Archivo de agosto, 2018

Niñas ante el desastre

Por Eloísa Molina

El Cuerno de África, en el Este del continente,  ha sufrido varios desastres naturales durante los últimos dos años. El año pasado una sequía generalizada afectó a millones de familias en Etiopía, Somalia y Kenia. En 2018, muchas de las mismas áreas, que aún no se habían recuperado, se han visto afectadas por inundaciones devastadoras. Todos estos desastres naturales han obligado a más de 2 millones de personas a abandonar sus hogares en el Este de África.

Para las niñas en particular, las consecuencias de los desastres naturales pueden durar toda la vida, especialmente si no se les brinda asistencia humanitaria específica.

«Las niñas corren mayor riesgo de abandonar la escuela, participar en el trabajo infantil, casarse temprano, ser explotadas sexualmente, quedar embarazadas y encontrar otros mecanismos negativos para sobrellevar la situación. Después de los desastres naturales, es común ver un aumento del número de niños en las calles que abandonaron sus hogares para buscar oportunidades de sustento en pueblos y ciudades»

Esto nos explica Tina Berwa Ojuka, una de las asesoras especializadas en protección y participación infantil en África.

Lochero, de ocho años, presenció cómo 180 de las cabras de su familia murieron de hambre el año pasado después de esperar durante meses la lluvia. Obligada a abandonar su forma de vida, siguió a su madre y a sus dos hermanos pequeños al centro urbano más cercano, pensando que allí encontrarían un futuro mejor.

En Somalia, millones de personas fueron desplazadas por la sequía en 2017. Mujeres y niñas han sido especialmente afectadas. Imagen de World Vision.

En Kakuma, en el norte de Kenia, se reinstalaron en una pequeña cabaña hecha de ramas y barro en las afueras de un campo de refugiados de 180.000 personas. Desde el primer día la madre de Lochero, Mónica, rogó a los refugiados que le cambiaran ramas que habían recogido a cambio de una taza de harina de maíz para alimentar a sus hijos. Así empezó su nueva forma de vida.

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Porque ser mujer en India no debe ser un castigo

Por Carla Fibla

‘Las mujeres no son iguales que los hombres’ es el mensaje a combatir a todos los niveles que la activista por los derechos de las mujeres Kamla Bhasin plantea frente al actual patriarcado atrincherado de la India. La frase es una realidad que las autoridades reconocen, como demostraron al presentar en el Parlamento la última Encuesta Económica, en la que cifran en más de 20 millones las niñas que son marginadas al nacer por no ser “deseadas”, y destacar que los abortos selectivos son una práctica frecuente, a pesar de estar prohibidos.

Las mujeres en la India están demostrando ser parte del cambio. Crédito: Juan Alonso/FVF

‘El Gobierno indio ha visibilizado esta grave lacra denunciando que 2.000 niñas mueren a diario en el vientre de sus madres, y pidiendo, a través de la campaña Beti Bachao, Beti Padhao (Salvar una hija, educar a una hija), lanzada en enero de 2015, que se mejoren las leyes contra la determinación prenatal del sexo, y se garantice el acceso a la educación de las menores’, apunta Doreen Reddy, responsable del Sector Mujeres de la Fundación Vicente Ferrer (FVF).

Pocas razones para ser optimista cuando la ONU apunta que las niñas en la India tienen un 75% más de probabilidades de morir que los niños, o que la violencia contra las mujeres, está limitando su participación laboral, porque dos terceras partes de las mujeres con título universitario no trabajan.

Pero las mujeres en la India también están demostrando que son fuertes, y es su determinación cotidiana lo que se está convirtiendo en motor del cambio social. Para Samina Tadipathri, matrona que atiende a una media de 25 partos al día en el Hospital de Kalyandurg, una madre debería ser igual de feliz si da a luz a un niño o a una niña’: ‘Muchas lloran al enterarse de que han tenido una niña, sobre todo si es la segunda hija, e incluso algunas llegan a abandonarlas en el hospital. La presión cargan es muy fuerte, y hay veces en las que las madres matan a sus hijas al llegar al pueblo, o familias que sobornan a los médicos para conocer ilegalmente el sexo del bebé antes de nacer’.

