Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Chencho Arias se confiesa en Almería.
Irak y el Trío de las Azores, del 11-S al 11-M

¡Válgame Dios! Me voy unos días de vacaciones a mi tierra, me conecto hoy por casualidad y me encuentro con mas de cien comentarios en mi último post… Y eso que ya ha vuelto Manuel Saco.

Esto se va pareciendo a escolar.net (él fue quien nos metió en este lío de la blogosfera). La enseñanza inevitable es que este blog funciona mejor (está más poblado y animado) cuando no estoy. ¡Qué gran lección de humildad! Tomo nota.

Me ha llevado un siglo leer todos los comentarios atrasados y, además, el asunto de «Hordas fascistas y hordas rojas» puede amargarme y estropearme lo que me queda de descanso mirando al mar (y escuchándolo).

La actualidad es un plato demasiado fuerte para las vacaciones. Por eso, me puse a dieta de catástrofes. Sólo por unos días. Sin embargo, vino Inocencio Arias a Almería a presentar su libro y no pude negarme a defenderlo ante nuestros paisanos. Es más, me encantó hacerlo. Así es que me he dado un atracón de catástrofes mundiales leyendo el libro de Chencho Arias y la verdad es que he disfrutado mucho con el acto y el coloquio.

Hemos salido fotografiados como glorias locales -rodeados de «grandes figuras de la cultura almeriense»- en La Voz de Almería. Como no tengo a mano otros diarios, para mi, en vacaciones, ésta es la página más bonita del día:

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El que está sentado en la escalera junto al embajador Arias (que lleva pajarita) es un servidor, irreconocible sin la boina. Y esto fue, más o menos, lo que dije (me enrollé un poco, aviso) en el vestibulo del antiguo Casino de Almería (el gran salón previsto seguía en obras):

Notas de JAMS para la presentación del libro “Confesiones de un diplomático”, de Inocencio Arias

El hombre y su obra

José A. Martínez Soler / 17 de agosto 2006 (20:30 h.)

Antiguo Casino de Almería

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Muchas gracias por invitarme a presentar este libro y gracias por dejarme un micrófono. Desde que terminaron las clases en la Universidad tengo mono de audiencia cautiva. Gracias, sobretodo, a ustedes por acudir.

1.- La obra

Hasta ahora, el embajador Inocencio Arias –nuestro Chencho– apenas tenía obra escrita y publicada. Tiene cientos de artículos publicados en numerosos medios (cito especialmente los de La Voz de Almería ), capítulos sueltos de libros, cientos de conferencias, miles de cartas y notas (muchas en clave diplomática) y un libro interesante y simpático: “Tres mitos del Real Madrid”.

Bueno, y es columnista fijo (desde el nº 1) del diario más leído de España (no es ni El País ni el Marca): el 20 minutos. A pesar de todo eso no podemos decir que tuviera lo que se llama obra publicada.

Hoy ya podemos decir que tiene una obra grande digna de ese nombre y de largo alcance. Bajo la apariencia de un libro interesante, ameno y fácil de leer, lleno de confesiones íntimas, memorias profesionales y anécdotas curiosas, Chencho Arias nos cuela todo un retrato del mundo en que vivimos.

Este libro tiene, como las arcas de nuestras abuelas, un doble fondo. Lleva dentro una trampa agudísima y bien disimulada.

El libro nos entra con facilidad, como si nada, pero nos deja un poso riquísimo de conocimientos muy bien destilados, de gran reserva, para entender un poco mejor el mundo actual. Bajo esa apariencia modesta de contarnos su vida en estos tres años que cambiaron España (desde el 11-S al 11-M, como dice en el subtítulo) el embajador Arias, a lo tonto, a lo tonto, nos lo cuenta todo en un apasionante reportaje, cargado de análisis profundo, sobre cómo hemos llegado hasta aquí en España y en el mundo.

El libro no parece ambicioso, y no asusta a primera vista, pero es ciertamente muy ambicioso y tendrá largo recorrido. Como las grandes obras de la música clásica, empieza y termina con la misma nota: ¿Qué hubiera pasado si…? Un contrafactual que rechazan los historiadores (con la boca pequeña) pero que adoran los periodistas.

Este libro se está leyendo hoy por las playas de toda España (y está agotado en varias librerías de Madrid, donde lo he buscado sin éxito antes de venir aqui de vacaciones). Dentro de poco, se estudiará en la Facultades de Ciencias Políticas y de Periodismo.

