Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Acoso a Garzón: ¿Venganza política y/o corporativa?

En los últimos días, he recibido varias llamadas de lectores y amigos preguntando donde podían apuntarse y firmar para manifestar su solidaridad con el juez Baltasar Garzón.

De pronto, he tenido sensaciones cruzadas, perturbadoras, nostálgicas y agriduldes. Como en los tiempos de la ominosa dictadura de Franco, volvemos a la recogida de firmas (¡ahora en libertad!) a favor o en contra de algo o de alguien. Me sucedió algo parecido a lo del 11 de marzo de 2004 (el 11-M) cuando, como en los tiempos de Franco, tuve que sintonizar, de pronto, la BBC para saber lo que estaba pasando en España. El gobierno democrático español nos engañaba, como en la Dictadura. Para arañar desesperadamente unos votos, el Gobierno Aznar atribuía persistente y falsamente a la ETA la matanza provocada por los terroristas islamistas en los trenes de Madrid. En el sexto aniversario de aquella tragedia descomunal no puedo evitar aún un sentimiendo doble de tristeza y decepción.

«Hay circunstancias – le dijo el sabio Unamuno al general fascista Millán Astrayen las que callarse es mentir». Considero el actual acoso politico/judicial contra el juez Garzón una de esas circunstancias. Por eso, también yo quiero apuntar mi nombre y estampar mi firma en esa lista de demócratas solidarios con el juez Garzón, indignados por el acoso (¿político y/o corporativo?) que está sufriendo en los últimos meses, especialmente desde que golpeó el avispero de corrupción del PP en el caso Gürtel.

¿Pretende el PP repetir, con el mismo triste éxito, el caso Naseiro?

Por si acaso, lo primero que voy a hacer es ampliar e imprimir esta viñeta de nuestro Eneko (publicada en 20 minutos el pasado 17 de febrero) y ponerle un marco para no olvidar el origen de los tropiezos y las desdichas de Garzón. Hace poco, leí la declaración de una persona principal, cuyo nombre no recuerdo, que confirmaba públicamente su solidaridad con Garzón «a pesar de Garzón». Me gustó.

El propio Javier Pradera dice en su artículo («Garzón ante sus jueces«), copiado y pegado más abajo, que «al mejor escribano se le escapa un borrón», versión castellana del célebre latinajo «aliquando bonus dormitat Homerus» («En ocasiones, hasta el gran Homero se duerme»).

¿Acaso es Garzón un juez perfecto?

De ninguna manera. No existe tal cosa en nuestra judicatura ni en profesión alguna. Cometió errores en el pasado (¿por venganza, afán justiciero, vanidad, desaforada independencia?) como el que le recordó ayer mismo Margarita Robles, vocal del Consejo General del Poder Judicial, recusada por Garzón, al anunciar que se abstendrá de votar en este caso. Robles añadió que Garzón debió abstenerse «y no lo hizo» en la instrucción del «caso Gal«. Y no le falta razón a la vocal de CGPJ.

Ya sea por el controvertido «caso GAL», por su heróica persecución del terrorismo de ETA o de Al Qaeda, por su lucha contra el narcotráfico, contra el tráfico ilegal de armas, contra los crímenes de lesa humanidad de los dictadores argentinos o del general Pinochet y por un largo etcétera de logros conseguidos por Garzón para la causa de la Justicia (con mayúscula), el acoso actual del Partido Popular y de determinados jueces de su área de influencia contra este juez tan relevante es desvergonzado y esperpéntico.

Existe la sospecha extendida de que toda esta persecución contra Garzón trata simplemente de tapar la corrupción del caso Gürtel y, también, de paso, enterrar las ansias de Justicia de las víctimas del franquismo, que aún tienen los restos de sus seres queridos esparcidos por las cunetas.

Con todos mis respetos, los jueces (sobretodo los del Supremo) no sólo deben ser imparciales sino también parecerlo.

Ya veremos.

Sólo Anson (¡bravo!) defiende a Vargas Llosa

Las autoridades venezolanas han dado un trato vejatorio a Mario Vargas Llosa al llegar al aeropuerto de Caracas. El escritor de nacionalidad peruana y española fue a hablar sobre libertades y democracia en el país gobernado por Hugo Chavez.

Dicen que en todas las familias hay un ganster y/o un payaso (y pido disculpas a los payasos profesionales; tengo uno en casa y les conozco bien). El caso es que Europa tiene a Silvio Berlusconi por la derecha y América tiene a Hugo Chavez por la izquierda. Pero ni la derecha critica a Berlusconi ni la izquierda lo hace con Chávez.

A Vargas Llosa le retuvieron, interrogaron, amenazaron e insultaron durante 90 minutos en el aeropuerto de Caracas. También le prohibieron hacer declaraciones públicas.

¿Qué clase de democracia es esa?

La prensa española ha dado cuenta muy escueta del caso y pocas plumas se han dedicado a criticar la actuación de las autoridades venezolanas contra Vargas Llosa en el aeropuerto de Caracas. En realidad, no he visto ninguna hasta que hoy he leído la columna de Luis María Anson en El Mundo, y que copio y pego, a continuación, como si se tratara de una rareza.

Anson afea la conducta del ministro español de Asuntos Exteriores por no haber acudido al rescate galante de uno de los mejores escritores en lengua castellana. Y no por ser famoso sino -como dice Anson– por tener pasaporte español.

Un colega me ha comentado que le ha sorprendido que haya sido precisamente Luis María Anson el único periodista español que ha salido públicamente en defensa de la libertad de expresión de Vargas Llosa. Nadie más por la izquierda; nadie más por la derecha.

A mi no me ha extrañado lo más mínimo. Conozco a Luis María desde hace muchos años, en tiempos de la ominosa dictadura de Franco. Discrepo por completo de sus pos¡ciones políticas e ideológicas. Sin embargo, coincido plenamente con él en la defensa a ultranza que siempre hace de la libertad de expresión, incluso -y sobre todo- para quienes no coinciden con él.

En este asunto tan principal para la salud de la democracia, debo reconocer que Anson no me ha defraudado nunca. Ni siquiera en los momentos más delicados y arriesgados. No ha ocurrido lo mismo con otros colegas de izquierdas o de derechas que defienden la libertad de expresión con la boca pequeña, y eso únicamente cuando no supone ningún coste personal y/o público.

Ahora recuerdo -con gratitud- un par de ocasiones que me permiten dar fe de lo que digo en favor de Luis Maria Anson .

Una fue a los pocos meses de la muerte del dictador. Tras mi secuestro y torturas (el 2 de marzo de 1976) por parte de fuerzas franquistas, Anson publicó un artículo -que nunca olvidaré- condenando duramente tales acciones.

Veinte años más tarde, cuando fui despedido como corresponsal de TVE en Nueva York, tras haber realizado las entrevistas a los candidatos presidenciales, Anson publicó un editorial en ABC (que él dirigía entonces) condenando igualmente tales prácticas contra la libertad de expresión.

Por estas y otras experiencias, digo que no me ha sorprendido el artículo que Anson ha publicado hoy en El Mundo en defensa de la libertad de expresión de nuestro compatriota Mario Vargas Llosa ya sea en Venezuela o en la Conchinchina.

Por el contrario, sí reconozco que me ha sorprendido -y mucho- la ausencia de voces amigas o enemigas en favor de Vargas Llosa procedentes de mi viejo y querido periódico -el diario El País– donde él suele publicar un artículo dominical y, en ocasiones, grandes reportajes.

El País publica hoy, precisamente, un excelente artículo de Mario Vargas Llosa («La cuadratura del círculo») sobre el papel de Obama en el conflicto más largo y grave desde la II guerra mundial. Copio el enlace, porque considero que es una aportación muy lúcida para la solución de la guerra permanente en Oriente Medio.

«A la huelga la llamaremos huelga», Fdz.-Sordo

Ha muerto el penúltimo censor de la Dictadura franquista. Alejandro Fernández Sordo. Me castigó a menudo, pero era un buen hombre. En la hora de su muerte, y con un recuerdo afectuoso -dentro de lo que cabe, por su viejo oficio- copio y pego a continuación unos párrafos de un post antiguo, publicado en este blog, sobre Fernández-Sordo en el que recuerdo anécdotas de cuando fundamos el semanario Cambio 16. Desde que nació en el otoño de 1971, Sordo mandaba secuestrar nuestra revista casi una vez al mes.

Cada vez que hablamos de conquistar la libertad “palabra a palabra”, suelo recordar una anécdota que me ocurrió en 1972 o 1973, siendo redactor-jefe y director en funciones del semanario de Economía y Sociedad “Cambio 16”, cargos que ejercí desde su fundación en 1971 hasta la primavera de 1974. Habíamos fundado el semanario el 22 de septiembre de 1971 –yo procedía del diario Arriba, donde trabajé en los últimos meses de la mili- y al principio no nos tomaron muy en serio.

Del número 1 de Cambio 16 imprimimos 2.000 ejemplares y vendimos 800. Todo un éxito. Solo teníamos permiso para escribir de economía, y nada de política. Pero los conflictos laborales ya emergentes tenían contenidos económicos.

Por eso, en una información sobre una huelga relevante y sonada (creo que fue la de Motor Ibérica, tras el despido de Marcelino Camacho), nos atrevimos a titular en las páginas del pliego central con la palabra “huelga”. Aquel osado ejemplar no pasó la censura. La policía secuestró la tirada completa y precintó las planchas en la imprenta Altamira. El Gobierno inició los trámites para un expediente contra mí, como responsable editorial máximo, y contra la empresa editora.

En cuanto tuve noticia del secuestro –algo bastante frecuente en aquellos años, casi uno al mes- telefoneé al director general de Prensa y jefe máximo de la censura franquista, Alejandro Fernández Sordo. Por cierto, Sordo -¡qué gran apellido para un censor!-, en cuanto se puso al teléfono, me echó una bronca, en tono paternalista, recordándome que la palabra “huelga” no se podía utilizar en la prensa española, sencillamente porque en España no había huelgas, ya que estaban prohibidas por ley.

Le pregunté:

-¿Cómo le llamo entonces a lo que está ocurriendo esta semana en Motor Ibérica?,

El jefe de la censura me replicó:

“Cualquier cosa menos huelga”, “Llámale “paro”, como otras veces, o “cese temporal de producción” o mejor “paro técnico”.

No pude convencerle. La palabra “huelga” no pasó el filtro de la censura. Seguía en la lista de palabras tabú del Ministerio de Información. Y nosotros dimos un paso atrás. Tuve que retirar el pliego central, donde estaba aquella información, con una especie de “desencuadernadora manual” muy ingeniosa, y sustituirlo por otro pliego sin la palabra huelga. Solo así pudimos distribuir la revista con el retraso y el extra coste correspondiente.

Recuerdo muy bien esta anécdota porque unos años más tarde, muy poco después de la muerte del dictador, Fernández Sordo fue nombrado ministro de Sindicatos (creo que fue en el Gobierno Arias). Una de sus primeras declaraciones como ministro fue realizada por el diario Pueblo (propiedad del sindicato vertical franquista) con grandes caracteres tipográficos. Este fue el titular del diario Pueblo, casi a toda página, que me hizo sonreír:

Fernández Sordo: “A partir de ahora, a la huelga la llamaremos huelga”

Hubo palabras y expresiones que, una vez que superada la censura, pasaban a engrosar el diccionario legal de los periodistas. Se trataba de aplicar el procedimiento de “prueba y error” bastante aceptado en todo proceso científico.

Descanse el censor en paz.

El último secuestro policial de un semanario dirigido por mí (Doblón) lo sufrí al dia siguiente de la muerte del dictador. El entonces Príncipe de España nos echó una mano.

No te lo pierdas: Fraga tira al monte
¡Feliz año nuevo!

Si no fuera porque le conocemos muy bien, y desde hace muchos años, achacaríamos a la senilidad la defensa inmoral que Manuel Fraga hace del cruel dictador que le nombró ministro en los años sesenta.

Cada diario lo valora a su manera. Público lo lleva hoy a cinco columnas, El Mundo, a tres y El País, a una. Más de uno de sus correligionarios del PP habrá dicho que Fraga está «chocho» y que no hay que darle más importancia a las barbaridades que diga sobre Franco.

Otros dirán que se meten con el Fraga octogenario, a quien tanto temieron, porque ahora manda poco y está en las últimas.

