Archivo de la categoría ‘Dependencia’

Olga transita hacia la libertad

Por Andrea DiezAndrea Díez 70px

Yo las veía pasar‘ cuenta Olga, 47 años, mamá de un hijo y alguna vez residente en El Carmen de Bolívar, uno de los tantos territorios castigados por el conflicto armado colombiano. “Traían consigo a sus hijos pequeños, yo las miraba pasar y veía su agonía”. Pero Olga intuía, por aquellos años, que un hilo invisible la unía con esas mujeres que bajaban de la montaña: “ellas, víctimas del conflicto colombiano, y yo, de la violencia de pareja…”, recuerda, y también que en aquellos años no podía reconocerse como víctima “pese a que guardo cicatrices de tantos golpes en mi cabeza”.

Un día la violencia política también golpeó su puerta. Al igual que esas otras mujeres, huyó de su casa a la medianoche, cargando a su hijo, y se convirtió en una desplazada más. O no. Porque mientras corría en la oscuridad Olga se repetía: “soy libre, soy libre, hasta hoy me hiciste daño”.

Las escuelas de formación política ayudan a miles de mujeres como Olga a ser lideresas capaces de luchar por sus derechos (c) Funsarep

Las escuelas de formación feministas acompañan a miles de mujeres como Olga para que exijan sus  derechos (c) Funsarep

Fue Arjona el pueblo que la recibió, a ella y a otras mujeres, y FUNSAREP la organización que le abrió sus puertas para que su cuerpo y su corazón pudieran, por fin, iniciar un camino nuevo. Olga fue una de las participantes de la Escuela de formación que acompaña a las mujeres en la exigibilidad de sus derechos a Verdad, Justicia y Reparación, aprende de ellas y les da herramientas para que sean sujetas de derechos, ya no más víctimas.

Hoy Olga es lideresa de una organización vecinal de mujeres. Da conferencias. Creó una casa de acogida para mujeres víctimas de violencia. Por eso, cuando los organismos internacionales se preguntan: ¿vale la pena seguir invirtiendo en las escuelas de formación para mujeres? me sale responderles: pregúntenle a Olga. Ella es una de las 16.000 mujeres que en los últimos cuatro años ha participado de procesos de formación de organizaciones feministas y del movimiento de mujeres en el marco del convenio “Formación y Empoderamiento de mujeres populares y diversas para la construcción de Nuevas Ciudadanías en Colombia, Perú, Ecuador y Brasil”. Ella es una de las miles que se convirtió en líder, dirigente, activista política, militante, mujer política para transformar las injusticias. Una de las miles que hoy, gracias a la oportunidad de romper el aislamiento que les ofrecen las Escuelas de Formación feministas, puede decir: “me duelen las mujeres abusadas. Porque yo soy mujer. Por eso trabajo con las mujeres en mi barrio. Por eso ellas se sienten libres”.

 

Andrea Diez es Responsable Regional de Programas de Derechos de las Mujeres para América del Sur en Oxfam Intermon, feminista y licenciada en Comunicación Social.

¿Tienes tiempo para luchar y bailar?

Por Susana ArroyoSusana Arroyo

Juana Olivia murió el domingo 17 de agosto. Diez meses atrás, antes de que le diagnosticaran el cáncer, coincidimos en Madrid. Ella y decenas de mujeres avanzadorasde América, África y España nos reunimos para compartir y aprender de nuestras causas. Recuerdo su firmeza, sus huipiles y sobre todo su intervención sobre qué significa ser lideresa. “Supone tomar en cuenta los tiempos de las mujeres, porque no tenemos los mismos tiempos de los hombres: Para poder salir a una asamblea tenemos que dejar al hijo, la comida hecha, tenemos que dejar muchas tareas. Ser lideresa es conocer a las mujeres, a sus demandas, sus propuestas y sus tiempos; es lograr consensos y  dar información, porque la información es poder y construir colectivamente el poder es una base fundamental de los liderazgos de las mujeres.”

Juana Olivia Hernández posa durante el encuentro de mujeres activistas organizado por Oxfam Intermón el pasado octubre en Madrid (c) Jorge París / 20 minutos

Juana Olivia Hernández durante el encuentro de mujeres activistas organizado por Oxfam Intermón el pasado octubre en Madrid (c) Jorge París / 20 minutos

Esa semana hablamos de la importancia de cuidarnos y protegernos, de ver nuestros cuerpos y nuestras mentes como una de las principales causas de lucha. Pero nos cuesta.

Muchas de nosotras llevamos meses diciéndonos “esta semana programo mi cita médica”.

Pero llega la reunión urgente, llama nuestro jefe para que redactes el documento que no puede esperar, aparece un viaje de última hora que es “vital” atender. Se enferman tus hijos, tu pareja sale de la ciudad, tu familia viene a visitarte.

Y no sacas la cita. O la cancelas, como cancelaste el corte de cabello, la cena con tus amigos y el masaje aquel que llevabas tiempo esperando. Se apilan los libros sin leer, las canciones sin bailar, los meses sin días para nosotras mismas.

Es muy duro esto de cuidar y cambiar el mundo. No importa si somos voluntarias en una organización barrial, madres de familia o presidentas de una federación que agrupa a millones de militantes. El activismo y la lucha –política y personal- nos exigen energía, tiempo y dinero; nos llenan de dicha pero también de miedos, culpas y dolores.

