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Cumbre de París, último día: Nada sobre nosotras sin nosotras

Hoy escribe Sagrario Monedero López.  Desde la Cumbre sobre Cambio Climático en Paríssagrario monedero

Jessica es una mujer de piel muy morena, bajita y muy sonriente. Aunque su aspecto transmite mucha cierta fragilidad, Jessica es una luchadora nata. En el año 2013, el tifón Haiyán arrasó su pueblo llevándose por delante su casa, sus cosechas, su proyecto de vida y sus ilusiones. También acabó  con la vida de uno de sus hijos. El tifón Haiyán provocó en Filipinas la muerte de más de 6000 personas, miles de desaparecidos y desaparecidas y cuatro millones de personas desplazadas. Aunque afectó fuertemente a grandes sectores de la población filipina, las consecuencias fueron más graves en el caso de los grupos en peor situación. El de las mujeres, especialmente.

Melanie Smith InspirAction Filipinas tifon Haiyan

Afectados por el tifón Haiyan en Filipinas. Imagen de Melanie Smith, Inspiraction

Después de todo lo que hemos leído esta semana en Más de la mitad, no estoy descubriendo nada si digo que las mujeres sufren más duramente las consecuencias del cambio climático. Y, ¿por qué? Pues se puede resumir en que la pobreza tiene rostro de mujer y son las personas más pobres las que más expuestas están al cambio climático (al mismo tiempo que, por cierto, son las que menos han contribuido a generarlo). En países en desarrollo como Filipinas, son las mujeres las que más dependen de sectores como el de la agricultura, muy vulnerable a los efectos del cambio climático y sus viviendas suelen estar construidas con materiales de peor calidad, poco resistentes a tormentas, inundaciones o huracanes. También con frecuencia  suelen estar emplazadas en las zonas más marginadas y en peores condiciones en cuanto al terreno y a la cercanía a los caudales fluviales.

Pero esto no es todo. Sabemos que cuando se producen desastres naturales, las mujeres tienen menos acceso a medios anticonceptivos por lo que existe mayor probabilidad de que se produzcan embarazos no deseados, con los efectos que éste tiene tanto si se sigue adelante como si no. Más ejemplos: en situaciones de desastre y crisis humanitaria aumenta el riesgo de las mujeres de sufrir violencia sexual debido al hacinamiento y a la situación de caos que se suele producir en la zona.

Pero esto no es sólo un problema de las mujeres que viven en países del sur global. También las mujeres europeas se ven afectadas de manera distinta por cuestiones relacionadas con el medio ambiente: la proporción de mujeres en situación de pobreza energética en España es mayor que la de hombres. Y no sólo en los impactos hay diferencias, sino también en la generación del calentamiento global: según un estudio del European Institute for Gender Equality, en el uso del coche privado como medio transporte los hombres europeos nos ganan por goleada.

En estos días se está celebrando en París la Cumbre de Naciones Unidas contra el cambio climático conocida como COP21. Es la primera vez en la historia que estamos a punto de conseguir  un acuerdo global, vinculante y justo sobre cambio climático. Sin embargo, este proceso está pecando de ser ciego ante las desigualdades de género y de no reconocer que las mujeres contribuyen de manera distinta al cambio climático y que, sobre todo, se ven afectadas también de manera distinta por los impactos de éste. Ayer, a la entrada al recinto de Le Bourget donde están teniendo lugar las negociaciones, podíamos leer en un cartel: “Nada sobre nosotras sin nosotras”. Los derechos de las mujeres y la equidad de género deben ser parte fundamental del acuerdo que salga de esta cumbre y de las estrategias de lucha contra el cambio climático. Y sí… si las mujeres están siendo ya las más afectadas por los impactos del mismo es esencial que estén incluidas en todos los espacios de decisión de manera equitativa.  Es lo mínimo que se puede pedir.

Sagrario Monedero López  es responsable de incidencia política de InspirAction.

¿Cómo lograr una oportunidad frente a la amenaza del clima?

Rosa_Martínez

Por Rosa Martínez

Aunque los países llamados desarrollados (Europa, Estados Unidos, Canadá) son los principales responsables del cambio climático, no son los que a día de hoy están sufriendo sus consecuencias de una manera más dura (al menos no todavía y no por mucho tiempo, en todo caso). Por el contrario, son los países que menos han contribuido al cambio climático, y por tanto, la población mundial más pobre la que más está viendo afectado su, ya de por sí, precario modo de vida.

Las mujeres y las niñas sufren especialmente los efectos del cambio climático. Imagen: Getty Images.

Las mujeres y las niñas sufren especialmente los efectos del cambio climático. Imagen: Getty Images.

Como la mayor parte de las cuestiones que afectan a los derechos, son las mujeres, por norma general más pobres y más vulnerables en cualquier sociedad,  las que más sufren las consecuencias del cambio climático.