Datos: en la India una de cada seis mujeres se casa antes de los 18 años. No obstante, cuanto mayor es su nivel de estudio, más alargan la decisión de contraer matrimonio. Solo el 5,2% de las mujeres que finalizaron la educación secundaria se casaron antes de los 18 años.

Lakshmi Narasamma es lideresa de un sangham (asociación de mujeres) de la aldea de Atmakuru: ‘Cuando detectamos que un hombre maltrata a su mujer, acudimos a la casa para hablar con él. La mayoría dicen que ella le estaba gritando. Entonces le explicamos las consecuencias de pegar a su mujer y que hay otras formas de resolver los problemas. No siempre están dispuestos a hablar porque muchos entienden la violencia de género como algo que forma parte de la intimidad de la pareja’.

Más. Alrededor del 10% de las parejas indias sufren infertilidad. K. Udayalakshmi y su marido, K. Thejomoorthy, accedieron a un tratamiento de fertilidad. ‘Cuando una mujer no puede tener hijos o hijas, es juzgada por la sociedad y castigada sin poder asistir a bodas o al templo. En la India, ser padres no es una elección, sino el fin de contraer matrimonio. Así es como está organizada la sociedad, porque cuando las personas envejecen deberán ser cuidadas por sus hijos o hijas. Si una mujer no puede ser madre, se la considera prácticamente inútil para esta sociedad’, explica K. Udayalakshmi.

Syamaladevi, trabajadora sanitaria de la FVF, comenta que la autoconfianza y herramientas para evitar la discriminación de género están cada vez más presentes en la sociedad. Por eso, cuando se analizan realidades como la enfermedad de la depresión (que en la India afecta al 4,5% de la población, 56 millones de personas) ‘ el origen en el caso de las chicas es la discriminación de género que empieza en el hogar, donde los padres a menudo no las apoyan en su educación’.

No hay marcha atrás, las mujeres de la India están haciéndose con el mando de lo que les preocupa y avanzando con acciones concretas. El trabajo continúa, como asegura Anna Ferrer: ‘La única vía es seguir adelante, paso a paso, hasta que consigamos que cada vez que nazca una niña sus padres lo celebren, llamen a su familia y repartan dulces para todo el mundo’.

Carla Fibla es periodista y trabaja en el Departamento de Comunicación de la Fundación Vicente Ferrer. 

13 razones, o cómo hacer contenidos responsables

Por Isa Mastrodoménico

La serie de Netflix “13 reasons why”, con dos temporadas emitidas, cuenta las razones que llevaron a una adolescente, Hannah Baker, a quitarse la vida y el posterior proceso judicial del caso, un caso que da un paso hacia adelante en la producción de contenidos responsables. De hecho, genera un material (con los propios capítulos de la serie y los adicionales) muy útil, apelando a una audiencia muy amplia y poniendo sobre la mesa el necesario debate sobre los temas que propone.

Esta serie, muy criticada por los contenidos que trataba, calificados de “adultos”, trata asuntos como acoso escolar, sexting, violaciones, drogacción, vandalismo hasta homofobia…, contenidos exclusivos para adultos, obvio. Pero quienes trabajamos con estas edades sabemos que estos son temas que viven en la cotidianeidad las y los adolescentes.

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Cuando la violencia contra las mujeres se convierte en motor de cambio

Por Judit Saavedra

’Me mutilaron cuando tenía solamente una semana de vida, como a todas las otras niñas de la comunidad donde me crié, en Damina, Malí. Pensaba que todas las niñas del mundo estaban mutiladas, que habían nacido así, por eso lo veía como una cosa normal’: Dialla Diarra, 42 años.

Dialla Diarra llegó a Banyoles (Girona) en 1993 y no fue hasta que vio los problemas ginecológicos que tenía una amiga suya que empezó a hacerse preguntas. En ese momento, entendió que se encontraba ante un problema oculto. Tanto ella como su amiga forman parte de los 200 millones de niñas y mujeres mutiladas que se calcula que hay en todo el mundo. Además, según datos del Mapa de la Mutilación Genital Femenina en España (2016), Girona es la tercera provincia con más población empadronada con origen en países en los que se practica esta terrible práctica (en Cataluña residen un tercio del total).

’Cuando cortas a una niña es como si cortaras una parte de su lengua para siempre’, afirma Dialla. Para las mujeres que lo han sufrido, hablar de ello es muy complicado. La mutilación no solo tiene graves consecuencias para su salud física, sino también psicológica. Implica también efectos que repercuten en su vida social a la hora de relacionarse con los demás, unas secuelas que durarán toda la vida.