Culpa por hacer una siesta. Por no hacerla. Por no ir a la marcha. Por preferir una tarde de televisión o sexo antes que a una conferencia de especialistas. Preocupación por las historias que te contaron las mujeres con las que trabajas. Dolor por las injusticias que enfrentan. Miedo de que les pase algo, de que te pase algo.

Hace unos años, Jane Barry y Jelena  Đorđević publicaron ¿Qué sentido tiene la revolución si no podemos bailar?, un libro donde activistas de todo el mundo comparten las dificultades físicas y mentales que enfrentan debido al agotamiento que supone el trabajo de cuidar a otros, el trabajo de luchar por un mundo más justo y el trabajo de vivir. Sus testimonios lo dejaban claro: el autocuidado y la seguridad eran herramientas urgentes para asegurar la sobrevivencia de las mujeres y del movimiento por la defensa de nuestros derechos. Es un texto que interpela y conmueve.

Volví a leerlo esta semana y pensé en Olivia. Yo sé que ella luchaba y bailaba.

Lo hará por siempre.

 

Susana Arroyo es responsable de comunicación de Oxfam en América Latina. Tica de nacimiento, vive en Lima. Quiere que cambiar el mundo nos valga la alegría, no la pena.

Una carta, una vida

Por Maribel Maseda Maribel Maseda 2

Conozco a María Ramírez desde hace tiempo, sus pasos son silenciosos, habla casi en susurros y es extremadamente discreta. Nadie conoce en realidad su historia; pasea por la noche sola, sin miedo, como si al dormir el mundo, ella pudiera recuperar todas las sensaciones que se obtienen cuando se sabe poseedor de él. Siempre me admiró su bondad y ella se ruboriza cuando se lo digo. Nunca pierde la esperanza, las ganas de vivir, la alegría de ser y estar.

María sostiene en su mano una foto de su juventud. Imagen: Maribel Maseda.

María sostiene en su mano una foto de su juventud. Imagen: Maribel Maseda.

Y un día sentadas juntas en un viejo banco, puntual a la cita que concertó conmigo, vestida con un pantalón azul, luciendo con orgullo su bonito bolso del mismo color, me regaló su historia, comprendiendo entonces el porqué de su aceptación en una vida que sin duda se le ha presentado dura y difícil.

Toda su infancia la pasó entre orfanatos y casas de familiares diversos que la acogían mientras esperaba anhelante que llegara el día de poder estar con su madre para siempre. Las veces que intentaban reunirse de nuevo, las vivía con la ilusión de que esa vez fuera la definitiva, apenas unos días en los que de nuevo, ante la carencia absoluta de recursos para cuidar de ella, la madre debía buscar un hogar donde alojarla. Recuerda como lloraban ambas con cada nueva separación. Hasta los 16 años, pedía cada día y cada noche que la vida cambiara para ellas. Y cuando pudo trabajar comenzaron por fin su vida juntas.

María, en una imagen antigua. Imagen: archivo personal.

María, en una imagen antigua. Imagen: archivo personal.

María se enamoró. Tardó en hacerlo, recuerda ella, pero lo hizo desde el alma. Tras 7 meses en España, su novio hubo de regresar a su país. Él le pide que regrese con él pero María no quiere dejar aquí a su madre. La pide en matrimonio y acepta. Durante 9 años no vuelven a verse nunca, ni una sola vez y se relacionan por cartas en las que van proyectando su boda. Los fines de semana los pasa entre sus  promesas, su  amor y su madre. Era absolutamente feliz.

Se acerca el momento de la boda y María cuida y elige su ajuar con la ilusión y la felicidad de quien solo es capaz de ver bondad y sinceridad porque su propio corazón está hecho de lo mismo. Y en medio de las calles y veredas que su imaginación dibuja sobre el país en el que vivirá en poco tiempo, de los planes de futuro entregada a la familia que siempre deseaba tener, entre el amor que hizo más llevadera la espera tantos años, se cuela una carta en su puerta de una mujer que le cuenta como allá en aquel país que María creía ya conocer tan bien, descubre  en su casa escondidas las fotos y cartas de María y entiende que no sabe que aquel hombre al que María llama novio, se casó con ella y nunca se lo dijo.

María lloró durante meses. Y nunca nadie pudo volver a ocupar su corazón.

En ese banco, escuchándola, creo ver todavía amor. Y cuando me mira con sus ojos claros, y me dice: ‘pero aquellos años no fueron baldíos. Pude estar con mi madre cada minuto de su vida. Tanto lo pedí, y me lo dieron. Y para mí fue la felicidad más grande durante sus 101 años, estar a su lado como quería cuando era niña’, entonces entiendo que María posee un don, el de su propia capacidad de sentir amor.

Ahora, cuando la veo pasear sola, veo su corazón lleno.  No llora la pérdida. Siente que el universo le regaló una oportunidad y cada día lo ha vivido como tal. Nunca más respondió las cartas de aquel hombre, pero el deseo cumplido de poder estar al lado de su madre y darle todo su amor  llenó demasiado hueco en su vida como para que quepa el más mínimo rastro de rencor. Hoy tiene 81 años, y continua incapaz de sentir rencor ante los regalos que siente que la vida le ha dado; ni siquiera cuando un vecino, amparado en el anonimato, le disparó hace unos días, porque sí. Y me pregunta en voz bajita, que porqué les molesta tanto su presencia, si ella solo tiene cariño para dar.

