Entradas etiquetadas como ‘cooperativa’

Tazas de café para un mundo más igual

Por Lula Gómez

“¿Un cafecito?”, esta invitación habitual que se repite en prácticamente todo el planeta puede representar mucho más que un espacio de charla agradable con el cálido brebaje. Para Agnes Nagmara, granjera, casada y madre de cinco hijos, este cultivo que llama a socializar le ha cambiado la vida. Ahora, esta mujer de Uganda tiene un sueldo, dispone de su dinero y cuenta con un espacio de trabajo donde –con o sin café- comparte historias.

Ser caficultura, producir el famoso grano con el que desayunamos a diario, le ha empoderado. Cuando Agnes se casó, recibió una pequeña plantación de café. Fue entonces cuando se dio cuenta de que las mujeres de su comunidad se llevaban la peor parte de aquel cultivo que para el músico Guiseppe Verdi era un bálsamo para el corazón y el espíritu. Lejos de disfrutar esas bondades, ellas lo cultivaban, secaban, tostaban y acicalaban, mientras que ellos, sus compañeros, lo comerciaban y obtenían los beneficios. Ahora, ellas cuentan con la autonomía asociada a una independencia económica. ‘Me siento genial porque después de trabajar, recibo dinero, lo llevo a la mesa con mi marido y discutimos qué hacer con él’. Aparte, el trabajo remunerado, le ha reportado otros bienes a la comunidad: las niñas y los niños de la comunidad ahora pueden ir a la escuela. Pero hay más.

Para Agnes Nagmara, caficultura ugandesa, el comercio justo es sinónimo de desarrollo. Foto: Pablo Tosco.

Cooperativa, que viene de la palabra cooperar, ha sido otro de los conceptos que esta mujer africana ha incorporado en su día a día. ‘Hemos dejado de estar encerradas en nuestras casas. Ahora, cuando vamos a trabajar, hablamos y compartimos ideas. ¿Que qué hacemos con los beneficios, que quién sabe cómo cultivar miel, que por cuánto te has comprado este vestido, qué quién baja a la capital…? Hemos desarrollado una amistad para la que antes no teníamos espacio’, explica.

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El patio de Alba, sin rosa ni azul

Por Eva MoureFoto Eva Moure

Lo primero que vi cuando entré al patio de Alba fue una carretilla de color lila apoyada sobre un poste, una de esas carretillas de currante,  para trajinar trastos. Era el recuerdo de una reunión de mujeres en la que había participado. Pensé que era un buen símbolo para Alba: trabajadora, decidida, sensible y muy consciente de su condición de mujer campesina, con tantas ganas de crecer como la caña de azúcar de su pequeña plantación, a 60 km de la capital, Asunción.

 

Antes de viajar ir allí, lo que sabía sobre Paraguay se reducía a unos cuantos datos: población que habla guaraní, sin salida al mar, una dictadura tan larga como la española que duró hasta el 89 y, en los últimos años, uno de los países más sexys para la inversión extranjera, sobre todo para empresas que buscan tierra buena- bonita- barata donde plantar soja, maíz y otros productos para la exportación. Como trabajadora de Oxfam Intermón, también sabía que en el departamento de Arroyos y Esteros de Paraguay está Manduvirá, una cooperativa azucarera de comercio justo  que es un referente de organización ejemplar desde que hace 40 años plantó cara a la empresa local que esclavizaba a los trabajadores y apostó por el asociacionismo, el desarrollo ecológico y la producción en pequeñas fincas. Dicen de sí mismos que están haciendo una ‘revolución dulce’, asegurando que los socios reciben semanalmente la paga por su producción, dando servicio técnico, crédito,  asistencia sanitaria y educativa, además de fomentar la participación y la negociación colectiva. De las 1.700 personas que forman hoy la cooperativa, el 44% son mujeres. Y Alba es una de ellas. Por eso tenía ganas de conocerla, a ella y a otras socias de la cooperativa.

 

Alba Zaracho en un momento de descanso tomando mate con su madre. (c) Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Alba Zaracho en un momento de descanso tomando mate con su madre. (c) Pablo Tosco / Oxfam Intermón

 

Le pedimos a Alba, que tiene 35 años, no se ha casado, juega al voleibol y le gusta el fútbol, que nos cuente. Nos dice que está activamente implicada en la cooperativa. Cree en ella. Su padre vendió durante toda su vida la producción de caña a la empresa que ostentaba el monopolio local y pagaba arbitrariamente (cuando pagaba) a los trabajadores. Asociarse a Manduvirá el año 2006 fue un salto evolutivo. “Ahora tenemos más ingresos y con ese dinero podemos hacer muchas cosas más: invertir en la finca, comprar algunas cositas para la casa, estudiar, ir al oculista…”. A pesar de que la cooperativa fomenta la igualdad de género, nos cuenta que a los hombres no les gusta que las mujeres hagan trabajos en las fincas, “aunque las socias productoras se manejan muy bien”. Ella tiene una huerta para autoconsumo que trabaja ella misma y una pequeña finca con caña de azúcar para la que contrata jornaleros en época de la cosecha. Su clave para que hagan las cosas como ella quiere es “cómo les tratas”: con respeto pero firme, con las cosas claras. Exige, pero a cambio les paga un poco más. No hace bandera de ello, simplemente lo cuenta como su manera de trabajar en un entorno de hombres que al principio no la dejaban jugar con ellos a volei. Como en el patio de una escuela antigua, en rosa y azul.

