Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Caperucita, en El Mundo, y el lobo, en El País

Reparado mi portátil y casi recuperado de tantas comidas y cenas prenavideñas, me enfrento de nuevo con la tarea de comparar los titulares (noticias y no noticias) de las portadas de los dos principales diairos de pago de España.

¿Y qué me encuentro?

Una ración de Caperucita, a tres columnas, en El Mundo, y otra del lobo en El País, a cuatro.

El País, a cuatro columnas, arriba:

El juez «pinchó» el móvil del consejero de Interior por alertar al alcalde de Andratx

Sumario:

El auto judicial revela que el alto cargo balear y el regidor planearon qué hacer ante la inminente detención de éste

Va ilustrado con fotocopia del auto del juez con este pie:

EL CHIVATAZO. El auto del juez confirma que el consejero balear de Interior conocía previamente la detención del alcalde de Andratx, algo que él niega

El Mundo

El «número 2» del PP balear tuvo el móvil pinchado a petición del fiscal

Sumario:

El juez levantó la medida sobre José María Rodríguez al cabo de 8 días tras no apreciar ningún indicio de delito en relación al «caso Andratx»

O sea: fiscal malo, juez bueno, dependiendo del diario. Consejero de Interior de PP, limpio o sucio, según dónde se mire.

A dos columnas, El Mundo manda con uno de sus sujetos favoritos, considerado «no noticia» por El País:

Vera y el coronel Hernando en el banquillo por pagar a Amedo en Suiza

A una columna, El País lleva un recuadro considerado «no noticia» por El Mundo:

Detenido por malversación el presidente del PP de Telde

Pero lo más interesante, a mi juicio, ha sido el artículo del magistrado Martín Pallín en El País que copio y pego para quienes no tengan acceso:

La sombra de Franco es alargada

JOSÉ ANTONIO MARTÍN PALLÍN

19/12/2006

Sus fieles seguidores le guardan y tributan veneración y respeto. Esgrimen y ondean con orgullo sus símbolos y sus banderas, compartiendo sin fisuras el rechazo permanente que el personaje tuvo hacia la democracia y los partidos políticos. Difícilmente toleran que se le coloque en el museo de los más crueles y sanguinarios dictadores, al lado de Hitler o del recién fallecido Pinochet.

Los dictadores no tienen amparo en la posible prescripción de sus crímenes. Para ellos el tiempo no es el olvido. Un golpe de Estado contra la democracia es un hecho histórico pero nunca será un acto legítimo.

Siguiendo los debates que se han abierto sobre la necesidad de cerrar una época negra y trágica de España nos encontramos ante una realidad que, por encima de opiniones e interpretaciones de la historia, nos demuestra que Franco no ha muerto.

Está presente en estatuas, avenidas, calles y fundaciones legalmente constituidas. Su nacional catolicismo, única estrategia política que hábilmente mantuvo hasta su muerte, se ha perpetuado en la cúpula del Episcopado.

Una de sus máximas favoritas sostenía que los ciudadanos españoles, presos de sus demonios familiares, no estaban preparados para la democracia. Ahora que hemos superado nuestra «impericia» para vivir en democracia, ha llegado el momento de rescatar el valor superior de la justicia para los que murieron o vivieron sojuzgados durante la larga dictadura. De nuevo nos encontramos con los demonios familiares encarnados, esta vez, en algunos demócratas y, por supuesto, en los hijos espirituales y nostálgicos de aquellas gloriosas gestas que, según el derecho internacional de las sociedades y países civilizados, no son otra cosa que crímenes contra la humanidad.

Negarse a la anulación de los Consejos de Guerra sumarísimos con el pretexto leguleyo de que afectaría a la seguridad jurídica o la manipulación de la doctrina del Tribunal Constitucional sobre la retroactividad de los derechos fundamentales, llena de perplejidad a muchos juristas. Todavía no he conseguido hacérselo entender a muchos colegas latinoamericanos que admiran la decisión con la que España aplicó el principio de justicia universal, persiguiendo a dictadores con el beneplácito y la admiración de la comunidad internacional.

No voy a perder el tiempo argumentando, una vez más, sobre la razón legal que nos asiste a los que mantenemos la posibilidad de su anulación. Sólo diré que la vergonzante propuesta de ley cuya tramitación se inicia, llega hasta el extremo insólito de vedar la publicación de los nombres de las personas que han intervenido en la comisión de hechos que el Consejo de Europa y el Parlamento Europeo han condenado como crímenes contra la humanidad.

Los más ilustrados de los grupos de opinión que no comparten la revisión legal del franquismo han acuñado una frase que aplican al presidente del Gobierno, al que acusan de «sectarismo revisionista». Seguramente no han leído la ley que propone, ni les interesa.

Algunos clasifican las dictaduras como los vinos. Incuestionablemente nuestra dictadura pertenece, por su duración, a la gran clase de la vinicultura y seguramente por ello piensan que no conviene mover la botella no vaya a ser que el preciado liquido se deteriore.

Las dictaduras chilena, uruguaya y argentina, al parecer, no alcanzan esta condición. Sus comportamientos fueron calcados de la ilustre marca que les ofrecía España. Suspensión de sindicatos, disolución de partidos políticos, del Congreso de los Diputados y de las Cortes Supremas de Justicia. La experiencia histórica y el buen consejo de Henry Kissinger les evitó caer en el enojoso trámite de articular consejos de guerra o cortes marciales que, con métodos expeditivos, encadenasen sentencias de muerte para los subversivos. La solución del exterminio la compartieron con los golpistas españoles, pero se olvidaron de trabas documentales y se dedicaron a chupar personas, torturarlas y hacerlas desaparecer de las más distintas y crueles maneras. Sus crímenes, iguales que los de la dictadura española, fueron juzgados. Pero la situación de inestabilidad obligó a dictar claudicantes leyes de obediencia debida o punto final.

La Corte Suprema argentina anuló éstas. Muchos asesinos tuvieron que sentarse en los tribunales y ser juzgados con el máximo respeto y protección de sus garantías democráticas. Pinochet era un delincuente político y económico que vivió envuelto en la ignominia de haber asesinado, y además robado el dinero público. Bordaberry, el presidente uruguayo que se prestó a dar cobertura al golpe militar, acaba de ser detenido y va a ser juzgado.

En España, a setenta años del golpe militar que dio paso a casi cuarenta años de dictadura, muchos piensan que los asesinatos «legales y selectivos», las torturas que sufrieron infinidad de ciudadanos y el miedo de los supervivientes fueron incidencias del pasado que debemos olvidar.

Un político uruguayo, cuya dictadura es la última de la lista, nos recuerda que la historia sólo es historia cuando es completa, cuando no tiene espacios vacíos y cuando las responsabilidades, los méritos, las tendencias, los aciertos y los errores ocupan su sitio.

En esta España marcada por cuarenta años de fascismo, sólo cabe descubrir a los muertos y enterrarlos de nuevo. Recuperar la dignidad que les llevó a oponerse a la barbarie de un golpe militar no merece el esfuerzo de aplicar las normas del derecho internacional de los derechos humanos. La conclusión es clara, los españoles durante los años de la dictadura no teníamos derechos humanos, sólo éramos súbditos y además extraterrestres. Los redactores del texto de la ley, conocida simplificadamente como de la memoria histórica, no han leído, con rigor jurídico, ni las leyes alemanas de desnazificación, ni la doctrina que emana del Tribunal Supremo estadounidense cuando ha llegado a sus manos el primer caso de los zombies naranjas que deambulan por Guantánamo.

Si no hay espacio político para la razón es mejor que se aparque la ley y la nefasta idea de borrar el pasado con certificados de buena conducta, si es que los cinco hombres sabios deciden que concurren los requisitos legales. FIN

José Antonio Martín Pallín es magistrado emérito del Tribunal Supremo.

Me da pena haber perdido estos días para el archivo el artículo de Hirsi Ali de anteayer. Ahí va:

TRIBUNA en El País

Negación del Holocausto: mi historia personal

AYAAN HIRSI ALÍ

17/12/2006

Un día de 1994, cuando vivía en Ede, una pequeña ciudad holandesa, recuerdo que recibí la visita de mi hermanastra. Ella y yo habíamos solicitado asilo en Holanda. A mí se me concedió, a ella le fue denegado. El hecho de que yo recibiera el asilo me dio la posibilidad de estudiar. Mi hermanastra no pudo hacerlo. Para ser admitida en el instituto de educación superior al que quería asistir, tuve que aprobar tres cursos: uno de Lengua, uno de Educación Cívica y otro de Historia. Fue en este último cuando oí hablar por primera vez del Holocausto. Por aquel entonces yo tenía 24 años, y mi hermanastra 21.

En aquella época, el genocidio de Ruanda y la limpieza étnica de la antigua Yugoslavia plagaban las noticias diarias. El día en que me visitó mi hermanastra, me encontraba dándole vueltas a lo que les había ocurrido a seis millones de judíos en Alemania, Holanda, Francia y Europa del Este. Supe que hombres, mujeres y niños inocentes fueron separados unos de otros. Con estrellas prendidas al hombro, fueron trasladados en tren a los campos y gaseados por la sola razón de ser judíos. Fue el intento más sistemático y cruel de la historia de la humanidad por aniquilar a un pueblo.

Vi fotografías de masas de esqueletos, incluso de niños. Escuché aterradores relatos de algunas personas que habían sobrevivido al terror de Auschwitz y Sobibor. Le conté todo esto a mi hermanastra y le mostré las imágenes de mi libro de historia. Lo que me dijo me horrorizó todavía más que la atroz información de mi libro. Con gran convicción, mi hermanastra espetó: «¡Es mentira! Los judíos saben cómo cegar a la gente. No fueron asesinados, gaseados ni masacrados. Pero rezo a Alá para que algún día todos los judíos del mundo sean destruidos». Me horrorizó su reacción.

