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"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Convivencia y conmoriencia

"Duelo a garrotazos", ejemplo de "conmoriencia" (tan española) de Francisco de Goya

Muy a la ligera, el otro día – el primer día de mi nueva vida fuera del trabajo diario en 20 minutos- me comprometí a escribir un comentario en este blog sobre la “convivencia”. Me pareció que estaba chupado. ¡Qué temeridad!
-“¡Bah! –dije para mí- buscaré la palabra en Google y ya está”.
Lo acabo de hacer y me salen más de 14 millones de resultados en español sobre esta bellísima palabra. Más de lo que siempre quise saber sobre la convivencia. De modo que ahora me parece más fácil y sincero escribir a vuela pluma –es decir, a vuela teclado- lo primero que se me ocurra. Como si fuera libre. Y lo soy mucho más desde el pasado 1 de octubre.
Ahí va:
La palabra convivencia (acción de convivir o vivir con) encierra en sí misma numerosos valores positivos y deseables (que se sobreentienden) sin mezcla de mal alguno. No se puede decir que dos o más personas conviven en guerra, en discordia o con malestar, odio, avaricia, afán de dominio, miedo, envidia, etc. Por el contrario, dos o más personas pueden convivir en paz, en armonía, en concordia, con amor, compasión, respeto, tolerancia, etc.
A mi juicio, la importancia de esta palabra no está en la “vivencia” o en el “vivir” sino en la soberbia preposición “con”. Es decir, en el descubrimiento del otro, en compañía de, juntamente, en reciprocidad o comunicación con otro u otros.
Me gusta jugar con los contrarios y -aunque sólo se utiliza en lenguaje jurídico- también funciona: la conmoriencia, es decir, acción de conmorir o morir con o al mismo tiempo que…
Tampoco se puede convivir en soledad. Es imposible. En soledad sólo se puede vivir o, por supuesto, malvivir si la soledad no es buscada o deseada. Se convive solamente en compañía de otro o de otros. Por eso, es tan relevante la preposición “con” (quién, cómo, para qué, etc.).
“Jornadas de convivencia” suena a pasarlo bien entre todos, compartiendo algo acordado en común.
Por otra parte, la convivencia perfecta, absoluta, no existe. La convivencia es la acción de vivir con otro u otros en permanente equilibrio inestable y frágil. Es un concepto relativo. Cuando una de las dos partes (personas o grupos) considera que la relación (o contraprestación) no es justa, o no responde a lo acordado, la convivencia cesa fatalmente. Con las herramientas del análisis económico se explica mucho mejor: la convivencia ideal vendría a ser un estado perfecto de intercambio de favores compensatorios cuyas cuentas se saldan en el corto o largo plazo. Como hemos comprobado tantas veces en este blog, también funciona para entender la convivencia entre el periodista y sus fuentes. Cuando no hay compensación entre las partes, la cooperación (la convivencia) cesa. Lo tengo bastante claro: allí donde no brilla la justicia se apaga la convivencia.
Por eso pienso que la convivencia perfecta (como la justicia perfecta) es un objetivo inalcanzable. Sólo es una tendencia, maravillosa, eso sí, pero tendencia. Y hay que trabajar duro para acercarse a ella. ¿Cómo? Pues metiéndote en la piel del otro, de aquel o aquella con quien deseas convivir o compartir algo. O, como dicen los angloparlantes, poniéndote en los zapatos del otro.
Por tanto, creo que convivir es la acción de respetar los derechos del otro (las reglas de juego) que se han pactado de mutuo acuerdo. Y la convivencia, en fin, va estrechamente ligada (¡ay!) a la tolerancia (palabra que propongo para el 8 de octubre del próximo año y que sigue siendo bastante extranjera en España)
Mejor que nadie, lo dijo don Antonio Machado en un verso:
“El ojo no es ojo porque ve
sino porque te ve”