Su incidencia en la agricultura, los desastres naturales, o las migraciones afecta de manera diferente y más severa a las mujeres debido al rol social, la discriminación y la pobreza que sufren. Cultivar comida o buscar combustible y agua en un contexto climáticamente hostil es el día a día de millones de mujeres en el mundo. Y por si fuera poco, según estudios de la ONU en caso de desastre natural tienen más posibilidades de morir. No es de extrañar por tanto, que hoy día las mujeres supongan 20 de los 26 millones de personas refugiadas que se han desplazado a consecuencia del cambio climático.

Entonces ¿qué tenemos que cambiar para que las mujeres tengan una oportunidad real frente al cambio climático? En primer lugar es imprescindible sensibilizar a la sociedad sobre la justicia climática y las consecuencias sociales y demográficas del cambio climático. La Cumbre del Clima que empieza hoy debe cerrar un acuerdo justo que asegure derechos humanos para todas las personas, teniendo en cuenta que sin igualdad de género no habrá desarrollo.

Hay que conseguir un reparto justo de los fondos disponibles para adaptación y mitigación del cambio climático, priorizando los lugares donde el impacto es mayor. Por ejemplo, el 32% de este dinero acaba en Europa y sólo el 4% en el África subsahariana, y además menos del 1% está enfocado a las necesidades de las mujeres en los países más afectados. Y por último, la eterna cuestión del acceso al poder. Las negociaciones climáticas están en manos de hombres: sólo el 20% de los miembros los comités de la ONU para cambio climático son mujeres y el 10% del equipo directivo del Green Climate Fund. Las mujeres deben aumentar su representación en la toma de decisiones climáticas.

Garantizar los derechos, contar con más recursos y tener una mayor representación es imprescindible si queremos construir un mundo justo e igualitario. Sabemos que empoderar a las mujeres, puede cambiar el mundo, por eso es necesario contar con las mujeres en la lucha contra el cambio climático.

Rosa Martínez es coportavoz de Equo 

La economista que sentía vergüenza por lavarse el pelo

Por Marta Val

Tengo una caldera que tarda en calentar el agua. Hay que dejar abierto el grifo hasta que sale el agua de la ducha a la temperatura deseada. Tengo prisa y esos minutos de espera se me hacen eternos. Esta mañana se me ocurrió cronometrarlos: cada mañana mi ducha está sacando agua a presión durante 4 minutos. O lo que es lo mismo, por el grifo de mi ducha salen unos 75 litros de agua durante este tiempo. Esa es la cantidad de agua que, según los indicadores Sphera que utilizamos en situaciones de emergencia, necesita una familia de 5 miembros durante todo un día. Y yo todavía no he empezado a ducharme, sólo estoy esperando que el agua se caliente.

Una mujer transporta agua en un barrio de Bria (República Centroafricana). Imagen de Pablo Tosco / Oxfam Intermón.

Una mujer transporta agua en un barrio de Bria (República Centroafricana). Imagen de Pablo Tosco / Oxfam Intermón.

Es increíble cómo somos capaces de aprovechar el agua cuando no nos sobra. En la cuidad siria de Salamiyah, donde Oxfam está trabajando en un proyecto de mejora de acceso agua potable, Razam, una economista de 30 años cuenta cómo, desde que comenzó el conflicto, tener agua se ha convertido en su obsesión; siempre ha disfrutado de agua corriente en su hogar, pero desde que la guerra afectó a su ciudad, los cortes de agua han sido continuos. A veces se  quedan hasta un mes sin servicio.  Ella explicaba lo culpable que se siente cada vez que se lava el pelo (lo ha reducido a dos veces semanales) y siempre utiliza dos baldes, de manera que no se desperdicie ni una gota. El agua después se reutiliza para el inodoro. De la misma forma, han conectado la manguera de salida de la lavadora a un depósito, donde almacenan el agua con la que lavan después los suelos de toda la casa.

En Bangui, capital de República Centroafricana, en situación de conflicto desde 2013, las mujeres todavía lo tienen peor. Antes del conflicto, sólo una ínfima parte de la población tenía conexión de agua en sus casas. Algunas familias compraban agua en pequeños kioscos esparcidos por la ciudad,  propiedad de la empresa municipal de agua, donde las mujeres llenaban sus recipientes y pagaban en función de la cantidad suministrada, 207 francos o lo que es lo mismo 0,32 euros por metro cúbico. Pero la mayor parte de las familias en Bangui no pueden permitirse este servicio y las mujeres se abastecen  de pozos tradicionales, no protegidos. Algunas de ellas, las menos, utilizaban lejía para desinfectar el agua antes de beberla. En general un acceso a agua potable bastante limitado, sobre todo en términos de calidad.