Recuerdo que de niña, cuando me criaba en Arabia Saudí, mis profesores, mi madre y nuestros vecinos nos decían casi a diario que los judíos eran malos, los enemigos declarados de los musulmanes, cuyo único objetivo era destruir el islam. Nunca nos informaron sobre el Holocausto. Más tarde, en Kenia, cuando era una adolescente y nos llegaba a África la filantropía saudí y de otra zonas del Golfo, me acuerdo de que la construcción de mezquitas y las donaciones a hospitales y a los pobres iban juntos con los insultos a los judíos. Se decía que ellos eran los responsables de la muerte de bebés y de epidemias como el sida. Eran avariciosos y harían cualquier cosa por acabar con los musulmanes. Si algún día queríamos conocer la paz y la estabilidad, tendríamos que destruirles antes de que ellos nos destruyeran a nosotros.

Los líderes occidentales que dicen sentirse escandalizados por la conferencia de Ahmadineyad en la que niega el Holocausto necesitan despertar a esa realidad. Para la mayoría de los musulmanes del mundo, el Holocausto no es un gran acontecimiento histórico que neguemos. Sencillamente no lo conocemos porque nunca se nos ha informado sobre él. Y lo que es peor, a la mayoría se nos prepara para que deseemos un holocausto de los judíos.

Recuerdo la presencia de filántropos occidentales, ONG e instituciones como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Sus representantes hacían llegar a quienes consideraban necesitados medicamentos, preservativos, vacunas o materiales de construcción, pero ninguna información sobre el Holocausto. A diferencia de la filantropía, ofrecida en nombre del islam, los donantes laicos y cristianos y las organizaciones de ayuda no llegaban con un programa de odio, pero tampoco con un mensaje de amor. Sin duda, ésta fue una oportunidad perdida si nos fijamos en las organizaciones benéficas que propagaban el odio procedentes de países musulmanes ricos gracias al petróleo.

Se calcula que, en la actualidad, la cifra total de judíos en del mundo ronda los 15 millones, y sin duda no supera los 20 millones. En lo relativo a la fertilidad, su crecimiento puede compararse con el del mundo desarrollado, al igual que su envejecimiento. Por otro lado, se calcula que las poblaciones musulmanas están entre 1.200 y 1.500 millones de personas, y que no sólo están creciendo con rapidez, sino que son muy jóvenes. Lo sorprendente de la conferencia de Ahmadineyad es el (tácito) consentimiento del musulmán medio al deseo no sólo de negar el Holocausto, sino de exterminar a los judíos.

No puedo evitar preguntarme: ¿por qué no se celebra una contraconferencia en Riad, Cairo o Lahore, Jartum o Yakarta condenando a Ahmadineyad? ¿Por qué guarda silencio la Conferencia Islámica ante esto? Puede que la respuesta sea tan sencilla como horrenda: durante generaciones, los líderes de los denominados países musulmanes han alimentado a su población con una dieta constante de propaganda similar a la que recibieron generaciones de alemanes (y otros europeos), según la cual los judíos son alimañas y hay que tratarlos como tales. En Europa, la conclusión lógica fue el Holocausto. Si Ahmadineyad se sale con la suya, no le faltarán musulmanes dóciles dispuestos a acatar sus deseos.

El mundo necesita un fomento del entendimiento entre culturas, pero necesita con más urgencia ser informado sobre el Holocausto. No sólo en el interés de los judíos que sobrevivieron al Holocausto y el de sus descendientes, sino en el de la humanidad en general. Quizá haya que empezar por contraatacar la filantropía islámica surcada de odio contra los judíos. Las organizaciones benéficas cristianas y occidentales en el Tercer Mundo deberían ocuparse de informar sobre el Holocausto a los musulmanes y no musulmanes en sus áreas de actuación.

FIN

—-

Y el Editorial de El País de anteayer:

Memoria

17/12/2006

El proyecto de ley de memoria histórica (ahora con otra denominación) ha iniciado su tramitación parlamentaria con la oposición de las formaciones bajo cuyo impulso se planteó. E incluso una de ellas, IU, tomó ayer como pretexto lo que considera insuficiencias del proyecto para anunciar que deja de considerarse aliado preferente del Gobierno, y que convocará movilizaciones si la ley se mantiene en los términos actuales. Esta paradoja es un reflejo de uno de los puntos débiles de la estrategia de Zapatero.

La iniciativa que dio en llamarse «de la memoria histórica» (la expresión la introdujo ERC) no figuraba en el programa socialista, pero fue asumida por el Gobierno poco después de llegar al poder como forma de afianzar los lazos con IU y ERC. Una vez en marcha, los socialistas consideraron que un asunto con tanta carga emocional sólo tenía sentido si se planteaba desde el consenso, lo que implicaba buscar un acuerdo con el PP; pero esa actitud ha sido vista como una claudicación por sus aliados de izquierda. El resultado ha sido que el Gobierno se ha encontrado entre las manos, y casi como único defensor, con una iniciativa que por sí mismo no habría tomado.

Desde que fue anunciado por el Gobierno y antes de que se iniciaran los trámites para su aprobación parlamentaria, el borrador de la ley ha sufrido cuantiosas y profundas modificaciones. De la inicial autosuficiencia con la que se señalaba que el partido socialista de Zapatero se había atrevido con decisiones que evitó el de Felipe González, gracias a las nuevas condiciones creadas, entre otras razones, por un cambio generacional, se ha pasado a proponer como punto de equilibrio una ley a la que el propio legislador pretende privar de efectos legales. Para reparar moralmente a las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo, un fin legítimo, el Gobierno podía haber recurrido a instrumentos de otra naturaleza, no a un texto legal. Si lo ha hecho así es porque ha pretendido conciliar su compromiso inicial de recuperar por ley la memoria histórica, como querían sus aliados, con las soluciones a las numerosas dificultades que han ido surgiendo en el camino. El resultado ha sido una norma que incorpora un listado de materias de muy diversa entidad (desde el pago de indemnizaciones y la eliminación de símbolos franquistas a la exhumación de restos), todas ellas respetables, pero cuya propia heterogeneidad dificulta el hallazgo de una fórmula compartida.

Una primera dificultad, y no es menor, consiste en fijar la frontera temporal. Y aun trazando un límite sustancial en el golpe de Estado franquista de julio de 1936, el reconocimiento de las víctimas del lado republicano durante la guerra no debe excluir el de los fusilados y desaparecidos del otro bando, sin que pueda alegarse que unos ya tuvieron reconocimiento durante 40 años y los otros no. Esto es cierto, pero de lo que se trata ahora es de un reconocimiento por la España democrática de todas las víctimas; de sustituir la guerra de esquelas por el compromiso de la piedad compartida.

El punto más polémico viene siendo el de la anulación de las sentencias de los consejos de guerra y juicios sumarísimos del franquismo. Una anulación en bloque, como proponen IU y ERC, plantearía problemas jurídicos insalvables, según el Gobierno, y una revisión caso por caso podría colapsar los tribunales. No es lo mismo una condena por «auxilio a la rebelión», según la fórmula franquista, que claramente revela un castigo por razones ideológicas, que otras en las que se juzgaban delitos de otro tipo. El proyecto trata de esquivar esas dificultades mediante un reconocimiento genérico de la injusticia de las condenas y de cualquier forma de violencia personal causada por razones ideológicas, durante la guerra y en la dictadura. Pero esta fórmula es frontalmente rechazada por IU y ERC, que exigen certificados de nulidad de las sentencias.

Por iniciativa de los ayuntamientos, muchos de los símbolos del franquismo han ido desapareciendo de las calles desde la transición. Es la prueba de que hay instrumentos para que las Administraciones tomen iniciativas sin necesidad de leyes específicas. Si algunas instituciones no lo han hecho es porque no ha existido la voluntad política. Mejor dicho, porque ha existido la de no hacerlo, con el argumento de que esos símbolos forman parte de nuestra historia. Puesto que el PP ha sido abanderado de esta postura, es a él a quien cabe dirigirle el reproche de que no haya demostrado el sentido de Estado suficiente para comprender que, de haber retirado esos símbolos en las instancias en las que ha gobernado, hubiera hecho una contribución decisiva a la definición del espacio constitucional, trazando una frontera infranqueable, y no una divisoria difusa, entre la dictadura de Franco y el actual régimen de libertades. Ése sería el espacio idóneo para que la democracia rindiera tributo a todas las víctimas.

En el punto en que estamos, lo importante, con ley o sin ella, es que, de ahora en adelante, las fuerzas parlamentarias no escatimen esfuerzos para que los fantasmas de nuestra historia regresen de una vez por todas a su siniestro panteón.

Fin

ETA y el 11-M, en El Mundo; islamistas, en El País. ¿Les suena?

El Mundo dedica hoy sus cuatro columnas de primera al viejo y socorrido «periodismo declarativo» (Fulafo dice, Mengano denuncia, Zutano advierte, etc.).

Arriba, a cuatro:

Egibar advierte que «ETA tiene el gran poder de hacer tambalear al Gobierno»

Arriba, a una columna:

Víctimas del 11-M denuncian al juez Del Olmo por no facilitarles la declaración de Manzano sobre los explosivos

A falta de noticias, buenas son las declaraciones que sirven a la línea editorial o a los intereses de la empresa editora.

Por yuxtaposición, como de costumbre, los dos principales titulares de la portada de El Mundo ligan a ETA con el 11-M. Siempre hay lectores de buena fe que pueden fijar en su mente -queriéndolo o no – el mensaje subliminal que lanzan dos titulares contiguos, aunque pertenezcan a noticias completamente distintas.

Sobre estas viejas técnicas -meter la cuchara para orientar a lectores ingenuos o a creyentes ciegos- ya sabemos que Pedro Jota Ramírez aspira a una cátedra vitalicia. Le sobran méritos.

Las cuatro columnas de arriba de El País van dedicadas a los islamistas como sujeto:

Los islamistas de Ceuta contactaron con tres soldados para robar un polvorín

En toda la portada de El País no hay alusión alguna a ETA ni al 11-M. La única referencia indirecta a ETA es este pequeño sumario con Zapatero como sujeto:

Zapatero dice que dará «pasos firmes, no en falso», en el proceso de paz

El nombre de Pinochet es citado en ambas portadas, aunque con un tratamiento bastante desigual, tanto en el sesgo ideológico y tipográfico como en el espacio asignado.

