en este sentido, le generaron no pocos problemas con las autoridades académicas. ‘Tuve trabas, que siguieron muchos años después, cuando el Estado de Israel me impidió continuar mis estudios en la Universidad de Birzeit, en Ramala, al prohibirme salir de la Franja durante cinco años bajo amenaza de cárcel’, recuerda.

En los años 80, cuando los grupos islamistas tomaban fuerza en Palestina, una joven Nadia de 18 años era elegida como representante estudiantil en su campus, la única mujer que ha ostentado ese puesto desde entonces. Años después, a raíz de la Primera Intifada de 1987, se convertiría ya en una reconocida activista en apoyo de las mujeres palestinas, ya fuera organizando  ayudas familiares, escribiendo informes o realizando acciones que las concienciaran sobre unos derechos que eran desconocidos para la mayoría.

Son recuerdos que me va traduciendo del árabe Sabah A. Armana, una  palestina que la acompaña y que vive en España. Sabah llegó a ser directora general del Ministerio de Asuntos Sociales de su país. Hoy, con el estatuto de refugiada política, sobrevive con apenas 450 euros de ayuda pública en Madrid, donde aterrizó hace cuatro años.

Ambas, Nadia y Sabah, tienen buen recuerdo de los acuerdos de Oslo de 1993, que permitieron crear la Autoridad Nacional de Palestina, y de la explosión de organizaciones que surgieron después, un panorama en el que las mujeres quisieron reivindicar su papel, invisibilizado por el gabinete de Yassir Arafat. “Entonces montamos el Comité (Women´s Affairs Technical Committees) y peleamos para que no se implantara por ley la obligación de pedir permiso al padre o al esposo para poder trabajar fuera de casa, tal como se pretendía. Otras metas no las conseguimos entonces, pero sí después, como una cuota del 20% en las candidaturas electorales”.

Todos estos avances se truncaron con la victoria de Hamas en Gaza, con el bloqueo, con los bombardeos continuos de Israel sobre las familias del recientemente denominado Estado de Palestina. “Ahora Hamás tiene  el control de las calles. A las niñas se las obliga a llevar velo en las escuelas. Es una vuelta al pasado en derechos que habíamos conseguido”, denuncia Nadia.

Un velo de tristeza se posa sobre su mirada, mientras su voz se torna indignada.  “La comunidad internacional no aceptó el triunfo de Hamás en 2006 y desde entonces no recibimos ayuda. En cinco años hemos sufrido tres guerras, 11.000 familias no tienen vivienda. A menudo nos falta la luz, el agua para beber, la comida. No se han reconstruido las infraestructuras que Israel destruyó porque el bloqueo lo impide. Y fallan los servicios de salud, la educación, la posibilidad de tener un empleo”, enumera acelerada, como si quisiera golpear la conciencia abstracta de esa comunidad internacional con sus palabras.

Todos sus compatriotas en Gaza viven con ello, pero reconoce que las palestinas son quienes más reciben los impactos de ese olvido. “La violencia de género aumenta cuando los maridos no trabajan y detectamos cada vez más depresiones entre las mujeres, que aumentan los suicidios.  Otras están cayendo en la adicción a drogas para evadirse de esa realidad de la que no creen poder escapar. En WATC les ayudamos, les damos formación sobre violencia, sobre sus derechos, intentamos que se organicen y que sean capaces de tener una profesión y unos ingresos. Pero el mundo no puede  cerrar los ojos a lo que pasa allí. Deben abrirlos y deben hacerlo ya”.

Rosa Martín Tristán es Coordinadora de Comunicación de Alianza por la SolidaridadAlianza por la Solidaridad trabaja con Women´s Affairs Technical Committees (WATC) en Gaza desde 2011 con un proyecto de lucha contra la violencia de género y  que incluye campañas de sensibilización para toda la población y es financiado con fondos de la Agencia  Española de Cooperación Internacional al Desarrollo (AECID)

Gaza: mujeres entre bombas

Por María Salvador 

Después de casi dos horas de viaje desde Jerusalén llegamos  a la entrada de Gaza. Un edificio parecido a un pequeño aeropuerto con varias torres de vigilancia, como si entraras a una cárcel, es lo que más llama la atención, aparte de un barullo de hombres que esperan en sus coches a la gente que logra salir. Traspasar la puerta me genera una sensación que va del miedo a la incertidumbre. Me vienen a la cabeza imágenes de la guerra del 2014, la operación denominada Margen Protector, que entre julio y agosto de 2014 acabó con la vida de 2.132 civiles, entre los que había al menos 302 mujeres y  582  niños y niñas. Aquellas bombas destruyeron 14 centros de salud y dañaron gravemente 50 clínicas de atención primaria y 17 hospitales.

