Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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“Como fuera de casa en ningún sitio”

Llevo casi todo el mes de septiembre fuera de casa, por los extremos de ambos hemisferios, predicando “la revolución de los diarios gratuitos de calidad”: Brasil, Argentina, Asturias, Suecia, Toledo y, al fin, Madrid.

Me gusta la vida nómada pero también me gusta mucho regresar a la rutina sedentaria: zapatillas, sofá (con los pies sobre la mesa, estilo Aznar), chispeando al otro lado de la ventana y con un novelón entre manos como el último de Almudena Grandes (“El corazón helado”) que tiene el tamaño de su apellido, con casi 1.000 páginas. Estoy a punto de terminarlo.

La mitad (antigua) de la historia me emociona; la otra mitad (moderna) me perturba. Es un libro espléndido sobre nosotros, nuestros padres y nuestros abuelos cuya lectura recomiendo vivamente.

– “Como en casa en ningún sitio”, digo yo después de tanto ajetreo.

– “Como fuera de casa en ningún sitio”, replica mi chica, que estrena rodilla y aún se mueve con escasa soltura.

A causa de tantos viajes y de la ausencia de prensa española, hace casi un mes que apenas sigo el blog. Al volver a casa, observo que aquí se han producido pocos cambios en lo que afecta a los temas del blog, salvo que ha nacido un nuevo diario (“Público”, dirigido por Ignacio Escolar, el culpable involuntario de que yo iniciara este blog, hace ya un par de años.).

Aún no lo he visto con detenimiento pero me interesa el experimento periodístico. Creo que están locos:¡un nuevo diario de pago en el siglo XXI para competir con los que quedan estilo siglo XIX!.

Si ofrecen el nuevo diario en PDF voy a intentar comparar sus portadas con las de los ancianos El País y El Mundo. Ambos ya me estaban aburriendo a fuerza de tanto repetir los mismos trucos tipográficos y gramaticales para arrimar el ascua a sus respectivas sardinas. Por eso, en ocasiones, he derivado hacia el relato de batallitas, tipo abuelo cebolleta, o al archivo escrito de meros borrosos recuerdos de anécdotas periodísticas.

En efecto, en septiembre de 2005 comencé a escribir este blog con el fin de obligarme a comparar las noticias (y no noticias) de los dos principales diarios de pago de España.

La verdad es que, en general, me ha resultado divertido comprobar cómo cada diario mete la cuchara de su cultura corporativa (o sea, de sus intereses) por entre los hechos que relatan como si fueran ciertos.

La mezcla maliciosa, naturalmente interesada y sin advertencia previa, de hechos y de opiniones dice muy poco en favor del buen periodismo y, con razón, deja a mi vieja hermosa profesión a los pies de los caballos.

No obstante, comparar cada día los titulares de portada de El País y El Mundo me ha mantenido en posición de alerta para que no me dieran gato por liebre.

Desde luego, éste es un ejercicio que sólo puede hacerse en un país libre como el nuestro. Por eso, tener acceso a dos interpretaciones tan distintas de la realidad es una prueba palpable de la libertad de expresión que tenemos, y (¡atención!) que no siempre tuvimos y que, si nos descuidamos, algún día podemos volver a perder.

Mal que nos pese el abuso y el retorcimiento que ambos diarios hacen de los sujetos y de los verbos para ganarse la complicidad del lector, las distintas versiones que recibimos cada día de lo que pasa en España y en el mundo son una prueba de libertad. Y, aunque tantas veces disienta de ambos, a mi me gusta el espectáculo. Como dice la cita (todavía anónima) que encabeza este blog, “la falta de libertad produce infinitamente más monstruos”.

El martes pasado, no pude asistir a la fiesta de presentación del número 1 del diairo Público pues estaba con Arsenio Escolar en un pueblito a orillas del Báltico, cerca de Estocolmo, preparando la estrategia para convertir www.20minutos.es en la primera web de noticias del mundo en castellano.

Me hubiera gustado compartir con los colegas la alegría de este feliz nacimiento: un nuevo chorro de aire fresco para que podamos saborear mejor la dulzura de vivir en libertad. Siento no haber estado a allí para aplaudir. Miraré los diarios de esos dias para enterarme del recibimiento que le han dispensado los del «fuego amigo» y los del «fuego enemigo«.

