Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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«Prisión», en El Mundo; «fulminante detención», en El País

Ya se que, con frecuencia, confundimos deseos o sueños con realidades. Otras veces, gracias precisamente a la persistente persecución de nuestros deseos, anticipamos realidades de ensueño. Y así algunos sueños se hacen realidad.

Ahora me pasa algo parecido con estos terroristas descerebrados de ETA. Pienso, deseo y sueño con que más de uno de ellos, o de quienes les justifican y/o apoyan, se habrá sentido decepcionado con la vuelta a las sucias armas, al asesinato cobarde, a la extorsión vil, al terror fascista de la minoría que quiere imponer sus ideas (¿ideas?) metiendo el miedo en el cuerpo a los demócratas.

Mis amigos demócratas vascos gozaron de un enorme alivio con la tregua de ETA («se notaba la alegría por las calles») hasta que estalló la bomba de Barajas. Tan grande fue su gozo hace un año como ahora lo es su decepción.

Conozco algunos que rozan las posiciones de Batasuna y que creían llegado el momento de integrarse pacíficamente en la vida política. Ahora pueden pensar que ETA les ha traicionado, les ha quebrado una ilusión, les ha cerrado una salida. Josu Jon Imaz, el presidente del PNV más alejado de Sabino Arana, el racista que lo fundó, lo ha explicado muy bien. El el Pais Vasco se conocen todos.

El año pasado se miraban a la cara de una forma y, a partir de ahora, de van a mirar de otra.

¿Quién, en el seno de cada familia vasca, va a pestañear primero?

La policía es importante, fundametnal para detener a los criminales, pero no basta para acabar con ETA. Eso lo sabe hasta el mismísimo José María Aznar. Por lo tanto también lo sabrá Rajoy.

Sólo cuando los terroristas (sector «militar» y sector «político») empiecen a perder apoyo social -o sea, votos y botas, en las urnas y en las calles- entonces se plantearán seriamente el abandono del terror. Creo que, en esta ocasión, con la ruptura d ela tregua, ETA se ha dejado muchos pelos en la gatera. Ojalá.

Esta tarde, algún terrorista de ETA, de esos eternos adolescentes inmaduros, captados por el poder que les da sentir una «pipa» en la mano, habrá estado pendiente de las noticias para saber si «La Real» baja o no a Segunda División. Serán capaces hasta de echar alguna lágrima de rabia si pierde o de alegría si gana.

Esas bestias, incapaces de defender sus ideas con palabras y sin recurrir el ventajismo tahur de las armas, tienen momentos en los que pueden parecernos seres humanos que tienen madres y padres. Si lloran porque «La Real» baja a Segunda, aún nos queda alguna esperanza.

Más de un etarra o batasuno estará jodido por la ruptura de la tregua. Lo sienten, pero aún no lo dicen. Les puede costar muy caro y no tienen tanto valor como les suponemos, a veces, cuando comenten sus fechorías por la espalda.

¿Quien será el primero de Batasuna que se atreva a robar el polvorín de ETA para rendirlo y entrar pacíficamente en la vida política en igualdad de condiciones que los demás seres humanos?

Otegui no tuvo agallas -siempre se quedó en un cobarde quiero y no puedo- y ya se le ha pasado el arroz.

¿Quien sustituirá a Otegui con capacidad y valentía para entregar el polvorín de ETA?

Atentos.

Las cuatro columnas de ambos diarios van dedicadas a Otegui y a Batasuna. Esta es la tercera noticia de primera página de El Mundo:

Alierta tendrá que sentarse en el banquillo al anular el TS el archivo del caso

Por más que busco la noticia del presidente de la Telefónica, no la veo por ninguna parte en la portada de El País.

¿Se les habrá escapado? No, porque la dieron las agencias. Está en la página 85 de El País, a una columna. El Mundo, en cambio, amplia su noticia de primera a cuatro columnas en la página 43 y con foto.

¿A qué se deberá esta diferencia tan notable en el tratamiento de la misma noticia de Alierta en el banquillo por el diario de Pedro Jota y el de Polanco?

Hoy, en la portada del International Herald Tribune salen dos españoles fotografiados: Nadal y Alonso. Lo nunca visto. Sin caer en el nacionalismo facilón, ¿no es para estar orgullosos de estos paisanos deportistas?

Recuerdo cuando viajábamos al extranjero, en tiempos de la ominosa dictadura franquista, y no sabíamos cómo explicar muy bien por qué el aliado de Hitler y de Mussolini se mantenía tantos años y tan ricamente en el poder oprimiendo a todos los demócratas mediante el terror.

A mi me daba vergüenza ser español, en el extranjero, durante la dictadura. En cambio, el otro día, en París, me noté envidiado por ser español. Hasta por el taxista. Lo nunca visto. Claro que Nadal había ganado esa tarde un partidazo de tenis en el Roland Garros.

Mañana será otro gran día para el tenis español. Gane o pierda, Nadal es el nº 2 del mundo. Y Alonso el número 1 en Fórmula 1.

Con estos embajadores en la portada del Herald Tribune, no es extraño que el siquiatra Rojas Marcos destaque la autoestima española en su articulo de hoy en El País.

