Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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¿Quién dijo «nazi»? Se cree el ladrón…

La mentira, repetida mil veces, me saca de quicio. El ex portavoz de Aznar, Miguel Angel Rodríguez, sentado ayer en el banquillo por presunto calumniador, me ha recordado uno de los acontecimientos más deleznables y miserables del gobierno de Esperanza Aguirre: el ensañamiento ideológico y político contra el doctor Luis Montes, ex coordinador de urgencias del hospital Severo Ochoa de Madrid, porque intentó aliviar el dolor de enfermos terminales.

Miguel Angel Rodríguez, ex portavoz de Aznar, al salir ayer del juzgado.

El doctor Montes y su equipo, perseguidos por el tristemente célebre Manuel Lamela, entonces consejero de Sanidad de Esperanza Aguirre, fueron absueltos de todos los cargos y las denuncias presentadas por el Gobierno de la Comunidad de Madrid fueron archivadas. No obstante, siguiendo el proverbio «calumnia que algo queda», el ex portavoz de Aznar, Miguel Angel Rodríguez acusó al ya absuelto doctor Montes, repetidamente ante las cámaras de televisión, de ser un «nazi«.

Las denuncias, falsas y malvadas, del Gobierno Aguirre contra las sedaciones a enfermos terminales en el Severo Ochoa paralizaron a muchos médicos y sembraron de dolor evitable a miles de familias españolas, que veían morir a sus seres queridos retorciéndose de intenso sufrimiento en las unidades de cuidados paliativos o en las salas de urgencia. Los médicos -no sin razón- le cogieron miedo a la caza de brujas de Esperanza Aguirre y redujeron los medicamentos contra el dolor.

Los mensajes del consejero Lamelas contra el doctor Montes y su equipo -repetidos hasta la saciedad por el coro de presuntos calumniadores-  no pudieron ser más ruines y eficaces para sembrar de miseria moral y de dolor los hospitales de la Comunidad de Madrid y de otras comunidades gobernadas por la derecha y contagiadas por el furor religioso/fanático a favor del dolor y la mortificación poco cristiana de los enfermos terminales. Quien lo sufrió en su familia lo sabe muy bien y lo recordará a la hora de no votar a Esperanza Aguirre.

Una parte de la derecha norteamericana y practicamente toda la extrema derecha practican la misma táctica del «calumnia que algo queda». Las carreteras comarcales  del «Bible belt» (el cinturón de la Biblia) de los Estados Unidos están cuajadas de carteles caseros difamatorios contra el presidente Barak Obama. Simplemete preguntan, una y mil veces:

¿Y el certificado de nacimiento?

No hace falta decir más. Ni menos. La extrema derecha corrió el falso rumor de que Obama no había nacido en territorio de los Estados Unidos y, por tanto, no podía ser legalmente presidente del país. El candidato conservador a la presidencia sí había nacido precisamente fuera de Estados Unidos: en Panamá.

Nada importa que Barak Obama hubiera nacido en Hawai, de madre norteamericana y padre keniata, ni que se hubiera publicado infinidad de veces su certificado oficial de nacimiento en toda la prensa… La extrema derecha, a sabiendas de que su mensaje era falso, insistía y sigue insistiendo con sus mentirosos cartelitos «goebbellianos«:

¿Y el certificado de nacimiento?

¿Quién dijo «nazi«? Mi confianza en la Justicia está bajo mínimos -y más en cuestión de calumnias, tal como están de desatados algunos colegas de la prensa- pero no pierdo la esperanza de que, alguna vez, resplandezca un poquito en el cerebro de algún juez justo -que haga honor a su profesión- para iluminar a tantos calumniadores que abusan de la libertad de expresión para convertirse en puros delincuentes. Nada desacredita más a la democracia (y a la prensa) que la injusticia que supone dejar impunes estos presuntos delitos.

Una vez vi, por casualidad, al presunto delincuente Miguel Angel Rodríguez vociferando con otros presuntos colegas en un programa de televisión llamado «La Noria». El fondo y la forma de ese demencial programa me produjeron tanto asco y vergüenza ajena -por haber compartido la hermosa profesión del periodismo con algunos de ellos- que apagué la tele de inmediato y me puse a oir Radiolé para desintoxicarme.