Con Alba, como con tantas otras mujeres que empujan hacia adelante, me vuelve a la cabeza la habitación propia de Virginia Wolf. Decía que la libertad intelectual depende de lo material. Sin usar la palabra empoderamiento, Wolf señaló con el dedo que sin autonomía económica y sin espacio propio, la mujer no podía ser libre. El próximo reto de Alba es conseguir un trabajo en la fábrica que Manduvirá inaugura el 25 de abril, un hecho histórico: una cooperativa de pequeños productores que construye una fábrica para poder procesar su propia producción de azúcar. En un país que no ha levantado una fábrica desde hace más de 40 años. Bravo.

 

Eva Moure es periodista y trabaja en Oxfam Intermón

Maribel Villar: el cacao que salva vidas

Por Yasmina Bona Yasmina Bona

Me gusta el chocolate, desde siempre. Y todavía me gusta más desde hace unos días, cuando conocí a Maribel Villar y entendí que puede ser la clave para que muchas personas puedan vivir dignamente. Maribel vino a Barcelona a explicar cómo producen el cacao de comercio justo en República Dominicana. Desde el primer minuto me di cuenta de que lo que mueve a esta mujer, lo que la empuja a avanzar cada día, es una profunda convicción: cualquier cosa, por difícil que parezca, se puede lograr.

Maribel Villar, el pasado jueves 10 de octubre, en el encuentro #Avanzadoras celebrado en Madrid. Foto: Jorge París / 20 minutos

Maribel Villar, el pasado jueves 10 de octubre, en el encuentro #Avanzadoras celebrado en Madrid. Foto: Jorge París / 20 minutos

 

Maribel vive en San Francisco de Macorís, en la provincia de Duarte, la región donde se produce más de la mitad de todo el cacao de República Dominicana. Al morir su padre cuatro años atrás, ella, su madre y sus cuatro hermanas heredaron 170 hectáreas de tierra dedicadas al cultivo de cacao. A pesar de que el campo era el trabajo del padre de familia, ninguna de ellas conocía este sector. Nada extraño si tenemos en cuenta que en este país impera la idea de que es el hombre quien debe trabajar en el campo, y que se trata de una tarea demasiado dura para la mujer.

Maribel Villar cosechando frutos de cacao en República Dominicana. Foto: Guadalupe de la Vallina

Maribel Villar cosechando frutos de cacao en República Dominicana. Foto: Guadalupe de la Vallina

Maribel decidió tomar las riendas y dar continuidad al trabajo al que su padre había dedicado la vida entera. Tras probar experiencia en varias empresas comercializadoras de cacao, acabó uniéndose a Cooproagro, cooperativa que reúne a productores y productoras de cacao y que elabora el chocolate de comercio justo que vende Intermón Oxfam. Cuando vio que en la cooperativa cobraba entre un 25 y un 30% más que en el comercio convencional y que esto le permitía cubrir las necesidades básicas de su familia, no dudó en quedarse. Orgullosa y emocionada, me enseña la fotografía de un puente que han construido en su distrito gracias al dinero obtenido por la venta del cacao. Dice que este puente salva vidas. Gracias a él, ya no solo no pierden la cosecha, sino que pueden cruzar fácilmente de una orilla a otra, y si alguien enferma, puede ir al médico. La construcción de este puente ha sido posible porque parte de los beneficios de la venta de su cacao también recaen en la comunidad.

De los 1844 socios y socias de Cooproagro, solo 250 son mujeres. El trabajo de Maribel en la cooperativa, además de sembrar, cortar y picar el cacao, también consiste en conseguir la implicación de más mujeres. Lucha a diario por los derechos de las mujeres que, como ella, deben esforzarse para vivir en condiciones dignas. Cuando llegó hace un año, de los 200 socios y socias que había en su distrito, solo 12 eran mujeres. Hoy ya son 26. “Cuando entran a trabajar en la cooperativa, ven que pueden ayudarse a sí mismas. Valoran los logros conseguidos, como que sus hijos puedan ir a la escuela, el acceso al agua potable, a la sanidad…”. Maribel sabe que el trabajo en el campo no es fácil, pero “se puede”. “Mientras tengamos manos, brazos, piernas y salud, ¡se puede!”, expresa convencida.

La semana pasada, Maribel pudo compartir su historia con otras 20 mujeres activistas de América Latina, África y España en el 1r Encuentro Internacional de Mujeres que Transforman el Mundo. Allí se compartieron experiencias de lucha para conseguir que las demandas de las mujeres se escuchen con más fuerza. Entre estas experiencias, Maribel pudo contar su historia, la historia de este cacao dulce con sabor a derechos e igualdad.

 

Yasmina Bona es periodista y trabaja en Intermón Oxfam