Mujer en un paso en Gaza. Imagen de María Salvador

Mujer en un paso en Gaza. Imagen de María Salvador

Tras pasar los controles, un coche nos espera para llevarnos a visitar los proyectos que tiene en marcha Alianza por la Solidaridad para paliar los efectos de un conflicto que lleva activo más de medio siglo. Nuestro primer destino es la clínica de Al Buraij, un centro dedicado a la salud sexual y reproductiva para las mujeres donde reciben información básica sobre embarazos saludables, métodos anticonceptivos y que es un lugar seguro si sufren violencia de género. Allí se les proporciona una atención integral: salud, atención psico-social y asesoría legal; es la puerta de salida de esa violencia invisible en un entorno ya de por sí violento,  de un problema que supone un estigma social a quienes lo denuncian. En Al Buraij, reciben atención gracias a la cooperación española.

De camino no dejo de ver casas y edificios derruidos, marcados por las balas y las bombas. Ruinas que, cuando me fijo, compruebo son el techo de familias enteras. En algunas veo a los hijos pequeños jugando entre los escombros. En otras hay ropa tendida.

A la puerta de la clínica no espera Firyal. Lleva el atuendo de la mayoría de las mujeres en Gaza, con el pañuelo en la cabeza que no deja escapar un pelo. Es la coordinadora y quien nos presenta al personal, todas mujeres (tres abogadas, una psicóloga y dos trabajadoras sociales). En el servicio médico conocemos a la ginecóloga, la enfermera y la encargada de farmacia.  ‘El personal es femenino porque así es más fácil que vengan y podamos trabajar sus problemas, sobre todo la violencia de género’, nos asegura Firyal.

Descubro que casi todas son madres, hijas, incluso abuelas, empeñadas en atender a otras palestinas de escasos recursos. Cada día llegan a la clínica o visitan barrios para llevar información sobre cómo salir del círculo de las agresiones, el cuidado de los embarazos o la nutrición de los hijos. Va a casas, pero también a los precarios refugios de quienes perdieron sus hogares con la guerra.

Imagen de María Salvador

Imagen de María Salvador

Yo estoy aquí unos días, pero pienso en la vida diaria de cada una de ellas; en cómo sufren la incertidumbre, en las bombas caídas sobre sus casas. Viven cada hora la tensión de un conflicto sobre el que la mayoría ha perdido la esperanza de solución, conscientes de que a pesar de los acuerdos internacionales, todo se resume en un conjunto de intereses políticos que no dejan ver la vulneración de derechos de la población.  Pienso en estas mujeres palestinas que se esfuerzan para que al día siguiente alguna compatriota crea que Gaza es un lugar un poco mejor para vivir. Y desde Alianza por la Solidaridad queremos seguir apoyándolas en su tarea, pero también en su capacidad de lucha.

Hoy, 7 de julio, se cumple un año del inicio de la última ofensiva y desde entonces las bombas no han dejado de caer en este territorio. Cuando traspasé los controles de entrada fui consciente de que es una población encerrada, sin posibilidad de escape. El pasillo enrejado de casi dos kilómetros que separa Israel de Gaza se me hace interminable. Mi compañera Marta y yo nos miramos, incapaces de decir nada. Al entrar y salir de la Franja todo alrededor es tierra vacía.

Por paradójico que parezca, ya de regreso por ese mismo pasillo que parece no tener fin mi vista se fija en un cartel:  “Welcome to Israel”, reza. Pero yo no me siento bienvenida.