A partir de 2013 y como consecuencia del conflicto, este endeble sistema de servicio de agua potable se vio seriamente afectado; los kioscos quedaron inservibles, algunos fueron directamente atacados  y la mayoría quedaron fuera del perímetro de seguridad de la población. Lo mismo pasó con los pozos tradicionales, los pocos que quedan accesibles por seguridad están todavía más contaminados, y tratar el agua ya no es para nadie una prioridad. A eso se suma un aumento de la tensión ya existente alrededor de los escasos puntos de agua accesibles. En conclusión, antes del conflicto el acceso a agua potable era muy limitado; después del conflicto  es inexistente; prácticamente ya nadie tiene agua potable en Bangui.

Y aquí, como en tantos otros países, la mujer tiene el rol y la responsabilidad heredada de buscar y traer agua a la familia. Y cuando las fuentes de agua ya no son accesibles y  encontrar agua es una necesidad, ellas son capaces de todo con tal de conseguirla. He visto una mujer con un bebé a la espalda llenar una garrafa con un cacito de metal, cogiendo cuidadosamente, con mucha calma, el agua de un charco de lluvia en la cuneta de una carretera.

Como Razam, que se siente culpable por lavarse el pelo, siento que estos testimonios me llevan a un profundo sentimiento de vergüenza y de rabia. Voy a reciclar los 75 litros que se me van por el desagüe cada mañana antes de la ducha. Y también dar a conocer todo lo que puede hacerse para resolver esta situación, a través de proyectos de agua potable en situaciones de emergencia. Sé que es muy poco, casi ridículo ante realidades tan aplastantes. Pero debe ser mi forma de contribuir a entender mejor el privilegio que tenemos cada día cuando disfrutamos del agua.

Marta Val es experta en proyectos de cooperación internacional de abastecimiento de agua, saneamiento y promoción de higiene.

Ruda: lecciones contra la violencia de las avanzadoras indígenas

Por June Fernández June Fernández

‘No podemos ayudarlas si no denuncian. No podemos ayudarlas, no podemos apostar, y no digo el Gobierno, digo toda la sociedad, si esas mujeres no denuncian’. Esta es probablemente la declaración política sobre violencia de género más indignante que he escuchado. La pronunció Ana Mato cuando era ministra de Sanidad, Asuntos Sociales e Igualdad, y no pasó desapercibida para las feministas. El colectivo madrileño ‘Las Tejedoras’ presentó en 2014 un cortometraje sobre la revictimización de las mujeres que deciden denunciar situaciones de violencia, titulado ‘La última gota’, e incluyeron las irresponsables palabras de la ministra. Las entrevisté en Pikara y me dijeron lo siguiente: ‘Estamos tomando conciencia de que la respuesta institucional no es suficiente, de que tenemos que hacer algo, pero no tenemos herramientas. Hemos de empezar a pensar estrategias colectivas y trabajar en autodefensa feminista para promover el empoderamiento de las víctimas y enfrentar a los agresores’.

Reunión de lideresas en la grabación del documental Ruda, de Oxfam Intermón / Avanzadoras. Imagen de June Fernández.

Reunión de lideresas en la grabación del documental Ruda, de Oxfam Intermón / Avanzadoras. Imagen de June Fernández.

Cuando desde Oxfam Intermón me propusieron participar en un documental sobre las mujeres indígenas organizadas contra la violencia en Guatemala, en seguida tuve claro que quería centrarlo en aprender de sus estrategias comunitarias. Marcela Lagarde define feminicidio como los asesinatos sistemáticos de mujeres, por el hecho de ser mujeres, cuando ocurren en un contexto de complicidad o inacción por parte de los Estados. En Guatemala se registran 45 muertes violentas de mujeres al mes. Desnaturalizar la violencia es especialmente complejo en un país que ha pasado 36 años en guerra, en el que sigue sin reconocerse que hubo un genocidio maya y en el que la violencia es el pan de cada día. A la vez que reclaman al Estado que garantice el derecho a la vida, las organizaciones de mujeres indígenas que conocí en Guatemala apuestan por promover el empoderamiento de las mujeres para que pasen del estatus de víctima de violencia machista al de lideresa que defiende los derechos de las mujeres de su comunidad, empezando por dar apoyo y acompañamiento ante situaciones de maltrato o de discriminación.

Reunión de mujeres indígenas de Guatemala en el patio de una casa. Imagen del documental Ruda, de June Fernández para Oxfam Intermón.

Reunión de mujeres indígenas de Guatemala en el patio de una casa. Imagen del documental Ruda, de June Fernández para Oxfam Intermón.

Me emocionó conocer a señoras como Doña Sebastiana y Doña Candelaria, abuelas que han vivido toda una vida de maltrato y que, ya pasados los 60 años de edad, entienden que son valiosas, que pueden utilizar sus experiencias y sus saberes para ayudar a otras mujeres violentadas. Aprendí con ellas y con Natalia, curandera quiché, la importancia de integrar la sanación en la intervención en violencia de género, con gestos tan sencillos como preparar a la mujer violentada un té con plantas medicinales (como la ruda, de ahí el título del documental) o hacerle un masaje. Frente a la pretensión de que la víctima de malos tratos corra a la comisaría a denunciar y tenga que enfrentarse a un juicio rápido -en el que muchas veces pareciera que es a ella a quien se está juzgando-, con estas lideresas entendemos que lo prioritario es el bienestar emocional de la mujer violentada.