La vejez hace por sí misma una revisión de vida en la que sin ser del todo consciente, reorganiza las prioridades, recupera los recuerdos y les concede una valía diferente a la que le había otorgado en la juventud y en la madurez. Los objetivos alcanzados generan una satisfacción añadida, claro, sin embargo, regresan a algún punto de  la infancia donde no se podía desligar el instante de vida de la certeza de que estaba ahí para ser vivido. La vejez no es una involución, sino una recuperación de lo que hemos ido perdiendo por el camino. Hay una gran sabiduría en el anciano, al igual que en el niño. Pero mientras los adultos no dudamos en acercarnos a los pequeños, dudamos en hacerlo cuando se trata de los mayores. Claramente no sabemos comunicarnos con ellos. Y con esta idea, decidimos crear el movimiento #1vida1carta, en el que al conocer las historias del mayor, aparecen ante nosotros personas con entidad propia, identidad única, que sin querer habíamos invisibilizado al relegarlos al grupo de ‘ancianos’ en el que nadie es ya diferente.

Cerca de la última etapa de la vida, muchos de los mayores valoran sus vidas no por la cantidad de objetivos conseguidos, sino por la calidad de los afectos que han dado y recibido. Y de ellos se nutren, aunque sean amores y afectos pasados, como si  finalmente solo tuviese la capacidad de acompañarles  aquello que es capaz de vivirse desde el corazón.

Te hacen pensar: ¿cuanta porción de corazón podrías llenar mañana con lo que has conseguido cosechar a día de hoy?

Antes de despedirnos, pregunto:

–          ‘María, ¿eres feliz?

–          ‘Mucho, Maribel. Disfruté de lo que pedí cada día de mi vida. Y eso la llenó por completo. No necesito más para ser feliz’.

 

Maribel Maseda es Diplomada Universitaria en Enfermería, especialista en psiquiatría y experta en técnicas de autoconocimiento. Autora de obras como HáblameEl tablero iniciático, y La zona segura. Recientemente ha iniciado el movimiento #1carta1vida para dar valor a las vidas de las personas mayores.

Retroceso, avance, ilusión: otro futuro es posible

Por Mayte Mederos Mayte Mederos firma

Siempre me he considerado de las que ven la botella medio llena. Aunque hay que reconocer que en los últimos años mantenerme en esa tesitura ha sido un ejercicio de fe. Entre el paro, los desahucios, la pérdida de derechos laborales y la vuelta atrás en las políticas sociales de este país, el espacio para el desánimo ha ido creciendo sin tregua. Y eso, siendo una auténtica privilegiada por tener trabajo.

Incluso una optimista patológica como yo alcanza a ver que el retroceso que ha sufrido la sociedad española en muy poco tiempo va a tener difícil arreglo en el medio plazo. Especialmente para las mujeres, que cargamos en nuestras espaldas con la peor parte. Con una desigualdad salarial histórica, e inmersas en una sociedad que nos responsabiliza del cuidado de las personas dependientes, nuestras posibilidades de tener un trabajo retribuido se van reduciendo de forma exponencial. Estamos siendo las grandes golpeadas por la crisis, obligadas a quedarnos en casa porque ellos ganan más y alguien tiene que ocuparse de las criaturas y del abuelo. Perdiendo nuestra independencia, fundamental para luchar contra el modelo patriarcal que todo lo inunda, y que nos deja indefensas ante lacras como la violencia doméstica. Por mi parte trato siempre de no añadir más leña al fuego de la desilusión que nos rodea. Pero llega el momento en que el lenguaje y el pensamiento positivos no son suficiente barrera y te invade la frustración hasta el tuétano.

'Organize', intervención de TrasTando

‘Organize’, intervención de TrasTando

Y sin embargo… ¿quién no ha notado algo en estas últimas semanas? ¿un cosquilleo nuevo, una chispa de interés en la atonía de la cuesta abajo? ¿una ceja levantada ante lo que parece un intento inútil de salir del pozo, y que sin embargo pega como barro en la pared?

Parecía imposible arañar siquiera el bloque del bipartidismo en España, y sin embargo un proyectil con seis millones de votos tránsfugas ha estallado en las narices de los grandes. Y es que una parte de la ciudadanía ha dejado el sillón del victimismo y ha plantado cara expresándose en las urnas el pasado 25 de mayo.

Y unos días más tarde, en una decisión más relacionada con este hecho de lo que nos quieren hacer creer, Juan Carlos I anuncia que abdica en su hijo y la gente sale a la calle para pedir una consulta popular que nos permita elegir qué sistema de gobierno queremos. Porque aunque siga habiendo personas partidarias de la monarquía, somos muchas las que nos cuestionamos una institución impuesta por un dictador, heredada de cuando en este país no se podía opinar. Justo es, por tanto, que se nos dé la madurez que entonces no se nos permitió tener para elegir el modelo de Estado. Y en ese sentido se movilizaron cientos de miles de personas en distintas ciudades para pedir la Tercera República. Y a través de iniciativas en la red pidiendo un referéndum sobre la monarquía. Aquí en Canarias también hemos salido a la calle este fin de semana para protestar masivamente contra quienes quieren alquitranar nuestro futuro: esos todopoderosos como el ministro Soria y Repsol que no ven más allá de su codicia y nos entrampan sin temblarles el pulso. No había habido una manifestación tan masiva en las islas en muchos años. Y es que la perspectiva de las prospecciones petrolíferas en un archipiélago que necesita el turismo para su supervivencia, sin necesidad de entrar en análisis demasiado sesudos, es una brutalidad que nos ha tocado en lo más profundo a quienes vivimos en esta tierra.