Acabo de leer en El País un artículo del profesor Marc Carrillo muy esclarecedor sobre este asunto, que copio y pego a continuación y cuya lectura recomiendo:

Análisis

Calumniar no es libertad de expresión

MARC CARRILLO 06/04/2011 en El País

Según prescribe el artícul+o 205 del Código Penal, «es calumnia la imputación hecha con conocimiento de su falsedad o temerario desprecio hacia la verdad». Resulta ser que en diversas tertulias televisivas, el que fuera portavoz del primer Gobierno de Aznar, Miguel Ángel Rodríguez, calificó al doctor Luis Montes, excoordinador de urgencias del hospital Severo Ochoa de Leganés, como un nazi. Según el citado Rodríguez, la argumentación para sostener un calificativo tan grave como ese fueron las sedaciones llevadas a cabo en el servicio coordinado por el doctor en pacientes terminales. En enero de 2008, la Audiencia Provincial de Madrid archivó la denuncia formulada por la Comunidad de Madrid contra 11 médicos de dicho hospital. A pesar de la decisión judicial, que no encontró mala praxis médica en la actuación del doctor Montes y sus colaboradores, el exportavoz calificó de nazi estos tratamientos paliativos, afirmando que «el que decide matar a alguien es un nazi».

Los nazis fueron autores de uno de los mayores genocidios de la historia, contra el pueblo judío y otras minorías étnicas, contra militantes políticos comunistas, socialistas, anarquistas, republicanos españoles, etcétera, y todos aquellos que tenían el coraje de mostrarles la mínima oposición. Los nazis mataban sin escrúpulo tras la explotación esclavizada de sus víctimas; los nazis son los que de inmediato llevaban a las cámaras de gas a los que ya no servían para el trabajo en los campos de concentración; los nazis son los que experimentaban con seres humanos sometidos a su férula totalitaria en pro de la pureza de la raza aria. Ese el parámetro de comparación que el preclaro exportavoz ha utilizado para calificar la práctica humanitaria de los cuidados paliativos, llevada a cabo por el equipo de médicos coordinado por el doctor Montes. Una práctica que un tribunal de Madrid no juzgó contraria a la lex artis, es decir, a la buena práctica profesional, y que le llevó a archivar el caso. No obstante, aun siendo conocedor de la decisión del órgano judicial eximiendo de cualquier responsabilidad jurídica al médico y sus colaboradores, el tertuliano Rodríguez calificó de nazi al doctor Luis Montes. Es decir, con conocimiento de su falsedad (en sede judicial no se probó que el médico hubiese obrado incorrectamente), o, en todo caso, con temerario desprecio hacia la verdad, le imputó la condición de nazi; y, según sus propias palabras reproducidas por la prensa y que es preciso reiterar: «El que decide matar a alguien es un nazi». Para este señor, procurar un tratamiento a un enfermo terminal que en lo posible le evite el dolor es matar. Esa imputación de delito, en las condiciones en las que las expresó el exportavoz, en el marco de un debate televisivo de amplia audiencia y tras conocer la decisión de archivo judicial de la causa iniciada por denuncia de la Comunidad de Madrid, no tiene otro nombre que la comisión de un delito de calumnias.

La libertad de expresión no puede en este caso servir para dar cobertura a su pedestre argumentación, según la cual la calificación de nazi es una descripción y no un insulto. Esa forma de enjuiciar y calificar una práctica médica que, por cierto, es reconocida como el derecho a vivir con dignidad el proceso de la muerte por algunos Estatutos de Autonomía (Cataluña, Andalucía, Castilla y León), no colabora precisamente al debate público en una sociedad abierta. Antes al contrario, es una espuria transgresión de la libertad de expresión.

Marc Carrillo es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Pompeu Fabra.

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El alguacil Lamela, alguacilado

El «caso Leganés», uno de los más repugnantes de la democracia, ha llegado, por fin, ante el juez.

