Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

Entradas etiquetadas como ‘ii republica’

El SUT, embrión (con perdón) de la Transición

El SUT nos hizo, quizás, mejores personas y, desde luego, más antifranquistas. Si te dice algo el SUT es que estás jubilado o a punto de estarlo.

Universitarios en un campo de trabajo

Universitarios en un campo de trabajo

Los jóvenes del 15-M, algunas ONGs y quienes sueñan con la regeneración democrática de España podrían encontrar inspiración en la memoria de algunos “sutistas” de los años 50 y 60.

Al cabo de medio siglo, una treintena de ex miembros del SUT (Servicio Universitario del Trabajo), cargados de canas, arrugas, calvas y alguna barriga cervecera, nos hemos reunido en Madrid.

Nos han convocado historiadores de la Universidad de Zaragoza (Miguel A. Ruiz Carnicer, entre ellos) para apoyar una investigación sobre nuestra pequeña/gran historia.

Entre los más ilustres sutistas, ya fallecidos, están el padre Llanos, Manolo Vázquez Montalbán, y Javier Pradera. Entre los vivos: Cristina Almeida, Xabier Arzallus, Juan Goytisolo, Pascual Maragall, Víctor Pérez Díaz, Jaime Peñafiel, Nicolás Sartorius, Ramón Tamames, Agustín Maravall, Paco Fernández Marugán, Juan Anlló, etc.

Cartel del SUT

Cartel del SUT

Además del natural ataque de nostalgia y de un cariñoso intercambio de viejos afectos (Teresa García Alba, Antonio Ruiz Va, Consuelo del Canto, Emilio Criado, Alvaro González de Aguilar, Pilar Ruiz Va, Paco Fdz. Marugán, etc.), la reunión ha servido para reflexionar sobre quienes éramos, cual fue la evolución de nuestra conciencia social y qué inquietudes políticas nos movían en el mundo universitario (de 1950 a 1968) en plena dictadura franquista.

En aquellos veranos intensos se produjeron intercambios de experiencias en dos direcciones. El efecto era muy enriquecedor sobre todo para los estudiantes que trabajaban en los campos y enseñaban a leer y escribir a los adultos y vivían en sus casas. Comían (a veces cada día en una casa distinta para repartir el coste) de lo que había en sus pobres casas.

La mezcla de universitarios inquietos con obreros y campesinos, al borde de la miseria y con la rabia contenida, era explosiva. No era, pues, de extrañar que los gobernadores civiles y jefes provinciales del Movimiento y el propio Ministerio de la Gobernación escribieran «mensajes urgentes del SUT» a la dirección del SEU en Madrid.

"Informe urgente del SUT" del Ministerio de la Gobernación al Cmisario del SEU (1967)

«Informe urgente del SUT» del Ministerio de la Gobernación al Comisario del SEU (1967)

Por eso, de vez en cuando, las autoridades del franquismo abrían y cerraban cíclicamente las actividades del SUT, tan contradictorias e incomprensibles para quienes aplicaban la política represiva de la Dictadura.

La letra misma del himno del SUT no deja de ser chocante para los universitarios de hoy, tan abocados al paro o al mileurismo.

Con la música de “Santa Bárbara bendita, tralaralará, tralará, patrona de los mineros…” cantábamos una estrofa que decía “somos universitarios que queremos ser obreros, mira Marusiña, mira, mira, como vengo yo”.

Los historiadores publicarán un libro si les ayudamos en la investigación. Si has sido “sutista” ponte en contacto con ellos. Si conoces a alguno, corre la voz.

Los archivos del SUT, del SEU y del Movimiento fueron indebidamente purgados o quemados. Y es difícil conectar con los miles de universitarios que pasaron voluntariamente sus veranos en cientos de campos de trabajo (minas, fábricas, talleres, granjas, etc.), llevando teatro, cine y enseñando a leer y escribir a miles de analfabetos en las Campañas de Educación Popular de Granada, Jaén, Cáceres, Almería, León, etc.

Con 18 años, estoy preparando un cartel del SUT para captar "sutistas"

Con 18 años, estoy preparando un cartel del SUT para captar «sutistas» en las universidades de toda España.

Recuerdo muy bien, por ejemplo, las actuaciones espectaculares del TEU de la Universidad de Barcelona, montando y desmontando sus escenarios en las plazas de los pueblos de Sierra Morena, Movían tablones enormes bajo un sol de fuego. Al atardecer, como en La Barraca de García Lorca, dejaban boquiabiertos a los vecinos. Aquella explosión de cultura, nunca vista por los serranos, se podía cortar en el aire con un cuchillo.