La activista africana, sinónimo de fuerza y determinación, decidió que la única manera de combatir esta violencia contra las mujeres en su entorno y en los países de origen era hablando de ello, debatiendo y sensibilizando a las mujeres afectadas, al personal sanitario, a los líderes de las comunidades y a los representantes religiosos. Pero para hacerlo, antes debía encontrar la manera de romper el silencio, ya que de la mutilación no se habla en casa. Pensó cómo apoyar a la comunidad subsahariana en su integración en la sociedad de acogida y fundó, en 2006, la asociación de mujeres subsaharianas “Legki Yakaru” (“mujeres de hoy”, en sarankule). Desde entonces, la organización trabaja para ganarse la confianza de las mujeres y las niñas. Se trata de que se sientan empoderadas y puedan ejercer el derecho a decidir sobre su propio cuerpo, no solo para prevenir y evitar la mutilación genital femenina, sino también otras violencias machistas, como los matrimonios forzados.

’Hemos conseguido que 30 o 40 mujeres se sienten en una mesa a debatir sobre su salud sexual y reproductiva, y que expresen sus sentimientos sobre la mutilación’, señala orgullosa. Algo impensable hasta hace poco. Ahora todas estas mujeres disponen del poder y la formación necesarias para cambiar su situación. Tienen voz y voto en sus casas y además se han convertido en formadoras y se desplazan a distintos pueblos dando charlas sobre la mutilación genital femenina y otros temas que conciernen a las mujeres africanas.

Dialla cree firmemente que la base para luchar contra esta práctica es la educación y el diálogo intercultural. Y precisamente a través de esas conversaciones ha conseguido grandes resultados. Talleres de sanidad, cursos de informática e idiomas y clases de danza, entre otras actividades, han servido para generar espacios de empoderamiento entre las mujeres y las niñas. ’Hoy en día hay muchísimas mujeres africanas que trabajan, que traen un sueldo a casa y que mantienen a la familia, a la vez que ayudan a sus hijos en los estudios’, comenta la defensora de los derechos humanos.

Una de las participantes de esos talleres de sanidad es Goundo Diabira. Nacida en Banyoles hace 19 años, pertenece a la nueva generación de jóvenes que se sienten concienciadas sobre sus derechos. Ella habla de derechos de las mujeres y también reivindica una identidad: ’Para mí es importante que la gente vea nuestra cultura, porque es muy bonita también. Queremos dar a conocer cómo somos, de dónde venimos y quiénes eran nuestros antepasados’. La joven llama a Dialla “Mama Dialla”, que es como la conoce todo el mundo. Porque esta gran matriarca que es energía, alegría y pasión se ha convertido en una figura clave para las mujeres africanas que viven en Banyoles. Para ellas y también para los líderes de las comunidades que viven en África. No hay día que, al salir a la calle, alguien no la detenga. La saludan, le piden consejo, le cuentan sus avances.

Con su organización, ha tejido una red de asociaciones en diferentes países del continente africano que le dan apoyo. Así, cuando se detecta que una niña que viaja a su país de origen está en riesgo de sufrir una mutilación, hay una persona encargada de explicar a la familia de allí qué consecuencias físicas y psicológicas tiene para la niña y a qué consecuencias penales se enfrentan sus padres.

Dialla, fuerza, motivación y cambio, está contenta con lo conseguido hasta ahora, pero su meta va más allá: Tenemos que salir, llegar a más mujeres, las que están mutiladas y las que no. Tenemos que salir y luchar conjuntamente con las mujeres europeas que defienden la salud y el bienestar de todas’.

Judit Saavedra se licenció en Periodismo pensando en ser reportera de guerra… Y aunque no se fue al campo de batalla, lucha día a día por cambiar las injusticias. Tras trabajar en radio, prensa y televisión, decidió especializarme en comunicación social y cooperación al desarrollo. Ha trabajado y colabora en el departamento de comunicación de Oxfam Intermón. 

