Me niego a que no cuenten nuestra historia

Por Marta Vives

Me proponen escribir este artículo sobre la violencia machista y lo primero que se instala en mi cabeza es un cartel rojo con luces de neón en el que pone WARNING.

Esta señal no se dibuja en mi mente por lo grave qué es al acto violento en cualquiera de sus modalidades. Este neón centella porque aún hoy, cuando una mujer pone su voz para denunciar esto, sigue ocasionando tensión y movimientos sísmicos entre los lectores. Y me pregunto: ¿yo soy apta para escribir sobre este tema? Rápidamente me viene una pregunta: ¿de dónde sacamos las niñas la idea de lo que conlleva ser niñas. Hablemos de nosotras.

Fotograma de la película de dibujos animados «La Cenicienta», de Disney. Foto: Disney

Yo cuando era pequeña, me pasé largas horas rebobinando y reviviendo la historia de “La Cenicienta”, “La Bella Durmiente” y “La Sirenita» con otras niñas de mi edad. Hoy en día, lo que recuerdo de estas películas es su doblaje en latino y sus guiones sexistas. La primera, Cenicienta, no tenía ni talentos ni aficiones y en una casa donde el odio entre mujeres era el motor, un hombre llegó para salvarla. La segunda, se vio obligada a echarse una buena cabezadita hasta el día que un hombre la besó y la revivió. Y luego llegó la Sirenita, que empieza atrevida con sus ganas de independizarse de su padre hasta que poco después entrega, literalmente, su voz a cambio de que le den un par de piernas y pueda ir a buscar a un hombre.

Con mi hermana, a veces nos aprendíamos pequeñas partes de los diálogos de estas películas y luego, en vez, de ir a pintar, a cantar o a construir un poblado con figuritas, repetíamos esas frases en un ambiente de juego. “No podría casarme con un príncipe, tendría que ser yo princesa”.

Hoy recuerdo esta afirmación y confío en que mi memoria es errónea y que en ese guion no ponía esto. Sin embargo, lo busco y, desafortunadamente, estas son las palabras que salían de la boca de la princesa de Disney y que muchas archivamos en nuestros jóvenes cerebros.

Todos sabemos que, cuando asegura que para casarse con un príncipe una debe ser princesa, no está hablando precisamente de los requisitos para entrar a formar parte de la familia real. Habla de estar a la altura del padre y del marido, de ser un trámite adecuado y bello de un punto al otro.

Es lo mismo que le pasa a Nora en “Casa de Muñecas” de Henrik Ibsen y es el papel más recurrente al que optamos las actrices de los 25 a los 40 -qué optimista estoy hoy-. Las mujeres seguimos sobreviviendo en los guiones como segunda opción porque “todos los personajes son hombres”. Lo grave es que si no hay papeles para mujeres es porque nuestras historias no se están contando. ¿Qué hay más interesante que escuchar la experiencia de vida de una mujer? Cierto, el relato de una mujer cuando llega a su vejez.

Entonces, volvamos al inicio, escribámonos nuestras historias, démonos voz, escuchémonos las unas a las otras e invirtamos en la importancia que tenemos. Yo soy la primera que he visto cómo se me torcían los acontecimientos cuando he creído que necesitaba la validación masculina. Qué manido y aburrido pensar eso. Las mujeres gozamos de un talento innato que nos convierte en un equipo fuerte y que vale su peso en oro: la capacidad que tenemos de anticiparnos a las necesidades de los demás. Así que empecemos por fijarnos en las nuestras y desde ahí démosle energía al neón de WARNING rojo cuando se presente ante nosotras la casposa violencia machista con cualquiera de los disfraces que lleve hoy.

Marta Vives es actriz, directora y periodista. 

Este post forma parte de una serie de entradas creadas específicamente por diversas expertas, en el marco de la campaña #MeNiegoA  de Oxfam Intermón.  Tienen como objetivo sensibilizar y generar debate acerca de la gravedad de las violencias machistas en nuestra sociedad durante los 16 Días de Activismo contra la violencia de género.

Los comentarios están cerrados.