Consejeras y avanzadoras. Imagen del documental Ruda, de June Fernández para Oxfam Intermón.

Consejeras y avanzadoras. Imagen del documental Ruda, de June Fernández para Oxfam Intermón.

Frente a la tendencia de parcelar luchas (la feminista, la ecologista o la antirracista por separado), las lideresas hablan al mismo tiempo de empoderamiento de las mujeres y de reconocimiento de los pueblos originarios. Entienden que la explotación de recursos naturales también es un tema prioritario para las organizaciones de mujeres: porque explotar a la madre tierra también es violencia patriarcal, porque el agua es vida, porque cuando el ejército defiende una mina o una hidroeléctrica y reprime a la población que se opone al macroproyecto en cuestión, la represión también incluye violencia hacia las mujeres.

Cuando presentamos el documental en el País Vasco, alguien del público dijo que sentía un poco de envidia, porque en nuestra sociedad, el desarrollo del feminismo institucional ha hecho que descuidemos las respuestas comunitarias. La entendí, pero repliqué que el peso que llevan en sus espaldas estas lideresas que llegan a donde el Estado no llega es desmesurado. Recordé la entrevista con Johana (lideresa en Cuilapa, ciudad cercana a la frontera con El Salvador, en la que es habitual ver a hombres luciendo pistolas en sus tejanos), se encontraba muy afligida porque en su barrio se la estaba señalando como colaboradora de la policía contra el crimen organizado, contra esas bandas que, entre otras cosas, estaban extorsionando y violando a las maestras de un colegio. Johana se debate entre la satisfacción de salvar vidas y la angustia de poner la suya en riesgo.

 

Johana, Sebastiana y una joven lideresa quiché, Olga, pudieron disfrutar de unos días para presentar el documental en Euskadi. Nosotras nos preocupábamos por que su agenda no fuera muy extenuante y ellas insistían en que estaban felices. Sentían que cruzar el charco era un reconocimiento a su trabajo y también un descanso para cargar pilas. Están orgullosas de ser lideresas, pero no es fácil estar disponible las 24 horas del día, recibir en plena noche a mujeres que acaban de recibir una paliza o que han sido amenazadas de muerte. No es fácil hacer este trabajo de forma no remunerada siendo una campesina humilde que vive de vender artesanías en los encuentros de mujeres. Una se siente inspirada por su valentía y su compromiso, pero también se queda preocupada. ¿Quién vela por la seguridad y el bienestar de las lideresas que dedican su vida a acompañar y a sanar a las mujeres?

June Fernández es periodista. Coordina la revista feminista Pikara Magazine y escribe en medios como eldiario.es, Diagonal o Argia.

Cómo ser mujer me salvó la vida

Por María José Agejas 

Muriel explica, sin dejar de reír, cómo ser mujer le salvó la vida: ‘si había hombres los sacaban y los asesinaban. Yo tuve miedo, porque tengo el pelo corto. Pensaron que era un hombre, pero me pidieron que me quitara la ropa y vieron mis pechos‘ dice, señalando sus generosas mamas, ‘y me dejaron irme’. 

Muriel en el campo de refugiados de Castor, Bangui. Imagen de Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Muriel en el campo de refugiados de Castor, Bangui. Imagen de Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Aunque aún sea capaz de reír, Muriel es una de las víctimas de la guerra en la República Centroafricana. En 2013 tuvo que huir de su barrio, arrasado por las milicias. Ahora vive en un campo de desplazados de Bangui. Se trata de una guerra tan olvidada que ni siquiera conocemos cuántos muertos ha dejado. Una guerra que se reaviva como los rescoldos mal apagados y en la que todo vale.

A Muriel aquel día le salvó ser mujer, pero a otras les ha costado caro. Los equipos de Oxfam Intermón en Paoua han escuchado historias de mujeres y niñas atacadas durante sus desplazamientos hasta los pozos o manantiales. Normalmente son ellas las encargadas de este viaje, que en muchos casos se ha alargado, debido al conflicto.

Y es que en esta guerra, que comenzó en 2012, el agua ha sido utilizada como arma. La destrucción de las ya escasas infraestructuras y la contaminación o inutilización de los pozos, de los que se surte buena parte de la población, sobre todo en las zonas rurales, alejan las fuentes de agua de los hogares y fuerzan a madres e hijas a caminar distancias mucho más largas. Es en esos trayectos donde las mujeres nos han contado que han sufrido ataques.

¿Qué hacer cuando esto sucede? Lamentablemente en la República Centroafricana la justicia no funciona, ni para las mujeres ni para los hombres. Fuera de Bangui el Estado brilla por su ausencia, incluyendo el sistema judicial, sustituido cada vez con más frecuencia por la “justicia popular”. Las mujeres no pueden denunciar, ni pueden esperar que la policía o el ejército, cuerpos totalmente desmantelados, les ofrezcan la protección debida.