En resumen: España se mueve.  Pero ¿qué está pasando esta primavera que no haya ocurrido en la del año pasado, ni en la anterior? Pues que la gente de a pie, que estaba harta de que se rieran de ella pero al mismo tiempo resignada, de repente descubre que no está sola. Que muchos peces pequeños pueden enfrentarse el grandullón si se unen, y que en la ecuación empiezan a cambiar las variables.  Y es que tenemos que tragar menos abusos y soñar más. Como modernos Robespierres, capaces de reescribir la historia. Porque me niego a pensar que somos esclavos modernos, ni que un siglo de avances se va a ir por el sumidero con nuestras esperanzas. Se empieza a ver en la calle que queda en nuestro interior un orgullo que nos hace levantar otra vez la cabeza, y encontrar una nueva voz.

Veo a mi alrededor personas valientes que se ponen en pie, entre ellas muchas mujeres valiosas que dan un paso adelante. Mujeres que deciden poner un grano de arena, o muchos, para organizar la vida de otra manera. Debates sociales, dialéctica, sangre latiendo en las venas de la sociedad de a pie. Yo no sé si es el fin del capitalismo, ni hacia qué sistema vamos en este cambio de modelo que tanto necesitamos. Pero sí tengo claro el combustible para este viaje, que es la ilusión. La ilusión como hilván que nos conecta y nos permite luchar por aquello en lo que creemos. Como motor que bombea endorfinas en nuestro corazón, sabiendo que otro futuro es posible.

Salgamos de la inactividad, que solo da de comer a los grandes, y enamorémonos de la vida como a los quince años. Porque ya es hora de abandonar las frases de desánimo y alimentar nuestro presente con palabras de amor.

 

Mayte Mederos, Coordinadora del Área de Familias Diversas de Algarabía, la asociación LGBTI de Tenerife, es madre de familia numerosa y autora del blog Avatares de una amazona.

La cuidadora que pierde su ‘yo’

Por Maribel Maseda Maribel Maseda 2

La mujer ha tendido a posponerse a sí misma y aún continúa haciéndolo sin que en algunas ocasiones el hombre tenga ya que ver en ello. Hay actitudes que no se puede exigir a la mujer que, por serlo, siga manteniendo: ya no tiene mucho sentido en la sociedad de hoy, que avanza hacia la equidad. A pesar de las empresas civilizadas y cívicas puestas en marcha a favor de esta equidad y dada la inevitable convalecencia tras una actividad que levanta suspicacias, temores, enfrentamientos, esperanzas, apoyos, acuerdos y desacuerdos, aún llevará tiempo conseguir el objetivo. Es necesario, entre todos, mantener la alerta sobre los factores múltiples y diversos que puedan estar retrasando tanto el resultado anhelado.

'No hay nada malo en ser generosa, o conciliadora, o cuidadora'. Imagen: Carmen Bort.

‘No hay nada malo en ser cuidadora o conciliadora o generosa’. Imagen de Carmen Bort.

No sería una buena señal que el esfuerzo aplicado al principio de este camino evolutivo, fuera el mismo que se aplica 20, 50 o 70 años después. Tampoco que mantuviéramos invariablemente el foco de atención en los mismos argumentos. Si se hace, quizás estamos desgastándonos en un bucle que resta eficacia y en el que se pierde de vista alguna de las realidades que coexisten en el problema de las desigualdades por motivos de sexo.

Y alguna de estas realidades le compete a la mujer -y otras al hombre-, rehacerla o modificarla de manera individual, sin hacer al hombre coherente responsable de ella. No demos tanto poder a ese tipo específico de hombre que anula y atenta contra la capacidad de  ‘ser‘ de la mujer, como para desdibujar a los que claramente ayudan a la sociedad a ser mejor a través de su apertura y facilitación de esta equidad.

La mujer posee ancestralmente una labor de cuidadora que la acerca a veces sin ser consciente y secundariamente a la sumisión. Esto rechina, porque inexorablemente se asocia la figura de un dominante, cuestión que claramente rechazamos. Sin embargo, metidas en el bucle de lo que acontecía hace tiempo sin posibilidad del derecho a la queja, más exactamente, sin posibilidad al derecho en sí, se continúa a menudo depositando la causa en un dominador. Pero lo cierto es que, por supuesto dejando aparte otra realidad bien distinta en la que sí existe tal personaje, hay veces en las que se mantiene el patrón ancestral sin que exista un demandante de él en el entorno. Estos actos de sumisión que llamo  ‘benigna‘ (que no lo es, pero al pasar desapercibida no se identifica como causa importante del desgaste emocional, físico y mental que padecen muchos y muchas cuidadoras) quedan camuflados entre la tendencia de la mujer a facilitar la sanación de sus hijos, el cuidado de sus mayores, el equilibrio del hogar, el bienestar de sus integrantes… Esta sumisión benigna acontece tras las concesiones diarias que realiza para evitar conflictos, en las renuncias a través de las que otros pueden realizar sus deseos o condiciones y hasta en su necesidad de no ser rechazada, comparada, malinterpretada…

No hay nada malo en ser cuidadora o conciliadora o generosa. Las imposiciones que la llevan a hacer algo que en el fondo no le gustaría tener que hacer o siente que no tendría que hacer, pero se ve incapaz de rechazar, son las que finalmente la obligan a convertirse en una mujer sometida, aunque sea ella misma la que se impone la labor. Su certeza de que no hacerlo supondría dejar en el abandono algo que precisa de cuidado o atención, tarde o temprano generará en ella un exceso de responsabilidad que la irá desdibujando. En algún momento, mantendrá un estado de frustración o cierto enfado, también contra ella misma por no ser capaz de decir no pero no podrá hacerlo porque su conciencia no se lo permitirá o por su sensación de que ella puede comprender o atender mejor la situación.

