Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Ladran, Sancho, luego cabalgamos
Los pecados se estudian en casa; los delitos, en clase

El largo silencio de los obispos me tenía preocupado. Llegué a pensar que Zapatero les había prometido más dinero de la cuenta, al subir del 0,5 al 0,7 % ciento en el «cepillo» confesional del IRPF.

También me traía un poco mosca el poco ruido eclesiástico en torno a esta asignatura que tenemos pendiente en España, desde los tiempos de Maria Castaña: Educación para la Ciudadanía.

La jerarquía católica ha roto el silencio con el peculiar estilo que le caracteriza cuando algo roza su cartera o su clientela: llamando a la desobediencia civil contra las leyes del Estado.

Solo El Mundo lo da en portada, a una columna:

Los obispos llaman a la desobediencia civil contra la nueva asignatura Educación para la Ciudadanía

Dentro lleva cuatro columnas, arriba, con una gran foto muy bien elegida del arzobispo de Granada en la que luce la típica sonrisa de la gracia de dios.

El País lo da en su interior con una foto pequeña y menos sonriente del mismo arzobispo rebelde.

La actitud tan irreverente del sector fundamentalista de la Iglesia católica me perturba y, a veces, me da miedo. Pero un Gobierno laico no puede dejarse asustar por estos fanáticos religiosos. No estamos en Irán, Arabia Saudita o Israel.

La arenga del arzobispo me ha recordado un artículo precioso e imprescindible de mi admirado Fernando Savater, publicado en El País de hace un par de semanas y que copio y pego aquí mismo:

En defensa propia

FERNANDO SAVATER

EL PAÍS – Opinión – 12-08-2006

Aunque el trazo grueso y la exageración truculenta son el pan nuestro de cada día en los comentarios políticos de los medios de comunicación españoles, las descalificaciones que ha recibido la proyectada asignatura de Educación para la Ciudadanía superan ampliamente el nivel de estridencia habitual. Los más amables la comparan con la Formación del Espíritu Nacional franquista y otros la proclaman una «asignatura para el adoctrinamiento», mientras que los feroces sin complejos hablan de «educación para la esclavitud», «catecismo tercermundista» y lindezas del mismo calibre. Muchos convienen en que si entra en vigor esta materia, el totalitarismo está a la vuelta de la esquina: como una imagen vale más que mil palabras -en especial, para los analfabetos, claro-, el suplemento piadoso Alfa y Omega del diario Abc ilustraba su denuncia de la Educación para la Ciudadanía con una fotografía de un guardia rojo enarbolando el librito también bermejo del camarada Mao. En fin, para qué seguir.

Con tales planteamientos, no puede extrañar que algunos clérigos y otros entusiastas recomienden nada menos que la «objeción de conciencia» docente contra semejante formación tiránica (desde que no hay leones en la arena, los voluntarios para el martirio se van multiplicando). Quienes abogamos desde hace años profesionalmente -es decir, con cierto conocimiento del tema- por la inclusión en el bachillerato de esta asignatura que figura en los programas de relevantes países democráticos europeos podríamos sentirnos ofendidos por esta retahíla de dicterios que nos pone quieras que no al nivel abyecto de los sicarios propagandistas de Ceaucescu y compañía. Pero lo cochambroso y raído de la argumentación empleada en estas censuras tremendistas demuestra que su objetivo no es el debate teórico, sino el más modesto de fastidiar al Gobierno y halagar a los curas integristas, por lo que haríamos mal tomándolas demasiado a pecho.

La objeción más inteligible contra esta materia viene a ser que el Estado no debe pretender educar a los neófitos en cuestiones morales porque ésta es una atribución exclusiva de las familias. Como ha dicho monseñor Rouco, la asignatura culpable no formaría a los estudiantes, sino que les transmitiría «una forma de ver la vida», que abarcaría «no sólo el ámbito social, sino también el personal». Francamente, no me resulta fácil imaginar una formación educativa que no incluya una forma de ver la vida, ni una educación de personas que omita mencionar la relación entre la conciencia de cada cual y las normas sociales que comparte con su comunidad. Pero de lo que estoy convencido es de que la enseñanza institucional tiene no sólo el derecho sino la clarísima obligación de instruir en valores morales compartidos, no para acogotar el pluralismo moral, sino precisamente para permitir que éste exista en un marco de convivencia. Los testigos de Jehová tienen derecho a explicar a sus hijos que las transfusiones de sangre son pecado; la escuela pública debe enseñar que son una práctica médica para salvar vidas y que muchas personas escrupulosamente éticas no se sienten mancilladas por someterse a ellas. Los padres de cierta ortodoxia pueden enseñar a sus hijos que la homosexualidad es una perversión y que no hay otra familia que la heterosexual; la escuela debe informar alternativamente de que tal «perversión» es perfectamente legal y una opción moral asumible por muchos, con la que deben acostumbrarse a convivir sin hostilidad incluso quienes peor la aceptan.

