Archivo de la categoría ‘Salud física y mental’

La desigualdad sanitaria como violencia

Por Soledad Muruaga 

Más allá de la genética, las mujeres sufrimos determinadas enfermedades simplemente por el hecho de serlo. En los últimos años, tanto desde la Organización Mundial de la Salud (OMS), como a través de las investigaciones y estudios publicados por el Observatorio de Salud de las Mujeres (OSM) de nuestro país, se evidencian muchas de las diferencias y desigualdades en todos los aspectos relacionados con la salud de los unos y otras.

Pero a pesar de los datos, la mayoría de los profesionales de la salud no tratan a las mujeres y su salud con perspectiva de género. Vivimos en un modelo que, por ejemplo, no cuestiona la desigualdad que arrastran las mujeres por la carga extra de trabajo doméstico y cuidados que realizan. Y ese desequilibrio pasa factura en cuanto a fibromialgias, migrañas o anorexias nerviosas. Es una evidencia, el 90% de las enfermedades físicas que se dan entre las mujeres están relacionadas por no entender las cuestiones de género. 

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#MeNiegoA que los celos sean una excusa

Por Sandrine Muir

Jackline Añez tenía 21 años. Fue asesinada por su exnovio celoso de un disparo en la cabeza. Ella se negaba a retomar la relación.

Para muchos, los celos forman parte de cualquier relación. “Los celos son una prueba de que hay amor”, dijeron uno de cada tres entrevistados. “El control del celular evita la infidelidad” señalaron dos de cada cinco. Eran las respuestas de un grupo de jóvenes de Bolivia de entre 16 y 21 años a los que nos acercamos para saber hasta qué punto habían normalizado una serie de creencias y valores que justificaban la violencia. Muchos de ellos nos hablaban de “celos positivos” y lo explicaban como la única forma en que alguien que te ama te expresa su interés.

Detalle del vídeo «Los celos no son excusa», un experimento sociológico de Oxfam en Bolivia.

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Silencio es una palabra

Por Natalia Sánchez 

Alguna vez, alguien dijo de mí que fui “la más silenciosa” del grupo, y tuvo razón. Mi silencio proviene de tantos intersticios míos que ya no sé cuál es su origen certero o el que debería contar. Mi silencio podría provenir de esa duda: ¿qué debo decir? O de esta: ¿por qué lo voy a decir? O, tal vez, de esta: ¿debo decir? Antes de hablar, silencio. Para mí, las palabras no son ligeras. Por eso, hago lo que hago a pesar de su paradoja: el silencio cesa cuando empieza la escritura. O, más bien, el silencio se transforma cuando empieza la escritura. El silencio no es un espacio vacío. ¿Qué comunica el silencio entonces? ¿Estoy siendo consecuente?

De pronto, es mi turno de hablar sola y frente a la cámara. Micrófono sobre blusa blanca, pantalón y saco negros. Sentada en una banca en medio del jardín botánico de Medellín cuando acaba de detenerse la lluvia. Indicaciones: no mires a la cámara, mira a la periodista que se ha sentado al lado de ella y habla como lo haces normalmente.

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Las mujeres viudas luchan por la supervivencia en la crisis de Lago Chad

Por Nafkote DabiNafkote Dabi

Decenas de miles de hombres y chicos han desaparecido desde que comenzó el conflicto en Noreste de Nigeria hace ocho años. Algunos han sido asesinados o secuestrados por Boko Haram; otros han sido detenidos por el ejército y nunca se les ha vuelto a ver. Hombres y chicos se han convertido en objetivo para ambas partes del conflicto. Las mujeres y los niños que dejan atrás enfrentan una crisis humanitaria sin protección, con poco o ningún apoyo, y bajo la amenaza de explotación y abusos sexuales. Pese a todo, su lucha por la supervivencia en un ambiente lleno de inseguridad no deja de sorprenderme.

Aisatu junto a un grupo de mujeres en la entrada al campo de desplazados de Muna Garage a las afueras de Maiduguri. Foto: Pablo Tosco/Oxfam

Un grupo de mujeres en la entrada al campo de desplazados de Muna Garage a las afueras de Maiduguri, Nigeria. Foto: Pablo Tosco/Oxfam

«Muchas mujeres son viudas. Tienen que ir al mercado para vender pequeñas cosas para poder alimentar a su familia, o mendigar en la calle para sobrevivir”. Aisha, mujer desplazada de 40 años.