Ser cuidadora no conduce a la sumisión benigna. La imposición, aún cuando es autoimposición, sin posibilidad, -real o no-, de rechazarla, puede provocarla. Porque en ella, la atención está no solo repartida en la labor autoimpuesta, sino en las consecuencias que derivan del cargo de conciencia que también asume la mujer cuando interiormente se rebela o se revela a sí misma sus deseos y necesidades, incompatibles con la labor de cuidadora de otros . Muchas acaban por someterse a un nivel de autoexigencia que no les es solicitado pero que ellas mismas han creado y en el que no se conceden ni tan siquiera unas horas de dedicación exclusiva.

La sociedad precisa de la generosidad de hombres y mujeres. Y por esta capacidad de dar al otro, necesitan aprender la importancia de la autoconcesión y el autocuidado. No cabe duda de que aprender a no posponerse siempre, es un camino que requiere atreverse a reconocer las propias necesidades. También de solicitar al otro la atención a la necesidad real (por ejemplo, muchas cuidadoras con sumisión  ‘benigna‘ piden a sus familiares que les ayuden a ellas a a atender a su mayor, no que ayuden al mayor a ser cuidado). Si se enmascaran por el sentimiento de culpabilidad, no podrán llegar a ser satisfechas y el bucle les desgastará cada vez más.

Atenderse también a uno mismo no implica desatender a otro. Posponerse como manera habitual de vivir no siempre es un requisito indispensable para que todo lo demás mejore. Y el que todo salga bien no debe depender siempre de que uno se olvide de su propia persona.

 

Maribel Maseda es Diplomada Universitaria en Enfermería, especialista en psiquiatría y experta en técnicas de autoconocimiento. Autora de obras como HáblameEl tablero iniciático, y La zona segura.

En la piel de las personas mayores

Por Flor de Torres Porras Flor de Torres + nueva

El maltrato a las personas mayores es un delito invisible. Goza de absoluta impunidad. Sus autores se prevalen de la extrema vulnerabilidad de la víctima.

No hay cifras, ni recuentos oficiales. Es invisible hasta en su percepción. Se maquilla en estadísticas comunes de violencia a la familia. Pero esta ahí: invisible, ocultado por sus cuidadores, sus hijos, sus familiares, en residencias no homologadas donde son depositados. Ellos, sus maltratadores, son a su vez cuidadores y responsables de su dignidad y seguridad. Son los que ejercen el maltrato físico, el psíquico, el abuso económico, la sobre sedación, la no asistencia, el aislamiento, el acoso, la falta de cuidados, los atentados a un integridad moral, la institucionalización sin garantías, la tiranía emotiva, las agresiones sexuales. Si, ahí están también ellos, los ancianos: callados, vulnerables y enfermos. Sin protección.

Según el Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia, las cifras del Ministerio del Interior arrojan un escaso porcentaje de tres de cada 10.000 ancianos maltratados. Pero según estudios de organizaciones nacionales e internacionales, la cifra real de ancianos que sufren malos tratos se sitúa entre el 4% y el 5% de la totalidad de la población mayor de 65 años.

Y es la incidencia de la dependencia lo más preocupante relacionado con el universo de los malos tratos. Más de un millón de personas mayores padecen situaciones de dependencia grave o muy grave.

Los recursos, cada vez más limitados, y la dependencia familiar no cualificada incide en la medida que puede provocar reiteración además de conductas de violencia ya aprendidas o desplegadas ante personas extremadamente vulnerables. Es un hecho que el maltrato a ancianos tiene también componente de género y que en su mayoría se proyecta sobre nuestros mayores pero en el universo femenino, sea hombre o mujer el maltratador. Conductas enquistadas en la educación y en la familia se transmiten de padres a hijos e incluso se proyectan sobre la misma victima con varios maltratadores simultáneos y que conviven en la impunidad de un domicilio, del silencio y la extrema dependencia de la víctima.

Los ancianos son a la vez cuidadores de hijos esquizofrénicos, con problemas de alcohol, de drogas. Es el sustento último de personas que el que han excluido social, laboral e institucionalmente. Y ahí están siempre ellos: nuestros mayores. Cuidando en vez de ser cuidados. Sufriendo patologías ajenas cuyas agresividades les revierten. Y esto no es reflejo de un estado social, es muestra de la crueldad y la falta de valores del ser humano. No hay mayor injusticia que agredir y maltratar a una persona aprovechándose de su extrema vulnerabilidad.