¿Quienes eran los actores de aquel Teatro Español Universitario que se unieron a la Campaña de Alfabetización del SUT? Para empezar Mario Gas y Enma Cohen. Ahí queda eso. Más que una inicitativa franquista (que se hacía, desde luego, con el dinero del Régimen de Franco) me parecía una herencia milagrosa de las Misiones Pedagógicas de la II República. Por algo, el SUT, aquella válvula de escape del franquismo para canalizar (quizás, controlar) las inquietudes sociales de los jóvenes y mejorar la imagen exterior de la Dictadura, acabó como el rosario de la aurora.

Algunos entraron en el SUT como partidarios del franquismo o católicos de la JOC (Juventud Obrera Católica), con raices falangistas o de Acción Católica, y salieron para engrosar las filas de la FUDE, del FLP, del PC , del PSOE y otras organizaciones políticas de la oposición clandestina. 

Apenas queda rastro oficial de aquellas actividades tan singulares, paternalistas, incluso revolucionarias, protagonizadas por una mezcla incomprensible de falangistas, curas obreros, comunistas, socialistas, democristianos y hasta monjas.

Sentado en mi "equipo móvil" (para cine y charlas en las plazas de los pueblos) con otros sutistas en la Capaña de Alfabetización de Jaén (verano de 1966)

Sentado en mi «equipo móvil» (para dar cine y charlas en las plazas de los pueblos) con otros sutistas en la Campaña de Alfabetización de Jaén (verano de 1966)

Con una combinación excitante de miedo y disimulo, de idealismo e ingenuidad, comenzaban como una catequesis marxista del padre Llanos (ex capellán del Frente de Juventudes) en El Pozo del Tío Raimundo (Vallecas) y, en ocasiones, acababan con huelgas, disturbios y persecuciones de la policía y la Guardia Civil por toda la geografía española.

Sutistas trabjando en una mina-

Sutistas trabajando en una mina.

A más de uno, su paso por el SUT, con su eventual ficha policial, le amargó la mili o le perjudicó en su carrera profesional. Para la mayoría, fue una experiencia que, en buena medida, cambió nuestras vidas. Y nos hizo -perdón por la inmodestia- mejores personas… y más antifranquistas.

El SUT nació en 1950 con su primer campo de trabajo en las minas de oro de Rodalquilar (Almería), en el corazón del Parque Natural del Cabo de Gata-Níjar.

Eduardo Zorita, uno de los fundadores del SUT, fichado por el padre Llanos, dice que fue al primer campo de trabajo en Almería porque “quería ver el mar”. Lo demás vino después.

Me cuenta Emilio Criado que Pedro Bermejo, uno de los dos fundadores del SUT, aún vivos, le decía hace un par de días, con un pequeña mezcla de amargura e ilusión, que los que ganamos. como siempre, fuimos nosotros, mientras nuestros amigos y anfitriones temporales (obreros y campesinos) siguieron con sus miserias y sus peleas objetivas.

Conocías la realidad/miseria social y querías cambiarla. Digamos que, con el SUT, al franquismo le salió el tiro por la culata. Viví la Transición muy de cerca (junto a Fernando Abril Martorell) y pude reconocer en aquel proceso de reconciliación y cambio muchos valores del compromiso social que habíamos adquirido conviviendo con obreros y campesinos en los campos de trabajo y las Campañas de Alfabetización el SUT.

No vendría mal dejar alguna huella escrita de aquellas aventuras paternalistas/revolucionarias, idealistas/ingenuas, pero -eso sí-  honradas y solidarias, para las generaciones venideras.  Para eso están los historiadores.

Y si conoces a algún sutista envíale, por favor, el enlace a esta nota. Gracias.

(Continuará…)

La purga de los maestros republicanos

Me ha interesado mucho el artículo publicado por el maestro Josep Fontana en El País y lo recomiendo vivamente a todo aquel que tenga alguna preocupación por la educación y el futuro de sus hijos en libertad.

Me ha recordado mucho una gran novela de Josefina Aldecoa sobre los maestros de escuela durante la II República (la primera de una trilogía maravillosa, cuyo título no recuerdo ahora), que leí hace tiempo y me emocionó tanto como este artículo.

TRIBUNA:

EL ASESINATO DE DANIEL GONZÁLEZ LINACERO EN 1936

La caza del maestro

JOSEP FONTANA

EL PAÍS – Opinión – 10-08-2006

El día 8 de agosto de 1936, hace setenta años, un grupo de falangistas fue a buscar a Daniel González Linacero a la casa de Arévalo en que pasaba las vacaciones con su familia y lo asesinó. Su partida de defunción dice, con elocuente simplicidad, que falleció «a consecuencia del Movimiento Nacional existente». Tenía treinta y tres años y dejaba esposa, que vive todavía, y tres hijas de corta edad. La casa fue cerrada y saqueada.