Ante matrimonios forzosos y tempranos, violaciones, maltratos y asesinatos, de poco les sirve a las centroafricanas tener una presidenta mujer… y feminista. En efecto, Catherine Samba-Panza es la presidenta del  gobierno de transición y tiene un buen currículum como luchadora por los derechos de la mujer. Militó, por ejemplo, en la Asociación de Mujeres Juristas de Centroáfrica, especializada en luchar contra la mutilación genital femenina, de la que es víctima una de cada cuatro niñas en ese país, y trabajó también para Amnistía Internacional en temas de derechos humanos.  Ahora apenas puede aguantarse en la silla mientras ve cómo barrios enteros se vacían de un día para otro al ritmo de los ataques de uno y otro bando.

María José Agejas es periodista. Forma parte del equipo de Oxfam Intermón en República Centroafricana.

No son mercancía, son víctimas

Flor de TorresPor Flor de Torres 

El jueves pasado tuve la ocasión de asistir a un estremecedor y magnifico estreno en el Festival de cine de  Málaga que nos dejó a todos los asistentes sin palabras. El documental se llama ‘Chicas nuevas 24 horas’, y me conmovió e indignó a partes iguales. Al terminar, sólo pude abrazarme a Mabel Lozano, su directora, y darle las gracias por  compartir las historias de Yandy, Sofía, Ana Ramona o Estela. Las dos primeras son menores de edad, y todas ellas son víctimas de trata con fines de explotación sexual desde sus propios países. Un largometraje rodado en cinco países (Argentina, Paraguay, Colombia, Perú y  España) y que se  adentra en la selva del alto andino de Paraguay, que es triple frontera donde las mujeres son la misma mercancía que las drogas o las armas.

Fotograma de la película 'Chicas nuevas 24 horas' presentada por Mabel Lozano en el Festival de Málaga.

Fotograma de la película ‘Chicas nuevas 24 horas’ presentada por Mabel Lozano en el Festival de Málaga.

Cualquier víctima ha de ser oída  siempre en primera persona,  con la atención, empatía y sensibilidad que nos expresa Mabel  a través de sus voces. Son las palabras de estas cuatro supervivientes de la trata  la guía  del documental.  Mabel nos sitúa frente a frente a las víctimas invisibles de la trata de mujeres con fines de explotación sexual. Desnudas también en derechos.

Y lo hace con la perspectiva de un negocio mundial que mueve 32 millones de dólares al año, de los cuales una buena parte se inyecta con la connivencia de Europa, sólo por publicitar y ofrecer víctimas bajo títulos como el de la película que inspiró a su directora: “Chicas nuevas 24 horas”, recogido precisamente de las ofertas publicitarias. Y es que España tiene el vergonzoso honor de ser el tercer país consumidor  de este producto, precedido solo por  Tailandia y Puerto Rico.

Las dos terceras partes de víctimas de trata en el mundo son mujeres y de ellas el 79% lo son o lo serán con fin de explotación sexual. Son datos oficiales de Naciones Unidas. Por ello la trata es un crimen contra la mujer y con marcado componente de género. Exige un compromiso de los Estados de llevar la protección de las mujeres tratadas a todos sus extremos, al igual que se hace hoy ya  con las víctimas de violencia de género.
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Los fulares de Anjali

Por Yasmina BonaYbona

Suelo llevar un fular en mi bolso. Me resulta un complemento bonito y efectivo para proteger mi garganta, especialmente en otoño y primavera, cuando las temperaturas son demasiado altas para llevar bufanda pero no tanto como para dejar el cuello despejado. Cuando elijo un fular en una tienda, me fijo en el color para ver si combinará con mi ropa, pongo atención también en el tipo de tela y, cómo no, en que tenga un precio razonable. Pero no suelo pensar en quién lo habrá cosido.

Reflexioné sobre este tema hace unas semanas, cuando conocí a Anjali Tapkire, una cooperativista de Mumbai que trabaja en la industria textil en la India. Ella ha puesto el hilo a agujas que han zurcido miles de vestidos, camisetas, pijamas y fulares que luego han llegado a tiendas de nuestro país. Me contaba que en su cooperativa, Creative Handicrafts, que presidió durante 17 años, trabajan 700 mujeres que confeccionan todo tipo de ropa, pero lo más importante es que lo hacen bajo los principios del comercio justo.