Esta es una bolsa oculta de absoluta impunidad: la que se enconde en el maltrato a los mayores al concurrir la ventaja añadida que el trinomio ‘mayor-maltratado-vulnerable’ nunca denuncia el hecho, provocando que el oscurantismo de esta conducta permanezca, se mantenga y enquiste en la dependencia física y emocional con su agresor o agresores.

Pongámonos en su piel y denunciemos lo que ellos no pueden. No seas cómplice de sus maltratadores.

 

Flor de Torres Porras es Fiscal Delegada de Andalucía de violencia a la mujer y contra la discriminacion sexual.

¿Trabajo de hombres?

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

Desde nuestra más tierna infancia, la cultura patriarcal nos ha inculcado que las niñas visten de rosa y los niños de azul, que las chicas juegan con muñecas y los chicos con camiones, que hay, en definitiva, cosas de hombres y cosas de mujeres. A quien piense que estas clasificaciones han quedado obsoletas, le invito a echar un vistazo al empleo doméstico.

Pepe en sus tareas. Ilustración original de Ana Sara Lafuente. http://www.alafuente.es

Pepe en sus tareas. Ilustración original de Ana Sara Lafuente. http://www.alafuente.es

Buscar un varón en este sector laboral es como tratar de descubrir una aguja en un pajar. El cuidado de la casa y de sus cosas, y la atención a las personas más frágiles dentro de las familias, siguen siendo tareas adjudicadas mayoritariamente a las mujeres. Tanto, que hasta parece natural, como si las mujeres tuviéramos órganos especialmente dotados para el uso de la escoba y la administración de los pañales (de niño y de adulto, por cierto). O como si los varones sufrieran (o disfrutaran) cierta alergia congénita a tales menesteres. En nuestro reparto sexista de labores y trabajos, cuesta incluso imaginar a los hombres desempeñándose como asistentes domésticos; alguna mujer me ha confesado que no confiaría la limpieza y el cuidado de su casa a un hombre porque “los hombres son unos manazas”… Y eso que los maestros relojeros suizos se han llevado la palma del prestigio gracias de su precisión…

Una tarea francamente difícil la de figurarse una composición diferente del empleo doméstico. Difícil, aunque no imposible. En un sector destinado por la tradición a las mujeres, cuando se descubre por fin la presencia de algunos varones ésta llama de inmediato la atención. La muestra, sin embargo, es demasiado pequeña y escasamente representativa como para obtener conclusiones. Con todo, sus experiencias están ahí y merecen ser contadas, si no como ejemplo de camino hacia la igualdad, al menos como indicio remoto de que tal camino es posible.

Jorge es español. En la actualidad tiene cincuenta años. Después de trabajar durante mucho tiempo como administrativo, quedó en paro, hizo un curso de auxiliar de geriatría y cambió de actividad laboral. Fue contratado como interno, al cuidado de dos ancianos enfermos; el trabajo era agotador porque tenía que estar disponible las veinticuatro horas del día: «a veces me decían: “salga usted y se desconecta”… “ni que fuera un microondas”, pensaba yo…». En cuanto vio la ocasión, comenzó a la trabajar como externo. En su trayectoria, ha encontrado empleadores racistas y déspotas, aunque él ha ido desarrollando sus propias herramientas para afrontar las dificultades: «En una ocasión cuidé a un señor bastante autoritario. Una vez me chilló y le dije que la época de los esclavos había terminado y que no me chillara. Yo creo que hay que tener don de gentes y decir las cosas claras. Yo marco las distancias pero trato muy bien; hay que tener educación y prudencia, porque te lo cuentan todo. Es un trabajo difícil porque te afecta lo que les pase a las personas, no es un trabajo de fábrica y te terminas implicando. Además, tienes que manejar todas las situaciones y saber de psicología, empatizar con la gente». A pesar de las dificultades, a Jorge le gustaría seguir trabajando en este sector, «aunque me toque hacer también limpieza, porque para mí lo importante es ganar dinero con dignidad. Y para mí trabajar con personas mayores es gratificante, me he sentido reconocido, sé que hago mi trabajo bien y he aprendido muchas cosas».

Koffi es congoleño. Aunque en su país era propietario de un restaurante que iba bien, decidió venir a Europa con la ilusión de que aquí todo sería mejor: ‘luego la realidad es otra, no es así. Son lecciones para aprender en la vida’. Después de pasar una temporada en Francia, se instaló en España y trabajó en la construcción. A partir del 2010, con la crisis, cambió al empleo doméstico, y desde entonces ha trabajado siempre como interno, cuidando personas mayores, haciendo la limpieza de la casa y cocinando. Reconoce que en alguna entrevista de trabajo se ha sentido discriminado por el color de su piel, pero no le da mucha importancia: ‘eso pasa en la vida y no va a dejar de pasar’. Koffi se siente bien trabajando como interno porque tiene buena relación con sus jefes y le parece que el salario es adecuado. Una pequeña dificultad es ‘que tengo que aprender las costumbres de cada familia y pensar cómo se trata a cada uno’. En el tiempo que lleva en España, ha encontrado gente que le aprecia y se ha sentido valorado.

Al narrar su experiencia, estos dos varones coinciden en señalar que el empleo doméstico no tiene por qué seguir siendo considerado propio de mujeres, y que es importante educar en igualdad. Según Koffi, la única diferencia es quizá la fuerza física necesaria para mover a una persona mayor ya que, por lo demás, este tipo de trabajo es como cualquier otro y lo puede hacer toda persona ‘porque dignifica’.