De mayor quiero ser putero

Por Beatriz Ranea

Imagina una sociedad en la que los niños coleccionan publicidad de prostitución y la intercambian como cromos en el colegio. Imagina los chistes que hacen a las niñas: que si se parecen a las mujeres de las fotos; que si ellas también son unas putas o podrán serlo cuando crezcan; les preguntarán a sus propias compañeras de cole cuánto cobran… Ahora imagina que esos mismos niños a los 14, 15 o 16 años con el dinero de la paga, reúnen 20-30 euros entre varios y se “invitan” a casas de prostitución para tener la que será quizá su primera experiencia sexual (más allá de la masturbación).

Foto de Ken Treloar, de unsplash. ¿Por qué se venden los cuerpos de las mujeres?

Sigue imaginando a ese niño que transita hacia el mundo adulto cuando cumpla la mayoría de edad y pueda entrar en clubs de alterne a celebrar o acabar noches de fiesta. Imagina esas noches en las que sale con sus amigos a tomar unas cervezas y uno pregunta: ‘¿nos vamos de putas?!’Como si de una opción de ocio se tratase. Imagina que estos chicos, ya hombres, siguen acudiendo a la prostitución en las fiestas universitarias; o en el descanso del trabajo en el polígono; cualquier tarde llamando a un piso de los muchos que existen; o por la noche desplazándose a cualquier burdel.

Este breve ejercicio de imaginación no requiere mucho esfuerzo porque es una realidad con la que convivimos: niños que crecen en una sociedad que normaliza y banaliza la prostitución. Niños que aprenden que la experiencia sexual puede verse reducida a pagar por follarse a una mujer que no les desea. Niños que reproducen un modelo de sexualidad donde el deseo sexual de las mujeres no es importante y el consentimiento se convierte en un producto que se compra por un precio determinado. Niños que se convierten en hombres adultos con una visión de las mujeres fuertemente deshumanizada y cosificada.

Por esto, cuando pensamos en la prostitución una de las preguntas que habríamos de plantearnos tiene que ver con el modelo de sociedad hacia el que queremos avanzar: no es posible educar en igualdad a niños y niñas si se normaliza la prostitución porque el modelo de masculinidad que se aprende y se reproduce en los espacios de prostitución es claramente incompatible con la igualdad de género. Una sociedad en la que hay tantos elementos que facilitan que los niños puedan convertirse en puteros plantea serias contradicciones: ¿cómo podemos señalar la violencia sexual fuera de los espacios de prostitución, pero permitir que esos hombres que identificaríamos como babosos, acosadores y/o agresores, sin embargo, dentro del burdel se conviertan en “clientes” sin más? ¿Cómo podemos plantear nuevos modelos de masculinidad más justos y más igualitarios si el prostíbulo va a estar ahí para que la masculinidad machista y patriarcal siga teniendo un refugio?

Afortunadamente no todo está perdido: frente a los nuevos puteros, nos encontramos a chicos jóvenes que construyen modelos de masculinidad que tratan de desactivar estos mandatos patriarcales. Pero si regulamos la prostitución, si la prostitución se reconoce como “trabajo sexual” no sólo todas las mujeres nos convertimos en objetos prostituibles; sino que los hombres se convierten en puteros potenciales y la industria de la prostitución incrementará la publicidad para conseguir generar más demanda buscando aumentar sus beneficios a costa de la explotación sexual de mujeres y niñas. Estamos a tiempo de frenarlo si generamos conciencia crítica que identifique la prostitución como una barrera infranqueable en el camino hacia sociedades más justas y más igualitarias.

Beatriz Ranea Triviño es investigadora feminista especializada en el estudio la prostitución y las desigualdades sociales. 

 

Una mirada jurídica al miedo de las víctimas

Por Flor de Torres Porras

Decía Stuart Mill,  precursor en el siglo XIX  del movimiento liberador de la mujer y sufragista de Gran Bretaña:

La mujer es la única persona (…) que, después de probado ante los jueces que ha sido víctima de una injusticia, se queda entregada al injusto, al reo. Por eso las mujeres apenas se atreven, ni aún después de malos tratamientos muy largos y odiosos, a reclamar la acción de las leyes que intentan protegerlas; y si en el colmo de la indignación o cediendo a algún consejo recurren a ellas, no tardan en hacer cuanto sea posible por ocultar sus miserias, por interceder en favor de su tirano y evitarle el castigo que merece’

Esta reflexión de Stuart Mill lo sitúa  como profundo  conocedor de la  situación  de las víctimas de violencia de género que atraviesan procesos judiciales largos, contradictorios y  sometidos  a las fluctuaciones  de dependencia emocional y psicológica respecto a su agente estresor, de su maltratador.