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Herederas de las ruinas en República Centroafricana

Por Júlia Serramitjana

Josephine Mbette es una de las mujeres que conocimos junto al fotoperiodista Pablo Tosco el año pasado en Bangui, la capital de República Centroafricana. Fue en Mukassa, uno de los campos de desplazados en los que, en esa época, se mezclaban sentimientos de frustración, nostalgia y esperanza. El campo se empezaba a vaciar y algunas mujeres estaban volviendo a sus casas en ruinas para intentar regresar a una vida normal.

Josephine era una de ellas. Había sufrido mucho por el conflicto, pero, a la vez, transmitía serenidad y valentía.

Josephine entre las ruinas de su casa destruida, dónde regresa a limpiar las hierbas ya recoger vegetales silvestres para comer. Huyó cuando quemaron su casa y mataron a sus vecinos. Foto: Pablo Tosco/Oxfam

Josephine entre las ruinas de su casa destruida, dónde regresa a limpiar las hierbas ya recoger vegetales silvestres para comer. Huyó cuando quemaron su casa y mataron a sus vecinos. Foto: Pablo Tosco/Oxfam

Conocimos a muchas como ella, mujeres a quiénes el conflicto les había arrebatado familiares, hogar, pertenencias, la cotidianidad, incluso la dignidad, y había convertido su vida en ruinas. Pero se levantaban todos los días y seguían adelante.

Durante el tiempo que estuve trabajando en este país pude ver como muchas mujeres acababan normalizando la violencia, las agresiones y los abusos sexuales a los que, a menudo, son sometidas, ellas y su entorno familiar.

Aun así, me sorprendía la valentía y la capacidad de sobreponerse a las situaciones adversas. Y es de lo que trata el proyecto ‘Herederas de las ruinas’, un recorrido fotográfico por la resiliencia de las mujeres en este conflicto silenciado.

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«Organízate si no quieres que te organicen»: Las Kellys luchan contra la precariedad laboral

Las Kellys

Por Las Kellys

Seguro que alguna vez os ha pasado, estás en la habitación del hotel y llaman a la puerta despacito: “Toc-Toc, permiso, camarera, servicio de habitaciones, limpieza.

Somos las camareras de pisos, Las Kellys, las mujeres “Kellympiamos” las habitaciones en los hoteles. Mujeres, hasta hace poco invisibles, que se mueven sin parar y desarrollan un trabajo feminizado poco valorado pero imprescindible, estructural. Sin él, los hoteles no podrían existir ni promocionarse porque nadie paga por dormir en una habitación sucia.

Sobre el departamento de pisos los hoteleros depositan la responsabilidad de hacer que los clientes se sientan como en su propia casa durante la estancia. El problema es que no suelen proveer el tiempo ni los medios para ello. Además, el turismo low cost no siempre se acuerda de meter el civismo en la maleta cuando viaja, todo hay que decirlo.

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Un caballo de Troya para los derechos de las mujeres en Brasil

Por Jurema Werneck

“Brasil lleva el estigma de la flagelación en su alma”. Esta frase de la investigadora Sonia Correa llama la atención sobre las ideas y prácticas de castigo, violencia y tortura como métodos de control y dominación de determinados segmentos de la población. No me refiero solo a las millones de las personas negras esclavizadas y a sus actuales descendientes relegados a la marginalidad y expuestos a todo tipo de violencia en Brasil. Me refiero también a las amenazas que las propuestas de reformas legislativas en el Congreso Nacional significan para las mujeres brasileñas de todas las razas.

Recientemente hemos seguido de cerca una propuesta de enmienda a la Constitución cuyo supuesto propósito es proporcionar importantes beneficios a la salud reproductiva de las mujeres. El proyecto de ley propone extender el período de licencia por maternidad en los casos de parto prematuro, con el objetivo de mejorar la salud de los recién nacidos.

Sin embargo, este proyecto de ley es un caballo de troya que oculta una trampa peligrosa: la propuesta de reforma de los artículos 1° y 5° de la Constitución plantea extender la idea de inviolabilidad de la vida al momento de la concepción. De esta manera, el embrión gozaría de la misma protección que el recién nacido. Al establecer que la vida es inviolable desde la etapa embrionaria, esta maniobra prohíbe interrumpir el embarazo en cualquier situación, incluso en aquellos casos en que la ley lo permite: cuando el embarazo es el resultado de una violación, cuando el feto no puede sobrevivir después del parto y cuando constituye un riesgo para la salud o para la vida de la madre.

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En el Día Internacional por la Despenalización del Aborto: Ni muertas, ni presas, ni clandestinas. Nos queremos vivas y libres.