A moro muerto, gran lanzada. Yo no quiero hacer leña del árbol caído, pero cada vez que alguien, de cualquier edad y condición, alabe o reivindique las presuntas bondades del dictador, que arruinó durante cuarenta años la vida de España y de los españoles (vencedores y vencidos) responderé alto y claro en su contra. Franco -que yo sepa- trajo el «orden» y la «paz» de los cementerios.

Supongo que Fraga se refiere a otro orden de cosas.

Si me he conectado hoy al blog ha sido para pegar aquí las palabras soeces de Fraga y no dejar pasar ni una en esta campaña que tiene emprendida la parte jurásica del PP para alabar al dictador.

Los demócratas de corazón y cerebro debemos estar muy atentos ante estas reivindicaciones del fascismo, vengan de donde venga, para avergonzar a sus autores.

No excuso a Fraga porque esté «chocheando» ya que no es la primera vez que alaba al dictador en público.

Fraga tiene derecho a decir lo que quiera y yo tengo todo el derecho a responderle. Y a recordar que él nunca nos reconoció a los demócratas ese mismo derecho a expresarnos libremente en tiempos de Franco, aquel «sapo iscariote y ladrón» de León Felipe.

Ha llegado la hora de ir a la cocina para preparar la cena de fin de año. ¡Qué ganas tengo de que pase este año!

Por la muerte de mi hermana, de mi cuñado y de mi sobrina, en trágico accidente de tráfico, éste 2007 ha sido, sin duda, el peor año y el más doloroso de toda mi vida.

Ya se que nunca podré olvidarlo.

Tampoco lo pretendo.

Lo que sí deseo a todos los lectores de este blog y a todos los amigos, parientes y colegas que me han ayudado con sus palabras de pésame y ánimo que sean muy felices en el año nuevo que comienza dentro de una horas.

La libertad, palabra a palabra (Cambio 16 y Doblón, 1971-76)

Hace unos días, presenté una ponencia en Almería sobre la conquista de la libertad, palabra a palabra, durante el final de la Dictadura (1971-1976).

Fue en el Congreso sobre “Los medios de comunicación en la Transición”, organizado por la Universidad de Almería. Entre los asistentes había muchos jóvenes historiadores y estudiantes de Historia interesados en casos concretos de choques entre la prensa y la censura. Tuve que hacer memoria y conté algunos ejemplos.

Se corrió la voz y algunos compañeros me han pedido ahora que les envíe el texto de la charla.

Puesto que la llevaba escrita, me resulta más cómodo y fácil copiarla y pegarla en el blog, con la advertencia previa (especialmetne destinada a los lectores más confiados o despistados) de que es muy larga (más de 20 minutos) y de que va destinada a los interesados en la historia de la prensa al final de la Dictadura de Franco.

El que avisa no es traidor.

Ahí va:

Conquistando la libertad palabra a palabra (1971-1976)

Cambio 16, Doblón e Historia Internacional

José A. Martínez Soler

Director General de 20 minutos

Profesor Titular de Economía Aplicada de la Universidad de Almería

No hay comida gratis, no hay sexo gratis y tampoco hay palabra gratis. Las palabras no son inocuas. Tienen coste y precio, dejan beneficio o pérdida, según las circunstancias. Perdón por empezar con asuntos tan económicos. (Lo del sexo lo utilizo sólo para despertar a los heroicos asistentes a esta ponencia en la hora difícil de la siesta.).

Hablo del coste, precio, beneficio o pérdida correspondiente a las palabras para advertirles de que, aunque fui fundador y director de la revista mensual “Historia Internacional” (1974-1976), adoro la historia y envidio a los historiadores, pero soy completamente ajeno a esta disciplina tan hermosa como escurridiza.

Fundé y dirigí esa revista de historia para poder informar sobre los problemas de la actualidad en la España de mediados de los años 70, situándolos en otro lugar y en otra época. Cuando escribíamos sobre la tiranía del rey felón no nos referíamos precisamente a Fernando VII sino, indirectamente, a Franco. Cuando publicábamos algo sobre la dictadura de los coroneles en Grecia estábamos hablando, naturalmente, de Franco.

La historia y el área internacional fueron nuestros refugios oportunos para describir la realidad española del momento, pero situándola en otro tiempo histórico y en otro espacio geográfico. Por eso se llamó “Historia Internacional” que equivalía, en realidad, a “Actualidad Nacional”. La complicidad y la inteligencia de nuestros lectores ponían el resto.

Por tanto, ni he sido ni soy historiador. Ya me gustaría. Mi área de conocimiento es la Economía Aplicada y, quizás, algo también del Periodismo. Estoy aquí, ante ustedes, con el único título de amigo del profesor Rafael Quirosa y, quizás, como testigo personal y profesional de una época apasionante, aunque demasiado reciente (y aún caliente) para la investigación histórica.

No obstante, trataré de serles útil, relatando algunos hechos o acontecimientos en los que tomé parte directa, o en los que solamente fui testigo (a veces, involuntariamente), en lugar de ofrecerles una ponencia con análisis científicos y citas académicas que permitan explicar tales hechos.

Con más anécdotas que categorías, intentaré describir una realidad concreta: el papel de la prensa (exactamente de tres medios: Cambio 16, Doblón e Historia Internacional), a través de la conquista de algunas palabras, en los últimos años de la Dictadura de Franco.

Cada vez que hablamos de conquistar la libertad “palabra a palabra”, suelo recordar una anécdota que me ocurrió en 1972 o 1973, siendo redactor-jefe y director en funciones del semanario de Economía y Sociedad “Cambio 16”, cargos que ejercí desde su fundación en 1971 hasta la primavera de 1974. Habíamos fundado el semanario el 22 de septiembre de 1971 –yo procedía del diario Arriba, donde trabajé en los últimos meses de la mili- y al principio no nos tomaron muy en serio.

Del número 1 de Cambio 16 imprimimos 2.000 ejemplares y vendimos 800. Todo un éxito. Solo teníamos permiso para escribir de economía, y nada de política. Pero los conflictos laborales ya emergentes tenían contenidos económicos.

Por eso, en una información sobre una huelga relevante y sonada (creo que fue la de Motor Ibérica, tras el despido de Marcelino Camacho), nos atrevimos a titular en las páginas del pliego central con la palabra “huelga”. Aquel osado ejemplar no pasó la censura. La policía secuestró la tirada completa y precintó las planchas en la imprenta Altamira. El Gobierno inició los trámites para un expediente contra mí, como responsable editorial máximo, y contra la empresa editora.

En cuanto tuve noticia del secuestro –algo bastante frecuente en aquellos años, casi uno al mes- telefoneé al director general de Prensa y jefe máximo de la censura franquista, Alejandro Fernández Sordo. Por cierto, Sordo -¡qué gran apellido para un censor!-, en cuanto se puso al teléfono, me echó una bronca, en tono paternalista, recordándome que la palabra “huelga” no se podía utilizar en la prensa española sencillamente porque en España no había huelgas, ya que estaban prohibidas por ley.

Le pregunté:

-¿Cómo le llamo entonces a lo que está ocurriendo esta semana en Motor Ibérica?,

El jefe de la censura me replicó:

“Cualquier cosa menos huelga”, “Llámale “paro”, como otras veces, o “cese temporal de producción” o mejor “paro técnico”.

No pude convencerle. La palabra “huelga” no pasó el filtro de la censura. Seguía en la lista de palabras tabú del Ministerio de Información. Y nosotros dimos un paso atrás. Tuve que retirar el pliego central, donde estaba aquella información, con una especie de “desencuadernadora manual” muy ingeniosa, y sustituirlo por otro pliego sin la palabra huelga. Solo así pudimos distribuir la revista con el retraso y el extra coste correspondiente.

Recuerdo muy bien esta anécdota porque unos años más tarde, muy poco después de la muerte del dictador, Fernández Sordo fue nombrado ministro de Sindicatos (creo que fue en el Gobierno Arias). Una de sus primeras declaraciones como ministro fue realzada por el diario Pueblo (propiedad del sindicato vertical franquista) con grandes caracteres tipográficos. Este fue el titular del diario Pueblo, casi a toda página, que me hizo sonreír:

Fernández Sordo: “A partir de ahora, a la huelga la llamaremos huelga”

Hubo palabras y expresiones que, una vez que superada la censura, pasaban a engrosar el diccionario legal de los periodistas. Se trataba de aplicar el procedimiento de “prueba y error” bastante aceptado en todo proceso científico.

También había personajes tabú. La sola mención del nombre de don Juan de Borbón (o solamente don Juan) era motivo de secuestro inmediato. Y con el príncipe Juan Carlos de Borbón, aunque era aspirante a suceder al dictador, a título de Rey, debíamos andarnos con suma cautela pues doña Carmen Polo de Franco estaba al acecho para degradarle y poner a su yerno, Alfonso de Borbón, en su lugar.

A principios de octubre de 1972, –Cambio 16 tenía ya un año de vida-, recibí una comunicación de la Agencia Efe que me pareció rara. En ella advertía a todos sus abonados de que la noticia distribuida con el número tal había sido anulada y no podía ser publicada. Busqué la referencia y era una noticia anodina y aburrida sobre el viaje de los príncipes Juan Carlos y Sofía a Alemania. A simple vista, carecía de interés.

Llamé a Michael Vermehren, corresponsal de la televisión alemana ZDF en España, y le pregunté si había ocurrido algo especial que justificara la anulación de la noticia oficial de EFE. Me dijo que no y que había gustado mucho la entrevista que él mismo le había hecho al príncipe sobre España en el Mercado Común. Le interrumpí inmediatamente:

-“¿Cómo? ¿Qué el príncipe Juan Carlos habló de España en Europa en la televisión alemana? Por favor, busca el texto completo de la entrevista y espérame. Voy ahora mismo hacia tu casa.

En cuanto leí la traducción de la entrevista llamé a mi consejero delegado, Juan Tomás de Salas, para contárselo y para decirle que, si nos atrevíamos, era un tema arriesgado pero de portada. Estuvo de acuerdo.

Llamé al dibujante Ortuño y le pedí una caricatura urgente y a todo color (“nada cruel”, le dije) del príncipe Juan Carlos para portada. Alfonso Ortuño me tomó por loco. Jamás se había publicado en España algo así. Era un salto cualitativo en imagen. Pero lo más sorprendente era el contenido de una pregunta y su respuesta:

Televisión alemana:

-“Desea Vuestra Alteza Real que España entre en la CEE, aceptando las consecuencias políticas que esto implique?”

Juan Carlos de Borbón, príncipe de España:

-“Sí, lo deseo. Porque creo que conviene a España y a Europa. Ahora bien, el momento debe ser el apropiado, pues una integración demasiado rápida podría ser peligrosa para muchos”.

Con eso ya teníamos titular de portada: un globito que salía de la cabeza del príncipe con esta arriesgada afirmación:

“Europa, sí”

Desgraciadamente, el instinto no me falló. El gran censor, Fernández Sordo, me llamó en cuanto recibió en el Ministerio de Información los diez ejemplares obligatorios de Cambio 16 con la caricatura principesca gritando “Europa, sí”.

Europa”, debo recordar para los más jóvenes, era entonces simple y llanamente sinónimo de “democracia”. O sea, mentar la cuerda en casa del ahorcado.

El censor me llamó de todo y me dijo que era gravísimo y que iba a dar órdenes a la policía para que secuestrara todos los ejemplares antes de salir de la imprenta y precintara las planchas.

Y concluyó su bronca con esta pregunta, hecha en un tono sorprendentemente lastimoso:

-¿Por qué me haces esto?.

No se de donde saqué fuerzas. Creo que defendía mi exclusiva, más que el futuro europeo y democrático de España. Le repliqué:

-“Usted verá lo que hace, pero no creo que el príncipe haya hechos estas declaraciones por su cuenta y riesgo, sin pedir permiso a nadie. Además, si secuestra hoy las palabras del príncipe, ¿cómo se lo piensa usted explicar a él cuando sea Jefe del Estado con el título de Rey? Usted verá lo que hace.

La policía tardaba mucho en llegar a la imprenta y todos manteníamos los dedos cruzados. A las pocas horas, recibí la llamada de Fernandez Sordo que, muy cortésmente, casi versallesco, me dijo que se había esforzado mucho para que no me ocurriera nada y que había conseguido “personalmente” que Cambio 16 pudiera llegar a los quioscos.

