Ayer fue un día triste para el mundo civilizado, o sea, para los seres humanos que respetan y quieren que se respeten los derechos humanos. Bush consiguió su propósito: licencia para torturar sin tener qeu dar cuentas a nadie. El gran inquisidor Torquemada se convierte ahora en una hermanita de la caridad si lo comparamos con el amigo de Aznar.
El País da una amplia información de este desastre legal, a cuatro columnas en la página 3, con este titular:
Bush logra el apoyo del Congreso a la Ley para juzgar a los presos de Guantánamo
Y este sumario:
Los sospechosos de terrorismo verán limitados sus derechos legales en Estados Unidos
El senador John Kerry declaró ayer:
«Esta ley permite la tortura. La única garantía que da de lo contrario es la palabra del presidente, y me gustaría decir que es suficiente, pero no lo es»
El demócrata Patrick Leahy dijo:
«Vamos a poner el borrón más oscuro en la conciencia de la nación. Es inconstitucional. Es antiamericano.»
El New York Times llamó ayer «irresponsable» al Congreso.
El Mundo, en cambio, reduce las vergüenzas morales y legales de Bush a una media columna en página 31, cn este titular:
El Senado de EE UU aprueba la ley de juicos para terroristas
Sol Gallego, sensible habitualmente a las patadas que le dan a la libertad y a la justicia, en cualquier parte del mundo, aunque sea en el imperio de Bush, centro mundial de la hipocresia, ha escrito un precioso y terrible artículo en El País sobre el paso atrás que acaba de dar el Imperio.
Para que no le falten inquilinos en el terrorífico campo de concentración de Guantánamo o en otras prisiones secretas de la CIA o el FBI, Bush se ha convertido en el pirómano-bombero.
Primero prende fuego a Irak y luego pide poder usar las mangueras crueles de Guantánamo para apagarlo.
Pide herramientas de tortura secreta (que sólo él conoce y autoriza) para acabar con los terroristas que él mismo ha generado con su invasión ilegal y criminal de Irak.
El País titula así su editorial:
«Escuela de terroristas»