¿Quién era ese enemigo del nuevo orden al que se consideraba tan peligroso como para asesinarle? Daniel González Linacero había nacido en 1903 en Valdilecha (Madrid), de padres maestros. Estudió Magisterio en Ávila y ejerció por primera vez en Montejo de Arévalo (Segovia), en 1925. Fue más tarde a Madrid y, a la vez que trabajaba, obtuvo el título de licenciado en Historia. Tras una etapa en la escuela normal de Teruel, fue destinado a la de Palencia como director y desarrolló allí una importante actividad. Consiguió el traslado de la Escuela a un local más apropiado y dirigió el cursillo para maestros de 1932. Participó además en diversas misiones pedagógicas y en actos de la Federación de Trabajadores de la Enseñanza, que él mismo había contribuido a crear en Palencia.

Su mayor crimen consistía, sin embargo, en haber escrito un texto para la enseñanza de la historia en la escuela primaria que tuvo muy buena acogida. Mi primer libro de historia, publicado en Palencia en 1933, comenzaba con una introducción para los maestros en que atacaba los «libros históricos amañados con profusión de fechas, sucesos, batallas y crímenes; relatos de reinados vacíos de sentido histórico, todo bambolla y efectismo espectacular». Y pedía que no se olvidase «que la historia no la han hecho los personajes, sino el pueblo, todo y principalmente el pueblo trabajador humilde y sufrido, que, solidario y altruista, ha ido empujando la vida hacia horizontes más nobles, más justos, más humanos».

Este planteamiento inicial se traducía en las lecciones destinadas a los niños en unos textos claros y sencillos sobre «historia de las cosas», que seguían «el orden evolutivo natural, de lo más sencillo a lo más complicado», para conseguir «la espontánea comparación entre lo actual y lo anterior». Las lecciones comenzaban con la vivienda y acababan en un capítulo sobre «cooperación y solidaridad», donde se sostenía que en la actualidad «nadie vive para sí», sino que todos dependemos del trabajo de los demás. No había en el libro una sola alusión política, salvo una lamentación por los millones de muertos en la Primera Guerra Mundial y un dibujo de una Casa del Pueblo donde, se decía, «los trabajadores aprenden a practicar las dos grandes virtudes sobre las que se asienta la vida: cooperación y solidaridad».

No parece suficiente como para justificar un asesinato, que sólo se explica por el hecho de que esta muerte formaba parte de una campaña sistemática de persecución de la enseñanza y de la cultura por parte de los sublevados de julio de 1936, como lo manifestaba un artículo publicado en agosto del mismo año en la prensa de Sevilla en que se pedía el castigo de los maestros, la escuela, la prensa y el libro.

Los maestros y los libros fueron los primeros en sufrir tal castigo. La depuración de los maestros no sólo pretendía apartar de la enseñanza a los que no compartían el ideario de los sublevados, sino reducir su número para cerrar escuelas. José Pemartín, jefe del Servicio de Enseñanza Superior y Media, decía en 1937 que «tal vez un 75 por ciento del personal oficial enseñante ha traicionado -unos abiertamente, otros solapadamente, que son los más peligrosos- a la causa nacional». A lo que añadía: «Una depuración inevitable va a disminuir considerablemente, sin duda, la cantidad de personas de la enseñanza oficial». Se clausuraron, por ello, 54 institutos públicos de enseñanza secundaria creados por la República, que el nuevo régimen consideraba innecesarios.

Antes de que se pusiera en marcha la depuración formal y reglamentada del personal docente, hubo, sin embargo, una etapa previa de asesinato de maestros, sin normas ni controles, que no se refleja en la documentación conservada. No sabemos cuántas fueron sus víctimas, pero los datos de las nueve provincias en que se ha investigado el tema dan un total de alrededor de 250 maestros ejecutados o desaparecidos. Una cifra mínima a la que habrá que agregar los de otras provincias, como la de Ávila, donde fue asesinado Linacero.

Aclaremos un punto. Hubo muertes de maestros en los dosbandos. Los republicanos mataron a maestros católicos, pero no por su oficio, sino por motivos políticos personales. Su muerte no formaba parte del programa republicano, sino que fue una triste y condenable consecuencia de la violencia de la Guerra Civil. En el bando franquista, en cambio, la caza del maestro formaba parte de un programa que incluía el cierre de centros escolares y la destrucción de libros, que eran el otro medio de educación popular que convenía combatir.