Durante muchos meses, tanto la prensa inmovilista como la aperturista estuvieron hablando de este asunto al que se referían enigmáticamente como “la pregunta”. Creo que la caricatura original de Ortuño aún cuelga en alguna pared del despacho privado del Rey.

Aunque la Dictadura, plenamente vigente entonces, no estaba prohibida, la palabra que mejor podía definirla, “dictadura”, aplicada al régimen de Franco, estuvo en la lista negra hasta la muerte del dictador. Hicimos algunos intentos para colarla a la censura, pero todos fueron coronados por el fracaso.

Este fin de semana –con motivo de la celebración del Thanksgiving Day– he tenido el privilegio de tener unos días en mi casa a Gabriel Jackson, el historiador – a mi juicio- que mejor ha dado a conocer al mundo entero “La República Española y la guerra civil”. Comentamos juntos el motivo de esta charla en Almería y recordamos nuestra correspondencia en 1974 y 1975 en torno a un excelente artículo que yo le había pedido para el mensual “Historia Internacional” sobre un balance del franquismo después de la flebitis de Franco. No había que ser un lince para sospechar que la muerte rondaba ya al tirano.

En cuanto leí el manuscrito del profesor Jackson supe que no pasaría la censura. Experimentado como era yo, pese a mi juventud, en el arte de escribir entre líneas y de sortear con humor a la severa censura (es sabido que los censores carecen de humor propio) le propuse a Gabriel que probáramos a quitar algunos párrafos y a cambiar algunas palabras. El titulo de su artículo (“La dictadura”) presagiaba lo peor.

Confiando en el posibilismo de quienes crecimos en el exilio interior, le dije que “publicar algo suyo en España era mejor que nada”. Sin embargo, conociéndole un poco, presumía su respuesta.

-”El artículo –me respondió- debía publicarse integro ahora o esperar hasta que hubiera libertad en España para poder publicarlo”.

Imprimirlo así, sin someterlo a la censura previa (llamada “consulta voluntaria”), hubiera sido un suicido económico. Sobretodo porque no era un artículo para el pliego central –fácil de desencuadernar, para salvar el resto en caso de secuestro- sino para lucirlo a toda página en la portada de la revista. Decidí, pues, someterlo a censura previa para poder publicarlo sin riesgo de secuestro y/o expediente administrativo o procesamiento judicial.

Tal como me temía, no tuve éxito. El censor marcó con su lápiz fatal los párrafos y palabras que, a su juicio, eran “inconvenientes”. No le dije nada al profesor Jackson. Le escribí a La Joya para decirle que ojalá tuviéramos pronto libertad de expresión en España para poder ofrecer su artículo completo a nuestros lectores. Y metí en un cajón el manuscrito inédito.

Meses más tarde, recién muerto Franco, quiso el azar, y la perseverancia de uno de mis redactores, Fernando González, que Serrano Súñer, ex ministro de Asuntos Exteriores de Franco durante los tiempos más duros de la postguerra española y de la II Guerra Mundial, nos concediera una larga entrevista exclusiva en la que hacía balance del régimen de su cuñado. Nada sospechoso había en aquel viejo nazi para los censores de Franco, quienes seguían en activo pero ya buscaban el calorcillo del nuevo régimen del sucesor a título de Rey.

El caso es que, bajo la protección del “respetadísimo” nombre de Serrano Súñer, “Historia Internacional” fue la primera revista española que publicó un amplio reportaje titulado “La Dictadura”, tal como el entrevistado había definido, con sus propias palabras, al régimen franquista al que tanto había servido. Fue en el número de febrero de 1976, dos meses después de la muerte de Franco y bajo el Gobierno igualmente dictatorial de Arias Navarro.

La palabra “dictadura” había salido de la lista negra y había pasado a ser legal. Animados por este precedente, aprovechamos la ocasión para publicar en portada el artículo de Gabriel Jackson que conservaba en la nevera y con el mismo título que la entrevista de Serrano Súñer. Mano de santo. Nadie puso pegas a “La Dictadura”. De modo que, partir de entonces, a la dictadura la llamaríamos dictadura.

Les parecerán triunfos pequeños, casi ridículos, los de ganar trocitos de libertad palabra a palabra, (huelga, dictadura, etc.), pero les aseguro que no estaba el horno para bollos. Cada palabra ganada para la libertad de expresión era un paso de gigante en dirección a la ansiada democracia. “Democracia” (¡ay!), otra palabra “inconveniente” si no iba convenientemente adjetivada por la palabra “orgánica”; es decir, la que le salía al dictador de sus órganos.

Un año antes, el 8 de febrero de 1975, dimos uno de esos imprevisibles pasos de gigante en la crítica política al régimen franquista. Acertamos a colar una palabra clave en el semanario Doblón, que yo dirigí desde su fundación en 1974 hasta mi práctica huída a la Universidad de Harvard en el verano de 1976.

(El 2 de marzo de ese año fui secuestrado a punta de metralletas, torturado y sometido a un fusilamiento simulado por un artículo sobre las purgas de mandos moderados en la Guardia Civil, lo que aceleró mi salida de España).

Sin prever su enorme éxito, publicamos en vida de Franco una información sobre el Consejo Nacional del Movimiento con el título “Síntomas de bunker”, que pareció bastante inofensivo para la censura.

Bunker” fue una gran palabra ganada por Doblón para la democracia y que funcionó de maravilla, gracias al boca a boca. Pronto se convirtió en sinónimo de los restos más decrépitos de la dictadura, “bunkerizados” en torno al dictador, como ocurrió con el Tercer Reich en los últimos días de su aliado Adolf Hitler. “Bunker” olía ya a derrota inminente, a final de una época.

Los demás medios de comunicación asumieron inmediatamente “bunker” como una palabra mágica, sinónimo de los residuos más asustadizos y/o recalcitrantes de la dictadura. Decir el “bunker” equivalía, pues, a decir la “dictadura” sin riesgo de secuestro. Y todo el mundo lo entendía. La idea de aplicarlo al régimen nos vino después de haber jugado en Doblón con otra información de la sección de Economía titulada “El Bunker Español de Crédito”. El humor tenía que sustituir muchas veces a la falta de datos o a la prohibición de publicarlos.

El ambiente laboral era ya muy conflictivo y Comisiones Obreras ya había colocado a muchos de sus militantes dentro del sindicato vertical. Los fascistas Blas Piñar y Girón denunciaron la presencia de “enanos infiltrados” en las instituciones del régimen.

En Doblón hicimos entonces una portada histórica, por arriesgada: dimos la victoria a los “enlaces sindicales” rupturistas (o sea, de izquierdas) y a los verticalistas aperturistas. Ambos habían derrotado a los verticalistas inmovilistas (o sea, fascistas). Pusimos en portada a unos enanitos de Blancanieves pintando de rojo el edificio del sindicato fascista. El título de portada era:

Elecciones sindicales:

Ha ganao el equipo colorao

En una ocasión, tuvimos datos muy fiables, de fuente muy solvente ya que procedían de un estadístico del INE, que luego fue un gran político, sobre los parados en España.

El título del reportaje era “Un millón de parados”.

En plena crisis del petróleo, no reconocida oficialmente, la revista Doblón del 13 de septiembre de 1975 fue secuestrada y yo fui expedientado “por faltar a la verdad”.

Dos semanas más tarde, el 27 de septiembre de 1975, eran ejecutados cinco terroristas, tras ser condenados a muerte en unos consejos de guerra típicamente franquistas, o sea, sin garantías de juicio justo. Desde mi casa oí los disparos del pelotón de fusilamiento. Un año antes, tres semanas después del espíritu aperturista del 12 de febrero de 1974, hubo otras dos ejecuciones, éstas a garrote vil.

El régimen se movía, materia de prensa, en un zigzag imprevisible, según actuaran los inmovilistas o los aperturistas. Tan pronto mostraba manga ancha en unos temas, lo que alimentaba nuestro atrevimiento, como daba cerrojazo y marcha atrás. En esos movimientos espasmódicos de tira y afloja, era muy peligroso caminar contra corriente.

Había un sistema de control, como la Inquisición, con apariencia de legalidad, que disponía de gran variedad de instrumentos: licencias de editor, carné de periodista, consulta voluntaria, secuestro de publicaciones impresas, expedientes administrativos, tribunales especiales como el de Orden Público, de Honor, consejos de Guerra, tribunales ordinarios, etc. Yo pasé por todos ellos varias veces. Pero lo que más miedo e inseguridad nos causaba eran las actuaciones arbitrarias, que se saltaban a la torera las propias normas dictatoriales establecidas.

No sólo de palabras vivía la censura. También se zampaba imágenes “inconvenientes” con glotonería. La primera vez que se publicó en España una foto de Felipe González, conocido entonces en la clandestinidad como “Isidoro”, en vida de Franco, fue en Doblón poco después del Congreso del PSOE de Suresnes. Fue el 31 de mayo de 1975 y en tamaño sello, a una columna. La noticia que ilustraba aquella foto exclusiva era que el líder del PSOE, procesado en España por dirigir un partido ilegal, había sido invitado a almorzar en Francia por François Mitterrand y en Alemania por Willy Brandt.

La siguiente conquista consistió en publicar la misma foto de Felipe González en la portada del semanario, dentro de una pantalla ficticia de televisión, pero con los ojos cubiertos por una banda rectangular negra, pretendiendo evitar su identificación. Esa foto se convirtió en un icono de la futura democracia española. Parece que la estoy viendo.

A medida que nosotros experimentábamos la escritura ingeniosa entre líneas y metáforas, los censores de la dictadura también aprendieron, a la par que nosotros, a leer entre líneas y a descifrar enigmas poco sutiles.

No sólo perseguían a los medios de comunicación “aperturistas”, poco fervorosos en el aplauso al dictador, sino a los periodistas desafectos al régimen, que no seguían fielmente sus consignas, y a los políticos de la oposición clandestina, disfrazados de periodistas y confundidos con ellos.

La confusión –casi compadreo o chalaneo- entre periodistas y políticos fue, desde luego, muy eficaz en la lucha contra la dictadura. Sin embargo, tuvo un alto precio, sobretodo para quienes elegimos el periodismo en libertad en lugar de dedicarnos profesionalmente a la política. Esta confusión de papeles pasó más tarde factura a la prensa, en términos de credibilidad, durante la democracia. No obstante, creo que, a pesar del alto precio, valió la pena.

Una de las palabras que pudo haberme costado un juicio bajo la acusación grave de “apología del magnicidio” fue “tirano”.

Hurgando en mi sótano, en busca de tesoros para la historia de la prensa en la transición, no he podido encontrar aún el ejemplar de Historia Internacional de noviembre de 1975, con Franco ya enfermo. Fue secuestrado por un artículo sobre Pablo Iglesias y provocó la citada acusación del fiscal contra mí ante el Tribunal de Orden Público.

El presunto delito consistía en haber publicado unos textos de Pablo Iglesias, fundador del PSOE, entre los que se podía leer la afirmación de que “el tirano merece la muerte”. Tras el magnicidio de Carrero Blanco y la enfermedad del dictador, el fiscal y el ministerio de Información pensaron, con exceso de celo, que nos estábamos refiriendo a Franco. Sin embargo, en la revista se decía claramente que esa frase fue pronunciada por Pablo Iglesias en 1904, tras el asesinato de Pelve, ministro del zar de Rusia.

En mis declaraciones ante el juez del Tribunal de Orden Público, en las Salesas, donde hoy está el Tribunal Supremo, recurrí a la muy socorrida doctrina tridentina de la Iglesia. El Concilio de Trento admitió que el tirano merecía la muerte. Por eso dije que, por un lado, yo seguía las enseñanzas de la «Santa Madre Iglesia» y que, por otro lado, Pablo Iglesias se refería obviamente, en 1904, a aquel ministro del zar de Rusia y a nadie más.

Tras un largo y minucioso interrogatorio, no exento de cierta socarronería, el juez –creo que se llamaba Villanueva o algo así- decidió archivar la causa por “apología del magnicidio” sin llegar a juicio y, en lugar de mandarme a la cárcel, me mandó ir a casa. Cuando me disponía a salir de la sala, a punto de cruzar el umbral de la puerta, oí que el juez comentaba a alguien, en voz tan alta que yo pude oír claramente, algo que me dejó estupefacto. Al dar carpetazo al asunto, dijo:

“El que se pica ajos come”.