Autoestima española

LUIS ROJAS MARCOS en El País

09/06/2007

En un vuelo reciente a España desde Nueva York, me tocó de compañera de asiento una señora muy cordial que antes de abrocharnos los cinturones ya me había interrogado sobre el motivo del viaje. Al mencionarle que iba a dar una conferencia sobre la autoestima, la inquisitiva mujer exclamó: «¡Pues de eso en España andamos fatal!». Quise indagar en qué basaba tan contundente afirmación y me dijo sin vacilar: «Mire, vivimos rodeados de maltratadores y terroristas». Sorprendido, le pregunté si conocía a muchos de estos desalmados. La afable señora deliberó unos minutos y respondió con extrañeza: «Ahora que me paro a pensar, la verdad es que a mi alrededor no hay maltratadores, y tampoco conozco a ningún terrorista». Seguidamente, los dos guardamos silencio.

Mi compañera de viaje había reaccionado con lo que llamamos en psiquiatría pensamientos automáticos. Estos pensamientos se forjan con prejuicios o generalizaciones irreflexivas y suelen derivar en juicios tan negativos como desacertados. Para hacerle justicia a mi interlocutora, explicaré que al despedirnos me comunicó con emoción: «¡La culpa de lo que le dije la tienen los telediarios!». Deduje que después de razonar se percató de que había confundido la noticia o lo aberrante con la vida normal o lo habitual.

La realidad es que la autoestima de los españoles, hombres y mujeres, mayores y pequeños, se sitúa actualmente entre las más saludables y elevadas del planeta. Ésta es la conclusión a la que llegan, con singular consistencia estadística, estudio tras estudio. Expertos como Michael Argyle y Ruut Veenhoven, de las universidades de Oxford y Erasmus de Rotterdam respectivamente, ya revelaron esta tendencia positiva en los años noventa. En 2000, un sondeo Demoscopia elaborado mediante entrevistas a domicilio señalaba que seis de cada diez españoles decían sentirse bien consigo mismos, además de confiar en un mundo cada vez más sano, libre y feliz. Dos años más tarde, la agencia oficial Eurobarómetro mostraba que la población española, junto con la holandesa, obtenía la cota más alta en bienestar psicológico. En 2006 este mismo organismo documentó que el 84% de los españoles afirmaba estar muy o bastante satisfechos con su vida, cuatro puntos por encima del resto de los europeos. Entre los jóvenes, el termómetro de la autoestima también marca niveles superiores a la mayoría de los países de la UE, como reflejó el informe Juventud en España 2004 y confirmó recientemente Unicef.

Es verdad que todos conocemos paisanos que viven hundidos en el autodesprecio y hasta piensan que no merecen vivir. Pero incluso si usamos la tasa de suicidios como indicador del estado emocional de un pueblo -algo que propuso el respetable sociólogo francés Émile Durkheim-, la proporción de estas trágicas despedidas en España se encuentra entre las más bajas de Occidente (según Eurostat, en 2005 se contabilizaron 6,6 suicidios por cada 100.000 habitantes en este país, mientras que la media en el resto de Europa y Estados Unidos rozaba 11 muertes).

Es cierto también que una alta autovaloración no es siempre un dato beneficioso. Como ocurre con el colesterol, existe una autoestima «buena» o socialmente constructiva y otra «mala», o narcisista, que se basa en el dominio sobre los demás. ¿Quién no se ha topado con algún déspota de ego inflado que practica el abuso de poder? Estos verdugos prepotentes son minoría, pero mantienen su capital de amor propio a costa de robárselo a otros, y hacen estragos en el ámbito social, laboral, escolar o familiar.

La autoestima, entendida por la valoración que hacemos de la idea de nosotros mismos, es subjetiva. No podemos medirla como el pulso o la temperatura del cuerpo. El único método para estudiarla es preguntar. Además es personal; a la hora de autovalorarnos no distinguimos entre mí y mío, y, de acuerdo con nuestras prioridades, ponemos en la balanza desde la habilidad para relacionarnos hasta nuestras posesiones, pasando por el físico, la aptitud para el trabajo o para desempeñar nuestro papel familiar o social, los talentos, los logros o los fracasos. También sopesamos el grupo social al que pertenecemos y las opiniones que creemos tienen de nosotros los demás. Al autovalorarnos, casi todos nos protegemos excluyendo del cómputo los problemas que consideramos fuera de nuestro control o los infortunios inevitables.

La buena autoestima de los ciudadanos es un dato de gran relevancia que debemos celebrar. Pocas cosas son más determinantes en la vida de las personas que cómo se sienten consigo mismas. Una autoestima sana suele ir de la mano de la participación constructiva en la sociedad, de la capacidad para adaptarnos a los cambios y superar la adversidad y de la satisfacción con la vida en general.

Siempre me ha llamado la atención el hecho de que mientras los estadounidenses tienden a presumir sin reparos de autovalorarse generosamente, mis paisanos españoles no suelen hablar, y mucho menos vanagloriarse, de su probada autoestima. Creo que esta actitud se debe, en parte, a que en España, tradicionalmente, la percepción favorable de uno mismo se ha teñido de ignorancia o de egocentrismo. Otro condicionante es la exaltación de la modestia, bien como virtud espiritual o por aquello de que «la uña que sobresale es la que recibe los golpes». Finalmente, no puedo evitar volver a la anécdota del principio para expresar mi convencimiento de que los pensamientos automáticos derrotistas, que tanto abundan en este Reino, nos roban continuamente la conciencia de nuestro alto y saludable bienestar emocional.

Luis Rojas Marcos es profesor de psiquiatría de la Universidad de Nueva York.

FIN