El Mundo da un pequeño sumario en «Otras noticias» con el nieto del dictador como sujeto:

El capitán Pinochet Molina, nieto del dictador, expulsado del Ejército por alabar a su abuelo durante el funeral

El País destaca la acción de otro nieto muy distinto -el nieto del general Prats, un demócrata asesinado por esbirros del dictador- a dos columnas:

Salivazo sobre el féretro de Pinochet

Sumario:

El nieto del asesinado general Prats escupió sobre el ataúd del dictador. «Era una cuenta pendiente muy personal»

Cuando leí esta noticia de El País, por primera vez, me alegré.

¿Podemos medir la intensitad de una venganza?

Pensé en una cita de Mario Benedetti -creo- que decía:

«Un torturador no se redime si se suicida, pero algo es algo»

.

Cuando leí por segunda vez lo del escupitajo contra el muerto, me alegré menos. Recordé otra cita importante -esta vez de Mafalda– que decía algo así como:

«Me dejó una basurita en el corazón…»

¡Qué complicados somos!

(Señor Fraga, arrepiéntase, retire sus palabras de ayer y condene al sanguinario torturador Pinochet).

Manuel Fraga ha hecho, sin duda, algunas cosas buenas para la democracia española. Sin embargo, cuando pasen muchos años, será recordado como ministro que fue de un dictador ilegal que firmaba penas de muerte igualmente ilegales.

Fraga aún está a tiempo de hacer méritos para mejorar su historia y no enredarse defendiendo ahora al golpista Pinochet.

Un parte del PP se lo agradecerá. Y todos los demás demócratas, también.

Fraga era el ministro de Gobernación cuando fui secuestrado y torturado, tras la muerte de Franco. Pero siempre he celebrado su evolución desde el paleofascismo hacia la democracia.

¡Qué lástima que ahora Fraga estropee su curiculum de demócrata, tratando de justificar el golpe de Estado ilegal, los asesinatos masivos, las torturas y los robos del general Pinochet!

Con este dibujo, El Roto (a quien debemos un homenaje) resumió ayer de maravilla en El País el sentimiento más generalizado sobre el dictador Pinochet entre todas las personas de bien.

¿Podríamos haber publicado algo así en España a los pocos días de la muerte del dictador Francisco Franco? Impensable. Estábamos aún muertos de miedo.

Pequeña diferencia: Franco murió matando (dos meses antes de su muerte fusiló a varios jóvenes) y ocupaba el poder; Pinochet había perdido el poder desde hacía muchos años y murió perseguido por la Justicia por los cuatro costados.

Josep Ramoneda nos ilumina sobre este asunto en su columna de El País de hoy:

El doble de Franco

JOSEP RAMONEDA 14/12/2006

Paradojas de las transiciones: la justicia española jugó un papel muy importante en las inculpaciones contra Pinochet y, sin embargo, los españoles fuimos incapaces de echar a Franco en vida y de juzgar sus crímenes.

Sin duda, la orden de detención internacional contra Pinochet emitida por Garzón el año 1998 es un hito en la historia del derecho y habrá contribuido a hacer más difícil la vida de los dictadores que, aunque en general son poco dados a viajar, todavía tendrán que ser más cuidadosos con sus desplazamientos. Pero sospecho que Pinochet ha jugado en el imaginario español una especie de papel de doble de Franco. Papel que él mismo reforzó con su presencia en las exequias del dictador. En la ira contra Pinochet se han proyectado buena parte de las iras contra Franco, y en el afán de conseguir que fuera condenado por sus crímenes tengo la sensación de que la opinión democrática buscaba, quizá inconscientemente, una satisfacción compensatoria por no haber podido condenar a Franco. De aquí la contradicción: hemos hecho por Chile lo que no fuimos capaces de hacer por nosotros mismos.

A los historiadores corresponderá decir si el ruido de sables, como se decía en la época, era una amenaza suficiente como para que los partidos demócratas hicieran tantas concesiones sobre el pasado. El hecho es que la creencia de que las relaciones de fuerza estaban del otro lado hizo que se aceptara una amnistía general que significaba poner al mismo nivel los delitos cometidos por los antifranquistas conforme a la legalidad franquista que los crímenes de un régimen autoritario que dos meses antes de la muerte del dictador todavía fusiló a cinco personas. Lo aceptamos y este lastre de partida no ha impedido que el balance global de la Transición se considere positivo.

Del concepto jurídico de amnistía se pasó al político de amnesia. La derecha tenía todo el interés del mundo en dejar pasar el tiempo para después empezar a blanquear el franquismo como hizo cuando regresó al poder en 1996. Y los partidos de tradición democrática, puesto que sabían que no había posibilidad de alcanzar condenas y reparaciones significativas, prefirieron olvidar también, aunque fuera para evitar problemas y frustraciones. Al fin y al cabo, la cultura de solidaridad de la resistencia estaba dejando paso a la lucha por el poder entre partidos, con lo cual el pasado también podía ser un estorbo.

Se murió Pinochet, y no podremos seguir dando caña a este monigote en el que veíamos un doble de Franco, su maestro, precisamente cuando estamos enfrascados en el debate de la memoria histórica. El Gobierno no ha acertado en el planteamiento. Ya el propio concepto es absurdo: la memoria no la establecen las instituciones. Ni siquiera los historiadores, cuya tarea es la explicación e interpretación del pasado sobre la base de las metodologías de las ciencias sociales. Lo cual sólo indirectamente puede tener que ver con la creación de imaginarios colectivos. La memoria forma parte de la conciencia de los ciudadanos y es una construcción que en las sociedades heterogéneas modernas nunca será cerrada. Pasó el tiempo de los grandes mitos nacionales, como, por ejemplo, el de la resistencia en Francia que el general De Gaulle convirtió en comunión obligatoria a pesar de la evidencia de que un gran número de ciudadanos -la mayoría- optó por la colaboración y por la adaptación. El Estado tiene poco que decir sobre el pasado. Pero sí hay dos tareas que le corresponden por elemental pedagogía democrática: el reconocimiento a los que dejaron su vida por negarse a aceptar el régimen dictatorial y la defensa de la superioridad política y ética de un régimen democrático respecto de una dictadura.

La derecha quiere hacernos creer que entre el franquismo y la democracia sólo hay diferencias de matices. Y utiliza las crueldades de la guerra, abundantes en ambos bandos, como argumento para igualar la preguerra, la guerra y la posguerra. Ésta es una falsificación de la realidad que sólo debilita la democracia. Rajoy dice repetidamente que no sería admisible que ETA pudiera conseguir ventajas políticas con el chantaje de la violencia. Y tiene razón. Pero Rajoy no ignora que el régimen franquista consiguió permanentemente ventajas políticas mediante el uso de la violencia, empezando por el modo en que tomó el poder. ¿Por qué no quiere que se sepa?

FIN

¿Quién acumuló mayores crueldades? ¿Franco o Pinochet?

La historia (y la memoria) no absolverá a ninguno de los dos.

Eso no les redime ni nos consuela, pero algo es algo.

¿Está la Iglesia con Franco o con ETA?

Esta noche, como hago a menudo, he comenzado a leer El Mundo por la última página. En la pág. 49 me encontré con esta información sobre el franquismo y la guerra civil. Por el respeto y admiración que profeso a Castilla del Pino desde mis años universitarios, leí todo el texto.

El titular «La Guerrra Civil aún colea» me ha parecido exagerado pero las declaraciones del siquiatra, bastante comprensivas y oportunas:

«La Dictadura pone a prueba a todos»

«La Dictadura multiplicó los villanos hasta un número inimaginable».

Cuando he llegado a la página 14 de El Mundo, me he topado con esta foto del obispo Setién y con estas declaraciones de un cura vasco, José Ramón Treviño, que fue condenado por colaborar con ETA cuando era arcipreste de Irún:

«La Iglesia apoyó el levantamiento de Franco. Todavía no nos ha pedido perdón por apoyar una violencia ilegítima, terrorista pues».

Con estas declaraciones sacerdotales, contenidas en una información titulada «EL MUNDO TV investiga las relaciones de la Iglesia vasca con ETA», ya no me ha parecido tan exagerado decir que «la guerra civil aún colea».

He seguido pasadno hojas y las dudas me han desaparecido del todo en cuanto he llegado a la página 7 de El Mundo. En ella se publica esta esquela-convocatoria para acudir en autobús al oprobioso Valle de los Caídos para hacer apología de la Dictadura de Franco.

Como es sabido, ese templo fue construido con la sangre de los prisioneros leales a la Constitución de la II República. Es una basílica que pertenece a la misma Iglesia católica que no autoriza decir misas a favor de las víctimas identificadas de ETA.

En su página 14 dice El Mundo:

(…)

«los reporteros acompañaron a la viuda de un dirigente político asesinado por ETA a pedir una misa conmemorativa en distintas iglesias de Guipúzcoa. En todas recibió la misma negativa. Se le puede decir una misa a la víctima, pero sin decir su apellido ni el motivo de su fallecimiento».

¿Por qué, entonces, permite la Iglesia Católica identificar a Francisco , en esta esquela funeraria, con los apellidos «Franco Bahamonde» y las circunstancias de su fallecimeinto «al servico de la patria»?

¿A cuento de qué viene esa discriminación tan hipócrita de la Iglesia Católica entre las víctimas de ETA y el dictador Franco de tan triste memoria.

¿Financiamos a la Iglesia Católica con el dinero de todos para esto?

¡Que venga dios y lo vea!

Maxi juez Gallego, en El Mundo; mini juez Gallego, en El País
Franco, doctor «horroris causa»

Hay días en que sacas la conclusión, seguramente precipitada, de que las portadas de los diarios son como el juego de las siete y media:

“O te pasas o no llegas»

«Malo es no llegar», diría el buen don Mendo, “pero si te pasas, ¡ay, si te pasas!, es peor”.

A la izquierda copio y pego una columnita de El País (Una prueba «delirante») junto al editorial de El Mundo. (Espero que, pese a la proximidad de ambos textos, no se produzca explosión alguna).