Para mi fue un signo claro de los nuevos tiempos. Unas semanas mas tarde, el 20 de noviembre de 1975, a las 5:25 de la mañana, murió el tirano en su cama del Hospital de La Paz.

El número extra de Doblón con esta gran noticia fue secuestrado y yo fui expedientado. La portada era el sello de Correos de dos pesetas de Franco, en color rojo-anaranjado, con un titular escueto:

Ha muerto

El problema no fue Franco sino sus herederos, por un artículo, titulado “La familia”, firmado por Margarita Sánchez y por Luisa Cortés, hoy dueña de la tienda “Hierbaluisa” de Almería. Decían en él que doña Carmen Polo de Franco era “una mujer inteligente y despierta para los negocios”.

Me contraron que el dirigente fascista García Carrés andaba gritando en Las Cortes:

-«¡Han ofendido a la señora, han ofendido a la señora!»

Después de muchas horas de gestiones desesperadas, salvamos el número extra de milagro. Fue gracias a la intervención indirecta del Rey, de una de sus hermanas (que le llevó personalmente mi respetuoso escrito pidiendo S.OS. y del sobrino del dictador, Nicolás Franco Pascual de Pobil. Franco estaba aún de cuerpo presente en el Palacio de Oriente que, como se sabe, está situado en el Occidente de Madrid.

Salvar y distribuir ese número especial de Doblón, con la noticia más esperada del siglo, fue también otra buena señal de los nuevos tiempos.

—-

Pero esos nuevos tiempos iban a traerme sorpresas muy desagradables (que antes mencioné de pasada) por un asunto que, debido a su gravedad y trascendencia, entre el ruido constante de sables, andaba yo entonces investigando personalmente.

Se trataba de comprobar en los boletines oficiales del Ejército las filtraciones que iba recibiendo por teléfono de una fuente anónima sobre los traslados de generales, jefes y oficiales de la Guardia Civil, conocidos por sus posiciones moderadas y no comprometidos con el “bunker” franquista.

Como se sabe, la Guardia Civil era un Cuerpo militar en permanente estado de alerta y movilización, sin necesidad de que el Gobierno declarara el estado de guerra o de excepción. El Ejército no se podía mover sin un decreto del Gobierno, pero la Guardia Civil, por su doble naturaleza policial y militar (como se vio mas tarde en el Golpe del 23-7 de 1981), no precisaba tal decreto para movilizarse. Solo la orden de su director general. Nosotros seguíamos muy de cerca todos los nombramientos militares y eclesiásticos: los generales Díez Alegría y Vega Rodríguez y el cardenal Tarancón, en un lado, los generales Campano y García Rebull y monseñor Guerra Campos, en el otro. Recuerden que eran los tiempos en que los fachas gritaban de “Tarancón, al paredón”

Hoy parecería una información poco interesante pero, en los estertores de la dictadura, la estimábamos como algo clave para descifrar nuestro futuro. Por eso, valoramos extraordinariamente la sustitución repentina del general Vega Rodríguez por el general Campano López, al frente de la Guardia Civil, en el primer Consejo de Ministros que se reunió sin la presencia de Franco, ya enfermo.

Pude confirmar que eran ciertas las filtraciones, recibidas por teléfono de una fuente no identificada, y decidí publicar el reportaje el 11 de febrero, a los dos meses y pico de la muerte de Franco y en medio de un permanente ruido de sables que amenazaba con mantener al “bunker” en el poder.

Hace 30 años, en el otoño de 1976, conté por primera vez en público el secuestro, torturas y fusilamiento simulado que sufrí por la publicación en el semanario Doblón de ese artículo mío sobre traslados de altos mandos en la Guardia Civil. Aquel artículo descubrió y frenó parcialmente la purga de militares demócratas iniciada por los franquistas tras la muerte del dictador Francisco Franco.

Todo eso lo conté entonces en la Senior Common Room de la Kirkland House de Harvard, a la que estaba afiliado. Trataba de explicar entonces a mis colegas de la Universidad de Harvard (EE UU), aún con la piel dañada por las quemaduras de mis torturadores, por qué el periodismo era entonces la segunda profesión más peligrosa de España. (Después, naturalmente, del toreo)

Han pasado 30 años y, aunque tenía el recuerdo grabado en mi mente, jamás había escrito una sola línea sobre aquellos sucesos de terrorismo paramilitar o terrorismo de Estado hasta que mi familia me animó hacerlo el año pasado. Lo escribí para el Nieman Report de la Universidad de Harvard y luego me envalentoné y lo amplié en mi propio blog personal (https://blogs.20minutos.es/martinezsoler) con algunas fotos inéditas tomadas en el hospital

https://blogs.20minutos.es/martinezsoler/post/2006/04/13/mi-secuestro-hace-30-anos

A partir de ese acontecimiento, trato ahora de reflexionar aquí sobre las causas y consecuencias del ejercicio del periodismo, sometido a censura oficial o en tiempos difíciles para la libertad de expresión. El caso de España, en la transición de la dictadura a la democracia, es, desde luego, paradigmático.

Afortunadamente, el lector puede ser inculto pero no es estúpido. Sabe que la fuente suprema de información en una dictadura es el dictador. Por tanto, desconfía de la prensa oficial y cree muy poco de lo que publican los periodistas sometidos a censura y a amenazas. Es una actitud saludable que le ayuda a descubrir hechos y opiniones escritos entre líneas.

Los periodistas somos también seres racionales –por mucho que cueste creerlo- y establecemos un hilo de plata con nuestros lectores, a través de guiños cómplices, sutilezas, humor y escritura figurada entre líneas, que frecuentemente resulta invisible para los censores de la dictadura que no pueden controlarlo todo.

Las dictaduras carecen de corazón pero sobretodo carecen de sentido del humor. Se desarrolla así una nueva cultura subterránea de comunicación, con una técnica refinada y enriquecida por eufemismos y parábolas, que, como digo, permite sortear parcialmente el control oficial y transmitir mensajes entre periodistas y lectores con el menor riesgo posible,.

Así fuimos conquistando la libertad de expresión, palabra a palabra, bajo la larga dictadura del general Franco.

Con la democracia, el diccionario de la Lengua Española volvió a entrar en vigor, sin que su uso acarreara serios peligros para el periodista.

En una ocasión, la policía nos permitió distribuir el semanario Doblón, una vez que corté varios párrafos censurados sobre la minas de fosfatos en el Sahara (entonces español) y rellené los huecos con trozos de fotos repetidas de Fosbucraa. Un desastre de diseño. Otras veces el corte no era tan fácil y el lector debía imaginar lo que se había censurado para hacer tan incomprensible el artículo. La imaginación del lector solía ir más allá de lo que decía texto original.

Pero la dictadura aprendió a leer entre líneas.

Fui procesado docenas de veces por llamados “delitos de prensa” o “de opinión”, por tribunales “de honor” y militares. Las multicopistas y las reuniones eran perseguidas por igual. Por el artículo sobre la Guardia Civil fui procesado por la Justicia militar, pese a ser civil, acusado de sedición.

Recordé a Clemenceau:

«La Justicia Militar es a la Justicia lo que la Música MIlitar es a la Música».

No fui juzgado en Consejo de Guerra, gracias a la intervención directa del capitán general de Madrid, Vega Rodríguez, que incluyó mi caso en la amnistía para delitos de prensa, decretada oportunamente por el rey Juan Carlos en 1976, y a la intervención indirecta de la Universidad de Harvard al galardonarme con la Nieman Felloship. El telegrama del presidente de la Nieman Foundation de Harvard fue mano de santo para obtener el sobreseimiento de mi procesamiento por sedición y que, por tratarse de un «delito militar», no estaba amparado por la amnistía del Rey.

Sabíamos que cada palabra y cada imagen impresa contra la voluntad del dictador cobraban nueva vida en la sociedad española. Todos esos vocablos e imágenes reconquistados iban formando una escala que nos llevaba, palabra a palabra, hacia la libertad. Era un camino sin retorno hacia la democracia. Y esa convicción ética y política nos daba fuerza para resistir y avanzar.

No éramos valientes ni temerarios sino coherentes con nuestros principios. El valor principal de los periodistas, que luchábamos por escribir algún día en libertad, no era la valentía o el coraje sino la integridad para defender nuestros principios democráticos y nuestra voluntad de ser libres y dueños de nuestro futuro. Por eso merecía la pena asumir algunos riesgos. Pero no demasiados.

Éramos bastante prudentes. En algunos momentos, estábamos cagados de miedo. También éramos virtuosos del disimulo. Nos movíamos –y aún nos movemos- como un péndulo que busca el equilibrio entre la pasión por la verdad y el instinto de supervivencia (yo tengo tres hijos).

En realidad, no creo que los periodistas tengamos más méritos, al luchar por la libertad de expresión contra una dictadura, que los médicos o los abogados o los ingenieros que tratan de hacer bien su trabajo.

La diferencia está en que nosotros trabajamos con un material altamente inflamable o explosivo: las palabras que dan forma a las ideas y a las noticias. Y lo hacemos, además, en el escaparate que da a la calle.

Queríamos simplemente hacer bien nuestro trabajo, aún con herramientas escasas y muy caras. Y los riesgos debían ser asumidos como gajes del oficio. La vocación del periodista en la transición implicaba asumir, casi instintivamente, esos riesgos.

Por otra parte, la recompensa, si conseguías publicar lo que querías, era inmediata e intensa. No tenía precio. No sabría decir cuantas veces nos arriesgamos por conseguir y publicar una noticia peligrosa movidos por el coraje personal, por la vanidad o por la satisfacción de la obra bien hecha más que por la propia lucha política.

¿Tiene más valentía un periodista que asume riesgos para conseguir y publicar una noticia que un bombero que se juega la vida por hacer bien su trabajo? Hablamos de los mismos valores de todo ser humano.

Mi experiencia como periodista en dictadura y en democracia me confirma que el ser humano –sea o no periodista- busca siempre la libertad lo mismo que el agua busca la cuesta abajo. No hay muro que detenga esta voluntad de hablar y de escribir como si fuéramos libres. Ese esfuerzo no tiene mérito porque el premio es enorme: la satisfacción, casi zoológica, de nuestro instinto de supervivencia.

La dictadura franquista fracasó persistentemente con sus técnicas de censura. Controlaba las grandes placas tectónicas de la sociedad española, pero algunos podíamos comunicarnos con los demás a través de los intersticios incontrolados que había entre esas placas.

El ministro de Información de Franco, por ejemplo, prohibió tajantemente informar de la devaluación de la peseta en 1971. Por alguna razón, quería retrasar la noticia a toda costa. El telediario de Televisión Española, controlada por el Gobierno, prohibió mencionar bajo ningún concepto la caída del valor de la moneda española.

Las autoridades de la dictadura respiraron aliviadas cuando concluyó el telediario y salió en la pantalla el hombre del tiempo.

La dictadura no podía estar en todo y nadie le había advertido al inofensivo hombre del tiempo de la prohibición oficial (“viene de El Pardo”, nos decían) de hablar sobre la pérdida de valor de la peseta. Por tanto, nuestro hombre del tiempo inició su parlamento frente al mapa de isobaras diciendo que las temperaturas habían caída mucho en el norte de España pero no tanto como había caído la peseta, recién devaluada”.

Es difícil controlar todo y siempre. Hasta en las más siniestras mazmorras hay un lugar –por pequeño que sea- para la libertad. Y en ese resquicio siempre podremos aplicar la palanca liberadora.

Muchas gracias.

El Rey, «molesto con los ultras». Y con razón

El ruido interesado que la extrema derecha del PP está haciendo con la quema de fotos del Rey me recuerda la anécdota del ministro de Franco, Serrano Suñer, y el embajador del Reino Unido.

En los años más duros del franquismo, un grupo de manifestantes gritaba ante la embajada inglesa, con pancartas de «¡Gibraltar español!».

Cuentan que el ministro de Franco telefoneó al embajador británico para ofrecerle el envío de más policías, con el fin de proteger la embajada de eventuales actos violentos.

El flemático embajador inglés le contestó:

-No me mande más policías, señor ministro. Prefiero que me mande menos manifestantes.