Anjali Tapkire, de la cooperativa Creative Handicraft, en la tienda de comercio justo de Oxfam Intermón en Barcelona. (c) Ivan M. García / Oxfam

Anjali Tapkire, de la cooperativa Creative Handicrafts, en la tienda de comercio justo de Oxfam Intermón en Barcelona. (c) Ivan M. García / Oxfam

La industria textil es una de las más feminizadas y proclives a infringir los derechos laborales de las mujeres. En Centroamérica, por ejemplo, más de 260.000 mujeres trabajan en maquilas, en su mayoría produciendo ropa en condiciones de gran precariedad laboral: jornadas interminables, salarios de miseria que rara vez llegan a los 300 euros mensuales o enfermedades por cumplir metas de producción inhumanas. Por eso, el modelo de producción y organización del trabajo pueden ser claves a la hora de empeorar o mejorar la situación de discriminación que sufren las mujeres. Este mismo mes, se cumplen dos años del derrumbe del edificio Rana Plaza en Bangladesh, que acabó con la vida de más de mil trabajadores del sector textil.

Por suerte, en la cooperativa de Anjali, mujeres y también hombres trabajan en condiciones dignas. Con su trabajo, sacan de la miseria a personas que viven en los slums, los barrios más pobres de Mumbai. Anjali dice que poder cambiarles la vida es lo que da sentido a la suya. Ella misma, con la ayuda de los microcréditos que impulsa su cooperativa, pudo comprar una casa más sólida que la estructura de cartón y plástico bajo la que vivía antes. Con el dinero que ganaba, pudo graduarse en psicología y costear los estudios de sus hijos. Cuando las mujeres entran a Creative Handicrafts logran tener independencia económica, pueden decidir cómo gestionan su dinero, aprenden a desarrollar sus capacidades en talleres de formación y ganan confianza y autoestima. Son logros de gran valor si tenemos en cuenta que más del 50% de la población india está desaventajada económicamente, y dentro de este porcentaje las mujeres ocupan un lugar especialmente desfavorecido debido a largos años de sufrir explotación y dependencia social y económica.

Los fulares que han pasado por las manos de Anjali no son solo piezas bonitas y efectivas para proteger gargantas. Son telas que perfilan nuevas personalidades a las mujeres de los barrios más pobres de Mumbai: más independientes, más confiadas, con más autoestima y, en definitiva, más felices. Vale la pena reflexionar sobre todo ello cuando compramos nuestra ropa.

 

Creative Handicraft es uno de los grupos productores de la India que elabora las piezas de comercio justo de la colección de Veraluna de Oxfam Intermón

 

Yasmina Bona es periodista y trabaja en Oxfam Intermón.

Las invisibles

Julia Serramitjana

Le doy al play y me aparece una silueta humana cubierta con vendas. ‘Nadie quiere ser invisible’, se escucha de fondo. Inquitetante. Poco a poco, veo un personaje indefinido, casi invisible, que se va quitando todas las prendas que lleva encima, una a una, despojándose de todo entre la penumbra. Finalmente, aparece una mujer. Una mujer que parece estar luchando por hacerse visible.

 


La mujer de este vídeo no es real, pero sí lo son las 51 millones de personas en todo el mundo que han tenido que huir de sus hogares para sobrevivir a un conflicto armado. Pero ¿quiénes son las invisibles? Según el ACNUR, cerca de la mitad de estas personas son mujeres. Millones que se han visto despojadas de todo. Ellas son las invisibles.

La cantidad de personas refugiadas en el mundo supera ya la de la Segunda Guerra Mundial. Pero, aún así, esta situación es invisible ante los ojos del mundo. Por esta razón, la Oficina de Acción Humanitaria de la Comisión Europea –ECHO, por sus siglas en inglés- y Oxfam (Oxfam Intermón en España) han unido fuerzas en “EUsaveLIVES- Tú salvas vidas” para visibilizar la frágil situación de millones de personas procedentes de Siria, Sudán del Sur y República Centroafricana, que se encuentran en medio de un exilio forzado y en la mayoría de los casos, olvidado y que, para sobrevivir, todas y cada una de ellas necesitan de la ayuda humanitaria.

Mujeres como Martha, de Sudán del Sur, Jeanne, de la República Centroafricana y Nefel, de Siria, tres de las mujeres que hacemos visibles y a las que damos voz para dar a conocer la dramática situación de tantas personas que sufren. Ellas ponen rostro a las cifras. No es casualidad escoger rostros de mujeres para ilustrar esta situación.

Según datos del ACNUR el 52’4% de las personas refugiadas a causa del conflicto en la República Centorafricana son mujeres. La cifra es del 55’3% en Sudán del Sur  y del 51’3% en Siria.

Todas ellas comparten una historia que comienza siempre de la misma manera: una huida desesperada con la ropa que llevaban puesta, sus únicas pertenencias. Es en este viaje que se vuelven invisibles y comienza otra historia: llegan a un lugar seguro, dejan de correr y la pregunta que surge es: ¿y ahora qué? A lo largo de 2015 daremos respuesta a esta pregunta a través de la voz de mujeres como ellas.