Sabemos el impulso que la República había dado a la creación de bibliotecas públicas. Hasta entonces las únicas accesibles a los lectores populares habían sido las de las Casas del Pueblo, centros republicanos, cooperativas o ateneos obreros. Ahora se crearon bibliotecas municipales de 300 a 500 volúmenes y se dotó de libros a las escuelas. En plena Guerra Civil, una octavilla de la Conselleria de Cultura de Valencia afirmaba que «la mejor manera de hacer la revolución es hacer cultura» e incitaba a los jóvenes a que pidieran «la instalación de una biblioteca popular en el pueblo».

En el otro bando las cosas fueron muy distintas. Una de las primeras medidas de los sublevados fue la de quemar libros de las bibliotecas públicas. El ideal gallego de 19 de agosto de 1936 decía: «A orillas del mar, para que el mar se lleve los restos de tanta podredumbre y de tanta miseria, la Falange está quemando montones de libros y folletos». Las quemas fueron generales y sistemáticas, y contaron con apoyos intelectuales como el del rector de la Universidad de Zaragoza, Gonzalo Calamita, que en el número 3 del Boletín de Educación publicó un artículo con el título de «¡El peor estupefaciente!» que contenía su aportación como científico a la campaña depuradora: «El fuego purificador es la medida radical contra la materialidad del libro».

¿Qué justificación había para este holocausto bibliográfico? ¿Cuáles eran los libros que se quemaban o prohibían para evitar sus efectos corruptores? Una ojeada a las listas de libros «prohibidos terminantemente» en las escuelas de Segovia puede darnos idea de la naturaleza de esta persecución. En la lista figura, para empezar, una gran parte de la literatura española contemporánea: Unamuno, Valle-Inclán, Pérez Galdós (incluyendo expresamente los Episodios nacionales), Valera, Baroja, Azorín, Palacio Valdés e incluso Concha Espina, junto a nombres de otros siglos, como Rojas Zorrilla, Moreto, algunas obras de Lope, las poesías de Espronceda, La Alpujarra de Alarcón o el Ideario español de Ganivet.

En materia de literatura universal caen, entre otros muchos, Eurípides, Edgar Allan Poe, Chateaubriand, Goethe, Shakespeare (por lo menos «los tomos 2º y 8º de sus Obras completas»), junto a algunas novelas que debían considerarse tan maléficas como para merecer una mención individualizada, tales como Tartarín de Tarascón de Daudet o Quo Vadis? de Sienkiewicz. Caen también todos los autores rusos imaginables, sin importar cuál fuera su filiación ideológica, de acuerdo con una norma superior que mandaba eliminar «la mal llamada literatura rusa».

En las listas de Valladolid se repiten la mayor parte de estas prohibiciones, a las que se añaden las de La Celestina o de las fábulas de La Fontaine, mientras las Novelas ejemplares de Cervantes no llegan a prohibirse, pero se indica que deben reservarse para lectores maduros y formados. En Barcelona caen Pascal y las novelas de Emilio Salgari, que estaban, en cambio, autorizadas en Valladolid.

En el campo de la historia se prohíben la Historia de España y de la civilización española de Rafael Altamira (Vegas Latapie nos cuenta, por otra parte, que un falangista se le ofreció para «dar el paseo» al autor de esta obra maestra de nuestra historiografía) y, repetidamente, Mi primer libro de historia de Linacero, perseguido con una saña especial.

El caso del libro de Linacero nos muestra cuáles eran los valores de la enseñanza republicana que combatían a sangre y fuego los franquistas, y nos permite advertir que lo que temían no era la subversión revolucionaria, que no tiene nada que ver con las propuestas del maestro asesinado, sino la razón, la tolerancia y el proyecto de construir pacíficamente un mundo más justo, valiéndose, según sus propias palabras, de «las dos grandes virtudes sobre las que se asienta la vida: cooperación y solidaridad». Nada puede resultar más revelador que el hecho de que al hombre que escribía tales cosas no se contentasen con hacerle callar, quemando sus libros, sino que creyesen que era necesario matarlo.

Vivimos en tiempos de revisionismo en que se pretende sostener que en la contienda civil española ambos bandos fueron igualmente culpables y que la sublevación militar de julio de 1936 fue una consecuencia inevitable de los errores y abusos del régimen republicano. Pienso, por el contrario, que un análisis de lo realizado por cada uno de los dos bandos muestra que les movían razones muy distintas. Y que es imposible entender lo que significó la Segunda República Española, y los motivos por los que la combatieron los sublevados de 1936, si se pasan por alto diferencias tan fundamentales como ésta: la República construyó escuelas, creó bibliotecas y formó maestros; el «régimen del 18 de julio» se dedicó desde el primer momento a cerrar escuelas, quemar libros y asesinar maestros.

Josep Fontana es catedrático de Historia y director del Instituto Universitario de Historia Jaume Vicens i Vives de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona.

Lo dicho:

Perdonar, todo.

Olvidar, nada.

Gracias, maestro Fontana.