Polanco «alega»; el PP «atiza»
¿Volverán banderas victoriosas…?

He pasado cuatro días trabajando en Noruega (en una convención de directivos del Grupo Schibsted al que pertenece 20 minutos) y, al regresar, me encuentro con estas fotos anacrónicas en las portadas de los dos primeros diarios de pago de España. La foto de El País (con la gallina de Franco y el cangrejo de Falange, como lo llamábamos en plena Dictadura) me da repelús.

En este tema de las «banderas victoriosas al paso alegre de la paz» (de los cementerios), que tantas veces canté de niño, no me tengo por hipócrita, pese a lo que ha dicho esta mañana mi admirado y amoratado Fernando Savater.

Esas banderas que se ven en la foto me dan miedo. Y deberían darle miedo a todos los demócratas, porque representan lo peor, lo más denigrante e ingnominioso, de nuestra historia reciente.

Nuestra democracia les permite, por supuesto, hacer con los símbolos fascistas lo que su dictadura nunca permitió hacer a los españoles. Los fascistas tienen, desde luego, derecho a ondear sus símbolos por siniestros que sean, pero lo veo como un mal presagio.

No sabe el PP (o la banda de los cuatro que lo controla) donde se está metiendo con tan malas compañías. A la derecha le parecerá fácil y útil dejarse llevar ahora por ese camino de la demagogia fascista. Incluso puede creer erroneamente que todo aprovecha para el convento.

Sin embargo, les será muy difícil salir de ella y, además, se lo ponen muy difícil a los futuros dirigentes demócratas del PP para recuperar el poder por medios pacíficos. No olvidemos que la base de la democracia es la alternancia en el poder. Si no hubiera alternativa conservadora a Zapatero a la vista estaríamos perdidos. Pobre democracia.

Bajo estas fotos centradas en las dos portadas van estos titualres:

En El País a tres columnas y con un verbo («atiza«) que no era habitual en su anterior cultura periodística:

El PP atiza su agitación en la calle contra Zapatero por el «caso Otegui»

En El Mundo, a dos columnas

Polanco alega que es «muy difícil ser neutral» cuando el PP «desea volver a la guerra civil»

Así aparecen estos titulares, más ampliados, en las páginas interiores de ambos diarios.

Por cierto, que yo recuerde, es la primera vez en la historia de El País que Juan Luis Cebrián, ex director del diario y consejero delegado de PRISA, no sale en ninguna foto de la Junta General. Sólo es una señal para estudio y regodeo de polancólogos y cebrianólogos.

Una invitación a la prudencia

JOSÉ JIMÉNEZ VILLAREJO en El País

23/03/2007

La locura colectiva que parece haberse apoderado de un sector importante de la sociedad española a raíz de la concesión a De Juana Chaos de un régimen de prisión atenuada en la ejecución de la última sentencia dictada contra él, concesión acordada por la Dirección General de Instituciones Penitenciarias, ratificada por el juez competente y asumida por el Gobierno, aconseja en mi opinión repasar la breve historia del proceso que concluyó con la citada sentencia. Comencemos por el antecedente inmediato del proceso.

De Juana Chaos cumplió, según tengo entendido, en agosto de 2005 las penas que se le impusieron en varias sentencias de la Audiencia Nacional por múltiples delitos de asesinatos y de otra índole. Las penas que le fueron impuestas sumaban una cantidad muy superior a los dieciocho años y medio que realmente cumplió pero hay que tener en cuenta que el Código Penal (CP) de 1973, aplicable al caso porque era el vigente cuando se cometieron los hechos, no permitía que el tiempo de cumplimiento de penas acumuladas excedieran de treinta años y que, por otra parte, el mismo CP establecía la posibilidad de que los condenados redimieran parcialmente las penas con el trabajo, beneficio penitenciario desaparecido en el CP 1995 pero al que pudo acogerse De Juana Chaos también en razón de las fechas de comisión de sus delitos. Quiere esto decir que la extinción de la responsabilidad penal de este sentenciado en agosto de 2005, si es que fue entonces cuando la misma se declaró, fue legalmente irreprochable aunque naturalmente pueda pensarse que las autoridades judiciales y penitenciarias del pasado debían haber sido más rigurosas en la concesión de reducciones de pena a un individuo que tenía antecedentes tan sangrientos como De Juana Chaos.

Como no lo fueron a su debido tiempo, llegó el día del cumplimiento definitivo cuando tenía que llegar.

En los últimos meses de 2004 trascendió que la excarcelación del etarra estaba próxima -en un primer momento se previó por error una puesta en libertad a principios del año 2005- y la noticia provocó una tormenta política y mediática orientada a impedir que semejante asesino saliese tan pronto a la calle. Estoy convencido de que desencadenar dicha tormenta -y actuar bajo su impulso- fue un grave error pese al rechazo social que lógicamente suscitó la noticia. No sólo porque la excarcelación era inevitable en cuanto legalmente correcta, sino también porque nuestro derecho penal, como el de todos los Estados democráticos, no es un «derecho penal de autor» sino un «derecho penal del hecho» con arreglo al cual, y por exigencia del principio de legalidad, no se castigan las personalidades criminales sino sólo los crímenes que éstas cometen. Entre nosotros, pues, no se puede extraer consecuencia jurídico-penal alguna, a salvo la eventual apreciación de la agravante de reincidencia, de la condición de asesino atribuida a una persona cuando ya ha extinguido la responsabilidad penal derivada de los asesinatos que cometió. Únicamente en los Estados totalitarios, como ocurrió en la Alemania nazi, se concibe un «derecho penal de autor».

El hecho es que, habiendo publicado De Juana Chaos en diciembre de 2004 dos artículos cuyo contenido se estimó podía ser constitutivo de delito, le fue incoado un procedimiento en el que se decretó su prisión provisional, situación en la que permaneció hasta que recayó sentencia por lo que no pudo ser puesto en libertad en la fecha prevista. Merece la pena destacar algunos puntos relevantes del devenir de este proceso porque quizá pueda deducirse de ellos alguna enseñanza útil:

1. Inicialmente el juez instructor del sumario acordó su conclusión sin procesar al inculpado; fue la Audiencia Nacional la que, a instancia del ministerio fiscal y de la acusación popular, ordenó al juez que acordase el procesamiento.

2. En sus conclusiones provisionales el fiscal calificó los hechos como varios delitos de amenazas terroristas por los que solicitó la imposición de noventa y seis años de prisión. Conviene recordar las durísimas advertencias que se hicieron al fiscal general de Estado por el Partido Popular y los medios de comunicación que le son afines cuando se supo que el fiscal de la causa se proponía corregir en el acto del juicio oral aquella disparatada petición.3. En sus conclusiones definitivas el fiscal modificó efectivamente las provisionales y calificó los hechos, alternativamente, como un delito de coacciones y otro de enaltecimiento del terrorismo, por cada uno de los cuales procedería imponer dos años de prisión, o como un delito de amenazas terroristas al que correspondería una pena de trece años de prisión.

4. El Tribunal acogió la calificación más grave y condenó al procesado, como autor de un único delito de amenazas terroristas, a la pena de doce años y siete meses de prisión.

5. La Sala Segunda del Tribunal Supremo (TS), resolviendo los recursos interpuestos por el procesado y la acusación popular contra la anterior sentencia, estimó parcialmente el recurso del primero y desestimó el de la segunda, condenando a De Juana Chaos, como autor de un delito genérico de amenazas no condicionales, en concurso ideal con uno de enaltecimiento del terrorismo, a la pena de tres años de prisión. Esta sentencia lleva incorporados cuatro votos particulares discrepantes: en dos de ellos se dice que la sentencia debió apreciar un delito de amenazas condicionales en concurso real con el de enaltecimiento del terrorismo, debiendo haber sido la pena, como mínimo, de cinco años y tres meses de prisión; y en los otros dos se dice, por el contrario, que los hechos no son constitutivos de ninguno de los delitos apreciados y que por tanto el procesado debió ser absuelto. Como es sabido, esta sentencia del TS fue objeto de una protesta en la vía pública, en Madrid, en la que estuvieron presentes algunos dirigentes del Partido Popular.

¿Tiene algún significado esta secuencia procesal? ¿Nos puede ayudar a calificar como correcto o incorrecto el especial modelo de ejecución de la sentencia que tan desaforada reacción ha provocado? En mi opinión, sí. Como hemos visto, los jueces y fiscales que han intervenido en la causa han sostenido las tesis más dispares. Esto, en principio, no debería extrañar porque el derecho no siempre proporciona una respuesta unívoca que sus operadores acojan con unanimidad pero, en este caso, hay que reconocer que la disparidad ha sido demasiado llamativa. Basta reparar en que unos hechos por los que el fiscal solicitó, en un primer momento, nada menos que noventa y seis años de prisión, no fueron considerados constitutivos de delito -al menos, no del delito denunciado- ni por el juez instructor ni por dos magistrados del TS. El proceso se ha desarrollado, además, en un clima de extrema tensión política determinada básicamente por las continuas interferencias del grupo político, las asociaciones y los medios de comunicación partidarios de que los hechos se sancionaran con la máxima severidad. Este clima se ha reflejado en ciertas actuaciones judiciales, algunas realmente insólitas, como la momentánea asunción, por el pleno de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, de la competencia para conocer de la causa con la finalidad, según todos los indicios, de que la Sección competente no alterase la situación de prisión provisional del procesado. Puede decirse que la imparcialidad judicial, siempre amenazada cuando las implicaciones políticas de un caso se cruzan con las inevitables inclinaciones políticas de los jueces, ha estado en grave y permanente riesgo a lo largo del proceso.

Las anteriores circunstancias no restan un ápice de legitimidad a la moderada sentencia de la Sala Segunda del TS, pero introducen un nuevo factor en el debate sobre el modelo de ejecución elegido, si es que puede llamarse debate a la dialéctica entablada entre razones e improperios. Un factor sumamente importante porque aconseja ejecutar la sentencia con toda la prudencia que permite la ley. A esta conclusión se llega cuando, tras el examen de la historia del proceso, se leen atentamente los votos particulares partidarios de la absolución que acompañan a la sentencia -votos carentes de potestas pero no de auctoritas- a cuya luz aquella historia, con sus vaivenes y desmesuras, aparece como una invitación a la prudencia en la fase de ejecución por la sencilla razón de que la misma acaso pudo ser absolutoria en un entorno de mayor racionalidad, tranquilidad y respeto a la tarea judicial.

José Jiménez Villarejo es ex presidente de las Salas Segunda y Quinta del Tribunal Supremo.

Aznar, «corneta» de la III Guerra Mundial

El nombramiento de José María Aznar como «heraldo y corneta de la III Guerra Mundial» no es mío. Ese lúgubre augurio le corresponde a Manuel Rivas. Lo publica hoy en su columna «El Atómico«, última página de El País.

Suelo leer los diarios de pago al revés, desde atrás hacia adelante, tal como hacen los seguidores de la Torá o del Corán. ¿Vestigio, quizás, de nuestros ancestros judíos y/o musulmanes, que leen al revés que los cristianos? Quizás, por eso, no entendí la resurrección del inefable Aznar hasta que he llegado a la primera página de El Mundo que es, para mí, la última en orden de lectura y, a menudo, también en importancia.

Vean si no es sorprendente el regreso del ex presidente Aznar (con melena juvenil y bufanda azul, su color favorito), por todo lo alto, a la primera página del diario de sus amores.

A El País no se le han escapado estas declaraciones catastrofistas del «corneta» del Apocalipsis. Simplemente, no las ha considerado como la noticia más importante del mundo y no manda con ellas a cuatro columnas en portada, como impúdicamente hace Pedro Jota Ramírez, quien sí la has tomado por el asunto más importante del mundo y de El Mundo.

En la portada de El País no regalan ni una linea a José María Aznar. Sus acusaciones contra quien le hizo salir por la puerta de atrás de la Historia van sólo a dos columnas, en pagina interior, con este título:

Aznar acusa a Zapatero de ceder ante ETA como lo hizo Chamberlain ante Hitler

No hay duda de que nuestro converso constitucionalista ha aprendido algo de inglés. La estrategia del «apaciguamiento«, que el primer ministro británico practicó con Hitler -un dictador muy admirado por el abuelo franquista de Aznar– fue profusamente aireada por los conservadores yanquis contra Zapatero cuando éste retiró las tropas españolas de Irak . Le acusaron de ceder así a la presión de los terroristas islamistas tras la matanza de Atocha.