María Salvador es responsable del programa de Acción Humanitaria en Alianza por la Solidaridad

Una silla en la cumbre

Por Lara ContrerasLara Contreras

España está ocupando una silla en el Consejo de Seguridad de la ONU y lo hará durante dos años. ¿Qué significa estar en el Consejo de Seguridad de la ONU? Suena muy fuerte y es que es una gran responsabilidad. Supone entrar en el club de los garantes de la paz y seguridad mundial. Implica hacer todo lo posible para que mujeres, hombres y niños dejen de sufrir la violencia de la guerra, puedan huir de sus hogares e instalarse en un sitio seguro y reciban toda la ayuda que necesiten. Se trata de proteger a las personas.

Una mujer recoge agua en un campo de refugiados a las afueras de Trípoli (Libia). Imagen de Pablo Tosco / Oxfam Intermón.

Pero España puede pasar esto dos años sin pena ni gloria o dejar su huella como país que ha logrado cambiar la vida de las personas atrapadas en conflicto en especial de las mujeres y las niñas. Y digo en especial mujeres porque es donde España destaca frente a otros y porque presidirá el Consejo de Seguridad cuando se cumplan 15 años de la resolución 1325 que busca dar voz a las mujeres en la resolución de conflictos.

Abeer Al Madhoun es una mujer palestina que dio a luz a su hijo entre bombas en la última guerra de Gaza. No tuvo la oportunidad de huir de la guerra, no pudo acceder a un hospital seguro y sigue atrapada en Gaza sin poder ofrecer un futuro a su hijo. Además, su voz no está siendo escuchada ni tenida en cuenta por todos aquellos que dicen estar buscando una solución al conflicto palestino-israelí.

Abeer Al Madhoun, tras dar a luz en el hospital de Oxfam en la franja de Gaza. Imagen de Mohamed Al Babba / Oxfam

Abeer Al Madhoun, tras dar a luz en el hospital sostenido por Oxfam en la franja de Gaza. Imagen de Mohamed Al Babba / Oxfam

El primer viaje de nuestro Ministro de Asuntos Exteriores nada más sentarse en el Consejo de Seguridad ha sido a Gaza, es la primera vez que un Ministro de nuestro país entra en la Franja desde el inicio del Bloqueo israelí. Tras el viaje se ha comprometido a impulsar el proceso de paz de Oriente Medio.

Me pregunto si en su estancia en Gaza ha hablado con Abeer o con alguna mujer que ha pasado por lo mismo, si le ha preguntado qué significó dar a luz entre bombas, si se habrá interesado por saber qué futuro le quiere dar Abeer a su hijo y qué papel quiere jugar ella en la solución a este conflicto.

Yo como madre, tengo la gran suerte de decidir sobre mi vida y la de mis hijos y darles un futuro y quiero que mujeres como Abber también puedan hacerlo. Ahora España sí está en ese privilegiado club de países que pueden evitar que más mujeres se vean obligadas a vivir uno de los momentos claves de su vida, dar a luz a un hijo, en la guerra. Será de los países que pueden darles voz a mujeres como Abber para cambiar su vida y ver algo de luz en la vida de sus hijos.

España ha sido en los últimos años un país reconocido por su implicación en la defensa de los derechos de las mujeres y  con el objetivo de integrar la perspectiva de género en los procesos de construcción de paz, España elaboró en 2007 el Plan de Acción para la aplicación de la Resolución 1325. Este compromiso tiene que marcar la diferencia para la vida de las mujeres atrapadas en conflicto mientras España esté en el Consejo de Seguridad.

Las mujeres no sólo sufren la violencia de los conflictos, sino que muchas veces son utilizadas como arma de guerra en los mismos para humillar a los hombres. Además, son las que se responsabilizan de proteger a los hijos o tienen que huir solas con ellos y cuando se inician las negociaciones de paz no son invitadas a la mesa, como se ha visto en Afganistán o Gaza.

Quiero que pensemos que querríamos hacer nosotras si de pronto viviéramos en un conflicto y quiero que le pidamos al Gobierno español que se comprometa a darle lo mismos que querríamos para nosotras a todas aquellas mujeres que viven atrapadas en la violencia.

Lara Contreras es coordinadora de relaciones institucionales en Oxfam Intermón