Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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«¡Faltan cabezas!», exclamó el conde duque

La democracia española está atascada. ¿Quien la desatascará? Por más que miro, no veo cabezas dispuestas para la tarea. Ni ganas de sacarnos del hoyo. Entre otras razones, porque los líderes de los partidos políticos de derechas y de izquierdas, responsables principales del atasco, no parecen estar por la labor de tirar piedras contra su propio tejado.  Y ya sabemos que, a la hora de renunciar a privilegios y prebendas, son tal para cual. Entre bueyes no hay cornadas o entre bomberos no se pisan la manguera. Estamos, pues, ante la pescadilla que se muerde la cola.

Conde duque de Olivares, valido de Felipe IV

No se me ocurre por donde empezar. ¿Un harakiri de los pesebristas de los dos grandes partidos nacionales y de los nacionalistas a través de listas abiertas, financiación transparente, renuncia al caciquismo y al clientelismo y corrupción (casi) cero?

Quizás los intelectuales, más o menos independientes, no cooptados aún por los líderes políticos, podrían darnos algunas ideas, algún motivo para salir del hoyo en el que nos encontramos. Lamento decirlo pero, cuando veo a nuestras escasas cabezas pensantes y a nuestros abundantes dirigentes políticos, sufro ataques de pesimismo. Y entonces recuerdo el grito atribuido al conde duque de Olivares, ante la quiebra del imperio español de los Austrias: «¡Faltan cabezas, faltan cabezas!».

Pues eso digo yo: hoy también nos faltan cabezas o, si las hay (como las hubo en la transición), están acobardadas y no dicen ni pío. Sigo con interés los articulos de opinión de los principales diarios y el resultado es descorazonador. Solo veo frescura en los jóvenes del 15-M («Papá, vamos contra todo», me dijo el más pequeño de mis hijos) y en el jovencísimo maestro nonagenario José Luis Sampedro.

Pocos jóvenes ven como algo honorable apuntarse hoy a un partido político para profundizar y adelantar la democracia española desde dentro. Una lástima. Pero los demócratas nos lo hemos ganado a pulso, ya sea por acción o por omisión. La misma palabra «político», que define un trabajo noble de dedicación al servicio los demás, tiene ya una carga peyorativa para las nuevas generaciones.                                                                                                                                                                                                                                           ¡Menudo ejemplo hemos dado a los jóvenes en los útimos veinte años de democracia! Tengo la impresión de que los votantes de la derecha se escandalizan menos que los de la izquierda por el dudoso comportamiento de sus líderes y acuden a votar con más fidelidad. Los votantes de la izquierda se quedan en casa y no votan cuando sus líderes les engañan con falsas promesas o copian los programas de la derecha. Hay muchos votantes que prefieren el original  a la copia.

A los líderes del centro izquierda y de la izquierda se les exige, y con razón, un comportamiento ético más ejemplar. No basta con prometer un programa. Hay que vivir personalmente de acuerdo con los principios de solidaridad y justicia que inspiran ese programa.  Demasiadas veces, el favoritismo, el nepotismo, el despilfarro del dinero público y la corrupción han presidido el comportamiento reprobable de muchos políticos de la derecha, del centro izquierda y de la izquierda. (Al nacionalismo lo incluyo, naturalmente, dentro de la derecha reaccionaria).

¿Por donde empezamos a desatascar la democracia? Quizás por dar ejemplo.

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Recomiendo la lectura del artículo de Felix Azúa en El País de hoy. Copio y pego:

Después de la caída

Los dirigentes del PSOE deben ser lúcidos y enfrentarse al clientelismo o a su deriva nacionalista

Ya se cumplió el vaticinio y el PSOE se vino abajo en Galicia y en el País Vasco. Ciertamente es un desastre regional que parece pequeño tras el fracaso de las generales, pero solo es el anticipo de las catalanas. En poco más de un año el centro-izquierda español puede haber sido liquidado por completo. Quizá ya haya pasado el tiempo de las admoniciones y estemos en el de echar una mano. Este país es peligroso, pero lo sería mucho más sin el PSOE.

En primer lugar, los dirigentes del partido han de ser lúcidos sobre sus errores. Han de averiguar (o decidir) si la desafección se produce, sobre todo, por su incomprensible deriva nacionalista. La habitual alianza con toda clase de partidos patrióticos ha acabado por desconcertar al elector. Si alguien vota socialista, ¿qué está eligiendo? ¿A los que legalizaron Bildu? ¿A los casi independentistas catalanes, como el conjunto Maragall? ¿O a los sindicalistas andaluces? Este primer punto debe esclarecerse de inmediato, teniendo presente que el socorrido “federalismo” no se lo cree nadie. Es más, no se lo creen ni quienes se dicen federalistas porque no han sido capaces de aclarar a qué federalismo se refieren, en qué consiste y por qué iba a servir para algo.

Félix de Azúa

Sobre este punto, el antiguo votante socialista cree recordar que el partido fue, algún día, un partido español y constitucional. Y que tenía perfectamente claro que el nacionalismo solo puede ser una ideología reaccionaria: es sentimental e irracional, pone al territorio por encima de los ciudadanos, se basa en la pedagogía del odio, oculta tras la bandera la despiadada explotación de la oligarquía así como las corrupciones de los oligarcas, es totalitaria, es excluyente, practica la mentira sistemática y roza los comportamientos fascistoides.