Toda esta historia me recuerda el cuento del terrible lobo Garzón y la tierna y dulce caperucita Gallego , en el que los jueces héroes de ayer son hoy villanos, según el diario que se mire. Y viceversa.

“Ni calvo ni con tres pelucas”, diría mi madre, al comentar las portadas de hoy.

Cuando te enfrentas, de buena fe y sin gafas, a la primera página de El Mundo te puedes llevar un susto tipográfico de primera magnitud. En cambio, si lo haces con El País, sus silencios o sus gritos te pierden o desconciertan. Tal es el caso de hoy.

Por el fastuoso cuerpo utilizado a toda página por el previsible Pedro Jota, piensas que ha ocurrido un cataclismo, una catástrofe de insospechadas consecuencias para la Humanidad. ¡Válgame dios!

Sin embargo, en cuanto te pones las gafas de leer (o de comer), te llevas una cierta decepción, la noticia se desinfla y te dices a ti mismo que no aprendes –sabiendo como se las gasta este Pedro Jota.

Antes de valorar el acontecimiento, por el tamaño descomunal de un titular a cinco columnas (el no va más), tienes que saber qué periódico/látigo tratas de leer, quién hay detrás y qué mensaje trata de inocularte.

Hoy es uno de esos días en los que la exageración pueril de Pedro Jota Ramírez merma la credibilidad del mensaje hasta para sus creyentes más entregados.

Ya se que la fe nubla la razón y que, como nos dibuja el genial Goya, «el sueño de la razón produce monstruos», pero para todo hay grados y límites.

Después de leer y entender el supertitular de “elmundobórico.es”, pienso que la montaña parió un ratón.

Estamos elevando un caso típico de velar por el control de calidad de un producto –obligación natural de los responsables de cualquier empresa- a la categoría de un delito de lesa patria. Y eso, por voluntad de los conspiranoicos del trío Pinocho, que persisten en ligar como sea a ETA con la masacre del 11-M para ocultar aquellas mentiras tan miserables, destinadas desesperadamente a no perder el poder por encima de casi 200 cadáveres.

Flaco servicio le está haciendo El Mundo a la juez Gallego con este tratamiento de superestrella, que rivaliza con el que, hace años, dio al juez Garzón cuando le interesó.

No obstante, una de las virtudes que hay que reconocer a Pedro Jota es su capacidad camaleónica para rectificar 180 grados, si en ello le va el puesto, la ambición o la fama. No debemos perder, pues, la esperanza de un repentino arrepentimiento de nuestro gran fabulador.

No olvidemos, por ejemplo, que él fue el máximo defensor y “pelotas” oficial del dudoso trío Boyer-Solchaga-Mariano Rubio, cuando trabajaba a las órdenes de Juan Tomás de Salas como director de Diario-16.

Como el rayo, que estremece e ilumina a la vez, Pedro Jota cayó del caballo, vio la luz, se alió con el emergente e italianizado Mario Conde y, al instante, como flamante director-fundador de El Mundo, se hizo enemigo acérrimo e implacable de aquel trío de la “beautiful people” al que había halagado con tanta desmesura, sin llegar siquiera a sonrojarse.

Después de los excesos tipográficos de hoy, la pobre juez Gallego no va tener más remedio que dedicarse de lleno a la política y olvidarse de impartir Justicia.

Como diría don Luis a don Juan:

“Imposible la dejáis para vos y para mi”.

Creo que Pedro Jota se ha pasado tres pueblos con el titular que regala hoy a la maxi juez Gallego. Desde luego, si las instrucciones y juicios del caso GAL se hicieron como éste de elmundobórico habrá que ir pensando en revisar hasta las tripas de aquellas instrucciones y sentencias que, junto con los abundantes casos de corrupción de la era felipista- contribuyeron a echar a los socialistas del poder.

Pero si El Mundo se pasa, El País no llega. Porque la verdad es que cuesta trabajo encontrar alguna alusión al caso del ácido bórico, ETA, el 11-M y la juez Gallego en la portada del primer diario de pago de España.

Busquen la lupa y hagan un esfuerzo para leer este sumario de portada -al fin hallado- que yo mismo he ampliado para beneficio de los lectores de este blog:

Me sorprende más aún la minimización del caso del ácido bórico (o «matacucharachas») porque, hace apenas unas semanas, El País lo dio a toda página cuando el juez Garzón imputó a los peritos que trataron de relacionar -a mi juicio, de forma torticera- el 11-M con ETA, y exculpó a sus superiores por haber corregido tales desmanes conspiranoicos.

Sin mediar ningún disimulo, los villanos de ayer, para El País, hoy son héroes, para El Mundo. Y viceversa.

Y así, el tratamiento tipográfico obedece a las reglas del juego de las siete y media:

“O te pasas o no llegas”.

¡Qué profesión, Miquelarena!

Las fotos de portada tampoco son inocuas. El Mundo realza, centrada a tres columnas, la «Manifestación prohibida» por el juez Garzón en San Sebastián. El País da la misma foto de EFE pero, eso sí, a una columnita, tamaño sello de correos.

En cambio, en El Mundo no hay referencia alguna a las nuevas manchas del Prestige, mientras que El País le concede a este asunto los honores de foto de portada con este títular:

Cuatro años de herencia del «Prestige»

La contraportada tiene, a veces, tanto interés como la portada. Muchos tenemos la costumbre de empezar a ver o leer el diario por la última página, o sea, al revés.

¿Podría ser una vieja costumbre grabada en nosotros al cabo de tantos siglos de leer así, desde atrás hacia adelante, en lengua árabe o hebrea?

El caso es que me ha llamado la atención la interesante noticia que El País da, a tres columnas y con foto, en su última página:

Franco pierde honores

La Universidad de Santiago borra al dictador de su lista de ilustres «honoris causa» 41 años después

He buscado esta noticia curiosa del tipo de ¡Hay que ver! por todos los rincones de El Mundo y no aparece por ningún lado. Para Pedro Jota se trata de una «no noticia».

Desde luego, la lectura hoy de los argumentos seudoacadémicos que se utilizaron entonces para darle este inmerecido honor a tan cruel dictador (por «restaurar el biologismo normal de nuestra patria») me suenan espantosamente ridículos cuando no patéticos.

En lugar de borrar de la lista de doctores «honoris causa» en Ciencias al general rebelde, autor del golpe de Estado del 18 de julio del 36 (así como de tantos horrores que siguieron en la guerra civil y, lo que, a mi juicio, fue mucho más grave, en la postguerra), deberían mantener a Franco en dicha lista pero cambiándole el título por este otro bien merecido:

Doctor «horroris causa»

Aunque con retraso, haríamos Justicia a la Ciencia.

Franco tenso, Franco relajado

Tras dos días alejado del blog (el Consejo de Administración 20 minutos España suele alterar mi rutina diaria), me enfrento esta noche a un par de sorpresas en las portadas de los dos principales diarios de pago.

El Mundo dedica sus cuatro columnas con foto y titular (con un sesgado juicio de intenciones) a la anécdota de Artur Mas firmando sus promesas electorales ante notario:

Artur Mas recurre a un notario para que los catalanes crean sus promesas

El País no lleva ni una sóla línea de esta anécdota en su portada y dedica su ilustración a Hitler y a Franco con este titular:

Un encuentro histórico y una foto trucada

La comparación de las dos fotos (la auténtica y la

trucada) tiene su gracia: Franco con los ojos cerrados y el brazo tenso y rígido y Franco con los ojos abiertos y una mano relajada. Me sorprende que El Mundo, que está vendiendo precisamente ahora los No-Dos de Franco, no haya aprovechado la ocasión para sacar el trucaje recién revelado por EFE en su portada.

El Mundo sólo da en página interior (abajo) la foto de un tren con dictadores y sin dictadores.

El País, en cambio, le dedica al trucaje fotográfico cuatro columnas casi completas, además de las fotos de portada.

También destaca hoy la diferencia tan notable en el tratamiento de Sacyr/Repsol.

El Mundo, a una columna, abajo:

La constructora Sacyr compra el 9,2% de Repsol para protegerla de una OPA hostil

Para El País es el no va más y manda con esta noticia a cuatro columnas, arriba:

Sacyr fortalece el núcleo español de Repsol YPF con la compra de un 9%

¡Qué titular tan patriótico, tratándose de una boda entre ladrillo y petróleo! No cabe duda de que el verbo «fortalece» siempre envalentona y agrada al sujeto.

Tampoco aparece por ningún rincón de la portada de El Mundo este asunto que El País titula a dos columnas, en primera:

El «pelotazo» del tío de Esperanza Aguirre

Con este sumario:

Familiares de la presidenta de Madrid ganaron 2,1 millones de gracias a un plan desbloqueado por el dimitido Porto

En su lugar, El Mundo dedica un sumario a Montilla a quien atribuye algo tan descriptivo como poco neutral como «pierde los nervios con un entrevistador»

Son fotos para no olvidar… por si acaso.

Franquista «condenado», franquista «sancionado»
¿Tumba del dictador o tumba del general?

Como no hay nada que rascar en la comparación de las portadas, es sábado y tengo un rato libre, he podido repasar, tomando el fresquito, los titulares de las páginas interiores. Están llenos de matices, tanto o más que las portadas.

Vean, si no, por ejemplo, estos dos titulares, a dos columnas, sobre el mismo acontecimiento.

Ambos diarios coinciden en dar al Supremo la categoría de sujeto. Sin embargo, difieren al atribuirle la acción mediante el verbo «condenar» (contundente y fuerte) o el verbo «sancionar» (blando y suave).

¿A quién condena el Supremo?

En El País, a un militar.

¿A quién sanciona el Supremo?

En El Mundo, a nueve militares.

¿Cuál es el delito o falta?

«Por ir uniformado a un funeral por Franco«, según El País.

«Homenajearon a Franco en el Valle de los Caídos«, según El Mundo

¿Quiénes eran el militar o militares condenados o sancionados?

«Alumnos de la Academia de El Talarn«, para El Mundo.