Los alumnos deben saber que una cosa son los pecados y otra los delitos: los primeros dependen de la conciencia de cada cual; los segundos, de las leyes que compartimos. Y sólo los fanáticos creen que no considerar delito lo que ellos tienen por pecado es corromper moralmente a la juventud. Por otro lado, es rotundamente falso que la moral sea un asunto estrictamente familiar: no puede serlo, porque nadie vive solamente dentro de su familia, sino en la amplia interacción social, y no serán sólo sus parientes quienes tengan

que soportar su comportamiento. Hace tiempo escribí que las democracias deben educar en defensa propia, para evitar convertirse en semillero de intransigencias contrapuestas y de ghettos incomunicados de dogmas tribales. Nada veo hoy en España ni en Europa que me incline a cambiar de opinión.

Resulta verdaderamente chocante que la oposición considere la Educación para la Ciudadanía un instrumento doctrinal que sólo puede beneficiar al Gobierno. Deberían ser los más interesados en preparar futuros votantes bien formados e informados que no cedan a seducciones demagógicas. En un artículo que analiza muy críticamente la situación política actual en nuestro país («Cómo se estropean las cosas», Abc, 18/7/06), Álvaro Delgado-Gal se pregunta: «¿Estamos los españoles educados democráticamente? La pregunta es pertinente, ya que la buena educación democrática no se adquiere así como así, ni florece, como las malvas, en terrenos poco trabajados». No parece por tanto que tronar contra la asignatura que pretende remediar estas carencias sea demasiado lógico.

Al menos los críticos deberían distinguir entre la necesidad de este estudio, que es evidente, y la orientación temática que finalmente reciba, sobre la que puede haber mayores recelos y objeciones. En cualquier caso, la menos válida de éstas es sostener que cada familia tiene el monopolio de la formación en valores de sus vástagos… mientras se expresa preocupación por la posible apertura de escuelas de orientación islámica en nuestro país. O nos preocupa el silencio de Dios o nos alarma el guirigay de los dioses, pero todo a la vez, no. Los mismos que reclaman homogeneidad entre los planes de estudio de las diferentes autonomías no pueden negar al ministerio su derecho a proponer un común denominador ético y político en que se base nuestra convivencia. También por coherencia, quienes exigen a Ibarretxe que sea lehendakari de todos los vascos y no sólo de los nacionalistas no deberían censurar que Gallardón se comporte como alcalde de todos los madrileños y no sólo de los heterosexuales. Por lo tanto, produce cierta irritada melancolía que el líder de la oposición, tras una conferencia en unos cursos de verano dirigidos por el cardenal Cañizares, afirmase (según la prensa) que «la laicidad y la Educación para la Ciudadanía llevan al totalitarismo». Vaya, hombre: y seguro que la electricidad y el bidé son causantes de la decadencia de Occidente.

Sin duda, hay muchos malentendidos en torno a la asignatura polémica que deberán ser cuidadosamente discutidos. Como vivimos en una época enemiga de las teorías, cuyo santo patrono es Campoamor («nada es verdad ni mentira, todo es según el color…, etc.»), es de temer que predomine ante todo el afán práctico de lograr comportamientos recomendables. Pero a mi juicio, la Educación para la Ciudadanía no debería centrarse en fomentar conductas, sino en explicar principios.