Marga Saldaña trabaja en el Centro Pueblos Unidos, de Madrid

Encuentros a este lado

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

No todo son desencuentros en el empleo doméstico. Es verdad que los relatos de muchas mujeres ponen la piel de gallina a cualquiera, pero no faltan algunas historias que dibujan nuevamente la sonrisa y permiten recuperar la confianza en un futuro diferente para las trabajadoras del hogar. Son encuentros que tienen lugar ‘a este lado’, donde quien llega pidiendo trabajo es ‘la otra’ o ‘el otro’, pero donde hay personas dispuestas a aprender, acoger y acompañar.

Empleadora y empleada de hogar. Imagen del proyecto La Otra, de Natalia Iguíñiz (Perú)

Empleadora y empleada de hogar. Imagen del proyecto La Otra, de Natalia Iguíñiz (Perú)

El hecho de ser musulmana y tener a su cargo una niña no fue problema para la familia que emplea a Amina. Esta mujer marroquí lleva cinco años en España, donde llegó con su marido poco antes de divorciarse. Cuando nació su hija ingresó en un centro de acogida, y allí permaneció hasta hace poco. Amina se preocupó de aprender castellano y de formarse en cuidado de niños, primeros auxilios y cocina española. El trabajo donde está actualmente lo consiguió porque pegaba carteles por todas partes ofreciéndose como empeada de hogar. ‘Son muy buenas personas y me pagan bien. Yo también me porto muy bien con ellos y con la niña. Con el trabajo he podido continuar la vida. Llevo velo y ellos me dejan tenerlo en casa. Cuando no entiendo algo, me lo explican. Me han ayudado mucho con mi hija, me han apoyado. Me siento como en familia, me siento con ellos a la mesa‘.

También Haydee, peruana y educadora social, se ha sentido ‘muy cuidada‘ en distintos hogares donde ha trabajado a lo largo de sus diez años en España.Cuando llegué fue duro porque yo tenía mis estudios y nunca había trabajado en casas. De hecho, en nuestro país teníamos una persona en casa que nos ayudaba. Pero luego te haces al trabajo. Siempre me he sentido acogida y bien tratada en los trabajos, y eso me ha ayudado a vincularme y a permanecer en el empleo doméstico, porque me vi dignificada. Claro que cuando he visto la oportunidad de mejora la he aprovechado‘. Su propia experiencia, y el hecho de pertenecer al consejo de migraciones de su comunidad CVX, despertaron en ella el deseo de estudiar más a fondo la realidad migratoria, cursando el Máster en Migraciones Internacionales. Haydee valora el gran aprendizaje que ha realizado y sabe ver la oportunidad que se oculta bajo las dificultades presentes: ‘en el tiempo que llevo en España he aprendido el respeto por las diferentes culturas y me di cuenta de que todos tenemos muchas cosas que aportar. Por ejemplo, en este momento del país podemos aportar nuestra fortaleza frente a la crisis, porque ya la hemos vivido en nuestros países. A mí me gusta España para vivir, me he interesado por conocer la cultura española y por viajar para conocer los diferentes lugares. Ahora siento que tengo más sentido universal. Lo importante es hacer amigos, vincularte, aprender a ser tolerante y aceptar la diferencia’.

 

Marga Saldaña trabaja en el Centro Pueblos Unidos, de Madrid

El mundo en la mano de Cristina Durán

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Creo que Cristina Durán escribe con la mano derecha. Con ella traza increíbles líneas que discurren por el mundo de las emociones, del sentido común, del sufrimiento y de la esperanza.  También dibuja las líneas del compromiso, porque convertir en novela gráfica una difícil circunstancia familiar requiere abrir al escrutinio público algo más que el propio arte, y pensar mucho más allá del propio bienestar y de la propia tranquilidad.

Cristina y Miguel Ángel observan a Laia desde el otro lado del cristal. Viñeta de portada de Una posibilidad entre mil

Cristina y Miguel Ángel observan a Laia desde el otro lado del cristal. Viñeta de portada de Una posibilidad entre mil

Una posibilidad entre mil es el libro donde Cristina Durán y Miguel Ángel Giner Bou cuentan la historia del nacimiento y los primeros años de su hija mayor, Laia. A los dos días de su nacimiento, una parálisis cerebral irrumpe y pone la vida de la pequeña en grave peligro. Cristina y Miguel Ángel se agarran a una posibilidad entre mil. En los dibujos de Cristina para el guión que los dos escriben conjuntamente, una mancha negra avanza por la viñeta cada vez que aparece un mal pronóstico, un nuevo riesgo. Es la mancha negra que hemos sentido en nuestro corazón, en nuestra respiración, los madres y padres de niños con problemas de salud: una mancha que muchas veces se disuelve, pero que otras veces sigue ahí porque no existe disolvente para ella.  La mancha contiene todo lo malo que puede ocurrir. Es especialmente oscura e injusta, porque nosotros podemos sufrir pero no es justo ni soportable que sufran nuestras hijas, nuestros hijos.  Pero los dibujos de Cristina también ayudan a poner límites a la mancha, a dibujar sonrisas en el rostro de Laia, a llevar hacia ella los abrazos de quienes la quieren. Laia es única y tiene que llegar lo más lejos que pueda, y ser tan feliz como pueda. Hay mucho por hacer para lograrlo, no es fácil pero se puede. Sé que Una posibilidad entre mil ha ayudado a muchas familias, y profesionales, y se ha convertido en una obra de referencia. Uno de esos libros que ayudan a vivir.