Contra lo que hicieron los seguidores de Bush y de Blair, Aznar no recurrió entonces a la doctrina del «apaciguamiento«, atribuida a Chamberlain, ya que para él no había duda de que el atentado de Atocha no tenía relación alguna con su invasión ilegal de Irak, realizada contra la ONU y contra la voluntad de la mayoría de los españoles.

Para Aznar, hasta después de las elecciones del 14-M, y con el fin de ganar tiempo, aquel terrible atentado islamista siempre fue cosa de ETA . Así lo hizo saber a los directores de los principales diarios, a los embajadores y a los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU a quienes hizo pasar uno de los mayores ridículos de su vida.

Afortunadamente, Aznar no llamó a Arsenio Escolar, director de 20 minutos, y no pudo, por tanto, engañarlo como hizo personalmente con los demás directores. Las hemerotecas no mienten. El viernes, 12 de marzo de 2004, 20 minutos ponía en duda la versión oficial del trío Pinocho (Aznar, Acebes, Zaplana) y titulaba su portada con la pregunta:

¿ETA o Al Qaeda?

Y ahí está la heroica primera página del 20 minutos del domingo electoral, 14 de marzo de 2004, con el título exclusivo, inédito hasta entonces en España:

11-M: Fue Al Qaeda

.

El Mundo le dedica a Aznar las cuatro columnas de primera página, con foto centrada a tres columnas, y las cinco columnas de la página diez, con otra enorme foto (pelo negro, bigote «antiguo régimen» blanqueando) a cuatro columnas.

Estado de delirio

ANTONIO MUÑOZ MOLINA en El País

27/01/2007

La política española resulta tan difícil de explicar al extranjero porque está toda entera contaminada de delirios, algunos de ellos tan difundidos, tan arraigados, que casi todo el mundo ya los confunde con la realidad. El delirio ha sustituido a la racionalidad o al sentido común en casi todos los discursos políticos, y los personajes públicos atrapados en él lo difunden entre la ciudadanía y se alimentan a su vez de los delirios verbales y escritos de unos medios informativos que en vez de informar alientan una incesante palabrería opinativa. La actualidad no trata de las cosas que ocurren, sino de las palabras que dicen los políticos, de los cuales no se conoce apenas otra cosa que sus exabruptos verbales. En ningún país que yo conozca los titulares están tan hechos casi exclusivamente de declaraciones entrecomilladas. El que llega de fuera se ve asaltado, nada más subir al taxi en el aeropuerto, por un zumbido perpetuo de opinadores que someten a escrutinio las declaraciones y contradeclaraciones previamente enunciadas por los charlistas de la política. Da la sensación de haber entrado en un bar de barra pringosa en el que el humo de la palabrería fuera más denso que el del tabaco, y en el que un número considerable de afirmaciones tajantes parece dictado por la ofuscación de una copa matinal de coñac.

El delirio contamina todos los saberes y con frecuencia termina por sustituirlos del todo. Hay una geografía delirante, que se manifiesta, por ejemplo, en los textos escolares y en los mapas de las noticias sobre el tiempo, y en virtud de la cual cada comunidad autónoma es una isla rodeada de un gran espacio en blanco y sin nombre o se dilata para abarcar territorios soñados. Casi cualquier delirio es un delirio de grandeza. El País Vasco abarca en los mapas Navarra y una parte de Francia: Cataluña se extiende hacia el norte y a lo largo del Levante y por las islas del Mediterráneo, en un ejercicio de megalomanía geográfica que se parece bastante al de los reinos que don Quijote imaginaba que conquistaría con su bravura de caballero andante. Galicia se agranda por las anchuras atlánticas de la lusofonía y por los confines de niebla de los reinos celtas. Y no quiero pensar qué ocurrirá cuando los cerebros políticos de mi tierra natal descubran por azar algún libro en el que se muestre que hubo una época en la que el territorio de Al-Andalus cubrió casi entera la península Ibérica y una parte del norte de África.

La geografía fantástica se corresponde con el delirio lingüístico: en esos mundos virtuales el español es un idioma molesto y residual que sólo hablan guardias civiles, emigrantes y criadas, y que por lo tanto no merece más de dos horas de enseñanza semanal en las escuelas, aparte de comentarios despectivos sobre su rusticidad y su patético provincianismo. Al fin y al cabo sólo se habla en tres continentes. Cuando no hay modo de prescindir de este idioma al parecer extranjero que sin embargo es el único de verdad común de toda la ciudadanía, se le desfigura en lo posible con una ortografía delirante, que debe de ser un enigma para la inmensa mayoría de los cientos de millones de hablantes que lo tienen como propio. Y cuando los jerarcas de tales patrias viajan por el mundo se convencen a sí mismos en su delirio de que hablan inglés, para no rebajarse a la indignidad de hablar español: pero con raras excepciones hablan inglés tan mal y con un acento español tan inconfundible que sólo los entienden los españoles diseminados entre el público, que constituyen, por otra parte, la mayoría de éste. Los dignatarios -da igual el partido o el territorio al que pertenezcan- cultivan un delirio grandioso de política internacional, y viajan por el mundo con séquitos más propios de sátrapas que de gobernantes democráticos, con jefes de prensa y de protocolo, con asesores, con periodistas, con fotógrafo de corte y cámaras de televisión, incluso con pensadores áulicos, en algún caso muy selecto. Se alojan en los mejores hoteles y gastan el dinero público con una magnanimidad de jeques petrolíferos. Viajan con el pasaporte de un país cuya existencia niegan y utilizan los servicios diplomáticos y consulares de un Estado al que no se consideran vinculados por ninguna obligación de lealtad, y aseguran que el motivo de tales viajes es la promoción internacional de sus respectivas patrias, provincias, principados, o reinos: obtienen, es verdad, una gran cobertura mediática, si bien no en los periódicos del país que han visitado, sino en los de la comunidad o comarca de origen, en la que todo el mundo parece aceptar sin sospecha el delirio de los resultados provechosos del viaje, así como la cuantiosa inversión necesaria para que sus excelencias celebren en Nueva York o en Melbourne una mariscada suculenta de la que habrían disfrutado lo mismo sin marcharse tan lejos, o hagan unas declaraciones a la televisión autonómica o al diario local a seis mil kilómetros de distancia.

El delirio afecta lo mismo al pasado que al presente, por no hablar del porvenir. Jovenzuelos malcriados que disfrutan de uno de los niveles de vida más altos del mundo se adornan de un corte de pelo carcelario y de un pañuelo palestino y se imaginan que participan en una intifada o en un motín kurdo o irlandés quemando los cajeros automáticos de sus opulentas instituciones

bancarias y los autobuses de un servicio municipal de transportes lujosamente subvencionado, sin correr más peligro que el de un siempre desagradable enfriamiento después de la carrera delante de los paternales policías. En la escuela les han enseñado geografía fantástica y una historia mitológica inspirada en folletines truculentos del siglo XIX. Los tebeos de Astérix y las columnas de astrología de las revistas del corazón son más rigurosos que la mayor parte de sus libros de texto, pero tienen efectos menos tóxicos sobre las conciencias.

El delirio no sólo determina las historias que se cuentan en la escuela. Una editorial de prestigio le encarga a un escritor un libro sobre la caída de Barcelona al final de la guerra. Al escritor no le cuesta confirmar lo que sabe o sabía todo el mundo: que las tropas de Franco fueron recibidas en Barcelona por una muchedumbre entusiasta -ya observó Napoleón que en cualquier gran ciudad hay siempre cien mil personas dispuestas a vitorear a quien sea- y que en el ejército vencedor y entre la nueva clase dirigente había un número considerable de catalanes. Al escritor le dicen que el libro no puede publicarse, sin embargo: no porque cuente mentiras, sino porque las verdades que cuenta no se ajustan al delirio oficial sobre el pasado, según el cual la Guerra Civil española fue una guerra de España contra Cataluña, y ningún catalán fue cómplice de los zafios invasores, igual que ningún vasco llevó la boina roja de los requetés en el ejército de Franco.

El delirio niega la realidad pero puede tener efectos devastadores sobre ella. En España no queda nadie o casi nadie que simpatice de verdad con el fascismo o con el comunismo, y sin embargo se oye con frecuencia creciente que al adversario se le califica de facha o de rojo, con una insensatez verbal que hiela la sangre, y que revela una voluntad de ruptura de la concordia civil copiada de lo peor de los años treinta. Cuando a uno lo pueden llamar rojo por creer que el atentado del 11 de marzo lo cometieron terroristas islámicos o fascista por no eludir siempre la palabra «España» o defender la Constitución de 1978 está claro que el debate político ha caído en un extremo irreparable de delirio.

Por culpa del delirio de José María Aznar nos vimos involucrados en una guerra de Irak que ya era en sí misma otro delirio y en la que no contábamos militarmente para nada, pero que enconó el clima político del país y nos hizo más vulnerables a la amenaza del terrorismo integrista. Poseído por un delirio en el que ya vería a sí mismo coronado por los laureles de la Paz, esa bella palabra, el actual presidente no consideró oportuno prestar atención a los muchos indicios que venían avisando de que su negociación con los pistoleros y con los socios y beneficiarios de éstos no iba por buen camino. Tratar con gánsteres puede ser a veces tristemente necesario, pero conlleva el peligro de que los gánsteres tomen por blandura la benevolencia cautelosa del interlocutor y al menor contratiempo vuelquen la mesa de póquer y se líen a tiros. Que los servicios secretos no hubieran advertido lo que se aproximaba no tiene mucho de extraño, ya que tales servicios, casi en cualquier parte del mundo, se caracterizan por no enterarse de nada, contra lo que sugiere una extendida superstición literaria y cinematográfica: lo asombroso es que nadie en el entorno presidencial leyera los periódicos. La insolencia creciente de las hordas vándalas del norte, las cartas de chantaje y amenaza, los robos de pistolas y de explosivos, el descaro con que los terroristas presos amenazaban de muerte a los magistrados que los juzgaban (ante el apocado retraimiento, por cierto, de los policías encargados de reducirlos, quizás temerosos de provocarles una luxación si les ponían las esposas desconsideradamente): es increíble la cantidad de cosas que uno puede no ver cuando se empeña en cerrar los ojos.

También es llamativa la complacencia con que tantas personas de izquierda han resuelto en los últimos años abolir toda actitud que no sea de inquebrantable adhesión al Gobierno. He leído textos conmovidos sobre la felicidad de estar «al lado de mi presidente», y escuché hace poco en la radio a un entusiasta que llevaba su fervor hasta un extremo de marcialidad, asegurando que él, en estas circunstancias, se ponía «detrás de nuestro capitán, en primer tiempo de saludo», tal vez no el tipo de incondicionalidad más adecuado para el primer ministro de una democracia. Quizás uno, como va cumpliendo años -enfermedad política que denunciaba hace poco en estas mismas páginas Suso de Toro, a quien cabe suponer venturosamente libre de ella- conserva el recuerdo de otra época en la que las personas de izquierdas podíamos ser muy críticas y hasta en ocasiones hostiles hacia otro gobierno socialista, o por lo menos no incondicionales hasta la genuflexión, hasta las lágrimas. No digo que no haya motivos para oponerse a una deplorable Oposición, avinagrada y sombría, que no parece capaz de desprenderse de su propio delirio de conspiraciones, y en la que todo el talento de sus dirigentes da la impresión de estar puesto al servicio, sin duda generoso, de favorecer a sus adversarios. Lo que me sorprende es este nuevo concepto de la rebeldía y de disidencia, que consiste en rebelarse contra los que no están en el poder y en disentir de casi todo salvo de las doctrinas y las directrices oficiales. El delirio perfecto, sin duda: disfrutar de todas las ventajas de lo establecido imaginando confortablemente que uno vuelve a vivir en una rejuvenecedora rebeldía, inconformista y a la vez enchufado, obsequioso con el que manda y sin remordimientos de conciencia, gritando las viejas y queridas consignas, como si el tiempo no hubiera pasado, en la zona VIP de las manifestaciones, enaltecido a estas alturas de la edad por una cápsula de Viagra ideológica.

Antonio Muñoz Molina es escritor.