No me ha sorprendido la calidad literaria ni el interés periodístico del libro. El embajador es un magnífico conversador. Y ya se sabe que quien habla bien, escribe bien. Además, le conozco desde hace muchos años. Los dos somos emigrantes almerienses, presumo de su amistad y nos hemos cruzado bastante por medio mundo.

Lo que sí me ha sorprendido y maravillado es el arte (y la valentía) que ha tenido para contar lo incontable, entre líneas y con mucha gracia, sin que nadie le pueda decir ni pío. Ahí se ve que el hombre que lo ha escrito podríamos decir que es “muy diplomático”. Un gran diplomático. Ya lo creo.

Es un libro cargado de ingenio que te hace sonreír dos o tres veces por capítulo. Y eso no tiene precio. (Bueno, sólo 22 euros). La risa es un arma muy poderosa y envidiada. Por eso la persiguen todos los poderes políticos, económicos y religiosos. Durante siglos, la Iglesia pregonó que la risa era cosa del diablo. “La risa –decían los santos padres de la Iglesia- siempre precede a la fornicación”. Pues bien, Chencho Arias la domina con arte florentino. Me refiero, claro, a la risa. De lo otro, no tengo datos.

Como el Tenorio, nuestro Chenco sube con tanta naturalidad a los palacios y como baja a las mazmorras o, peor aún, a las letrinas. (Vean, si no, la pág. 323: Meando con Kofi Anan en el Bernabeu y 339, meando y discutiendo votos).

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El hombre

Ya he hablado algo sobre la obra y muy poco de su autor. La verdad es que a mi me han invitado a presentar la obra, porque al autor ya lo conocemos todos y más en Almería que es su tierra y la nuestra. Y no necesita presentación.

Pero, a veces, cuando leo algo que me interesa, me pregunto quién hay detrás de esas líneas, cómo es esa persona que escribe en soledad para comunicarse con nosotros y desnudarse por dentro ante nosotros.

Y me pregunto:

¿Qué pesa más el hombre o su obra?

Y esa pregunta me recuerda una anécdota que se produjo aquí mismo, en el puerto de Almería, hace poco más de 800 años, hacia 1198. (La cuento en dos minutos. Lo prometo).

Hace 800 años, el célebre Ibn Arabí, el Murciano, discípulo sufí de Abulabás Ibn Alarif de Almería, acudió a nuestro puerto para recibir el cuerpo embalsamado del gran sabio cordobés Averroes, -el introductor de Aristóteles en Occidente- que venía en un velero procedente de Marruecos donde había fallecido.

Cuenta el místico murciano que depositaron cuidadosamente el cuerpecillo embalsamado del gran Averroes en un serón sobre una hermosa mula. Como contrapeso, colocaron en el otro lado del serón los últimos manuscritos de medicina, astronomía, filosofía, derecho, física, etc. que el maestro andaluz había llevado consigo a Marrakesh.

La comitiva salió del puerto de Almería camino de Córdoba y la mula, que llevaba el cadáver del sabio y sus libros, iba dando tumbos a derecha e izquierda, a paso lento y solemne, mientras subía hacia los montes de Enix. Ante esa imagen del balanceo de la mula, Ibn Arabí se preguntó:

¿Qué pesa más el hombre o su obra?

No tengo una respuesta clara para esa pregunta en el caso de Chencho Arias y su reciente obra. Lo que si puedo aventurar es que si sigue por el camino que ha emprendido, el escritor pesará más que el embajador y el humanista y el historiador pesará más que el político.

Desde el último cambio de Gobierno, España ha perdido un gran embajador. Puede haber sido por la mala cabeza del presidente Zapatero o, quizás, no lo sé, por los malos consejos recibidos de sus ayudantes (o no recibidos, lo que sería mucho peor).

Sin embargo, con ese error político del Gobierno, España ha ganado un notario ingenioso y profundo del mundo actual y un escritor ameno, cercano e incisivo y hasta tierno; nunca cínico.

No me cabe duda de que desaprovechar los contactos, la habilidad, la experiencia y la lealtad a los intereses generales de España de Inocencio Arias ha sido uno de los mayores despilfarros del Gobierno actual. Una metedura de pata de Moratinos o de Zapatero, o de ambos.