Júlia Serramitjana es periodista y trabaja en Oxfam Intermón

Haz que suceda: el ejemplo de las mujeres de Sudán del Sur

 Por Winnie Byanyima Winnie_Byanyima

La primera vez que nuestro equipo la encontró fue en abril de 2013 en Juba, en una base de Naciones Unidas a la que  había acudido en busca de protección y asistencia médica. Josephine (no es su verdadero nombre) estaba embarazada y había salido de su casa en el campo acompañada de uno de sus cinco hijos. Cuando intentó regresar sus planes se vieron truncados por la guerra y su vida entera dio un vuelco. Desde entonces, no ha visto ni ha hablado con su marido y se ha visto separada de sus otros cuatro hijos. Josephine es una de las dos millones de personas desplazadas por la guerra en Sudán del Sur.

Una mujer espera durante un reparto de alimentos en el campo de refugiados de Mingkaman. Imagen de Pablo Tosco/Oxfam Intermón.

Una mujer espera durante un reparto de alimentos en el campo de refugiados de Mingkaman. Imagen de Pablo Tosco/Oxfam Intermón.

 

Esta semana ha querido que le ayudemos a dar a conocer su historia. Esto es lo que nos ha contado:

En muchas guerras, se abandona a su suerte a mujeres, niñas y niños. Está sucediendo en Sudán del Sur y estoy segura de que también ocurre en muchas otras partes del mundo. Quiero decirles a las mujeres que se encuentran en una situación similar a la mía que tengan valor. Ten coraje y sé fuerte porque tu familia te necesita. Cuida de tus hijos porque, antes o después, volverás a casa para seguir protegiendo su futuro. Antes o después, podremos volver con nuestras familias‘.

El lema para el Día Internacional de la Mujer de este año es Make it happen (Haz que suceda, en su traducción al español). Josephine es un alentador ejemplo de los desafíos que muchas mujeres en Sudán del Sur afrontan y que logran superar contra viento y marea. Pero, para ello, necesitan mucha más ayuda.

La resiliencia y el empoderamiento hace de las mujeres en Sudán del Sur auténticos motores de cambios: campesinas, periodistas, jóvenes lideresas, profesoras, poetas, etc. Ayudan a sus familias y sus comunidades, y se ayudan las unas a las otras. En un país en guerra en el que muchos hombres han muerto o se han marchado para luchar, las mujeres se han convertido en la columna vertebral de sus comunidades. Se han quedado atrás para cuidar de sus familias y hogares, de las personas enfermas o heridas, de los campos y del ganado… y han de tomar todas las decisiones. Las mujeres son heroínas silenciosas de la turbulenta historia de Sudán del Sur.

Sin embargo, a pesar de su fortaleza y resiliencia, los niveles de violencia sexual y de género en el país son increíblemente elevados, alarmantes, y empeoran cada día.

Las violaciones, los abusos sexuales, el acoso, la violencia doméstica, los matrimonios forzados o la «prostitución de supervivencia» son problemas persistentes en Sudán del Sur, incluso antes de que comenzase la guerra, y se han visto exacerbados por los elevados niveles de desigualdad de género y la falta de justicia para las supervivientes. Desde diciembre de 2013, cuando estalló el conflicto, la violencia contra las mujeres se ha agravado debido al desplazamiento masivo y una mayor presencia de hombres armados que actúan libremente y con total impunidad.

Los informes sobre derechos humanos de Naciones Unidas señalan que todas las partes del conflicto (soldados, policía y fuerzas de seguridad) han cometido actos de violencia sexual contra mujeres de diferentes grupos étnicos. La violación se ha convertido en un arma de guerra y la violencia sexual en una forma de castigo colectivo. Zainab Bangura, enviada especial de Naciones Unidas para temas de violencia sexual, afirmó durante su visita a Sudán del Sur el pasado mes de octubre que la tasa de violaciones en el país eran las peores que jamás había observado y se hizo eco de la atroz situación de algunas mujeres, niños y niñas y personas ancianas que son víctimas de reiteradas violaciones. Recientemente, el secretario general adjunto de Naciones Unidas para los Derechos Humanos denunció que la población de Sudán del Sur había sufrido un «mes de las violaciones».

Mientras la guerra y la violencia sexual desatan el terror, también lo hace la grave crisis alimentaria que continúa azotando al país, a pesar de ser el primer receptor de ayuda a nivel mundial. Cerca de 2,5 millones de personas padecen desnutrición severa. Así, las mujeres se ven obligadas a asumir peligrosos riesgos para complementar la ayuda que reciben y poder alimentar a sus familias. Abandonan los emplazamientos de protección de Naciones Unidas para recoger leña o conseguir combustible, agua o alimentos. A menudo, deben caminar largas distancias en busca de comida y cruzar puestos fronterizos donde pueden ser víctimas de acoso y violaciones o ser detenidas, secuestradas o, incluso, asesinadas. En algunas zonas de Sudán del Sur, Oxfam está distribuyendo vales para carbón, hornillos eficientes y molinos de grano en un intento de minimizar estos riesgos. Pero dada la gravedad de la violencia sexual, la respuesta ha de ser sistemática. Ante todo, el Gobierno de Sudán del Sur y la oposición deben asumir inmediatamente el control de sus tropas y mostrar tolerancia cero ante las violaciones y otros crímenes de violencia de género. La comunidad internacional debe proporcionar una mayor financiación para programas dirigidos a la protección de las mujeres y las niñas y a promover la igualdad de género pues, dada la magnitud del problema, la financiación actual es insuficiente.