Se trata del siniestro Manuel Lamela, ex consejero de Sanidad de Esperanza Aguirre. La Justicia es lenta y tarda. Pero el doctor Luis Montes, calumniado y perseguido torticeramente por Lamela, ha sido perseverante y, al cabo de 4 años, ha conseguido llevar a su perseguidor ante el juez.

Las denuncias anónimas por homicidio contra el doctor Montes, ex jefe de Urgencias del hospital Severo Ochoa de Leganés, se basaron en hechos falsos. Los médicos del hospital, que aplicaban sedaciones para aliviar el dolor de los enfermos terminales, fueron absueltos de todos los cargos. Pero su prestigio fue arruinado y multitud de seres humanos moribundos sufrieron lo indecible en los hospitales españoles porque los médicos padecieron el síndrome «Lamela«. Temieron ser perseguidos por algún consejero/inquisidor, fanatizado por la religión o por el ansia de desprestigiar la medicina pública en favor de la privada, y, por si acaso, pudieron aplicar sedaciones insuficientes a sus enfermos.

¡Cuanto dolor innecesario habrá causado este sádico Lamela!

El «caso Leganés«, convertido ya en «caso Lamela» ha ocupado docenas de portadas del diario El Mundo, naturalmente contra el doctor Montes, en apoyo decidido del consejero Lamela y del Gobierno de la lideresa Esperanza Aguirre.

Curiosamente, y vergonzosamente, hoy que una juez ha admitido a trámite la querella del calumniado doctor Montes contra Lamela y ha decidido llamarle a declarar «por denuncia falsa y falsedad«, el diario El Mundo se traga la noticia y no da ni una sola línea. Ni en portada ni en páginas interiores. Calumnia que algo queda.

El País lo lleva en su portada y le dedica una página completa en su interior.

Nunca entendí muy bien el móvil (o los móviles) que llevaron al enfermizo consejero Lamela a emprender aquella inaudita cruzada diabólica contra los médicos de Urgencias que aplicaban sedaciones para reducir el dolor insoportable de los enfermos terminales del Hospital Severo Ochoa.

Es de sobra conocida la inclinación tacheriana de la derecha española hacia la medicina privada y, en general, hacia todo lo privado. Sin embargo, me resito a pensar que Lamela haya actuado perversamente contra el equipo del doctor Montes guiado por esa dudosa inclinación ideológica.

¿Qué le movió, entonces, a dar pábulo a una denuncia anónima para perseguir, de la forma torticera que lo hizo, a los médicos encargados de las sedaciones?

Me cuesta (y me preocupa) también pensar que se sintiera empujado a esa persecución, basada en falsas acusaciones, sólo por razones de fanatismo religioso.

¿Es Lamela un defensor del sufrimiento, ofrecido a Dios como penitencia, o de la mortificación cristiana para ganar indulgencias y llegar antes al presunto cielo?

¿Utiliza Lamela cristianamente el cilicio o las disciplinas hasta sangrar?

Todos hemos pasado o acompañado a un amigo o familiar por algún hospital y sabemos, por experiencia, que hay una vieja tradición cristiana favorable a aguantar el dolor. Es difícil de extirpar porque tiene raices profundas en la España negra. Es costumbre de algunas monjas y enfermeras antiguas aconsejar a los pacientes hospitalizados (muy cariñosamente, eso sí) que aguanten un poco más el dolor físico, que sufran y se mortifiquen un poco más de lo necesario. Y así retrasan (o no adelantan) las dosis de analgésicos que tímidamente recetan los médicos y que piden ( a veces, a gritos) los enfermos.

En otros países avanzados que conozco se gestiona la lucha contra el dolor con más generosidad y eficiencia que aquí.

¿Por qué en España se gestionan los analgésicos y otras sedaciones de manera tan tacaña? ¿Será por ahorrar?

¿Por qué tenemos que aguantar, hoy día, el dolor evitable?

¿Es, acaso, el ex consejero Lamela un sádico que goza con el dolor de los moribundos que padecen enfermedades terminales?