Para empezar, en qué consiste la ciudadanía misma. Podríamos preguntárselo a los inmigrantes, por ejemplo, pues lo que vienen a buscar en nuestros países -sean más o menos conscientes de ello- no es simplemente trabajo ni aún menos caridad o amparo, sino precisamente ciudadanía; es decir, garantía de derechos no ligados a la etnia ni al territorio sobre los que poder edificar su vida como actores sociales. Los neófitos oyen hablar a todas horas de las carencias de nuestro sistema, pero no de sus razones ni de la razón de sus límites. La ciudadanía exige constituir un «nosotros» efectivo que no sea «no a otros», por utilizar el término propuesto antaño por Rubert de Ventós. Ser ciudadano es estar ligado con personas e instituciones que pueden desagradarnos: obliga a luchar por desconocidos, a sacrificar nuestros intereses inmediatos por otros de gente extraña pero que pertenece a nuestra comunidad, y a asumir como propias leyes que no nos gustan (por eso es imprescindible intervenir en política, ya que luego el «no en mi nombre» es un subterfugio retórico y equívoco). Vivir en democracia es aprender a pensar en común, hasta para disentir: algo que con la moda actual de idolatrar la diferencia no resulta precisamente fácil ni obvio.

No soy de los que dan por hecho el despedazamiento de España a corto plazo, pero la verdad es que también veo apagarse más luces de las que se encienden. Con una izquierda cautiva de los nacionalistas y una derecha cautivada por los obispos, la imbecilización política del país es más que probable. Afortunadamente, gran parte de la ciudadanía no se siente obligada al cien por cien a alinearse con unos o con otros. Hay votantes del PSOE que consideran injustificable la mesa de partidos que nadie se molesta en justificar y votantes del PP que prefieren el teléfono móvil a las palomas mensajeras, a pesar del comprobado parentesco de éstas con el Espíritu Santo. A los hijos de todos estos relapsos les vendrá muy bien aprender Educación para la Ciudadanía, aunque no sea la panacea mágica de nuestros males. Para tantos otros, ay, llega la asignatura demasiado tarde.

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

La metedura de video del PP sobre violencia en los tiempos de su propio gobierno recibe un distinto tratamiento informativo.

El País, arriba, a cuatro columnas, recoge la imágenes de 1996 y 2002 -con Rajoy de ministro de Interior- que han dejado en ridículo a los dirigentes del PP.

El Mundo pasa de puntillas sobre el caso y publica un cuarto de columna con este titular tan taurino:

Palmas y silencios ante el vídeo de la polémica

No puedo remediar el interés con el que sigo el caso de elmundobórico.es y los dos jueces (Garzón y Gallego).

Me recuerda bastante al caso Bono/caso Hidalgo , en el que aparecen polémicos jueces, dudosas falsificaciones, ataques a policías, y todo ello, casualmente, en beneficio de las tesis conspirativas del PP sobre ETA en el 11-M.

Por eso, copio y pego este interesante artículo de Javier Pradera en El Pais de hoy en el que aclara algunos puntos oscuros de «elmundobórico.es»:

Un viaje de ácido bórico

Javier Pradera

Al tiempo que cuatro jefes policiales son imputados por varios delitos, el PP pide una comisión de investigación parlamentaria para dilucidar las responsabilidades políticas del Gobierno.

EL TRAYECTO RECORRIDO por el caso del ácido bórico entre el juzgado número 5 de la Audiencia Nacional -cuyo titular es Baltasar Garzón- y el juzgado número 35 de Madrid -a cargo de Gemma Gallego- ha sido un viaje psicodélico que ha transportado al sumario desde la realidad verificable hasta la incontrolada fantasía. Más allá de las implicaciones procesales de un conflicto menor de orden policial-administrativo, seguramente sin trascendencia penal, la transformación alucinógena sufrida por la causa judicial al cambiar de manos la instrucción de sus diligencias se debe a un maligno virus político: el obstinado empeño del PP -con Eduardo Zaplana a la cabeza- y de un grupo afín de periodistas y locutores por atribuir la dirección de la matanza del 11-M a un batiburrillo criminal formado por ETA, agentes de servicios de inteligencia extranjeros y miembros de las fuerzas de seguridad teledirigidos por el PSOE.