La financiación de los programas para la protección de las mujeres es insuficiente en comparación con la de otros destinados a satisfacer otras necesidades. Naciones Unidas ha solicitado 1.810 millones de dólares para financiar la respuesta a la crisis en Sudán del Sur. Sin embargo, tan solo se han destinado 70 millones a programas de protección y 15 millones abordar la violencia de género. A pesar de que la protección de la población civil es una de las principales prioridades, la comunidad internacional debe actuar urgentemente y financiar la respuesta a estos riesgos. Además, se debe prestar especial atención a programas en los ámbitos de la salud, el bienestar psicosocial, la seguridad, la economía y el liderazgo dirigidos a las mujeres supervivientes y vulnerables. Para abordar la violencia de género y sexual, así como la desigualdad de género, los líderes de Sudán del Sur y la comunidad internacional deben seguir el liderazgo mostrado por Josephine y otras inspiradoras mujeres.

Winnie Byanyima es Directora Ejecutiva de Oxfam Internacional

 

Avanzadoras: propuestas, causas y homenajes

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Sé que el jurado del Concurso Avanzadoras lo ha tenido muy complicado. Han sido muchas, y de una enorme calidad, las propuestas de mujeres españolas que con su trabajo profesional o voluntario, con su capacidad de superación, con sus ideas, su esfuerzo, su capacidad para mover a otros, están cambiando muchas cosas en nuestro país y en el mundo. Es un concurso en el que los premios los reciben muchas personas todos los días.

Mabel Lozano con un compañero de su equipo durante el rodaje de #ChicasNuevas24horas

Mabel Lozano con un compañero de su equipo durante el rodaje de su proyecto actualmente en marcha #ChicasNuevas24horas. Imagen de Mabel Lozano.

Y también es un concurso que nos ayuda a abrir los ojos. El año pasado, Sagrario Mateo nos llevó a conocer la  violencia intrafamiliar, y un magnífico ejemplo de superación personal puesta a disposición de mujeres y hombres para superarla.

El año pasado también fue el pistoletazo de salida para otro homenaje, un proyecto musical, el disco Avanzadoras, que saldrá a la venta el próximo 10 de marzo y que también es un reconocimiento y un apoyo al trabajo de las mujeres que cada día superan barreras en todo el mundo. Sus beneficios irán destinados al trabajo de Oxfam Intermón en defensa de los derechos de las mujeres.

Pero hoy la noticia es Mabel Lozano, la ganadora del Concurso Avanzadoras 2015, que nos lleva a través de su trabajo documental y de ficción a otra realidad igualmente terrible: la de la trata de personas que mueve cada día 5 millones de euros según fuentes policiales y en la que las mafias tienen esclavizadas a millones de mujeres y niñas en todo el mundo. Pero no hablamos de una realidad lejana. Está aquí, a nuestro alrededor, en nuestros pueblos y ciudades. En España.  Una durísima realidad en la que distintos países ponen las víctimas, y nosotros la clientela que paga y hace millonario el negocio. Así que es importante reconocer el trabajo de alguien que, como Mabel, ha escrito, dirigido, y producido proyectos audiovisuales imprescindibles como Voces o Escúchame para obligarnos a abrir los ojos ante la trata. Aquí una durísima y brillante muestra:

Son muchas las causas y muchas las mujeres destacadas. El jurado ha seleccionado como finalistas a Laura Teresa Negrillo que superó un cáncer de mama y ha promovido una iniciativa parlamentaria para que la seguridad social incluya las prótesis capilares en su catálogo. Y a Patricia Orejudo, abogada, profesora universitaria de derecho internacional y activista de la Campaña Estatal por el Cierre de los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE). Enhorabuena a ellas también, y nuestro compromiso de difundir sus causas y las de otras muchas propuestas presentadas al concurso.

Desde hace más de 30 años Oxfam Intermón trabaja por los derechos de las mujeres porque, para lograr un mundo sin pobreza e injusticia, es imprescindible que las mujeres y las niñas ganen poder sobre todos los aspectos de sus vidas y vivan libres de violencia. Son muchas las que  cada día superan barreras y nos ayudan a avanzar desde sus casas, sus barrios, sus pueblos y sus ciudades. Por eso merece la pena agradecer su esfuerzo y dedicarles el mejor homenaje: colaborar con sus causas.

Feliz Día de la Mujer

Belén de la Banda es periodista y trabaja en el equipo de comunicación de Oxfam Intermón.