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"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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«Los embriones no saben que es sábado» (Dra.Levi-Montalcini)

Acudí por cortesía al Paraninfo de la Compluense y salí emocionado y renacido. Inesperadamente, una joven anciana de 99 años me dió varias lecciones magistrales sobre la vida y la muerte. ¡Ahí es nada!.

He visto escaso reflejo de este acontecimiento en la prensa. Sólo El País lo consideró noticia y publicó el viernes pasado una bonita crónica de media página de Gabi Cañas.

El Mundo, en cambio, despachó el acto con una foto vieja, descuidada, tipo sello y cuatro líneas de pie de foto.

Quizás, por eso, siento ahora la necesidad compensatoria de compartir ese solemne acontecimiento, más ético que académico, con los lectores de mi blog.

Ocupándome, aunque con cierto retraso, de esta presunta «no noticia» puedo estar obedeciendo hoy a los últimos impulsos o vestigios de periodista que me quedan, mientras gestiono, como puedo, una catastrófica crisis publicitaria para poder sacar a nuestro espléndido barco de las piedras.

De paisano y sin birrete, llegué al histórico y magnífico Paraninfo de San Bernardo con el tiempo justo (como el ex ministro Julián García Vargas) para presenciar la entrada parsimoniosa de la comitiva de doctores, al son de una orquestina de cámara de la que sobresalía un agudo clarinete (en sustitución, supongo, de los pífanos y flautas medievales).

En medio de la procesión de togas y birretes multicolores (la primera que veo desde mi investidura doctoral, allí mismo, hace ya muchos años) pude distinguir a una anciana, más seca, enjuta y bajita que don Quijote, pero no menos orgullosa de su porte, de su gesto ni de sus pausados andares.

La doctora Rita Levi-Montalcini -tal es su nombre- rechazaba con coquetería el apoyo del brazo amigo y caminaba sola, frágilmente, pero con una mirada tan alta, firme y segura que contradecía el temor infundado que algunos tuvimos de que su cuerpecillo centenario, menudo y delgado, podría romperse en mil pedazos en cualquier instante.

La doctoranda «honoris causa» tomó asiento junto al púlpito y el maestro de ceremonias dio un fuerte y seco bastonazo sobre el suelo de madera, doblemente centenario.

El rector magnífico, profesor Berzosa, pronunció la palabras que abren la ceremonia solemne:

«Señores claustrales, sentaos y cubríos»

(Traducción moderna del clásico «Considite et capita operite«)

El doctor Mora Teruel ocupó el púlpito y pronunció, no sin emoción y enorme respeto, la «laudatio» (alabanza de la doctoranda) (La laudatio del profesor Mora y el discurso de la doctora Levi-Montalcini están en esta página de la Complutense).

Destacó los méritos de una de las mujeres más singulares e impresionates del siglo XX, que superó con éxito los graves inconvenientes que le planteaban el ser mujer (nacida en 1909), bajo el secular dominio masculino, y el ser judía (sefardita, para honra de Sefarad), bajo el tenebroso y cruel dominio nazi-fascista.

Mora citó un texto de la descubridora del «Factor de Crecimiento Nervioso» (Nerve Growth Factor, NGF) -creo que sacado de su autobiografía «Elogio de la imperfección«- y lo comparó con la rica prosa de otro Premio Nobel, nuestro admirado Santiago Ramón y Cajal. Ambos rezumaban buen gusto literario y enorme compromiso social y ético con los demás seres humanos.

Descubrió el NGH gracias a sus investigaciones iniciadas clandestinamente en Turín contra las leyes fascistas que prohibían toda carrera académica o investigadora a los no arios (el Manifiesto de la Raza de Mussolini). Escondida en su «piccolo laboratorio» (su dormitorio y su cocina), Rita levi-Montalcini dio un salto de gigante sobre los descubrimientos previos de su admirado Ramón y Cajal (ella pronuncia Cagal) y con la colaboración de su maestro, el doctor Giusepe Levi, encarcelado por Mussolini y liberado gracias a la intervención directa de Ramón y Cajal.