Los titulares y sumarios de portada que ambos ambos diarios dedican al empleo y al paro (respectivamente) no precisan comentario alguno.

El mundobórico sigue erre que erre con sus teorías conspiranoicas sobre la relación de ETA con el 11-M.

Ya no me soliviantan. Me aburren.

El Mundo titula con el pasado; El País, con el futuro

Actualizado a las 20:10 h:

Acabo de leer el post de PAZ que nos han dejado los Reyes Magos en el blog vecino de Manolo Saco. Ya tengo apuntada esa cita en mi agenda: el sábado 13 de enero a las 18:00 en la plaza Colón de Madrid. Allí nos vemos, Manolo. Y gracias por el aviso.

JAMS

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Comprenderán ahora por qué me ha dado un cierto «yu-yu» al ver hoy la portada de El Mundo.

Creo que basta con comparar estas dos fotos: la portada del semanario DOBLON, que yo dirigía en 1975, y el sello que publica hoy El Mundo en su primera página.

O estoy mal de memoria o las imprentas de ambas publicaciones no reproducen muy bien -o confunden- los colores rojo y naranja.

Recuerdo muy bien que agoté todas las fotos en color del dictador que yo tenía reservadas para el día de su muerte. La agonía se prolongaba semana tras semana y el dictador no se moría, no se moría… y yo gastaba sin éxito las fotos de portada.

Cuando, al fin murió, tuve que recurrir a un sobre que encontré sobre una mesa de la imprenta del que recorté y amplié el sello de Franco. Era color naranja y no rojo. Incluso creo recordar, pero no estoy seguro, que se trataba de un sello de 2 pesetas y no de 1 peseta, como el que trae hoy El Mundo.

¿Es posible que el sello de 1 peseta fuera de Franco rojo y, a medida que la inflación galopante de los últimos años del franquismo, fue consumiendo el valor y el color de todas las cosas, se convirtiera en otro sello de un Franco naranja, más descolorido pero el doble de caro?

Lo comprobaré en el album que El Mundo ofrece a sus lectores postfranquistas más nostálgicos.

No sólo mira El Mundo hacia el pasado con la promoción de los sellos de Franco. También lo hace con su gran titular de primera página, a 4 columnas:

Zapatero reúne a su «gabinete de crisis» para analizar qué ha fallado con ETA

Hoy, como casi nunca, ambos diarios coinciden en el sujeto (Zapatero) y en el verbo (reúne) pero difieren en el complemento.

El País:

Zapatero reúne un gabinete de crisis para responder a ETA

Uno «reúne» para mirar al pasado («para ver qué ha fallado») y el otro «reúne» para mirar al futuro («para responder»). Son pequeños y sutiles matices que tienen su importancia para el subconsciente del lector y naturalmente para los intereses de cada diario.

¡Ah! y la pasión de Pedro Jota por las comillas, de las que hablé ayer, vuelve a confirmarse en la portada de El Mundo.

El País no tiene hoy comentario editorial sobre ETA pero sí publica este articulo del catedrático Andrés de Blas sobre el tema:

Las lecciones del proceso de paz

ANDRÉS DE BLAS GUERRERO

06/01/2007

En el momento de la suspensión del llamado, mal llamado, proceso de paz, puede ser oportuno mirar hacia él, buscando sus puntos débiles, tratando de aprender para el futuro. Establecer una negociación con ETA que propiciase el fin definitivo de la violencia era a todas luces una operación razonable.

Venía justificada, en primer lugar, por la búsqueda del fin de una prolongada actividad terrorista. En el supuesto de que no se alcanzase este objetivo fundamental, justificaba la negociación, en segundo lugar, el intento de propiciar un distanciamiento entre la organización terrorista en sentido estricto y su aparato político representado por Herri Batasuna. Una ETA sin Batasuna será siempre objetivo más fácil de combatir que la ETA actual.

El anuncio del alto el fuego por parte de los terroristas, hizo oportuna la elección del momento para la negociación. En este punto, sin embargo, la dirección del Gobierno socialista cometería dos errores de consecuencias fatales para la misma. El primero, la decisión de afrontar la negociación sin arrastrar a ella al Partido Popular. Una decisión tan importante, como es la de intentar poner fin a una larga actividad terrorista, no puede ser afrontada de espaldas a la opinión del principal partido de la oposición. Las razones que pudieron empujar a la dirección socialista a asumir esta exclusión de los populares carecen de justificaciones de recibo. Si se buscaba la exclusión del centro-derecha de una operación de Estado de tan alto calibre, se estaba truncando una regla básica de la democracia. Si se pretendía con la exclusión el aseguramiento de un triunfo electoral, se manifestaba una similar deslealtad a las reglas de juego del sistema, además de un optimismo injustificado en que la operación iba a salir adelante con el fin de la violencia.

El segundo error tuvo que ver con el terreno de la negociación. Desde un primer momento, el Gobierno socialista debía de haber dejado claro que las únicas materias a negociar, a cambio del abandono de las armas, tenían que ver con medidas de gracia para los presos y la legalización de Herri Batasuna. La concesión de estas medidas de gracia implica costes no pequeños. Especialmente, el coste de la injusticia que se puede cometer con las víctimas. El Gobierno debía haber emprendido desde un primer momento la negociación con las asociaciones de víctimas. Había que haber estudiado el calendario de la aproximación de los presos al País Vasco, de las excarcelaciones, del ritmo de incorporación de los presos a la vida civil. Por dolorosas que sean estas decisiones, a nadie se le escapa que deben ser asumidas como respuesta a una decisión de abandono definitivo de las armas. El Gobierno tenía vedado hacer ninguna concesión que afectara al orden constitucional. Este, sin embargo, sería el terreno en que se terminaría planteando la negociación, como consecuencia de la admisión de la mesa de partidos. Al reconocer una eventual existencia a esta instancia política, con inclusión en la misma de la ilegalizada Herri Batasuna, era inevitable que se plantearan cuestiones políticas del calibre del supuesto derecho de autodeterminación, la inclusión de Navarra en Euskadi o la reforma del Estatuto vasco.

Quizá el Gobierno pensó que el tema de las medidas de gracia era un argumento insuficiente para llevar adelante el proceso negociador. Se trataba de un razonamiento pesimista sobre el futuro de ETA. La toma de posición de la sociedad vasca, española y europea ante la violencia, en alianza con los avances policiales y judiciales en la persecución del terrorismo, permitían prever una situación de desconcierto en la dirección etarra. Ese desconcierto hacía especialmente costosa la continuidad de la violencia. Y en este contexto, las medidas de gracia podían haber sido suficiente argumento negociador.

La división entre el PSOE y el PP ante las conversaciones con los terroristas hubo de ser vista por ETA como una oportunidad para elevar el listón de sus demandas ante los enviados del Gobierno. Una vez aceptado el camino político que habría de suponer la mesa de partidos, todo les llevaba a pensar en la posibilidad de que el Partido Socialista aceptase todas o parte de sus de-

mandas políticas. La intervención del Partido Socialista de Euskadi habría de ser un motivo adicional para reafirmar a ETA en que las conversaciones políticas eran posibles. La hipótesis del fracaso mismo de las negociaciones, ante el escenario de desunión entre socialistas y populares reforzaba la capacidad negociadora de ETA, al hacer de los socialistas el interlocutor más perjudicado por ese fracaso. En esta lógica, cabe pensar que el atentado de Barajas no se plantea por parte de ETA como una ruptura de la negociación, sino como un aviso encaminado a vencer las resistencias de los socialistas.

La lección que se desprende de lo hasta ahora sucedido refuerza la necesidad de un entendimiento sustancial del PSOE y el PP en la política antiterrorista. Sustraído el problema de la violencia de la confrontación electoral, parece el momento adecuado para una vuelta al pacto antiterrorista. Si en el futuro se reabren las negociaciones, el Gobierno socialista, como en su día el Gobierno popular, deben saber que el éxito de las mismas no debe ser el fundamento de hipotéticos triunfos electorales. No son los partidos nacionalistas los interlocutores que necesita el PSOE o el PP en el futuro para llevar adelante esas negociaciones. Son los dos partidos nacionales los que deben consensuar el marco para una negociación que necesita la comprensión de la sociedad española y, especialmente, de aquellos sectores sociales que han sufrido en el pasado las embestidas del terrorismo. Resulta indispensable aclarar desde un primer momento la voluntad de excluir de la negociación decisiones de alcance político-constitucional. Si el análisis de las circunstancias que rodean hoy la vida de ETA es correcto, los negociadores en su nombre entenderán esta posición. Es posible, en cambio, que la comprensión de esta situación no alcance el apoyo de los socios menores del actual Gobierno.

Son estos socios menores, unánimemente, partidarios de introducir el tema de las negociaciones políticas en el proceso de diálogo. Ello hace indispensable que el acuerdo se realice entre los dos partidos mayoritarios. La estrategia del PSOE de presentar, en éste y en otros temas, un acuerdo político que solamente dejaría fuera al Partido Popular es una estrategia engañosa, que burla el peso real de las minorías a la hora de buscar el consenso que necesita la sociedad española ante cuestiones de especial gravedad. En este contexto, solamente podría empeorar las cosas la decisión de los populares de responder a Rodríguez Zapatero con una estrategia fiada en las consecuencias electorales del fracaso de la iniciativa gubernamental. Se trataría de una estrategia perversa que, a todas luces, el país no se merece. Pero de una estrategia de la que los dos partidos han manifestado indicios a lo largo de este frustrado proceso de negociación.

FIN

Sujetos: «Rubalcaba», en El Mundo; «la cúpula de ETA», en El País

Cada vez que veo a Franco en las noticias me da repelús. Hoy sale, otra vez, el dictador en la portada de El Mundo.

Leo el título y el sumario y veo que este diario ha convertido en noticia lo que no es otra cosa de un autoanuncio publicitario. Menos mal. Al ver esta foto del dictador, autollamado «Generalísimo«, a tamaño natural -o sea, de sello de Correos-, casi me da un patatús.

La presunta información nos remite a Página 48. Allí nos encontramos una página completa de autobombo publicitario que supongo muy del gusto de los algunos lectores de este diario y, naturalmemte, de los coleccionistas de sellos. Que les aproveche la colección. Yo paso. No quiero ver al «Caudillo» ni en sellos.

Estoy trabajando a medio gas y haciendo los propósitos de enmienda habituales en estas fechas. O sea: limpiar y ordenar mi despacho, arreglar la bici para hacer algún ejercicio, volver al peso que tenía antes de Nochebuena, analizar los titulares en este blog en el desayuno y no después de la cena, tomar menos cañas para no perder ningún punto del carnet, etc.

Una vez hecha la lista inútil de própositos, que tampoco cumpliré este año, me he dedicado a leer la prensa de pago en lo único que aún la distingue de los demás medios de comunicación: el análisis de los hechos y la opinión de los especialistas.

Por eso, recomiendo hoy la lectura de estos artículos y editoriales:

EDITORIAL de El País:

Si fueran inteligentes

03/01/2007

Si los dirigentes del PP fueran más inteligentes no sólo aceptarían participar en la reunión de todos los grupos políticos parlamentarios que promueve el Gobierno para poner en común posibles iniciativas compartidas contra ETA, sino que renunciarían a colocar ahora en primer plano los reproches a Zapatero y, por el contrario, tratarían de actualizar y ampliar pactos antiterroristas anteriores de acuerdo con la nueva situación creada con el brutal atentado de Barajas.

Eso no significa que Zapatero no deba dar explicaciones, preferentemente en el Parlamento, como prometió cuando anunció su intención de explorar la posibilidad de una retirada pactada de ETA. Pero el momento actual, que incluye un gran desconcierto de la opinión pública, requiere escenificar la unidad de los demócratas frente al terrorismo, como ocurrió en otras graves situaciones en el pasado. El PP demostraría grandeza de miras si en lugar de seguir insistiendo en que Zapatero debió decir ruptura en lugar de suspensión de contactos con la banda -debate absurdo tras las aclaraciones de Rubalcaba- y de utilizar el pacto antiterrorista como bandera de denuncia contra los socialistas aplica sus principios a la nueva situación y apoya un acuerdo que mire más al futuro que al pasado, aunque partiendo -como entonces- de la experiencia vivida.