Por Sílvia Aldavert Garcia

 

Hoy me he sentado a escribir como un ejercicio de autogestión emocional, de esa que repensamos tanto y, a las activistas, nos cuesta horrores. Mis piernas no quieren estar sentadas, quieren estar en la calle, en la que es mía y nuestra. Pero mi cabeza, con el ruido del helicóptero clavado en la sien, sabe que poner negro sobre blanco es imprescindible para avanzar en una lucha que es de todas.

Hoy 28 de septiembre celebramos el Día Internacional de la Despenalización del Aborto declarado el 1990 por la Asamblea del Movimiento Feminista en el V Encuentro Feminista Latinoamericano. Es nuestro día, las feministas nos lo apropiamos para exigir, año tras año, la despenalización del aborto y su acceso seguro a los gobiernos de todo el mundo. ¿Por qué? Las cifras de la Organización Mundial de la Salud hablan por sí solas:

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Me llamo Sara y no soy pecado

Por Maribel Maseda

Sara es musulmana, comprende y comparte la libertad de culto y se rebela contra la alienación de la mujer -y más aún cuando se obliga a aceptarla como prueba de fe-. Su historia de abanderada de los derechos de la mujer comienza, sin saberlo, en el seno de una familia en la que se entrega a las hijas al hombre llegada la edad apropiada para ello.  Sara se niega a ello y se enamora de un hombre que: “me deja que estudie y que vaya a la Universidad. Me trataba con importancia”.

“Si las mujeres fuéramos un pecado, Dios no nos hubiera creado. Si solo quisiera a los hombres, no nos habría hecho a nosotras”. Imagen de Maribel Maseda.

Poco tiempo después se casan y, en uno de sus viajes al país de él -y embarazada de su primer hijo-, le comunica que no volverán a Europa. A partir de ese momento todo comienza a cambiar aunque Sara tarda en reconocerlo. En casa los gritos y los insultos se suceden y poco a poco él comienza a incorporar actitudes propias de un secuestro. No se le permite utilizar el teléfono ni siquiera para comunicarse con su familia, tampoco asomarse a la ventana, que debía mantener cerrada. Embarazada ya de su segundo hijo, permanece encerrada en la casa día y noche, sin comida ni mantas. Tampoco puede ver a su hijo mayor, que se había llevado su familia política. Pasaba así días enteros hasta que el marido volvía por la noche y ella debía mantener relaciones sexuales con él.

Un día convence al marido para viajar a su país. En su mente estaba la idea de poder escapar, pero cuando llega el momento del viaje, de nuevo le informan de que su hijo mayor, de dos años, no viajará con ellos. De esta manera renuncia a la idea de la huida y continua su cautiverio, esperando la ocasión para intentarlo pero sin separarse de sus hijos. Es golpeada y amenazada de muerte, y las escasas veces que puede salir a la calle debe hacerlo cubriéndose con los ropajes tradicionales a los que ella no está acostumbrada. Debe sujetar la tela con la boca, por lo que no puede hablar libremente y, si se le cae mostrando su rostro o su pelo, será castigada severamente.

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Violación correctiva

Por Nuria Coronado

A la argentina Eva Analía De Jesús, conocida como Higui, el 16 de octubre de 2016 se le ha quedado grabada en el alma para siempre. Aquel fatídico día “ser mujer, lesbiana y pobre”, tal y como ella misma confiesa, le pasaron una terrible factura. Un grupo de 10 hombres intentó cometer lo que se conoce como una “violación correctiva” contra ella. La violación colectiva de lesbianas por parte de hombres con el fin de hacerlas mujeres y que sepan cómo se siente probar a un verdadero hombre” es desgraciadamente una realidad en muchos lugares.

Pintadas en defensa de Higui. Imagen facilitada por su campaña de apoyo.

A Higui, esta manada de seres (que no humanos) la acorralaron en el pasillo del edificio en el que vivía una de sus hermanas – donde había ido a celebrar el día de la madre-  para según ellos, cambiarla a la acera correcta. La tiraron al suelo, golpearon, dieron patadas y sentenciaron: “Te voy a hacer sentir mujer, forra lesbiana«, le dijo uno de los agresores, mientras le rompía los pantalones. “Vamos a empalar a la torta”, decía otro.

Ella no solo sacó fuerzas de donde pudo, también un pequeño cuchillo que llevaba por prevención en el pecho – no era la primera vez que la insultaban, amenazaban e incluso apedreaban por ser homosexual-. En el forcejeo, Cristian Espósito, uno de los agresores  (se le echó encima, intentó quitarle el pantalón y bajarle las bragas) y cayó herido por el puñal. Murió a las pocas horas.