«El nieto de Blas Piñar«, para El País.

¿Cómo velaron a Franco?

«En posición de firme», según El País.

«A modo de guardia de honor», según El Mundo.

Y por si alguien tiene aún alguna duda sobre las preferencias políticas o históricas de los lectores de cada uno de estos diarios, en el sumario tiene la prueba del algodón.

¿Dónde velaron u homenajearon a Franco estos militares uniformados?

El Mundo: «en la tumba del general».

El País: «en la tumba del dictador».

Que cada uno compre y lea el diario que quiera: el del general o el del dictador.

¡Ay del día en que no podamos elegir…!

Ojalá no vuelva nunca más ese día tan terrorífico como humillante.

18 de julio del 36: Fotos para no olvidar…

Se cumplen hoy 70 años del inicio de la Guerra Civil, un conflicto que ha marcado durante largos años la vida de los españoles. Destacados historiadores analizan en estas páginas el estallido de la contienda, desde la debilidad del Gobierno republicano y las dudas de Franco hasta la pasividad de algunas grandes potencias ante la sublevación militar. Paralelamente, personas que sobrevivieron a la contienda aportan sus testimonios sobre aquellos dramáticos días.

SANTOS JULIÁ /EL PAÍS – España – 18-07-2006

En realidad, no fue el 18, fue el 17. Y no fue en España, sino en el Protectorado de Marruecos. Los militares que veníacon conspirando contra el Gobierno de la República no las tenían todas consigo, pues no faltaban notorios conspiradores que daban la impresión de nadar y guardar la ropa, entre ellos, el mismo general Franco, comandante militar de Canarias. Una profunda desconfianza, una permanente sospecha y algunos enfrentamientos a tiros habían enrarecido el aire de los cuarteles y obligado a posponer en varias ocasiones el día de la rebelión.

El director, el general Mola, había exigido el empleo de la máxima dureza, o sea, fusilamiento con o sin consejo de guerra, contra quienes se opusieran a la acción una vez emprendida. Pero al escribirlo pensaba en las autoridades republicanas, en los dirigentes de partidos de izquierda y de los sindicatos obreros, no en sus conmilitones.

La insurrección, proyectada para las primeras horas de la mañana del 18 de julio, comenzó, sin embargo, antes de lo previsto en Marruecos, con el tiro a bocajarro a los jefes indecisos, allí mismo, en los despachos de los cuarteles, entre voces y griterío. La primera víctima, el general Romerales, marcó la norma futura: para garantizar el éxito había que liquidar, como primera providencia, a los jefes y oficiales que declaraban su lealtad al Gobierno legalmente constituido o que se mostraban remisos y dubitativos.

Roto ese dique, el torrente se desbordó sin conocer ningún límite: si la muerte era el destino de los compañeros desafectos, ya se puede imaginar cuál podría ser el de los obreros, campesinos y autoridades republicanas allí donde ofrecieron débil resistencia. Ocurrió así en tierras del Protectorado en la tarde del 17 de julio y la pauta se impuso de inmediato en los focos de rebelión que alumbraron desde las primeras horas de la mañana y se extendieron por la tarde y noche del 18. La Coruña y Vigo, Álava y Navarra, las capitales de Castilla la Vieja, Sevilla. En todas partes se repitieron idénticas escenas: insurrección, detención y fusilamiento de jefes y oficiales indecisos, sin importar grado de parentesco o amistad; adhesión, donde las hubiera, de milicias falangistas y carlistas; rápido control de las calles, incursiones de castigo en los barrios obreros; asesinato de alcaldes y gobernadores civiles.

En Madrid, en la noche del 17 al 18, la República -como escribió Manuel Azaña- estuvo pendiente de un hilo: habría bastado la decisión audaz de quienes ocupaban todos los establecimientos militares para acabar con el régimen en unas horas. Pero, añade Azaña, se produjo el hecho contrario.

El hecho contrario no consistió en que a la falta de audacia de los rebeldes respondiera el Gobierno con firmeza: el Gobierno de la República se hundió la misma tarde del golpe. ¿Qué Gobierno era ese incapaz de resistir el golpe y aplastarlo? Ante todo, no era un Gobierno de Frente Popular aquel contra el que se rebelaban una tras otra, deslavazada, caóticamente, las guarniciones militares. Para serlo, hubiera requerido, como en Francia, la presencia de los socialistas, porque el apoyo parlamentario de los comunistas se daba por descontado.

Pero los socialistas se habían negado a incorporarse a un Gobierno de coalición cuando Manuel Azaña, el 11 de mayo, recién elegido presidente de la República, ofreció a Indalecio Prieto la presidencia del Consejo de Ministros. Fue la facción liderada por Francisco Largo Caballero la que se negó a incorporar a su partido al Gobierno en la ilusoria e irresponsable esperanza de que los republicanos, al cabo de unos meses, no tendrían más remedio que franquear la puerta y poner en sus manos todo el poder.

Esta estrategia suicida, además de dividir e inutilizar a los socialistas como fuerza hegemónica de la coalición republicano-obrera, dejó al Gobierno a la intemperie, sin bases sólidas sobre las que apoyarse. Y fue contra un Gobierno débil, formado exclusivamente por republicanos de centro-izquierda, bajo la presidencia de Santiago Casares Quiroga, contra el que pusieron en marcha su proyectada conspiración los militares que desde el 8 de marzo se habían juramentado para dar un golpe de Estado. No era la primera vez que lo intentaban. No era tampoco la primera vez que un Gobierno de la República tenía que habérselas con una intentona militar, de la que todo el mundo hablaba y de la que todo el mundo, incluso la policía, estaba al cabo de la calle.

A nadie, por tanto, pilló de improviso la tarde del 17 de julio el rumor rápidamente extendido de que algo ocurría en tierras del Protectorado. El Gobierno esperaba la insurrección y había tomado las medidas que estaban de su mano para entorpecer con piedrecitas su maquinaria: creyó que con los traslados de los principales sospechosos y el nombramiento de generales de confianza al frente de las fuerzas de policía y de la Guardia Civil, la proyectada rebelión sería aplastada, si no tan fácilmente como en agosto del 32, al menos con efectos más radicales y permanentes: ahora el castigo sería ejemplar.

Los dirigentes obreros, por su parte, acariciaban la expectativa de que los militares se rebelasen porque en su visión del alumbramiento del nuevo mundo bastaba una huelga general para derrotar a la reacción militar.

Y ése fue el hecho contrario al que se refería Azaña: la rebelión puso en marcha un movimiento de resistencia obrera y popular que, sumando su presión a la que procedía del bando contrario, se llevó por delante al Gobierno presidido por Casares, dejando sin gobierno a la República durante unas horas decisivas.

Para tapar el hueco, Azaña ofreció al presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio, el encargo de formar un nuevo Gobierno que se ampliara por la derecha y por la izquierda con el refuerzo de liberales y socialistas. Martínez Barrio lo intentó en la noche del 18, pidiendo a Felipe Sánchez Román, líder del pequeño Partido Nacional Republicano, y a Indalecio Prieto, dirigente de la facción centrista del PSOE, su incorporación al Gobierno.

El primero accedió, pero Prieto, tras consultar con su partido, regresó con una respuesta decepcionante: el PSOE se negaba por segunda vez, ahora en circunstancias dramáticas, a entrar en gobierno. Era, de nuevo, la estrategia de Largo Caballero y de sus consejeros de la izquierda socialista la que se imponía: esperar a que los republicanos sucumbieran para ocupar los socialistas en solitario todo el poder.

A pesar de este revés, Martínez Barrio habla con algunos jefes de las divisiones orgánicas y con el general Mola, que en esos momentos es ya -desposeído del mando y detenido el general Batet, que en unos meses será también fusilado- jefe efectivo de la VI División: «Es tarde, muy tarde…», responde Mola a las consideraciones que le hace Martínez Barrio.

En realidad, a esas alturas, los rebeldes, conducidos sobre el terreno más por comandantes que por generales, han matado tanto que tienen cerrada cualquier posibilidad de marcha atrás. A pesar de que Madrid ni Barcelona caen, tienen que seguir adelante. Lo proclama Franco en sus arengas radiadas; lo dice Mola a su interlocutor. Martínez Barrio también sigue adelante y a primeras horas de la mañana del día 19 ha logrado formar un Gobierno a base de los tres partidos que un año antes habían sellado una especie de nueva alianza republicana: Izquierda Republicana, de Azaña; Unión Republicana, del mismo Barrio, y Partido Nacional Republicano, de Sánchez Román.

Pero este Gobierno tiene, antes de nacer, las horas contadas. En una noche de insomnio cargada de rumores se corre rápidamente la voz de que Martínez Barrio negocia una paz con los generales rebeldes. Socialistas, anarquistas y comunistas convocan una gran manifestación. Desde primeras horas de la mañana del domingo llegan hasta Martínez Barrio las voces de los manifestantes exigiendo armas y gritando «¡abajo el Gobierno!».

El recién nombrado presidente dimite: su presidencia habrá durado poco más de seis horas, el tiempo justo para que el flamante Gobierno apareciera en la Gaceta cuando ya había dejado de existir. Azaña convoca entonces al Palacio Nacional a los dirigentes de los partidos y sindicatos con objeto de resolver la crisis de manera que todos se sientan implicados en la fórmula que se adopte.

En esa reunión, Largo Caballero, que también ha acudido, rechaza por tercera vez la participación socialista y sólo da su aprobación a un Gobierno formado exclusivamente por republicanos bajo la condición de que proceda a repartir armas a los sindicatos. El presidente de la República confiere entonces el encargo a su viejo amigo José Giral, que acepta la tremenda responsabilidad. Ya está, pues, el pueblo armado contra los generales rebeldes. Son pistolas y, todo lo más, el famoso máuser de 750 metros de alcance: sobre armas cortas van a edificar los sindicatos el nuevo poder obrero y campesino.

Los militares decían haberse alzado contra el peligro comunista y lo que han puesto en marcha es una revolución sindical. Será un poder atomizado, suficiente para aplastar la rebelión allí donde los rebeldes han dudado y se han encerrado en sus cuarteles; trágicamente inútil allí donde los militares se han adelantado y han establ6ecido un férreo y despiadado control.