Por lo que me han dicho, Escolar Jr. (tiene la misma edad que tenía Juan Luis Cebrían cuando fundamos El País) ha fichado a varios genios fundadores del diario El Sol y a otros de la ya ilustre escuela de 20 minutos. Doble garantía para triunfar.

¡Enhorabuena, Ignacio, y mucha suerte!

Quitarle lectores a los dos dinosaurios nacionales de pago, sin que se les vea “el plumero de Zapatero”, promete ser una batalla interesante. (Sin haberlo preparado / me ha salido un pareado).

Voy a buscar ahora mismo el PDF de Público para incorporarlo al análisis comparativo.

A ver qué sale.

Mi gozo en un pozo. No puedo conseguir el PDF de Público. Otra vez será.

Mañana preguntaré a nuestros «tekis».

Gracias por el aviso, viejo maestro.

Pero no consigo copiar y pegar aquí la portada completa de Público.

Esto es todo lo que puedo conseguir hoy, con mis escasos conocimientos de photoshop.

He visto esta portada en su pagina web y es la monda. Si todos los días viene tan cañero como hoy no voy a tener más remedio que comprarlo (y leerlo) a diario.

Su gran titular es:

Un falangista en el Constitucional

Y su director, Ignacio Escolar, lo explica en su blog.

Los demócratas de Almería nunca hemos olvidado el crimen sin investigar del joven Javier Verdejo.

En más de una ocasión hemos hablado aquí de aquel vergonzoso jefe provincial del Movimiento de Almería en cuyas manos está hoy la interpretación de nuestra Constitución.

Jueces del TC denuncian… ¡Y qué jueces!

Las portadas de los dos diarios de hoy van de «España se rompe/ España no se rompe» con el Tribunal Constitucional de por medio. Comparando los titulares, me da un tufillo de hipocresía que no veas…

Para El Mundo, el sujeto principal son «jueces del TC». Y ¡qué jueces! A uno de de ellos (Roberto García-Calvo) le recuerdo muy bien porque fue gobernador civil de Almería cuando, en 1976, el joven Francisco Javier Verdejo fue asesinado por disparos de guardias civiles mientras escribía en un muro de la playa la palabra «libertad«. Nunca se investigó aquel asesinato.

Para El País, el sujeto es «Cataluña«

Los verbos son muy expresivos: «Jueces del TC denuncian…» y «Cataluña reclama…»

Todo este lío preelectoral es por unos artículos del Estatuto catalán entre los que hay decenas calcados y aprobados por el PP en otros estatutos. Se acercan las elecciones y el primer asunto del PP es, como decíamos ayer, que «España se rompe».

«Zapatero ganó…», en ¡El Mundo!

Pensé que me había confundido de periódico. Sorpresas te da la vida…

A cuatro columnas, mandando, arriba:

Zapatero ganó el debate…

En el diario El Mundo. Vivir para ver.

El País mantiene su cultura corporativa:

El papel de Rajoy ante Zapatero decepciona…

Me ha sorprendido también que Roberto Carcía Calvo (por el PP) siga siendo miembro del Tribunal Constitucional. Debe ser muy mayor.

Recuerdo su nombre como gobernador civil de Almería cuando un joven estudiante fue muerto a tiros por la Guardia Civil mientras escribía la palabra «LIBERTAD» en un muro de la playa. No pudo terminarla. Le dispararon por la espalda y no hubo culpables.

Aquel gobernador franquista pidió ayer la dimisión de la presidenta del Tribunal Constitucional. Su petición fue rechazada por diez votos a dos.

¡Ah! en la columnita de El Mundo se da cuenta de la renuncia del juez que invocó a Dios en una sentencia. Menos mal, Me dan miedo estos talibanes metidos a juez. Estoy por creer que, por esta vez, le ha iluminado el mismísimo Espiritu Santo para que dimita. ¡Qué alivio!

—-

Y éste es un espléndido artículo del proferor Laporta bastante esclarecedor sobre el terrorismo, publicado el lunes en El País. Se me había escapado.