Ni uno sólo de los abundantes indicios reunidos por la policía, analizados por la fiscalía e incorporados por el juez Juan del Olmo al sumario de los trenes de la muerte avaló esa extravagante tesis. Los maliciosos fabricantes de la teoría de la conspiración, sin embargo, no se resignan al terco desmentido de los hechos y ofrecen todo tipo de conjeturas absurdas y paranoides como interpretación alternativa a la explicación sumarial del 11-M, descargando sobre los demás la imposible tarea de probar la falsedad de sus retorcidas fantasías. En ese recalentado escenario, El Mundo y la radio de los obispos recibieron el pasado septiembre la filtración de un informe elaborado el 21 de marzo de 2005 por tres peritos de la policía sobre una sustancia intervenida en diciembre de 2004 a Hassan el Haski (imputado por los atentados de Casablanca y Atocha); el papel filtrado a la prensa era una copia del original impresa y firmada el 11 de julio de 2006 por sus autores (un dato omitido por la difusión periodística). Ese documento de trabajo de los expertos, sin embargo, no había pasado en su día de manera íntegra al informe oficial enviado al juez. Los jefes de la Comisaría de Policía Científica reprodujeron fielmente la respuesta de los peritos a la pregunta que les había sido dirigida (la sustancia analizada era ácido bórico), pero suprimieron sus extravagantes observaciones acerca de una posible conexión entre el islamismo y ETA basada sólo en que también se encontró ácido bórico en 2001 durante el registro de un piso franco de la banda armada en Salamanca.

El juez Garzón, que se hizo cargo del asunto el pasado septiembre como instructor de un sumario donde figuraba como imputado Hassan el Haski, llegó a la conclusión de que los jefes de la Comisaría de Policía Científica habían actuado correctamente, pero que los tres peritos podían ser culpables de un delito de falsificación por la copia impresa y firmada el 11 de julio de 2006 que sería luego filtrada a la prensa. Garzón se inhibió de la causa por razones de competencia, no sin advertir antes de la manipulación política llevada a cabo por los tres peritos para «generar una apariencia sin sustento real alguno» que permitiera vincular a ETA con el 11-M. Tras hacerse cargo a comienzos de octubre de la instrucción del caso, la juez Gallego -candidata de la conservadora Asociación Profesional de la Magistratura para una vocalía del nuevo Consejo del Poder Judicial- ha tomado medidas diametralmente opuestas a las decisiones adoptadas por Garzón: la exoneración de los tres peritos y la imputación de los jefes policiales por falsedad documental y falso testimonio.

El PP no ha querido perderse la fiesta del desquite de los tres peritos. Como portavoz del Grupo Popular, Eduardo Zaplana ha asomado de nuevo la cabeza para exigir una comisión de investigación sobre el caso del ácido bórico. Se reanuda así el baile parlamentario en torno al 11-M: ahora se trata de sostener que el Gobierno ordenó a la policía borrar los indicios sobre la conexión de ETA con el atentado. Pero se pongan como se pongan la juez, el PP, El Mundo y la radio de los obispos, continúa siendo indiscutible que el ácido bórico no es un explosivo, sino sólo un producto de limpieza utilizado por cientos de miles de amas de casa.

Me ha salido un poco largo. Pero es domingo y aún me dejo en el tintero la página 48 de El País de hoy, en la que anuncia mejoras en su versión digital elpais.com que estrenará mañana lunes.

Me apuesto algo a que se parece un poco a 20minutos.es. ¡Ojo al parche!

Arsenio suele decir que «quien te copia te homenajea».

Pues, así sea. Gracias, colegas de elpais.com, por homenajearnos.

Y suerte en el ciberespacio abierto y libre para todos. Dicen que, como nosotros, van a aceptar comentarios en todas sus informaciones. Veremos lo que aguantan… en libertad.

Mañana comentaré otra perla publicada por El Pais en su página 45 del sábado. En esa rara información (ELPAIS.es duplica su audiencia en un año), el ex líder de la prensa española reconoce a sus dos principales competidores digitales (elmundo.es y 20minutos.es) pero nos atribuye unos datos sacados de la manga.

Me preocupa que El País nos tema como competidores que vamos pisándole los talones digitales. Era mejor vivir con su indiferencia. Así pudimos alcanzarle y superarle en medio millón de lectores en papel.

A veces, me pregunto, como los niños, ¿que es mejor: mala atención o indiferencia?

Mañana comentaré los datos que da El País. Los míos están en la oficina.

P.S. Me acabo de enterar por Periodistadigital que ha salido un libro del general Rodríguez Galindo sobre el GAL en el que incluye historias curiosas de Pedro Jota Ramírez, hoy director de El Mundo.