Será también un poder que vuelve inane el poder del Gobierno de la República. Revolución triunfante es proliferación de comités sindicales que comienzan a organizar la defensa contra el agresor y la represión del enemigo interior. Desde el mismo 18 de julio se destruyen por el fuego los símbolos del viejo mundo derrocado, se queman archivos, se incendian iglesias, se da muerte a quienes se han señalado, personal o institucionalmente, como enemigos de la clase obrera y de la revolución -propietarios, clérigos, guardias civiles-, mientras se abole el dinero, se incautan empresas, se patrullan las calles. Sobre las ruinas del Estado republicano, la revolución -o lo que quiera que fuese aquella resistencia obrera, campesina y popular al golpe militar- anunciaba, a pesar de la euforia de tantas noches febriles, más que un triunfo, una larga guerra civil.

Franco bueno (en El Mundo), Franco malo (en El País)

El Mundo destaca en su primera, a una columna, arriba, de salida, este titular:

El 30% de los españoles cree que «estuvo justificado» el 18 de julio

El País se va por el lado de las víctimas y titula, en portada, a dos columnas, abajo:

El 64% de los ciudadanos desea rehabilitar a las víctimas de la Guerra Civil

Entre ambos titulares también hay pequeñas diferencias en el lenguaje. Para El Mundo opinan «los españoles» mientras que para El País opinan «los ciudadanos»

Los comentarios editoriales son para leer y guardar.

Este es el de El País:

EDITORIAL

70 años después

EL PAÍS – Opinión – 18-07-2006

«Hace setenta años, el 18 de julio de 1936, Franco y otros militares felones se levantaron contra la legalidad de la República, en un golpe de Estado dirigido a reemplazar el régimen democrático por un sistema autoritario de corte fascista, conforme a la realidad ideológica de aquellos tiempos. Los golpistas tardaron tres años en conseguir su objetivo, a través de una terrible y devastadora guerra civil. La República, que empezó como una gran esperanza, tuvo sus errores y sus crisis, y vivió las convulsiones de un tiempo revolucionario que culminó en la II Guerra Mundial, de la que la guerra española fue una especie de ensayo general. Uno de los mayores errores fue su incapacidad para mantener el orden y evitar que el golpe de Estado se convirtiera en una horrible carnicería, que empezó con los asesinatos de civiles de uno y otro bando. Pero el 18 de julio, la legalidad republicana funcionaba y las instituciones también, y fue el golpe de Estado el que abrió el periodo de las grandes convulsiones y de la guerra.

España lleva ya casi treinta años de democracia y ha superado con éxito gran parte del retraso que produjo el triunfo de Franco en un país que quedó en los márgenes de Europa. Cuando el régimen desapareció, incapaz de sobrevivir a la muerte del dictador, en un contexto internacional totalmente distinto, la sociedad española iba ya varios pasos por delante. Y por eso la transición fue posible y exitosa. La transición se fundó en un acuerdo de amnistía que permitía volver a empezar desde un principio de reconciliación nacional. La amnistía era muy asimétrica, porque los crímenes de los republicanos hacía 40 años que se habían cometido y, en cambio, los crímenes franquistas estaban todavía calientes. Pero se trataba de mirar al futuro y el recuerdo de la Guerra Civil operaba como motor ético de la transición: nunca más. El miedo y la prudencia hicieron que la amnistía viniera acompañada de la amnesia.

Si, en su momento, la amnesia pudo ser una opción de supervivencia, la memoria es ahora una cuestión de lealtad y de reconocimiento mutuo. Por eso es perfectamente razonable que este aniversario coincida con la aparición de una voluntad decidida de hablar del pasado: por respeto a los que la protagonizaron y a las propias generaciones actuales. La encuesta que publica hoy EL PAÍS muestra que la memoria de la guerra está viva todavía; más del 54% de los españoles cree conveniente la elaboración de una Ley de la Memoria Histórica como la que prepara el Gobierno.

Hay quienes se oponen con el argumento de que recordar el pasado divide el país. Los que cayeron víctimas del bando republicano recibieron todo tipo de reconocimiento durante los 40 años de franquismo. Todavía los nombres de algunas calles lo testifican. Las víctimas del franquismo no lo han tenido nunca. Son más de un 64% los españoles partidarios de que se investigue todo lo relativo a la Guerra Civil, se descubran las fosas comunes y se rehabilite a todos los afectados. Ha llegado, pues, la hora de resolver esta asimetría. Y de resolverla a partir del principio de reconciliación. Es decir, que las víctimas del franquismo reciban el reconocimiento que se les debe y que las víctimas de los republicanos no se queden sólo con el reconocimiento del franquismo, sino que lo tengan también por parte de la democracia. Que luego la memoria haga su trabajo, porque el país es fuerte para poder hacerlo. Y, sobre todo, que se eviten las confusiones: la historia es para los historiadores y no para los políticos. Pero la memoria es de los ciudadanos.»

Y éste es el de El Mundo:

El País publica un artículo de Gracia muy interesante para esta triste efeméride.

TRIBUNA: JORDI GRACIA

Historias de la buena memoria

JORDI GRACIA

EL PAÍS – Opinión – 18-07-2006

Pese a los empeños del Parlamento Europeo y pese a algunos botarates locales, el franquismo nunca fue como se suele creer un régimen fascista: un hombre culto y demócrata, ex ministro de la democracia, como Josep Piqué, lo acaba de explicar una vez más y por fortuna liberándose de los cobardes remilgos que otros usan. De hecho, y no se engañen, el franquismo no llegó a romper nunca del todo con las libertades democráticas porque apenas se acercó a ese vértigo enloquecido de los fascismos europeos. Por eso fue claramente neutral en la Segunda Guerra. A lo sumo hubo algo del aparato fascista en las formas externas, muy transitoriamente y sin convicción de sus élites ni de sus políticos, entre otras cosas porque sólo reivindicaban la limpieza de un patriotismo católico y nacional, propiamente español, la Pilarica y la Virgen de Covadonga, y el glorioso Imperio de Hispanoamérica (nunca suficientemente agradecida). No hubo contagio tampoco del pensamiento de Mussolini, a quien nadie apreció seriamente más allá de su habilidad para gobernar con orden y coraje y mucha energía. Incluso privadamente no dejó de ser hazmerreír de algunos por su histrionismo hierático, aunque también romano: es verdad que unos cuantos en España saludaron durante un tiempo, y prácticamente a título personal, con el brazo en alto, a la romana, pero es evidente también que esa fue una iniciativa fracasada que duró poco tiempo y no llegó a significar nada sustancial (como sucedió con la tantas veces recordada camisa azul, cuyo uso decayó también tempranamente). Tampoco hay una relación directa entre Falange y el desarrollo de la guerra, por mucho que sea una versión interesadamente extendida que calla las auténticas responsabilidades de la República en lo que hace a llevar al país a una sima infernal y sin regreso; y además esa confusión responde a un típico hábito hispánico, el de mezclarlo todo simplificando mucho y sin discriminar nada.

Desde luego, tampoco puede confundirse la Falange española con los partidos fascistas europeos, y nadie entre los falangistas quiso otra cosa que hacer una España más pura y más justa. El culto a la violencia y a la disciplina, y la ruptura misma de las reglas democráticas, fueron asuntos ajenos a la derecha española en todos sus colores porque en realidad fue al revés: secretamente, y es algo que no se suele decir, ésa era la auténtica raíz de las izquierdas del Frente Popular, y eso explica que no hubiese más remedio que atajar sin contemplaciones el gobierno nacido de las elecciones de febrero de 1936. Imaginen qué hubiese pasado si se les deja campar por la brava y no se les hubiese dado la lección que pedían a gritos.

Por lo demás es un despropósito hoy pretender que un abogado respetable y culto como Ramón Serrano Suñer se sintiese tentado por soluciones totalitarias al armar el nuevo Estado en plena guerra. El hecho mismo de que nuestros abuelos fundasen revistas que se llamaban Jerarqvía y se subtitulaban Gvía nacionalsindicalista lo único que demuestra es el afán de regenerar la vida humillada y plebeya de los españoles desde supuestos modernos, actualizados, rompiendo lanzas en favor del progreso social y el engrandecimiento de la patria. Por eso a nadie en su sano juicio se le ocurrió protestar en voz alta de la vigilancia católica de los servicios de orientación bibliográfica, o lo que algunos llamaban entonces, con flagrante falta de precisión, censura. No era cuestión de dejar circular sin más ni más, o sin ton ni son, como quien dice, las bravatas de este o de aquel desinformado, o las opiniones sin contrastar, ni desde luego las palabras malsonantes o las ideas de cualquier desequilibrado. Ese ejercicio regulador de la convivencia no tiene nada que ver con el control de las ideas ni la amputación de las libertades, como de manera muy melodramática suelen repetir algunos resentidos. Razones de profunda higiene moral y el respeto a la verdad aconsejaban ser estrictos en este asunto: quién quería ver a un hijo suyo en contacto con el ateísmo, el marxismo o la áspera razón, siempre tan desesperanzadora. Si la santa madre iglesia había decidido asumir sus responsabilidades históricas y educar por fin, sin excluir a nadie por razón de sexo, de clase o de pinta, a todos los españoles bajo su manto y magisterio, a qué había de hacer falta otro criterio más que el suyo; de dónde habría de proceder otra fuente más alta de saber esencial y justo que de nuestros obispos y doctores.