Cuando estaba en la Universidad quise investigar y escribir sobre la función de utilidad del terrorismo (¿a quiénes beneficia?). Me asustaron mis propias conclusiones y nunca publiqué nada sobre el asunto. Laporta explora aquí, con valentía y rigor, algunos aspectos de esa deplorable función de utilidad. No se lo pierdan.

Sobre la pervivencia del terror

FRANCISCO J. LAPORTA en El País 02/07/2007

Lamento no acabar de creerme dos de los tópicos más asentados del discurso antiterrorista. No creo que vayamos a «derrotar esa lacra», como se repite una y otra vez, ni creo tampoco que en las condiciones que estamos creando entre todos sea verdad aquello de que con los actos de terror nunca se gana nada. La realidad viene a desmentir ambos píos deseos. A lo mejor no es ocioso que intente explicar por qué. En su notable libro Calamidades, Ernesto Garzón Valdés presenta un acercamiento conceptual muy preciso a la noción de terrorismo. Extraigo de su amplia definición algunos de sus ingredientes decisivos: el terrorismo es el método de usar de modo imprevisible la violencia para provocar el temor generalizado con miras a influir en el comportamiento de terceros para obtener objetivos políticos. Acto de violencia, pues, temor generalizado y reacción de terceros. Repárese en que de los tres tan sólo el primero incumbe únicamente al terrorista. Los otros dos están mediados por nuestros comportamientos colectivos, y mi escepticismo descansa en que allá donde mire no acierto a ver ningún indicio de que estemos dispuestos a interrumpir esa mediación.

Para hacer el viaje desde el acto terrorista al temor generalizado de la población se necesita un viático imprescindible: la publicidad del acto. Hasta el punto de que hay autores que hablan del «oxígeno de la publicidad» como condición del terror. Vale la pena advertir que, a diferencia del terrorismo de Estado o la delincuencia común, que buscan ampararse en el secreto y la opacidad, el terrorismo político busca deliberadamente la publicidad; su acto mismo de terror pretende precisamente ser un acto publicitario. Sin ese oxígeno de la publicidad, por tanto, se debilitaría fatalmente como fenómeno político. Pues bien, nosotros estamos dispuestos, al parecer, a suministrarlo ilimitadamente. No hay nada relacionado con él a lo que no le demos inmediatamente una trascendencia mediática inusitada. Aun si con ello estamos poniendo una de las condiciones para su reproducción y perdurabilidad. Por supuesto que la naturaleza misma de nuestras sociedades como sociedades abiertas tiene que contar con la publicidad como elemento esencial, pero una cosa es eso y otra muy distinta hacer del terrorismo y sus actos un objeto prioritario del mensaje político. Esto es lo que, sin ir más lejos, está pasando hoy en España. Hemos entrado en una espiral viciosa que no hace sino realimentar el fenómeno terrorista que decimos querer derrotar. En la pasada campaña electoral, las cosas han llegado a un punto en que uno no sabría decir muy bien si, por paradoja, aquellos que se jactan de ser los más fieros enemigos del etarra no se hayan transformado en sus aliados más constantes. Los mensajes del Partido Popular, los informativos de la cadena episcopal, algunos diarios nacionales o los noticiarios de la cadena autonómica de Madrid parecen haber incorporado una obsesión malsana por subrayar hasta extremos inconcebibles una presencia del terrorismo que dista de tener esa realidad ni de merecer ese tiempo. Se han tornado así en una suerte de agentes artísticos o teatrales involuntarios de ETA, comisionados por lo que parece para otorgar a cualquier minucia que hagan sus miembros un papel de protagonismo en la escena política y social española. Que un sujeto insignificante y vil como De Juana Chaos haya sido premiado con el oscar de presencia mediática en los últimos meses es una de las hazañas más necias y dañinas de la práctica política de los partidos y los medios desde que empezó la transición. No hay más que asistir a su resurrección como héroe nacional después de esa insensata dosis de oxígeno que le han facilitado precisamente quienes más parecían odiarle.

