Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

Entradas etiquetadas como ‘pregon de fiestas’

Mojácar, el «Silicon Hill» de Europa

Sigo de vacaciones y totalmente desconectado del cibermundo y de los diarios. Pero hoy encontré un poquito de cobertura, precaria y prestada, y he pedido a mis colegas de La Voz de Almería que me envíen el PDF de la página que han publicado con el Pregón de mi pueblo.

Voy a presumir un poco del Pregón de las Fiestas de Mojácar que dí anteanoche ante una plaza abarrotada de mojaqueros y turistas (muchos de habla inglesa).

Debo reconocer que tuve a muchos jóvenes como audiencia cautiva porque, después de mi Pregón, actuaba Soraya, la cantante de Operación Triunfo. Creo que por eso aguantaron mis batallitas de abuelo «cebolleta» hasta el final. (¡Ah!y me interrumpieron con algunos aplausos toreros, seguramente de amigos estratégicamente colocados por la plaza del pueblo).

Llevado por la emoción del momento, me enrollé un poco, o un mucho, pero los colegas de La Voz lo han sabido resumir muy bien.

Pego aquí la página 24 de La Voz de Almería de hoy y, a continuación, mi Pregón completo, para castigo o disfrute de quienes aún siguen de vacaciones y tienen cobertura de ADSL. (Aviso: es muy largo y sólo recomendable para quienes tengan aún mucho tiempo libre, vacaciones o ganas de conocer algo sobre Mojácar, Almería). 2º aviso: es una rigurosa exclusiva de La Voz de Almería que titula hoy a toda página:

“Mojácar puede ser el “Silicon Hill” de Europa”

Y lleva este antetítulo en negrita:

Fiestas de Mojácar 2006

Pregón en honor a San Agustín

por

José A. Martínez Soler. Periodista

Ilmo. Sr. alcalde, señores concejales, queridos amigos, vecinas y vecinos de la «Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Mojácar», y como reza en su escudo, “llave y amparo del Reino de Granada”.

Queridos paisanos de Mojácar, ladies and gentlemen:

(No saludo a los forasteros porque ya se sabe que nadie es forastero en Mojácar. En cuanto llegan, ya son de aquí. Tal es la hospitalidad y la generosidad de esta tierra.)

Tengo hoy el placer y el honor de ejercer el viejo oficio de pregonero, para transmitiros un feliz encargo que me han hecho el alcalde, Gabriel Flores, y los concejales del Ayuntamiento. Les agradezco mucho que se hayan acordado de mí, después de haber pasado yo tantos años fuera de Mojácar.

Por tanto, por orden del señor alcalde, hago saber a los vecinos y amigos de este rincón tan seductor del Mediterráneo, que es Mojácar, la obligación que tenemos todos de participar con alegría en las Fiestas en honor de San Agustín, cuyas maravillas tengo el honor y el placer de pregonar hoy aquí.

No tengo palabras para ensalzar las excelencias de esta tierra y no quiero convertirme hoy en el abuelo “cebolleta” que cuenta sólo sus batallitas de infancia o juventud para demostrar que “cualquier tiempo pasado fue mejor”.

Yo hablo mucho de Mojácar a mis hijos y a ellos les encanta venir aquí. Pero no vienen por las historias o leyendas que les cuento –y que tanto les aburren, al repetirlas. A mis hijos les gusta Mojácar no solo por lo que fue sino, sobretodo, por lo que es hoy día. Y lo que es hoy esta gran Mojácar tenemos que agradecérselo a los jóvenes que la han hecho posible.

Nuestros mayores tuvieron mucho mérito al dar a conocer la gracia y el embrujo de esta tierra y atraer así a la crema de la inteligencia, del arte, de la política y a tantos extranjeros (con paga o sin paga) que ya son parte de nuestra cultura.

En los años cincuenta, Mojácar era un rincón maravilloso, pero pobre y desconocido para el mundo. Podíamos encontrar media docena de citas del cronista Carlos Almendros, de Jesús de Perceval o del movimiento “indaliano” al que tanto debemos los mojaqueros. Y poco más. No había carretera, ni agua corriente, ni apenas luz eléctrica. Miseria sobre miseria. Olvido y abandono.

En cambio, ayer mismo entré en Google y pregunté por Mojácar.

¿Sabéis cuantas citas me salieron?

1.690.000 páginas hablaban de Mojácar al mundo entero.