Tener a Chencho un año en paro, en el pasillo, mientras se preguntaban por las cancillerías de todo el mundo «¿qué pasa con Mr. Arias?» sólo puede entenderse por la bisoñez e inexperiencia del nuevo Gobierno o por las envidias, mezquindades y celos tan frecuentes en la diplomacia, casi, casi, como en el periodismo.

Pero no estoy aquí para criticar al Gobierno (al que deseo toda la suerte del mundo) en defensa de un paisano desaprovechado. Estoy aquí para destacar las excelencias del hombre y de su obra, que tanto pesa, pesa tanto. Ya habrá tiempo, en el coloquio, para preguntarle a Chencho por la terrible invasión de Irak o por la inoportuna foto del «Trío de las Azores».

¿Por qué estoy aquí? Porque los dos somos de Almería y nos une una buena amistad, en la salud y en la adversidad. Además, desde hace muchos años, soy admirador profesional del autor de este libro. El embajador Arias, como director general de la OID, (con la UCD, el PSOE o el PP) es decir, el portavoz oficial casi permanente de Exteriores, ha sido la fuente oficial más atenta y solvente, y que mejor ha sabido llevarse con los periodistas, en los treinta y pico años que llevo en esta profesión. Pueden hacer una encuesta.

Chencho, el de la pajarita, ese que aparece, desde siempre, en la tele detrás del Rey o del presidente del Gobierno o en el Consejo de Seguridad de la ONU detrás de un cartelillo que dice Spain.

Este es nuestro hombre. Es mucho más que un diplomático brillante, de los que dan prestigio (y talento, que tanta falta le hace) a “la carrera”.

Es polifacético. Un renacentista, que sabe un poco de todo. Gran conversador, polemista moderado, simpático y, pese a su freno profesional, con pocos pelos en la lengua. Habla como si fuera libre. Y, ojo, que es diplomático. Eso le genera muchos problemas, naturalmente, derivados de la envidia, un pecado tan español. Pero afronta los riesgos con gallardía. Por eso, desde que salió de Velez Blanco en busca de saber, amor o fortuna, ha ido prosperando y ha llegado a la principal embajada española: las Naciones Unidas. El no va más en su profesión.

También ha hecho cine. Pero quién, siendo almeriense, no ha hecho cine. John Lenon, Lawrence de Arabia, etc. Aquí no le damos importancia a hacer cine. Va con la tierra.

Ha sido director general del primer club de fútbol del mundo (bueno, el 1º cuando él lo dirigía): el Real Madrid. Y Zapatero (que es del Barça) lo sabe. Mira por dónde. A lo mejor por eso le han rebajado a cónsul (claro que nada menos que en Los Angeles).

Nos hemos visto a menudo en Almería o en conferencias, cumbres y congresos por esos mundos. Siempre acabamos hablando, con nostalgia, de nuestra tierra.

Recuerdo que acudió un día a Nueva York, en viaje oficial acompañando a los Reyes, y nos fuimos a comer juntos. (“Tráete una cámara de fotos”, me dijo). Lo tenía todo preparado. Había tramado una visita del Rey –metida con calzador en el programa real- nada menos que al Metropolitan Museum de Nueva York.

-«¿Para qué?»

“Quiero que nos hagan una foto (dos almerienses con el Rey de España) en el “Spanish Patio”, el más impresionante del Museo neoyorquino”, me dijo. “¿Qué te parece? Así reivindicamos que todas las piezas que se trajeron del castillo de mi pueblo, y que forman hoy ese patio de palacio renacentista, deberían volver a Vélez Blanco”.

La agenda del Rey se complicó, no pudo llegar a tiempo al Museo y no hubo tal foto. Pero lo intentamos.

Otro día, comiendo en casa con un colega de mi mujer, del New York Times, y creo que también nos acompañaba el profesor y poeta Angel Berenguer, (otro miembro del clan de almerienses errantes) hablamos con tal pasión de nuestra tierra que el celebre periodista salió pensando que no sabía nada de España, pues nunca había estado en Almería. A las pocas semanas, Almería salió en la primera página del New York Times, señalada con todo lujo tipográfico en un mapa de España.

Elaine Sciolino (jefa del New York Times en Europa) me telefoneó un día con una emergencia profesional y me dijo:

“Estoy desesparada ¿Necesito hablar urgentemente con vuestro embajador en la ONU? ¿Sabes dónde puedo encontrarle?»