De que con esos y otros estúpidos alardes publicitarios hemos pasado del acto aislado de terror al temor generalizado de la población, no cabe albergar ya duda alguna. Según datos fiables, que también se dedican a recordar, venga o no venga a

cuento, esos profesionales de la inquietud, los españoles han vuelto a considerar al terrorismo entre sus primeras preocupaciones. Que un ciudadano de este país tema un atentado más que, pongamos por caso, un accidente de tráfico o un cáncer de colon, es una de esas muestras de necedad colectiva que a veces exhiben los pueblos mal informados. Ser víctima de un acto terrorista es un suceso con una probabilidad estadística cercana a la nada. Pero claro, una cosa es el riesgo y otra la percepción que se tiene de él, y los hay empeñados en prestar al terror ese servicio inestimable que se ha llamado amplificación social del riesgo sin el que lo más probable es que acabara por ser un fenómeno marginal e inconsistente. Por las consecuencias de esa amplificación, naturalmente, nadie responde.

Y las consecuencias tienen una relación muy directa con ese otro tópico en el que antes decía que tampoco creo. Ese que afirma que con sus actos los terroristas nunca ganarán nada. Las condiciones que hemos puesto entre todos hacen esta aseveración falsa. Mencionaré solamente tres de esas ganancias. La primera, y la más evidente, la que recibe el propio terrorista al ver transformada su crueldad ocasional en un ingrediente del destino de un pueblo. Con sólo alterar la agenda política de una comunidad moderna, el terrorista ya ha conseguido una parte de lo que buscaba. Al ser vehiculada por los medios, su acción violenta acaba por tornar a un grupo insignificante en un actor del proceso político. Por disparatada que sea su causa, sólo por ser el actor de esa violencia ocasional que se amplifica insensatamente, se le incorpora a la trama de la comunidad. Hemos dado ya el primer paso en su favor. La segunda ganancia evidente es la que relaciona inversamente la libertad y el miedo. El temor generalizado determina que las sociedades abiertas basadas en la libertad se vayan cerrando sobre sí mismas paulatinamente. Y al hacerlo adquieren inadvertidamente los rasgos agresivos que sirven de pretexto al grupo que ejerce el terror. Esta retroalimentación está ya demasiado estudiada como para que pueda pillarnos por sorpresa. Cuanto más dura e irreflexiva es la reacción social del miedo, más parecida es la sociedad que lo segrega al enemigo que ha inventado el terrorismo. No hay ejemplo más exacto de lo que es una cultura amenazante e invasora que la amenaza armada y la invasión militar. La coalición militar que asaltó ilegalmente Irak ha dado a Al Qaeda exactamente lo que ésta quería. Todo un regalo para el terrorismo islámico, un rédito que ni por asomo pudiera haber imaginado ingresar.

Y hay que hablar, por último, de una ganancia triste y desalentadora. La que se puede obtener haciendo aspavientos sobre el terrorismo en el debate electoral. La ecuación es tan elemental como cínica. Si el pueblo está atemorizado, recurramos a su temor para inclinar su voto hacia nosotros. No poca de la compulsión mediática que padecemos descansa obscenamente en esa ecuación. Seguramente, también la estrategia política de nuestra inefable derecha. Y, deploro decirlo, alguna de las prácticas en que se han embarcado ciertos sectores de las propias víctimas. Más allá de la indignidad que supone acercar el ascua viva que para todos han de ser los muertos a la sardina electoral de cualquiera, está la paradoja perversa que se esconde tras esa indignidad. Si las víctimas producen votos, una manera posible de ganar votos es incrementar el número de víctimas o ignorar su situación. En esto, la lógica de ese tipo inmundo de pescador electoral no difiere gran cosa de la lógica propia del etarra. Ambos están en la empresa de utilizar a las víctimas para conseguir objetivos políticos en virtud de la reacción que la sociedad desarrolla ante el terror. Y cualquiera que sea el oscuro motivo que los empuja, parece probable que con sus comportamientos alienten la perdurabilidad del fenómeno mismo cuya derrota tendría que dar sentido a sus vidas.

La pervivencia del terrorismo no depende sólo de que haya actos de terror. En una sociedad compleja, bastante anómica y presidida por el incesante desarrollo de la tecnología, es seguramente imposible pensar que no se produzcan. Pero su dimensión social y política depende en gran medida de nuestra actitud individual y colectiva hacia ellos. Y no veo por ninguna parte que seamos conscientes de ello.

Francisco J. Laporta es catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid.

FIN