Si nuestros padres y abuelos lo vieran…

Esta fama bien merecida, que ellos iniciaron, ha sido muy bien aprovechada y enriquecida por las generaciones más jóvenes, por los mojaqueros más emprendedores, que han saltado del carburo a la bombilla de 25 watios y al ordenador portátil con ADSL, de la agricultura paupérrima de secano al invernadero, al turismo de calidad, a la artesanía y al comercio.

Todavía nos falta algo de industria de Alta Tecnología y –con la misma gracia que hace años convocamos a escritores y artistas de todo el mundo- debemos seguir atrayendo ahora a los mejores cerebros de la actual revolución de la Sociedad de la Información, para que nos ayuden a dar ese nuevo salto que convierta Mojácar en un nuevo Silicom Beach o Silicon Hill, al estilo del Silicom Valley de California y que garantice empleo y bienestar a nuestros jóvenes.

Si queremos podemos hacer de Mojácar el “Silicon Hill” de Europa. Por eso, quiero dedicar este Pregón principalmente a los jóvenes de Mojácar en cuyas manos está el futuro.

Pero no he venido aquí para soltaros un rollo sobre de Economía y Alta Tecnología. Así es que, antes de que el público salga huyendo de aquí, voy a ir al grano. Y el grano es este Pregón que abre las Fiestas en honor a Agustín de Hipona, un hombre sabio y singular, que fue un gran pecador en su loca juventud y un gran santo, para los creyentes, en su madurez. Un santo muy bien elegido para Mójácar.

Es costumbre que los pregoneros alaben las excelencias de las Fiestas y las virtudes del lugar donde pregonan. Desde hace años, he dado docenas de pregones de Fiestas y Ferias, sobre todo cuando salía en Televisión Española, en el Buenos Días, en el Telediario, desde Nueva York, o en tantos otros programas de la tele o la radio, pero ningún pregón me ha costado y me ha emocionado tanto como éste.

Conociendo mi profesión, la tercera más antigua del mundo, alguno pensará:

“Eso lo dirás en todos los pregones (o “eso se lo dirás a todas”), porque los periodistas sois así de exagerados”.

Pero, esta vez, se equivocarán porque no conocen la profundidad de mis raíces mojaqueras.

Los más jóvenes pueden preguntarse –y con razón- el porqué de esta emoción tan especial. Y yo les digo que cuando vuelvo a esta tierra, o hablo de Mojácar por esos mundos, mi corazón se llena de hermosos recuerdos.

Aunque llevo muchos años fuera, pues emigré como tantos paisanos en busca de sueños, forjados a la orilla de este mar Mediterráneo, siempre que me preguntan de dónde soy, respondo que soy almeriense, porque en Almería vi la luz por primera vez, entre el Quemadero y la Plaza Toros, y, a continuación, digo con orgullo que también soy de Mojácar.

Puedo decir, como don Antonio Machado, que soy de “donde nací no a la vida sino al amor”, es decir, soy de La Venta de la Rumina, que fue mi casa de infancia y adolescencia, entre la charca del río Aguas y El Duende. Permitidme, por eso, que me rinda un minuto (o dos) a la nostalgia.

Dos veces por semana, venía yo a comprar al almacén del Molino y a por agua a la Fuente árabe de Mojácar, a la de antes. ¡Cómo hecho de menos las piedras auténticas del lavadero! Como no tenía suficiente fuerza para subir los cántaros llenos hasta las aguaderas, siempre pedía ayuda a algún paisano de los que mantenían su tertulia en la Fuente –convertida en segunda plaza del pueblo.

Mi borrico se sabía de memoria el camino de la Fuente. Le llamábamos “Antonio Molina”, porque no paraba de cantar. Yo también conocía esa vereda, y a mis vecinos, como la palma de mi mano: al tío Marcos, al tío Felipe Grima y la tía Juana, los padres de mi prima Isabel, al tío Bartolo, padre de Paco, el otro Rumino, amigo de la infancia y nieto nada menos que del famoso Frasquito el Santo, de Agua Enmedio, a la madre de Cristóbal, de Juan y de Bartolo, a las Vizcaíno, Luisa y Ginesa, y a tantos otros que recuerdo con mucho afecto… Muchos nombres y apellidos se mezclan en mi recuerdo: Alarcón, Flores, Valero, Flores, Egea, Flores, Morales, Flores, García, Vizcaíno, Grima y muchos más Flores y Alarcones…

Cuando mi padre, “Pepe, el Rumino”, murió, hace ahora nueve años, me despedí de él con un artículo en La Voz de Almería que titulé “Adiós, Rumino”.Y escribí lo siguiente:

“Jacinto, el alcalde heroico de Mojácar, recordará el día en que mi padre, Pepe, “el Rumino”, un soñador del agua, descubrió el primer manantial de la desembocadura del río Aguas que, en un santiamén, convirtió en regadío los secanos eternos de tierra roja, lagartos y alacranes. Mi abuela hizo un baúl de rosquillas y hubo gran fiesta, a la luz de los carburos, en nuestra casa mojaquera, la Venta de la Rumina”.