En su segundo libro en común, la mano de Cristina nos lleva al colegio con Laia, y mucho más allá: a Etiopía para adoptar a su segunda hija, Selma. También ahí los amigos adoptantes se han sentido muy identificados con algunos momentos del proceso de adopción… Y con la montaña rusa de lidiar con la burocracia y la vida cotidiana en un país lejano donde todas las claves son diferentes. Esta segunda novela gráfica del proyecto en común se llama La máquina de Efrén.

La máquina de Efrén

Y más allá de los comics para adultos, una recomendación de mis hijos: el oportunísimo Pillada por ti , descargable y gratuito, que tiene varias claves para los adolescentes sobre cómo entender y decodificar la violencia sexista, y prevenirla o protegerse de ella.

Portada y aplicación web de Pilllada por ti

Portada y aplicación web de Pilllada por ti

Los dibujos de Cristina, y los proyectos comunes con Miguel Ángel, son páginas para el consuelo y para la denuncia; para la emoción y el activismo. Esta tarde estarán en la Social Good Summit de Madrid, un evento mundial donde se hablará de cómo el arte puede cambiar muchas cosas. Empezando por nuestra manera de verlas y sentirlas.

 

Belén de la Banda es periodista y trabaja en Intermón Oxfam

Pobre y europea

Por Belén de la Banda @bdelabanda

He recordado esta imagen que se convirtió en el icono de la Gran Depresión en Estados Unidos mientras leía un informe sobre la crisis en Europa.  La trampa de la austeridad documenta el impacto de las políticas de recorte de la Unión Europea durante los años de la crisis, y presenta un panorama desolador: entre 15 y 25 millones de personas más caerán en la pobreza (y se  sumarán a las 120 millones que ya están en esa situación en nuestro continente ‘desarrollado’). Lo que reflejan los datos sobre el presente y el futuro de las mujeres europeas es muy preocupante.

Imagen de una mujer en la Gran Depresión de Estados Unidos

‘Madre emigrante’ imagen tomada por Dorothea Lange en California en 1936 que se convirtió en un símbolo de la la Gran Depresión de Estados Unidos

Estas políticas de austeridad castigan a la clase media, a las familias empobrecidas, y, como puede verse en distintos, y demoledores, datos del informe, a las mujeres. Cuando los gobiernos europeos han recortado los presupuestos de sus políticas sociales (Grecia, Letonia, Portugal y Rumanía sufrieron una reducción de más del 5% en este ámbito en 2011), los servicios básicos han incrementado su coste para los grupos más débiles de la población. Las mujeres suelen ser las principales responsables del cuidado de los niños y de las personas dependientes, y por ello se han visto afectadas de forma desproporcionada: recortes en las subvenciones por hijos a cargo, ayudas para vivienda, prestaciones por incapacidad y otras prestaciones sociales. Esto supone una carga que limita de forma grave su acceso al mercado laboral: al no tener apoyo con los menores y dependientes, es difícil cumplir un horario fuera de casa.

Las reducciones de gasto sanitario en algunos países han producido un efecto durísimo. En Lisboa, alrededor del 20% de los clientes de las farmacias no utilizan sus recetas porque no pueden pagar su parte de los medicamentos. Este 20% lo componen básicamente desempleados, mujeres y pensionistas.

Las medidas de reducción de personal en el sector público perjudican especialmente a las mujeres en algunos países, como en el Reino Unido. Hay muchas más mujeres funcionarias, y estadísticamente, cuando hay despidos, habrá más mujeres sin trabajo en un sector que hasta ahora era relativamente estable.

Cuando se abandonan las políticas sociales, se echan por la borda con gran facilidad las políticas de protección social para las familias más desprotegidas, o las medidas de conciliación para madres y padres con hijos. Por no hablar de la equiparación entre los permisos de paternidad y maternidad, que ante ‘una situación de crisis’ quedan aparcados y no se negocian ni en los convenios ni en las nuevas leyes. Todas las medidas de igualdad efectiva, que apoyan a la mujer y permiten el bienestar del conjunto de la sociedad, están en la cuerda floja.

El informe no sólo denuncia esta situación, sino que plantea muchas alternativas. Una de las claves de mejora que me han parecido más interesanes es conectar el empleo con la protección social: dar valor a algunos trabajos relacionados con el cuidado de los niños o personas dependientes, que actualmente no están remunerados, o no lo están en la medida  de su importancia para nuestra sociedad europea. Y por supuesto, las políticas de igualdad en el trabajo: apoyo en guarderías infantiles, horarios flexibles para padres y madres, permisos y bajas iguales por maternidad y parternidad. En definitiva, cuidar de lo más básico.

Hoy se presenta en Madrid el informe La trampa de la austeridad y los datos de pobreza y desigualdad en España con la participación de Teresa Cavero, José María Vera, José Juan Toharia, Marta Nebot, Sol Gallego Díaz y Federico Poli. Será a las 19 horas en el Círculo de Bellas Artes y requiere confirmación a la dirección rinstitucionales@intermonoxfam.org. También se puede seguir por streaming en www.intermonoxfam.org/austeridad y comentar en twitter 

 

Belén de la Banda es periodista y trabaja en el equipo de comunicación de Intermón Oxfam