Frente a estas obviedades, los socialistas se han visto atemorizados por un pretendido “nacionalismo español” que no merece la pena ni comentar. Ese supuesto nacionalismo es el que permite que partidos secesionistas controlen las regiones periféricas, sumerjan en la lengua nacional a la población y multen a quienes escriben en castellano. Un nacionalismo un tanto particular, el español. Por desgracia, es justamente la acomplejada dejación de los socialistas lo que puede propiciar que el nacionalismo español, el de verdad, el que se parece al de Otegui y al de Mas, el de Blas Piñar, se levante de su tumba.

Nadie cree ya en el socorrido “federalismo”, ni quienes se dicen federalistas

Una vez solventada esta cuestión, deberán emprender una segunda investigación. Una gran mayoría de la población cree que son los partidos socialistas los que arruinan las cuentas del Estado por su desaforado clientelismo. Sin llegar a la siniestra etapa de Zapatero, los lugares en donde aún mandan los socialistas, como Andalucía, son semilleros de funcionarios, de empresas paraestatales o semiestatales, de subvenciones opacas, de ayudas nepóticas, de consejeros, ayudantes, comisionados y una infinidad de empleos subalternos que no tienen la menor utilidad, pero gracias a los cuales viven miles de afiliados al partido y sus familiares. Si a eso se añade el general cabreo por los escandalosos privilegios de la clase política, la animadversión hacia los socialistas, principales protectores de los privilegios, se hace colosal. Quien arguya que eso también lo practica el PP está hundiendo la dignidad de la izquierda.

La tercera discusión tiene que ver con el momento de extrema miseria económica del país. Una considerable cantidad de votantes cree inadmisible que los socialistas animen constantemente a los sindicatos, a las asociaciones y a cualquier grupo o grupúsculo de indignados o aficionados, a tomar la calle y paralizar la vida ciudadana. Más bien al contrario, solo un pacto de Estado del PSOE con el PP podría hacer menos dolorosa la sangría. En todas las encuestas, incluso en aquellas que el propio partido socialista encarga, se sitúa en uno de los primeros lugares la exigencia de un gran pacto de Estado entre los dos partidos. No hay la menor indicación de que ese pacto haya sido imposible debido al rechazo del PP, como suelen aducir en el PSOE. El constante acoso a los ciudadanos (esta semana hay en Madrid convocadas 80 manifestaciones, ¡80!, además de la huelga de transportes) se percibe siempre, justa o injustamente, como una cacería propiciada por el partido socialista, como si este buscara la identificación con Grecia en las fotografías de la prensa anglosajona.

Por último (y es casi imposible que algo así suceda), debe cambiar la cúpula dirigente. Buena parte de ella viene de la nefasta etapa de Zapatero y no tiene ya la menor credibilidad. Su actual dirigente, Rubalcaba, es un hombre eficaz en tareas subterráneas, ocultas, comisariales, pero carece del menor atractivo político y no se le conoce una sola idea. Esta increíble acefalia cubre el conjunto socialista hasta extremos desatinados. Un alto responsable del partido en Cataluña me decía que su actual dirigente, Pere Navarro, ha logrado convertir a Montilla en un Churchill. Por no hablar de la señora Chacón, esfinge sin secreto. Por mera prudencia, el PSOE debería ir preparando un desembarco en Cataluña con sus propias siglas.

La ausencia de ideas es paralela con un discurso basado obsesivamente en la crítica del partido gobernante

El párrafo anterior puede parecer cruel, pero hay que tener en cuenta que estamos hablando de una cadena de fracasos, de una pérdida enorme de poder, de una catástrofe general y de un posible cataclismo que deje a este país sin alternativa de centro-izquierda. Todo ello propiciado por quienes en la actualidad ocupan los sillones principales del partido como si no hubiera pasado nada. En cualquier país europeo, tras cada una de las derrotas, unos cuantos responsables habrían regresado a sus hogares a gozar de las prebendas que se han concedido a sí mismos los profesionales de la política española. Teniendo en cuenta la que se avecina en las provincias vascas y en Cataluña, más vale que en el PSOE haya gente con un poco de seso para enfrentarse a la fiera tradicionalista.

La ausencia de ideas es paralela con un discurso basado obsesivamente en la crítica del partido gobernante. Está muy bien criticar al Gobierno y esa es la tarea de la oposición, siempre que se tenga alguna alternativa. Acusar a Rajoy de todos los recortes, olvidando que los comenzó Zapatero y por mandato de Bruselas, es deshonesto. Si hay alternativa a la política económica ordenada por Merkel, debe ser expuesta públicamente con claridad. Si no se hace, entonces toda la crítica de la oposición parece una pataleta de colegiales.

Comprendo que es extremadamente difícil inventar un discurso alternativo al de la guerra fría, que sigue siendo el relato dominante en un partido anquilosado y con escasas fuentes de información. Tan es así que muchos antiguos votantes desearían el regreso de Felipe González. Si la ideología no ha cambiado, ¿por qué no volver al origen? Por fortuna, González no está loco y jamás reaparecería en la corrala de la política española.

De manera que son las nuevas generaciones socialistas las que deben imponer su criterio. Si este es el de una radicalización que les aproxime a los comunistas, bienvenida sea. Y si por un milagro se plantean una política menos ideológica y más pragmática, menos reaccionaria y más técnica, una política que tenga menos que ver con la imagen y más con la realidad, a lo mejor es posible volver a votarles algún día.

Félix de Azúa es escritor.

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