El pacto antiterrorista legitimó una eficacia policial y firmeza judicial que debilitó a ETA y su entorno tanto como para que algunos de sus dirigentes presos constataran la derrota política de la lucha armada; y esa derrota creó condiciones favorables para intentar una disolución pactada de ETA y evitar una larga -y sangrienta- agonía. Es posible que el Gobierno, o su presidente, interpretaran equivocadamente el grado de madurez de ETA, pero eso es algo que no estaba claro cuando todos los partidos, salvo el PP, votaron una resolución a favor de intentar una salida de ese tipo. Seguramente los socialistas hubieran debido pactar con el PP la nueva estrategia. Pero luego el Partido Popular ha mostrado poco interés real en recuperar el acuerdo, prefiriendo denunciar los incumplimientos del Gobierno; y éste también se ha adaptado a esa situación.

Cuando se firmó el pacto antiterrorista el PNV tenía aún pie y medio en la estrategia soberanista de Lizarra, que pretendía ligar el fin de ETA a la obtención del programa máximo nacionalista. Esa actitud del nacionalismo vasco, que condicionó su oposición a la ley de partidos y a la ilegalización de Batasuna, aconsejó a socialistas y populares no abrir el pacto a otras formaciones -como querían CiU e IU- para evitar rebajar su contenido. Mientras que ahora el PNV de Imaz ha mantenido una actitud leal a la resolución parlamentaria de mayo de 2005, y defendido que no puede haber negociación política sin retirada de ETA. La banda ha dinamitado las expectativas abiertas por aquella resolución, pero ha abierto la posibilidad de un acuerdo renovado que incluya al PP. Zapatero también demostraría inteligencia si en lugar de considerar de entrada imposible tal acuerdo con el argumento de que el PP no lo desea, se pusiera al habla con Rajoy hoy mismo buscando un acercamiento como el que se produjo en diciembre de 2000.

FIN

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Artículo de Sánchez-Cuenca, publicado en El País:

¿Ganan los ‘spoilers’?

IGNACIO SÁNCHEZ-CUENCA

03/01/2007

Entre la declaración de alto el fuego y el coche bomba del 30 de diciembre sólo han pasado nueve meses. El brutal atentado del aeropuerto de Barajas ha tenido lugar menos de 24 horas después de que el presidente del Gobierno infundiera optimismo a la sociedad sobre el futuro del proceso de paz. ¿Qué ha pasado? ¿Cuáles son las estrategias a partir de ahora? Es muy difícil responder a estas preguntas, porque nos falta información y perspectiva. Resultan envidiables las certezas de tantos a la hora de explicar lo sucedido y de dibujar las líneas futuras de la lucha contra el terrorismo. Escribo estas líneas sabiendo que el análisis es provisional, pero, aun así, quizá no del todo inútil si ayuda a dar algo de sentido a los últimos acontecimientos.

En todos los procesos de paz hay al menos dos partes, y dentro de cada una suelen convivir moderados y radicales. Los radicales reciben el nombre de spoilers en los estudios sobre estos procesos: se caracterizan por hacer siempre cuanto esté en su mano por abortar cualquier acuerdo entre los moderados. La paz (el cese de la violencia) llega cuando los moderados de ambos bandos consiguen alcanzar un acuerdo y son capaces de controlar las reacciones de los spoilers.

A estas alturas hay base para sospechar que dentro de ETA se dan profundas divergencias entre duros y blandos, entre spoilers y moderados. Los cuarenta y tres meses sin muertos entre el 30 de mayo de 2003 y el 30 de diciembre de 2006, la declaración de Anoeta, la evolución de Batasuna y el alto el fuego del 22 de marzo de este año constituyen un sólido indicio de que los moderados en el conglomerado de ETA quieren acabar con la violencia terrorista mediante algún tipo de acuerdo con el Gobierno. Parecía que los moderados llevaban la voz cantante, pero durante el desarrollo del proceso de paz ha habido signos de que la correlación de fuerzas cambiaba en el seno de ETA, de que los spoilers ganaban posiciones frente a los moderados.

Los estudios comparados muestran que los spoilers pierden la partida cuando se crea una sólida coalición entre moderados de ambos lados que vacía de apoyo social a las facciones más extremistas. En España, esto no ha sucedido. Los más radicales dentro del mundo de ETA no sólo no han sido arrinconados, sino que han ido ganando terreno.

Las razones son muy complejas y todas ellas discutibles. Puede que Otegi, Ternera y los suyos hayan sobrevalorado su capacidad de control de la organización, o puede que no se hayan atrevido a desafiar abiertamente a los más duros cuando se aproximaba el momento de la verdad. Quizá el Gobierno pudiera haber hecho más para reforzar a los moderados frente a los spoilers ante los obstáculos judiciales con los que se ha encontrado Batasuna para dar pasos a favor de su integración en el sistema. El Gobierno parecía más preocupado por demostrar que no hacía concesiones que por consolidar la posición de los moderados dentro de ETA. Y la estrategia de enfrentamiento del PP tampoco ha ayudado mucho. Por ejemplo, resulta increíble que se montase un escándalo fenomenal por una reunión entre líderes de Batasuna y del PSE.

A partir de ahora se abren múltiples incógnitas. El hecho de que el atentado del 30 de diciembre se haya saldado con dos desaparecidos, probablemente muertos, puede que desbarate la estrategia de ETA. ETA quería introducir la máxima presión sobre el proceso, pero el haber asesinado a dos personas impide cualquier movimiento del Gobierno. Los terroristas insistirán en que su intención no era acabar con la vida de nadie y por eso avisaron con una hora de antelación de la explosión del coche bomba. Eso servirá para tranquilizar a algunos de sus seguidores, pero no va a alterar la posición del Gobierno.

Paradójicamente, el atentado deja toda la responsabilidad sobre ETA y no sobre el Gobierno. ETA se enfrenta ahora a una decisión muy difícil: o hace algo para relanzar el proceso de paz o desafía nuevamente al Estado en un combate que sabe perdido de antemano. Quizá ante un dilema así los moderados vuelvan a ganar posiciones.

Mientras se aclara el futuro, es fundamental hacer algunas aclaraciones. En primer lugar, resulta absurdo el intento del Partido Popular por oponer proceso de paz a Estado de Derecho. Se trata del mismo intento de apropiación que han practicado con la Constitución o la bandera. El proceso de paz se realiza desde del Estado de Derecho, no supone en ningún caso la violación de la legalidad. Baste recordar la declaración del Congreso de mayo de 2005 que marca los límites de la actuación del Gobierno.

En segundo lugar, no es cierto que se haya retrocedido en la lucha antiterrorista. Hasta el momento, ésta es la legislatura con menos víctimas del terrorismo de la historia de la democracia. Han continuado las detenciones de etarras y ha habido operaciones policiales de la máxima importancia (descabezamiento del frente político en octubre de 2004 con la detención de Mikel Antza y Anboto). No tiene demasiado sentido comparar número de detenciones entre distintas legislaturas, pues sabemos que esos números son una función directa de la actividad de ETA. Cuanto menos actúa ETA, menos detenciones se producen, no por negligencia policial, sino porque los etarras no dejan rastro mientras están inactivos. Es simplemente falso afirmar que el último Gobierno de Aznar derrotó a ETA y que el Gobierno de Zapatero le ha hecho revivir.

En tercer lugar, el proceso de paz no descarrila porque el Gobierno haya actuado en soledad, sin apoyos. Es verdad que el PP, por motivos electorales, se ha opuesto a la iniciativa del Gobierno, pero éste ha contado con el apoyo de todos los demás partidos del Parlamento y con una amplia mayoría de la opinión pública, según han mostrado sistemáticamente las encuestas.

En cuarto lugar, el atentado del 30 de diciembre no cambia las condiciones generales que hicieron posible el inicio del proceso de paz. Si hubiera un cambio de posición creíble en el seno de ETA, el proceso debería seguir adelante. La derrota final de una organización terrorista como ETA, que tiene un patológico grado de apoyo social en el País Vasco, sólo es posible si su brazo político se integra en el sistema. Ese paso sólo se producirá mediante un final negociado de la violencia, se pongan como se pongan los enemigos del proceso de paz.

FIN

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Análisis en El País:

Amenaza cumplida

JAVIER PRADERA

03/01/2007

La plausible presunción -desgraciadamente refutada por los hechos- de que el tranquilizador mensaje sobre la marcha del proceso de final dialogado de la violencia enviado por el presidente del Gobierno el pasado viernes descansaba sobre fuentes de información privilegiadas y seguras sirvió durante pocas horas para contrarrestar los negros augurios de la vuelta de ETA a la vía del crimen: desde el verano, las acciones de la banda terrorista y las declaraciones de los portavoces de su brazo político venían dando sobrados fundamentos racionales a ese temor. Al día siguiente de las palabras de Zapatero, ETA rompía en Barajas el alto el fuego declarado en marzo de 2006, si es que el aquelarre de Atxiluregi, el robo de las 350 pistolas, los estragos de la kale borroka y los amenazadores comunicados no hubiesen acreditado ya suficientemente que la banda terrorista se había levantado de la mesa de negociación.

Este desenlace dramático pone en cuestión tanto la calidad y fiabilidad de las fuentes como los métodos de análisis de los contenidos que han servido al presidente Zapatero para tomar sus arriesgadas decisiones en materia de terrorismo. El atentado también invita a formular un pesimista diagnóstico sobre la posibilidad de emprender otra vez el camino abierto sin éxito por la resolución aprobada en mayo de 2005 en el Congreso de los Diputados. La brutal respuesta dada en Barajas por los terroristas a la generosa oferta de las Cortes Generales para alcanzar un final dialogado de la violencia pone de manifiesto que las condiciones históricas y políticas no estaban aun maduras; ese objetivo tan sólo podría lograrse en un impreciso futuro si ETA aceptase discutir exclusivamente los términos de su rendición condicional, en lugar de aspirar a obtener en la mesa de negociación -como ha sucedido esta vez- esa victoria pactada que los asesinatos, las extorsiones y los atentados no le habían deparado.

La experiencia de las dos treguas anteriores de ETA permite aventurar que las eventuales ventajas conseguidas por la banda armada durante los nueve meses de 2006 consagrados a tareas de reorganización, avituallamiento e infraestructuras no resistirán a corto o medio plazo la ofensiva de las policías española y francesa y de la Ertzaintza. Los costes para la trama civil del nacionalismo radical que apoya obedientemente a los comandos armados todavía en libertad de ETA también serán muy elevados. Los más de 700 presos que cumplen condena o esperan juicio en España y Francia perderán la esperanza de que las medidas de gracia acorten su estancia en la cárcel. Los dirigentes y cuadros de la disuelta Batasuna verán disiparse igualmente la oportunidad de regresar a los ayuntamientos, las diputaciones forales y los Parlamentos del País Vasco y de Navarra, fuentes no sólo de influencia política sino también de puestos de trabajo remunerado. Y los sectores de la izquierda abertzale partidarios de la táctica del cuanto peor, mejor deberán afrontar las medidas represivas del frustrado Gobierno socialista de forma inmediata y la eventual llegada al poder del PP en el futuro.

Las consecuencias del atentado de Barajas sobre el sistema político español -en vísperas de un agitado año electoral que comenzará con las municipales y autonómicas y concluirá con las legislativas- son de difícil previsión. Sin duda, la imagen de Zapatero ha quedado seriamente dañada por la ruptura de la tregua: la fortuna premia a los audaces pero también castiga a los osados cuando equivocan sus apuestas. A la vez, el atentado de Barajas ha desmentido las falsedades propaladas por los dirigentes populares sobre el imaginario pacto secreto suscrito por Zapatero con ETA como recompensa por la fabulada participación de la banda en el 11-M para que los socialistas llegasen al poder. Ese diabólico convenio conduciría inevitablemente paso a paso a la ruptura de España y a la territorialidad (la anexión al País Vasco de Navarra y de las comarcas ultrapirenaicas francesas), autodeterminación e independencia de Euskal Herria. La realidad de la historia, sin embargo, contradice esa paranoica fantasía: ETA ha pedido como siempre un disparatado precio y ha cumplido -también como siempre- su amenaza de volver al camino del crimen cuando ha comprendido que el Gobierno de Zapatero no accedería nunca a pagárselo.

FIN

Que les aproveche su lectura. Ya me cansé de limpiar y ordenar papeles viejos. Me voy al cine a ver esa nueva de Clint Eastwood.