Le respondí:

«Has tenido suerte. Está aquí conmigo, en el Mesón Pepa de Terreros, recogiendo una paella…Te lo paso».

Chencho es un gran profesional, un demócrata de toda la vida y un gran patriota. Nos lo ha demostrado muchas veces. En ocasiones, asumiendo, con gran lealtad al Gobierno del España, elegido por los españoles, costes personales altísimos.

Hay veces en que lo fácil es huir y lo difícil es cumplir con el deber profesional, y acabar con la obra bien hecha. Recuerdo que una vez le preguntó un colega si España debería aceptar como residente al dictador Pinochet, todavía en el poder. Chencho era entonces Secretario de Estado, viceministro de Exteriores para Iberoamérica, o algo así, con el Gobierno de Felipe González. Y respondió:

“Naturalmente que sí, si eso ayuda a que vuelva la democracia a Chile”.

Es finísimo en el análisis político. Y luce poco porque da sus ideas, con generosidad, a sus jefes y a sus amigos. Lo se por experiencia. Y no todos se lo han agradecido.

Ahora ha decidido confesar. No sus pecados sino sus recuerdos. Y aquí tenemos, por fin, las “Confesiones de un diplomático”, un libro que pasará a la historia de la diplomacia española.

Fácil de leer, ameno, comprometido y justificador de un trabajo profesional honrado, en tiempos del cólera, es decir, antes del la guerra, en la guerra y después del desastre de la guerra de Irak.

Es un libro tan atrevido que podría haberle costado el puesto (o su futuro profesional) al autor. Es un libro que roza y, a veces, zarandea los principios éticos, los matices entre el ser y el deber ser, entre el profesional frío y el creyente fanático, entre el científico y el político.

A Chencho le tocó bailar últimamente con la más fea. Es decir, con la política exterior española más fea de los últimos años. Me refiero a la participación española en la guerra de Irak, después de la foto tristemente famosa del Trío de las Azores.

Esta es una de sus frases: pag 358:

“Sin el atentado del 11 de marzo, la desafortunada actuación del ejecutivo y la astuta de la oposición en los tres días siguientes, el PP estaría hoy en el gobierno”.

Durante los debates previos a la invasión de Irak, Inocencio Arias era el embajador de España en Naciones Unidas y, en ese tiempo, España era miembro del Consejo de Seguridad y contaba mucho. ¡Vaya si contaba!

Y allí estuvo nuestro ilustre almeriense al pié del cañón, sirviendo al Gobierno de José María Aznar (que no era, desde luego, santo de mi devoción) con la misma dedicación y lealtad con la que sirvió a los gobiernos anteriores de Felipe González o de Adolfo Suárez. Sin escurrir el bulto, que hubiera sido lo más fácil y, seguramente, lo menos profesional.

Para terminar, diré que el embajador Arias es un optimista, incluso cuando no le afecta la “ponientá”. Salva a la ONU, ese zoco donde se compran y venden los votos sin recato. Y salva también al género humano. Y ya es raro –viendo los intríngulis de la política internacional que nos cuenta Chencho– que no hayamos desaparecido todos del mapa. Él ve el vaso medio medio lleno cuando los pesimistas lo ven medio vacío. (Claro que un profesor de Economía, para economizar recursos, debería decir que sobra medio vaso). —

El libro deja una pregunta en el aire, cuya respuesta debe descubrir el lector a lo largo de sus páginas:

¿Qué pesa más el azar, el fatalismo, la predeterminación, el fatídico “está escrito” o bien el libre albedrío, la voluntad del hombre –del género humano- para cambiar el mundo?

¿Podemos aspirar a un mundo mejor?

Chencho cree en el poder transformador de la libertad. Con personas como él, desde luego que otro mundo es posible.

Así es nuestro Chencho y así es el libro que hoy les presento y que recomiendo que compren a la salida. ¡Ah! ¡Y que lo lean!

Muchas gracias.

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Después del coloquio, cenamos en un restaurante espléndido de muchas estrellas (en el nuevo Hotel Catedral) sobre un aljibe árabe del siglo XI milagrosamente recuperado.

Da gusto trabajar un poco en vacaciones, siempre que sea para un amigo. Y, además, pude comprobar que Chencho Arias está en forma.

Saludos desde Almería.