Imagen de Julius Drost (Unsplash)

Esas fluctuaciones provocan silencios como los vividos por Ana y su hija María, por su estado extremo de terror emocional. Ambas sufrieron durante 18 años brutales agresiones por parte de su  esposo y padre, respectivamente. A Ana en una ocasión la agredió y le rompió el tímpano y a María, tras entregarle tarde las notas, la cogió del cuello para asfixiarla. Su madre se interpuso para evitar males mayores y el agresor aprovechó para partirle la nariz de un puñetazo. Al ser alertada la policía,  no le  abrieron por miedo a represalias tras previas amenazas. Pero la lesión de Ana fue a peor y tuvo que ir a urgencias. Allí recogieron el parte médico que delató al maltratador. Él las siguió amenazando de muerte si declaraban en el juzgado, incluso llego a violar a Ana analmente. Luego la despertó de madrugada de un fuerte golpe y la obligó a velarle hasta que él se durmiera. 

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Portadas que no ven ni sienten

Por Lidia Fernández Montes

Que los medios de comunicación se comprometan a hacer tratamiento adecuado de las diferentes de violencias machistas, visibilizándolas, evitando el sensacionalismo morboso en su tratamiento y utilizando un lenguaje y unas imágenes no sexistas, Manifiesto Plataforma 7N, 2015.

Tres mujeres, una en el madrileño distrito de Tetuán, otra en Langreo y una última en Lepe fueron asesinadas este mes de julio en menos de 72 horas. Fueron víctimas de la violencia machista. Sin embargo, la prensa de papel no encontró ni un mínimo espacio para destacar este hecho en sus portadas. ¿Qué hubiese pasado si en lugar de haber asesinado a tres mujeres hubieran asesinado a tres futbolistas? ¿o tres banqueros? ¿o tres abogados? ¿Qué pasaría si en 15 años hubiesen asesinado a 945 hombres? No dudo ni por un minuto que habría sido portada, no de un día sino de una semana entera. Pero son mujeres, son invisibles.

Aunque, a veces, una no sabe si es mejor que nos ignoren a ver titulares del tipo: Martha, la coqueta empleada de hogar estrangulada con un cable por ‘El Cubano’, caricaturizando a una víctima de un modo tan grosero, atentando contra su dignidad. O el que nos informa de La brutal reacción de una camarera a la que un cliente tocó el culo, como si lo violento fuese la reacción de ella y no el manoseo del cliente.

No solo son las portadas o los titulares. Además, hay que recordar, día sí y día también, que no “mueren” sino que son asesinadas, que no se puede entrevistar al vecindario para que cuente lo maravillosa persona que es un asesino o que el material gráfico que acompaña a este tipo de informaciones debe respetar la dignidad de la víctima y no producir mayor sufrimiento.

Sin duda, los medios de comunicación han ayudado a visibilizar el problema de la violencia de género oculto durante tanto tiempo, pero deben mejorar su tratamiento. Su compromiso debe ir más allá de reportajes con declaraciones de buenas intenciones cada 25 de noviembre, porque si el resto del año transmiten valores y estereotipos sexistas o frivolizan en el tratamiento de los casos, estarán contribuyendo a perpetuar las causas de esta violencia.

Falta perspectiva de género y sensibilidad en la dirección y en los mandos intermedios (redactores/as jefe, personal de edición, etctéra.) de los medios de comunicación. Sin embargo, a veces, con ponerle un poco de interés bastaría para mejorar -y mucho- la ‘información’ que se publica.

El Convenio de Estambul anima a los medios de comunicación a ‘participar en la elaboración y aplicación de políticas, así como a establecer líneas directrices y normas de autorregulación para prevenir la violencia contra las mujeres y reforzar el respeto de su dignidad’. Es el momento de que recojan ese guante y se conviertan en agente activo a la hora de permitir comprender la complejidad del problema, sensibilizando y formando a la ciudadanía. Invisibilizarla es naturalizarla. No se puede ser neutral ante la violación de los Derechos Humanos más extendida del mundo.

Lidia Fernández Montes es Miembro del Observatorio de Igualdad de Género de la URJC. Participa en la Plataforma 7N contra las Violencias Machistas.