Pese a lo terrible del suceso, como ocurre en demasiadas ocasiones, la víctima se convirtió en verdugo y además culpable de lo sucedido. Varios de los participantes en el hecho la denunciaron ante la policía por el apuñalamiento y posterior desenlace. No importó el testimonio de Higui, ni sus moratones, ni su miedo. Las autoridades decidieron que debía estar en un penal de mujeres hasta la celebración del juicio. La violación esta vez no solo era grupal y correctiva, también era institucional.

La madre de Higui en una movilización por su libertad. Imagen de Sebastián Hacher.

Esta otra violación continuaba en la Comisaría 2da donde al tomarle declaración de los hechos los funcionarios no la creían. Llegaron a reírse y decir “¡quién te va a querer violar con lo fea que eres!”. El resto le vino dado por la Unidad Funcional de Instrucción nª 25 de Malvinas Argentinas, el Juzgado de Garantías en lo Penal nª 6 de San Martín. Las declaraciones de los agresores la llevaron a prisión preventiva y al inicio de un juico por homicidio.

En la cárcel ha pasado ocho meses terribles. Pero su celda no han sido las cuatro paredes que la han cobijado. Su calabozo lo ha construido el machismo y la homofobia que recorre el mundo. De su cruel mazmorra ha salido gracias a las de siempre: a las mujeres valientes como su madre y sus hermanas, a las periodistas feministas que la han acompañado en este calvario, a las organizaciones LGTB que se han manifestado con la bandera de la libertad y el arrojo. El no callar de todas ellas durante estos meses, junto al escándalo internacional que ha conllevado, ha servido para que los jueces reconsiderasen su decisión y la dejaran en libertad, por la noche, casi a hurtadillas, a la espera del juicio.

En la prisión ha sufrido pesadillas por el encierro pero también se ha sentido acompañada por otras mujeres. Y es que, tal y como ha explicado en una carta de puño y letra publicada por el portal La Poderosa nada más salir del penal compartió celda “con ocho pibas amigables, entre clases y deportes que practicábamos dos veces a la semana, de modo que pude volver a correr. Y volver a respirar… Aun en los peores momentos, busqué la fuerza en las notitas que me mandaban mis sobrinos y en los dibujos que me hicieron con todo su amor, entre otras cartas que fui recibiendo y los gritos de ustedes, gargantas poderosas. Todos esos gestos me ayudaron a seguir, sostenida por sus abrazos… Tenía esperanzas de poder salir en cualquier momento, porque confiaba en ustedes, en esa fuerza que pusieron muchísimas mujeres desde afuera, para que yo la sintiera desde adentro”.

Higui se arrepiente de lo sucedido, ha llorado, se ha indignado. “Sin embargo solo tenía una elección: su vida o la de él”, me contaba Azucena su hermana. “Pese al calvario de verla en prisión, era mejor el truculento viaje de tres horas desde nuestro domicilio al Magdalena, Unidad 51 del Servicio Penitenciario Bonarense y los duros registros que sufríamos al entrar, que el tener que ir a verla a un cementerio. Hemos dado gracias, y las damos, porque siga viva”, añade.

Ahora ya en libertad, Higui no piensa callar. Tampoco le amedrentan las amenazas que está recibiendo por Facebook (hacia ella y su familia) y que ya ha denunciado a las autoridades. ¿Por qué hacerlo? Solo quiere ser ella. “Hay que seguir gritando, ¡la libertad no se mancha! Antes de pasar este calvario que me llevó a la cárcel, la vida tampoco me había resultado sencilla. Me discriminaban por la forma de caminar y no me aceptaban en ningún trabajo, sin tener en cuenta nada de mi interior, ni cómo soy en realidad, ni cuánto soy capaz de dar. Debí arreglármelas como pude, haciendo esas changas de jardinería que hoy me apasionan, porque siempre me gustó trabajar, sin techo, al aire libre. Y sí, por ser lesbiana debí soportar muchas agresiones; tantas que, llegado un punto, no me quedó otra que mudarme. Pero no fue suficiente, ni eso alcanzó para evitar que me atacaran con total impunidad: la Justicia portándose mal conmigo y mis atacantes en libertad. ¿Por qué todo esto? ¡Por pobre y por lesbiana! Pero ahora soy libre. ¡Soy libre, carajo!”.

Nuria Coronado es periodista, consultora en comunicación y editora.