(Aquí está mi padre, en el centro de la foto, con una botella en la mano, celebrando el primer chorro de agua en el pozo de La Rumina, junto al río Aguas)

Aquel gran alcalde de Mojácar, que merece una estatua, Jacinto Alarcón, buen amigo de mi padre, y que alumbró el segundo pozo de la zona, me telefoneó entonces para darme el pésame y se le quebró la voz recordando las hazañas mojaqueras de “Pepe, el Rumino”.

Ambos soñaban con hacer de Mojácar lo que ya es hoy: un lugar de ensueño para vivir, amar, crear, trabajar, descansar… y soñar. Cito otra vez a Machado: “Ya es hoy aquel mañana de ayer”, ese mañana que Jacinto y mi padre (y tantos otros mojaqueros) soñaron, tomando el fresquito en la puerta de mi casa, mirando el mar y saludando a los arrieros que venían por el camino de Carboneras con sus serones cargados de hortalizas. Ese mañana espléndido tenemos que agradecerselo hoy a los jóvenes que lo hicieron posible.

¡Qué pena que no estén aquí ni mi padre ni mi madre para verlo y para verme a mí de pregonero!

En mi casa de La Rumina pasé los mejores ratos de mi vida adolescente. Estudiaba en la capital, pero todas las vacaciones de verano, Navidad y Semana Santa (más de cuatro meses al año) las pasaba en La Rumina.

(Aquí estoy trillando en la era que teníamos junto a la noria).

Ahora ya saben por qué algunos mayores del pueblo aún me llaman “el Rumino” o “el hijo del Rumino”. Y es un título que llevo a mucha honra.

En mi casa, como en las demás del sitio del Palmeral, no había luz eléctrica ni agua corriente. Y cuando mirábamos hacia aquí, al anochecer, en la hora de las ánimas, veíamos encenderse siete luces débiles (colocadas, además, en forma de siete) que iluminaban sin éxito, pero misteriosamente, la pobre ciudad de Mojácar. Eran como siete estrellas que se posaban sobre esta colina: una visión verdaderamente mágica. Ahora se ven setenta veces siete luces y de gran potencia. Pero la visión de Mojácar, ya sea desde la playa o desde cualquier lugar del llano, siempre tiene algo de mágico.

Y cuando uno entra por sus callejuelas, el embrujo de sus luces y sombras, de sus volúmenes -esos cubos blancos caprichosos, de aristas dulces, redondeadas, enganchados casi milagrosamente al terreno-, el color de sus buganvillas y geranios, el sabor de las especias de sus guisos, de los gurullos o del ajo colorao o el aroma, en fin, de sus jazmines y galanes de noche nos transportan a un mundo de ensueño.

Te sientas en cualquier rincón de Mojácar, con sabor medieval, en un callejón diminuto o en una escalinata cualquiera, a ser posible a la sombra, y das rienda suelta a tu fantasía. Hay algo que te embriaga y te cautiva y ata tu corazón a este lugar. Los mojaqueros lo sabemos y lo saben todos cuantos –con muy buen gusto- han elegido Mojácar para sus vacaciones o su lugar de trabajo, de creación o de retiro.

La ciudad ha crecido y se ha enriquecido con el cambio, porque sus habitantes y sus dirigentes han sabido combinar ese crecimiento con la defensa armónica de sus raíces y de su historia. Juntos han sabido y han podido embridar la avaricia inmobiliaria que, sin freno, ha destrozado casi sin remedio otras ciudades de la costa andaluza o levantina. ¡Cuánto ha llovido desde los tiempos de la cobija y el roete…

Cada pueblo elige su camino. Y, afortunadamente, el desarrollo urbanístico de Mojácar no ha sido “a lo loco” ni ha traído rascacielos, homigueros humanos ni masas de turistas que no puedan ser bien atendidos por falta de servicios.

No quiero comparar nuestra ciudad con ninguna otra de la costa mediterránea. Citaré sólo a San Agustín, en cuyo honor celebramos nuestras Fiestas:

“Cuando me considero –escribía el santo obispo de Hipona- soy un pecador; pero cuando me comparo, soy un santo”.