¿Lo hacía por soberbia?

¿Quizás Lamela no fue capaz de reconocer un error inicial y no pudo soportar la necesaria rectificación que le hubiera llevado a dar marcha atrás en sus tropelías contra los médicos?.

No busquen esta noticia, que hoy publica de El Mundo sobre las torturas de Estados Unidos, en las páginas de El País, pues este diario parece estar empeñado en ocultar todo lo que pueda afear la conducta de Obama.

A mi gusta que Obama haya llegado a la presidencia de Estados Unidos. Incluso me emocionó. Pero esa emoción no debe impedirnos criticar sus errores o, al menos, dar noticia de sus decisiones más relevantes.

Obama ha prohibido las torturas que fueron autorizadas y promovidas por el ominoso presidente Bush de tan triste memoria. Todos los demócratas -y personas de bien de este mundo- debemos felicitarnos por ello.

Sin embargo, Obama ha decidido también no perseguir a los agentes que aplicaron las torturas porque «cumplían órdenes».

Esta amnistía, basada en el viejo truco de la «obediencia debida«, es criticable. Y no entiendo por qué El País oculta a sus lectores (por olvido o intencionadamente) esta noticia que sale en la prensa de todo el mundo.

La «obediencia debida» fue utilizada por los abogados defensores de los criminales de guerra nazis, en los juicios de Nuremberg, y de los criminales del Ejército argentino o chileno.

En esos casos no les sirvió para nada y fueron condenados aunque «cumplían órdenes«. Claro que tanto Adolf Hitler como los dictadores argentinos y chileno perdieron sus respectivas guerras. Y Estados Unidos, desde su derrota en Vietnam, no ha perdido ninguna guerra.

La «obediencia debida» no se tiene en cuenta para los torturadores derrotados. Se les condena porque no debían obedecer órdenes que van contra los derechos humanos, las convenciones de Ginebra, etc.

En cambio, los soldados, oficiales y agentes norteamericanos que han deshonrado a su país, porque han torturado en Irak, en Afganistan, en Guantánamo, etc. no serán perseguidos sino amnistiados, senciallmente, porque aún no han perdido la guerra.

¿A quién obedecía el cruel Bush cuando dictaba órdenes instigando y autorizando las torturas más execrables contra seres humanos?

Recuerdo al gran Mario Benedetti diciendo algo así:

«Cuando un torturador se suicida no se redime. Pero algo es algo».

¡No nos falles, Obama!

Médicos inocentes; periodistas y políticos, culpables

El Mundo, a dos columnas, dispara a favor de su feligreses, destaca primero la «mala práctica» y deja para el final que el doctor Montes «no cometió delito»:

El juez establece qeu el doctor Montes realizó «mala práctica» médica pero no cometió delito

El País hace lo contrario. Su antetítulo, a tres columnas, no tiene ningún «pero»:

El juez cierra sin culpables el caso de las sedaciones de Leganés

El titular es una frase del doctor Montes:

«Lamela ha conseguido que la gente muera peor que antes»

¿Quién tiene que asumir ahora el coste que ha sufrido el buen nombre del doctor Montes, declarado inocente por el juez?

¿Dónde se esconderá, a partir de ahora, el indigno Manuel Lamela, ex consejero de Sanidad de Esperanza Aguirre, después del daño que ha hecho a los médicos, bastante asustados, y, sobretodo, a los enfermos que segurián muriendo durante años con extremo dolor por su culpa?

¿Persiguieron a estos médicos del Severo Ochoa de Leganés por ideología (de extrema derecha, claro) o fue sólo por dinero (para desprestigiar y privatizar la sanidad pública)?

Los titulares de las páginas interiores van, naturalmente, en la misma línea que los de portada:

«No había caso», según El País

«…hay mala práctica«, según El Mundo

El los grandes titulares de portada sobre la cumnbre de la Unión Europea, El Mundo minimiza el resultado («tibias reformas«) mientras que El País lo celebra («vence la férrea resistencia…»)

Cada uno a lo suyo…