El tratamiento actual de los tumores sería inviable sin los descubrimientos de Levi-Montalcini sobre el comportamiento del sistema nervioso. Esos avances, logrados en condiciones tan peligrosas, le valieron el Premio Nobel en l986, que fue motivado así:

«El descubrimiento del NGF a comienzos de los años 50 es un ejemplo fascinante de cómo un observador agudo puede deducir hipótesis válidas a partir de un caos aparente. Antes de ello, los neuro biólogos no tenían una idea de qué procesos intervenían en la enervación correcta de los órganos y tejidos del organismo. La exploración de la función del NGF, tanto en la fase de desarrollo como en el organismo adulto, han sido objeto de investigación al qeu Rita Levi-Montalcini ha dedicado su vida…»

Premio Nobel, Medalla de la Ciencia de los Estados Unidos, senadora vitalicia de Italia, esta figura centenaria, físicamente tan menudita y, a la vez, intelectualmente tan gigantesca recibió el anillo, el título, los guantes blancos, el birrete laureado y el abrazo de rigor de los doctores y tomó la palabra.

El Paraninfo se estremeció al oir su voz. Era dulce y melodiosa, quebrada, en ocasiones, por la emoción. Celebró a su maestro Giussepe Levi y, sin haberle conocido personalmente, se consideró discípula y seguidora de Ramón y Cajal. Pero su voz tambíén se tornaba en un trueno, firme y duro, cuando la ocasión lo requería: al recordar la persecuión nazi, su clandestinidad con nombre falso, sus investigaciones neurológicas con embriones de pollo, escondidos en su cocina, su acción con los partisanos antifascistas, su tenacidad en la lucha contra la ignorancia y contra la injusticia, sobretodo entre las niñas y las mujeres analfabetas de Africa -a las que hoy dedica la mitad de su tiempo en la Fundación que lleva su nombre.

Dominaba la retórica y la oratoria. En un discurso vibrante y articulado, administraba magistralmente las pausas y los acentos para resaltar su emoción por la vida, su curiosidad insaciable y su compromiso para ayudar a mejorar el mundo.

Y todo ello hablando durante casi una hora, con naturalidad y frescura, de memoria, sin mirar un solo papel. Así nos contó esta juvenil y encantadora anciana su vida generosa y su obra gigantesca:

En un momento, alzó la voz y nos dijo frases como éstas:

«Envejecer con dignidad es vivir independiente ayudando a los demás»

«La vida no debe ser vivida sin compromiso»

«Lo importante es la forma en que hemos vivido y el mensaje que dejamos a los demás. Eso es lo que nos sobrevive».

¿De donde saca esta mujer su fuerza tan conmovedora?

Verderamente, nos dejó embobados…

Agradecí a mi amigo Enrique Barón, ex ministro socialista y ex presidente del Parlamento Europeo, que me hubiera avisado a tiempo de aquel acto irrepetible, por emocionante. También agradecí a su mujer, Sofía Gandarias, pintora de causas nobles y de azules inauditos, el que hubiera recomendado al rector Berzosa el nombre de Levi-Montalcini como merecedora del doctorado «honoris causa» de nuestra Universidad Complutense.

En los corrillos de las despedidas, junto a don Ricardo Diez-Hochleitner, Nativel Preciados, Gabriela Cañas, García Vargas, etc, el ex ministro Barón nos recordó una anécdota de la homenajeada, relativa a su pasión por la investigación y a su negativa a jubilarse. (Cada dia acude a su laboratori romano y a su Fundación pro-mujeres de Africa).

En una ocasión, Enrique Barón la invitó a pasar un fin de semana no se donde. Ella declinó la invitación, aduciendo que tenía que acudir a trabajar a su laboratorio al día siguiente.

«Pero si mañana es sábado»

, le replicó Enrique Barón.

La doctora Levi-Montalcini le contestó:

«Sí, pero los embriones no saben que mañana es sábado»

Así es ella. Un monumento a lo mejor de la condición humana.

Enhorabuena, doctora.

Y gracias.