Y si las cosas hubo que hacerlas un poco por la fuerza es porque los españoles son recios de natural y algo brutos, y no bastaba con explicarles lo que cualquiera debía llevar en su corazón: que España es católica por nacimiento y por fermento, y eso lo sabían entonces y lo saben hoy, estos últimos días sobre todo en Valencia, los niños de pecho. ¿Que hubo que depurar también el magisterio, la enseñanza media y las cátedras universitarias? Hombre, yo no lo diría así: simplemente, algunos de aquellos personajes del pasado republicano no encajaban con armonía en los planes del nuevo poder y, es lo lógico, hubo que atender a las necesidades del servicio para profundizar en la correcta dirección hacia la plenitud de la España católica y tradicional, bien entendido que tradicional en su esencia, pero actual en sus formas. Claro que hubo también que enchironar a algunos, o despacharlos directamente, pero nunca se ponderará bastante que fue un sacrificio doloroso, un precio amargo que hubo que pagar por redimir a España. Da una grima difusa, indefinible, ese afán enfermo de tantos por llamar fascista a un Estado que veló por el bien de la patria y de cuya labor sacrificada y tenaz hoy somos los principales e ingratos beneficiarios. Para qué hará falta, además, una Ley de la Memoria Histórica, y qué prisa puede haber para poner en marcha resortes pedagógicos integrales sobre el pasado, si todo es tan claro explicado de acuerdo con la probidad y la justicia histórica. ¿No?

Si al llegar aquí no están sumidos en la desesperanza más negra es que tenemos en España todavía un considerable problema. Lo esperable es que se hubiesen llevado las manos a la cabeza hace mucho rato, estupefactos ante los crudísimos embustes de semejante versión de los orígenes del franquismo. Lo verdaderamente grave, sin embargo, es que demasiada derecha española de hoy, incluso democrática y civilmente culta (como esa que tantas veces echó de menos un socialdemócrata moderado como Dionisio Ridruejo), lo crea a pies juntillas. Y creer a pies juntillas es la manera más abyecta de intentar comprender nada.

Jordi Gracia es profesor de Literatura Española de la Universidad de Barcelona y autor de La resistencia silenciosa (2004).

Y Jorge M. Reverte me hace el trabajo de comparar las portadas de aquel momento en El País

Desde luego, el 18 de julio es un día para no levantarse. Y para no dar ni golpe.

Conquistando la libertad palabra a palabra (English version)

Me acaba de llegar el enlace de Internet del último número del Nieman Report de la Universidad de Harvard sobre «Coraje en el periodismo».

Incluye un artículo mío, corregido -claro- por mi chica, sobre la conquista de la libertad en España palabra a palabra.

Son reflexiones que cualquier asiduo a este blog conoce de sobra, pero las incluyo aquí, aunque están en inglés, porque no pierdo la esperanza de traducirlas al castellano y conservarlas en este archivo, en la sección de «recuerdos de periodistas».

En realidad fueron mis colegas Nieman de Harvard (y mi familia) quienes me convencieron de que escribiera, por primera vez en 30 años, sobre mi secuestro al final de la dictadura de Franco. Lo hice primero en este blog y luego lo resumí para ellos en este artículo.

Nieman Reports

Summer 2006 Issue

Summer 2006 Table of Contents > Reflections on Courage: International >

Climbing to Freedom Word By Word

Reflections on Courage

International

Climbing to Freedom Word By Word

‘… our ethical and political convictions gave us strength to resist and keep advancing.’

By Jose A. Martinez-Soler

I will never know if I am a courageous or cowardly journalist, especially while being tortured or facing a mock firing squad execution of a paramilitary commando. In those horrific circumstances, which happened to me on March 2, 1976, my body was battered black and blue, my face burned and bloody, and a gun was pointed at my forehead two hand-lengths away. A kidnapper was slowly counting; he would shoot me on three if I did not reveal the identity of my sources. Those guarding me from behind stepped aside, as their footsteps rustled the leaves.

Coverage of Martinez-Soler’s

kidnapping and beating in the

(London) Sunday Times

I do not know if I would have had the courage to keep secret the names of my sources, but I did not betray my sources because I never knew their real names. My confidential military sources knew what they were doing and wisely protected their identity with pseudonyms, while the investigative clues they gave me were easily confirmed in the Official Bulletin of the Army and involved the systematic transfer, i.e. the purging, of democratically minded high-ranking generals to isolated rural areas. Would I have betrayed them had I known their identity? Perhaps, but I will never know.

Ever since that traumatic day, I’ve never considered myself a courageous journalist. I understand those who «tell all» under torture, and I understand fear.

AUTHOR’S NOTE

General Francisco Franco led a military coup against the democratically elected government of Spain’s Second Republic in 1936. Franco ruled Spain until his death in November 1975.

On that day, four or five hooded men armed with machine guns and pistols blocked my car as I was leaving my home in the outskirts of Madrid. They burned my face with a spray, handcuffed me, and drove me to an isolated spot near the top of Sierra Guadarrama, northwest of Madrid. There they interrogated me for nine or 10 hours using the traditional methods of torture to obtain the desired information. I was «obliged» to sign an official declaration that was to be used against two top ranking generals of the Civil Guard whom they considered anti-Francoists.

Just before nightfall, the kidnappers abandoned me in the mountains but threatened to kill me and my wife, Ana Westley, also a journalist, if I ever denounced what had happened. I was terrified. After leaving the hospital, where Ana and I felt unsafe, we decided that I could at least try to annul my «official» declaration. I went to a night court and said that I had been beaten and was forced to sign something official, «three carbon copies,» but that I suffered from traumatic amnesia and could not remember details. After I did that, we received death threats over the telephone while journalists demonstrated (illegally) in the streets.

RELATED WEB LINK

«My Kidnapping: A day like today, 30 years ago …» (PDF)

For convalescence, we went into hiding for several weeks. Upon our return home there were more death threats. We were given police protection, and I applied to the Nieman Foundation. Ever since the kidnapping, I have been afraid to confirm publicly, in writing, the details — just in case. In an exercise of catharsis, as I prepared this article, for the first time I have written a full account of the experience, which is now on my personal blog, along with some pictures taken of me in the hospital.

Journalism in a Dictatorship

In writing now about this experience, I want to reflect about what happens to the practice of journalism when one’s words are subjected to official censorship or when freedom of expression is threatened. One thing I have learned is when readers live in a dictatorship, they know that the supreme source of information is the dictator. Therefore, they distrust the official press and believe very little of what journalists, who are bound by censorship and hobbled by judicial threats, publish. Yet they’re able to decipher facts and opinions written between the lines, so as journalists we work hard to establish a privileged thread of communication through complicit winks, subtleties, humor and layered meanings that are largely invisible to censors.

Franco’s dictatorship controlled the large tectonic plates of Spanish society, but journalists managed to communicate through the fissures among these plates. Using euphemisms, parables and humor, we found ways to zigzag around official control and transmit messages at the least possible risk. The censors, for example, forbid the use of the word «strike.» Franco’s police sequestered the weekly newsmagazine, Cambio 16, for publishing information about a strike, so the next week I wrote a story about the same strike but called it a «technical worker stoppage.» Nothing happened. And just before the death of Franco, one of his ministers, who had been a press censor, solemnly declared: «From now on, we will call a strike a strike.» His statement made headlines. And when democracy came to Spain, the dictionary was restored to journalists.

During Franco’s time, we also learned to print the riskiest information in centerfolds that could be easily removed. That way, if the censor banned the article, we could quickly reprint it with the required changes or replace it with another innocuous feature, thereby avoiding a costly sequestering of the entire publication. Another technique involved substituting objectionable paragraphs with photos.

But the dictatorship also learned to read between the lines. Dozens of times I was indicted for so-called press or opinion «crimes.» With my article about the Civil Guard, in addition to being kidnapped I was indicted by the department of military justice on charges of sedition, despite being a civilian. I did not have a court martial, thanks to an opportune general amnesty for press crimes decreed by King Juan Carlos later that year (1976), just as I accepted my Nieman Fellowship.

These are ways that freedom of expression emerged word by word under the long dictatorship of General Franco. Every banned word and image we managed to defeat was another

A kidnapper was slowly counting; he would shoot me on three if I did not reveal the identity of my sources.

step on our upward climb toward freedom and democracy. For us, there could be no retreat, and our ethical and political convictions gave us strength to resist and keep advancing. In doing this, we were not displaying courage but professional integrity. For this, we would take some risks, but not too many. Actually, we were fairly prudent, and we became artists at simulation and mockery. We were experts at subtly slipping in a word here, another there. We moved about in a dictatorship — and still we move about in our democracy — like a pendulum that looks for equilibrium between passion for the truth and the instinct for survival, between costs and usefulness.

I do not believe that journalists deserve any more merit than doctors, lawyers, teachers, firemen, or engineers who also try to do their job well. The difference is that we work with material that is highly inflammable or explosive — words that give form to ideas and news events. Like others, we only want to do our job well, and we know risks come with the job. But for us, the compensation — when we manage to publish what we intended to publish — is immediate, intense and priceless. I cannot calculate how many times we put ourselves at risk in order to publish a dangerous bit of news. But was it out of personal courage or just for the satisfaction of doing a story well? Or was it for personal vanity?

On February 23, 1981, an attempted military coup suddenly made it painfully apparent that Spain’s young democracy was shockingly fragile. Tanks rolled into Spanish TV and radio stations and all broadcasts, except military marching music, were suspended. The tanks rumbled on toward newspapers. Members of Parliament, and the entire cabinet of ministers, were held hostage for 18 hours by machine-gun toting Civil Guards. When a Spanish TV cameraman managed to leave his camera running, he filmed the coup, and this was later aired throughout the world.

The Parliament members were served sandwiches wrapped in the front page of a special edition of El Pais, the leading paper, with the headline, «El Pais with the Constitution: The coup in the process of failure.» Receiving those words gave hope to the hostages and government ministers who had no news from the outside; they also disconcerted the coup perpetrators. Had the coup triumphed, it is not hard to imagine the fate of those journalists, photographers and cameramen.

Four days after the coup failed, I wrote a story in El Pais that told how the coup attempt was experienced in Brunete, a nearby town outside of Madrid that had been an important battlefront during the civil war. With the coup thwarted, I never considered any special risks involved with doing this story, even though democracy was obviously still fragile under constant military surveillance by the die-hard followers of Franco. Was I daring? Courageous? Irresponsible? What I was doing is only what journalists do in telling an interesting story of tension and inflamed passions in a small town.