Mojácar, como tantos otros lugares de la costa, ha crecido mucho, pero ha guardado con extraordinario mimo las esencias que la convierten en una ciudad única en Occidente.

Salvo por la pérdida de las piedras originales de la Fuente –que algún día deberíamos recuperar para un Museo del Agua– me alegra comprobar que Mojácar cuida y mima sus esencias. ¡Que el Indalo nos guarde, impida el urbanicidio desenfrenado, que ya ha arruinado a tantos pueblos, y aleje a los malages, irrespetuosos con la historia y con el Medio Ambiente, de nuestra colina mágica y de nuestra costa!

Os felicito, mayores y jóvenes, por haber salvado la identidad de Mojácar, por no haber matado la gallina de los huevos de oro.

Aunque os estoy convocando a la Fiesta y al buen humor, y no es momento para tristezas, no puedo evitar un recuerdo, siquiera breve, a las palabras, tan sabias y actuales, del último alcaide moro de Mojácar, y que llevo tan grabadas en mi corazón, como lo están en la placa de mármol que preside la Fuente.

Destacaré sólo unas frases de la respuesta que el alcaide mojaquero Alavez dio a Garcilaso, el enviado de los Reyes Católicos, y que he leído mil veces desde niño:

“Cristiano, di a tus reyes:

Yo soy tan español como tu.

Cuando llevamos los de mi raza más de setecientos años de vivir en España nos decís –Sois extranjeros, volved al mar.

En África nos aguarda una costa inhospitalaria que, de fijo, nos dirá como vosotros, y, por cierto, con más razón que vosotros: sois extranjeros: Cruzad el mar por donde vinisteis y regresar a vuestra tierra…

Henos aquí, entre dos costas que nos niegan la vecindad y el abrigo. -¿Es esto humano?-“

¡Qué gran actualidad tienen estas palabras, sobretodo cuando vemos el ir y venir de tantos emigrantes y turistas que nos visitan y muchos se quedan, tan a gusto, entre nosotros. Desde los tiempos del Alcaide moro Alavez y los Reyes Católicos, en Mojacar no echamos a nadie sino que todos son recibidos con los brazos abiertos.

El espíritu noble y leal de Mojácar no sólo está grabado en su escudo, en su geografía o en sus piedras. Está dentro de cada uno de sus habitantes. Y eso ha hecho posible la convivencia entre nativos de aquí y de allá, en un mestizaje cultural que enriquece y alimenta las esencias históricas de Mojácar.

Esta ciudad es un ejemplo vivo para el futuro de Europa. Por algo, su historia arranca desde la cultura de El Argar, donde encontramos los vestigios de la primera ciudad europea, organizada políticamente tal como prueban los enterramientos argáricos. No en vano, el Indalo fue entronizado aquí y luego se ha extendido con éxito como símbolo muy querido por toda la provincia de Almería.

¿Acaso no conservamos aún en Mojacar restos de arcos lobulados, de herradura o de medio punto, que nos recuerdan la convivencia pacífica, durante siglos, de las tres culturas y religiones del libro (la judía, la musulmana y la cristiana) en esta misma colina, a los pies de Sierra Cabrera?

—-

Me alegra mucho volver aquí para cargar mis pilas y para disfrutar, precisamente, de esas esencias que conservamos como oro en paño. No hay palabras para cantar las excelencias de mi Mojacar: tiene sol y playa, sí, como otros lugares de España, pero tiene algo más.

Mojácar tiene algo que la hace única, y que es difícil de definir sólo con el lenguaje que brota del cerebro. Para expresarlo hay que recurrir al lenguaje, más sugestivo, que sale del corazón.

De esta forma, con el corazón en la mano, decimos a quien quiera oírnos que Mojácar tiene encanto, magia, embrujo, solera, duende, historia, fantasía, sosiego, espíritu, emoción, ensueño, leyenda, inspiración y, sobre todo, mantiene la armonía entre su pasado y su presente. Y eso le garantiza un futuro brillante, muy esperanzador. Si la cuidamos, Mojácar -como su Fuente árabe– es inagotable. Y, así, podremos beber de ella hasta embriagar nuestro espíritu con mil recuerdos. Aquí puedes pasar las mil y una noches más felices que puedan imaginarse

Y los mojaqueros se merecen –nos merecemos- lo mejor. Empezando por esta gran Fiesta que tengo el gusto de pregonar por orden del señor alcalde.

Mojaqueros:

¡Vivan las Fiestas de San Agustín!.

¡Viva la Feria de Mojácar!

.

Muchas gracias

(JAMS)

(Madrugada del 25 de agosto de 2006, en la plaza del pueblo)