Viva Santa Georgina, que celebra a las autoras (1)

Por Raquel Moraleja

Desde este blog celebramos la lectura, cómo no, porque leer es revolucionario, pero siendo esa mitad del mundo convertimos al bueno de san Jordi, a quien se celebra el lunes 23, en santa Georgina y buscamos lecturas de autoras, libros que sean ese hacha que rompa el mar helado que hay dentro de nosotros, como decía Kafka. O sigamos de santos, o mejor en femenino: «Lee y conducirás, no leas y serás conducido», subrayaba Santa Teresa de Jesús.

Para acertar, le hemos pedido que recomiende qué leer a una escritora y apasionada lectora. Hay para todos los gustos. Disfruten. El lunes, más.

  • La sirena y la señora Hancock, de Imogen Hermes Gowar (Siruela)

Londres, septiembre de 1785. Uno de los capitanes del armador Jonah Hancock llama a su puerta en mitad de la noche para comunicarle que ha vendido su barco a cambio de algo excepcional: el cuerpo disecado de una pequeña sirena. El rumor se propaga como la pólvora, desde los astilleros y los burdeles hasta los cafés; todo el mundo quiere ver la recién descubierta maravilla. El encuentro del señor Hancock con Angelica Neal, la cortesana más deseable y cotizada de la ciudad, marcará el nuevo rumbo de sus vidas. ¿Dónde los llevará su ambición en una época de improbables ascensos sociales? ¿Y podrán escapar al poder de aniquilación que, según dicen, posee la mítica criatura marina? Esta espléndida novela, una gloriosa y sensual inmersión en la época georgiana, es una historia de prodigios y naufragios, de sentimientos, curiosidades e intrigas…

  • A la deriva, de Penelope Fitzgerald (Impedimenta)

Ganadora del Booker Prize en 1979 y basada en la experiencia personal de la propia autora, esta novela encumbró a Penelope Fitzgerald a la fama, y supuso su consagración literaria. Nenna James, una joven canadiense sin medios para alquilar una vivienda en el Londres de principios de los 60, vive con sus dos hijas en una barcaza anclada en el Támesis. Ninguna de las tres «pertenece ni al agua ni a la tierra firme», y comparten su existencia con unos vecinos que se encuentran, como ellas, a la deriva: Willis, un artista que intenta vender su decrépita nave a pesar de su pésimo estado; Richard, que vive a bordo del Lord Jim con su mujer, Laura, aunque ella preferiría mudarse a otro sitio, o Maurice, que ni siquiera protesta cuando su barcaza empieza a llenarse de objetos robados. Todos ellos van a contracorriente, en un espacio en el que podrían primar la sencillez y la libertad de la vida excéntrica, pero que se ve salpicado por los pequeños reveses cotidianos de cualquier existencia humana.

  • La mujer singular y la ciudad, de Vivian Gornick (Sexto Piso)

Continuación natural de Apegos feroces, en La mujer singular y la ciudad Vivian Gornick sigue mostrándose como una mujer lúcida, sensible e insobornable que, siendo la realidad como es, no acepta su lugar en el mundo. La mujer singular y la ciudad es un mapa fascinante y emotivo de los ritmos, los encuentros fortuitos y las amistades siempre cambiantes que conforman la vida en la ciudad, en este caso Nueva York –una ciudad, nos dice Gornick, que hace soportable su soledad–. Mientras pasea por las calles de Manhattan, de nuevo en compañía de su madre o sola, Gornick observa lo que ocurre a su alrededor, interactúa con extraños, busca su propio reflejo en los ojos de un desco­nocido. Y se reconoce en su amistad de más de veinte años con Leonard –un hombre que vive su propia infelicidad con sofisticación y que la ha ayudado «a comprender la misteriosa naturaleza de las relaciones humanas más que ninguna otra relación íntima que haya tenido»–, pues ambos comparten la necesidad de encontrar un agravio que combatir.

  • Leche caliente, de Deborah Levy (Anagrama)

Dos mujeres inglesas, madre e hija, llegan a la costa de Almería en pleno verano. La hija, Sofia, tiene veinticinco años, es licenciada en Antropología y se gana la vida trabajando en una cafetería, pero sobre todo se dedica a cuidar a su madre, Rose, que padece una enfermedad de diagnóstico difuso que le produce insistentes dolores. El motivo del viaje es precisamente un intento desesperado de buscar una cura para ella en la clínica del doctor Gómez, un médico que aplica tratamientos heterodoxos y que acaso no sea más que un charlatán. En los pocos ratos libres que le deja su posesiva madre, Sofia conoce a Ingrid Bauer, una alemana instalada en la zona, y a un apuesto socorrista de la playa. Y bajo el inclemente sol de la costa andaluza se desarrollará una hipnótica historia de autodescubrimiento, iniciación sexual cargada de ambigüedad, deseos regidos por la confusión y búsqueda de espacios de libertad frente a una madre enferma y controladora. El escenario es una zona desértica en la que antaño se rodaron legendarios spaghetti westerns, donde el único verde de vegetación es el de los campos de golf y el mar está infestado de medusas.

  • Las órdenes, de Pilar Adón (La Bella Varsovia)

En estos poemas se escuchan las órdenes que tienen que ver con la condición de hija y con la condición de madre: la obligación de asumir los cuidados de los demás y obviar el bienestar propio, la obligación también de perpetuar los roles que se asocian a nuestras circunstancias. Sobre esas expectativas que se depositan en nosotras y en nosotros, que se nos ordenan, Pilar Adón ha escrito un libro incómodo por su cuestionamiento de aquellos dictados —crecer, cuidar, reproducirse, seguir cuidando— que habíamos asumido, y contra los que Las órdenes se rebela. Porque una casa a veces se siente más como jaula que como espacio seguro, esta escritura urgente y áspera hace que nuestras certezas tiemblen.

Raquel Moraleja es periodista y Máster en Estudios Literarios (UCM). Actualmente trabaja en el sector editorial. Colaboradora de la revista Qué Leer y El Asombrario. Autora de la novela corta Sin retorno (Verbum, 2016, I Premio Internacional de Narrativa «Novelas Ejemplares»). Escribe en litarco.blogspot.com

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