Silencio es una palabra

Por Natalia Sánchez 

Alguna vez, alguien dijo de mí que fui “la más silenciosa” del grupo, y tuvo razón. Mi silencio proviene de tantos intersticios míos que ya no sé cuál es su origen certero o el que debería contar. Mi silencio podría provenir de esa duda: ¿qué debo decir? O de esta: ¿por qué lo voy a decir? O, tal vez, de esta: ¿debo decir? Antes de hablar, silencio. Para mí, las palabras no son ligeras. Por eso, hago lo que hago a pesar de su paradoja: el silencio cesa cuando empieza la escritura. O, más bien, el silencio se transforma cuando empieza la escritura. El silencio no es un espacio vacío. ¿Qué comunica el silencio entonces? ¿Estoy siendo consecuente?

De pronto, es mi turno de hablar sola y frente a la cámara. Micrófono sobre blusa blanca, pantalón y saco negros. Sentada en una banca en medio del jardín botánico de Medellín cuando acaba de detenerse la lluvia. Indicaciones: no mires a la cámara, mira a la periodista que se ha sentado al lado de ella y habla como lo haces normalmente.

De pronto, luego de muchas, una pregunta: ¿cuál crees que es el enfoque más adecuado, más respetuoso, más riguroso para abordar la desigualdad de género? Conozco muchas respuestas. Las he practicado en mi mente varias veces entre el aeropuerto y este momento. Comienzo, articulo. Palabra, movimiento de manos, palabra, contacto visual, palabra, palabra. Y, de pronto, el recuerdo se filtra en el silencio entre cada una de ellas.

Juntas somos mejores. Ilustración:  Estefani Campana

Entre “sensibilidad” y “respeto”, el rostro de Nelly y cómo se quiebra en llanto. Entre “violencia muy grave” y “muy terrible”, cómo Justina se sostiene duramente las manos. Entre “reconstruir sus propias historias” y “experimentar el dolor de nuevo”, los susurros del secreto más doloroso y antiguo de Sinforosa. Luego de “escucha muy atenta”, cierro los ojos en silencio. Los vuelvo a abrir para levantar la mirada con una única certeza. “Creer. Creer en el testimonio de aquellas mujeres”, digo.

Ha pasado más de un mes desde aquel momento, y sigo conservando aquella claridad que casi nunca obtengo: creer en lo que las mujeres tienen que decir es lo más importante. Lo intuimos, pero elegimos dejarlo de lado o al final de la fila luego de preguntas como: ¿quién dice la verdad?, ¿quién miente?, ¿quién firmó?, ¿quién tiene pruebas?, ¿quién tiene pruebas de las pruebas?, ¿quién te ha pagado para decir eso? Cuando agotemos todas las instancias, probablemente volvamos al mismo punto, solo que después de haberle hecho creer a una mujer que habló en vano, que mejor se hubiera quedado callada. Y lo dice alguien que valora mucho cuando las palabras cesan, las personas callan y permanecemos en silencio.

 

Natalia Sánchez es la ganadora de la Beca Oxfam- FNPI de periodismo sobre desigualdad. Actualmente es editora de la plataforma virtual hecha enteramente por mujeres llamada Malquerida y es docente de la PUCP (Universidad Pontificia de Perú), donde imparte cursos de redacción académica y literatura.

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