That afternoon, the mayor of Brunete visited me and said, «I come unarmed,» which I took to be a threat. The mayor warned me that he could not «contain» some villagers who were planning to burn our house down that night because they were angered by my story titled, «It’s not an argument, woman, it’s another uprising!» After hearing this, we called the national police and my wife, my three-year-old son, and I took refuge that night in the house of Reuters bureau chief, François Raitberger. Nothing happened to our house, and the town’s soccer team won a game against a neighboring town, so the passions dissipated. That, and perhaps a call to order from the national police.

Journalism in a Democracy

Twenty years after my kidnapping, in fully democratic Spain, I was the television interviewer of candidates for prime minister on state controlled TVE during the electoral campaign of March 1996. I had been called in from New York, where I was bureau chief, to do the interviews. I asked the Popular Party challenger what I thought was an easy, even friendly, question about what he would do with the extreme right wing members of his party, who were popularly termed the «Jurassic Park.» The candidate, Jose Maria Aznar, bristled, fudged a reply, and went on to win the election.

RELATED WEB LINK

Martinez-Soler loses his

job with Spanish Television

(Spanish only)

– 20 minutos)

Early in his term as prime minister, Aznar’s government fired me from my jobas the New York bureau chief of Spanish Television. So much for freedom of expression in a new democracy! What journalist would not reconsider his or her questions on the next interview? For me, it became very difficult to find work again in Spain despite support I received worldwide from journalists. The New York Times published an editorial titled, «A Chill in Spain,» and the Financial Times ran an opinion piece titled, «Spanish Practices,» which ended with these words:

«Martinez-Soler, 49, may now well be kicking himself for a lapse in tact during the Aznar interview when he referred to the Popular Party’s old guard as ‘Jurassic Park.’ A former fellow of Harvard University’s prestigious Nieman journalists’ programme, he had also clashed with the previous Socialist administration. Before that, shortly after General Franco’s death, as a young magazine editor, he was kidnapped, tortured and subjected to mock execution, after writing an article about the paramilitary Civil Guard. This time he has merely been sacked from his correspondent’s job. That’s progress for you.»

Jose A. Martinez-Soler, a 1977 Nieman Fellow, is the founder and chief executive officer of «20 Minutos,» Spain’s most widely read daily newspaper based in Madrid with 14 editions in major cities.

Table of contents

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(Intentaré traducirlo en fin de semana)

Heridas mal curadas desde el 18 de julio del 36

Llevo tiempo pensando la transición política afectó de lleno al poder legislativo y al poder ejecutivo, pero rozó tangencialmente al poder judicial. Y puede que esta sea una asignatura pendiente de nuestra todavía joven democracia que quizás aprobemos sólo con el paso del tiempo.

Ahora que ya se han jubilado muchos jueces de la dictadura puede haber llegado el momento de reflexionar acerca de la estructura actual del poder judicial por parte de los otros dos poderes del Estado.

Hoy, en plena democracia, me siguen sorprendiendo titulares como este de El País, a 4 columnas:

Los vocales conservadores del Poder Judicial rechazan un reconocimiento a los jueces perseguidos por Franco

¿Cómo es posible que el propio Gobierno de los Jueces incumpla las leyes y de tan mal ejemplo a los ciudadanos?

Los firmantes del voto particular lo razonan en el último párrafo de esta información.

En la página 15 de El País de hoy encuentro algunas respuestas al conflicto de los jueces y de buena parte de la sociedad española. Se trata de un excelente artículo del magistrado emérito del Supremo Martín Pallín sobre las cicatrices de la memoria y que reproduzco a continuación porque no lo puedo leer bien en PDF.

18 de julio: las cicatrices de la memoria

JOSÉ ANTONIO MARTÍN PALLÍN EL PAÍS – Opinión – 13-07-2006

Las heridas de los vencedores tuvieron un largo y delicado tratamiento, debían haber cicatrizado. Los vencidos vivieron con ellas, hasta que murió el dictador y se restituyó la soberanía al pueblo español. Las manos expertas y cuidadosas de los cirujanos suturan las heridas con pausa y detalle de tal forma que, pasado el tiempo, la cicatriz se hace prácticamente imperceptible.

Al comenzar la transición había que suturar las heridas, todavía abiertas, de los vencidos. Algunos sostienen que nuestra transición fue modélica. En mi opinión las heridas se cosieron apresuradamente, con hilo grueso, e inevitablemente, dejaron huella. Las leyes de Amnistía e Indulto están plagadas de frases grandilocuentes y quizá bien intencionadas.

Pero no se encuentra ni una mirada al pasado esbozando una leve autocrítica por lo que había sucedido hace cuarenta años. El Real Decreto de 30 de julio de 1976, reconoce la imposibilidad de conseguir que los militares interioricen y asuman la nueva situación. Llamo la atención sobre un párrafo del texto. Se condona la pena impuesta a los militares de Unión Militar Democrática que habían dado un paso arriesgado y ejemplarmente ético para desmarcarse de las ideas autoritarias, cuando no nítidamente fascistas, de sus compañeros de armas.

Cuando vieron el ejemplo de sus compañeros de armas portugueses cerraron filas entorno al Régimen y despreciaron a sus camaradas demócratas. No satisfechos con ello consienten, con cierta magnanimidad, que se les saque de prisión si bien seguirán definitivamente separados, justificando esta medida por la necesidad de «velar por la mejor organización y moral militar de las instituciones armadas».

Cualquier estudioso de la transición, ajeno a los entresijos de nuestros poderes fácticos, no saldrá de su asombro. Ser demócrata y jugarse la carrera a favor de su venida, es un acto desmoralizador para los nostálgicos herederos del golpe militar. Los militares portugueses saldaron su deuda histórica devolviendo la soberanía a sus conciudadanos, los nuestros la arrebataron en el 36 y no hicieron nada para restituirla.

Este punto de sutura se hizo groseramente y como era de esperar supuró el 23-F. Quedan muchas cicatrices por cerrar. Los vencedores están mal acostumbrados a decidir lo que se puede y lo que no se puede hacer. Desarrollaron este vicio en condiciones favorables durante cuarenta años y les cuesta adaptarse al debate civilizado y a la necesidad de realizar una autocrítica liberadora.

Sólo ellos pueden tener memoria y el monopolio de la verdad. Memoria siempre selectiva. La tesis que parece imponerse son las de una República, sin orden ni ley, a la que casi tuvieron que salvar los propios militares.

Parece que la historia vista desde fuera no va por esos derroteros, pero, en todo caso, es una opinión que muchos no compartimos.

Los vencidos no sólo no pueden tener memoria sino que, sea cual sea su análisis, estará siempre salpicado por el ruin ánimo de venganza que anida en sus duros y pervertidos corazones.

Bastante condescendencia se tuvo con ellos permitiéndoles acceder a una democracia que consideran todavía tutelada por sus maniqueas tesis. Cualquiera que disienta pone en peligro la reconciliación nacional, está provocando a los fantasmas del pasado y preparando los bisturíes de unos nuevos cirujanos. Citaré algunos puntos que considero imprescindible resolver: «nulidad de los consejos de guerra sumarísimos» y devolución a las víctimas y sus familiares del honor de haber defendido a un régimen constitucional y democrático.

Se trata de promulgar una ley de anulación y no de reconocer, como se hace en la reciente Ley de la Memoria Histórica, los méritos democráticos de algunos protagonistas relevantes.

«Ejecuciones extrajudiciales y desaparición forzada de personas». Esta práctica sistemática durante la guerra puede ser imputada a rebeldes y republicanos. En la larga y dolorosa posguerra es el monopolio de los vencedores. Se trata de un crimen de lesa humanidad y por tanto, imprescriptible ante el derecho internacional consuetudinario y el de los tratados cuya aplicación retroactiva, a partir de Núremberg, está admitida por la doctrina internacional.

La Justicia Internacional está abierta a estos crímenes y cualquier juez podría enjuiciarlos del mismo modo que España ha juzgado a los asesinos de la dictadura argentina.

«Confiscación de bienes particulares y de entidades públicas». El despojo fue el botín de los vencedores. La situación, según se ha visto, puede ser corregida utilizando fórmulas parecidas a la que se contiene en el Real Decreto que devuelve su patrimonio a la Unión General de Trabajadores.

«Indemnizaciones pendientes por otros perjuicios no comprendidas de las leyes de Amnistía».

Lo ha hecho el Estado alemán y debemos hacerlo también nosotros. El Caudillo, se consideró investido por la gracia de Dios y sólo admitió responsabilizarse ante él y ante la Historia. La Historia nunca se detiene ni dejará de valorar su conducta.

Los mártires de la fe que, según el cardenal arzobispo de Toledo, murieron por odio a la religión, pueden ser inmediatamente beatificados sin más trámites. Sin embargo, resulta difícil admitir que alguien odie a una religión, por sus dogmas, ritos o ceremonias, más bien sería una confrontación con los representantes humanos de unas creencias que no se compartían y por un rechazo a comportamientos personales. En todo caso los hechos son condenables.

También los vencedores ejecutaron a sacerdotes, se supone que por no odio a la religión, sino por su falta de adhesión al nacional-catolicismo que, según propia confesión de Franco, fue decisiva para ganar la Cruzada.

Todavía no han pedido perdón y ya ha pasado bastante tiempo como para que hubieran reflexionado sobre su inhumana postura. El Papa Benedicto XVI ha desaprovechado, una vez más, la ocasión durante su reciente visita a Valencia. No hay obstáculos para seguir con las canonizaciones sin temor a ser tachados de rencorosos, sin embargo, el perdón se reserva para la influyente comunidad judía que, por fin ha conmovido el corazón de un Papa alemán angustiado ante el monumento al horror que se escenifica en el campo de Auschwitz.

Ahora tratan de endosarle la responsabilidad a Dios, y se preguntan dónde estaba cuando aquellos horrores sucedían. Si de verdad no encuentran a Dios en los momentos difíciles, ¿por qué no intentan mirar a los ojos de las víctimas, donde seguramente podrán encontrarlo?

José Antonio Martín Pallín es magistrado emérito del Tribunal Supremo.

El dibujo/chiste de El Roto va hoy de regalo para resignados.