Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Andalucía no es diferente.
Cómo nos ven y cómo nos gustaría ser vistos

Lectura apta sólo para andaluces.

Es una charla (de más de 20 minutos, aviso) que acabo de dar en La Cartuja de Sevilla y quiero conservarla en el archivo del blog.

Disculpen mi pedantería, pero no tienen por qué leerla.

JAMS

II Jornada DOS SIGLOS DE IMAGEN DE ANDALUCÍA

Centro de Estudios Andaluces

Consejería de la Presidencia

Sevilla, 27 de noviembre de 2007

Centro Andaluz de Arte Contemporáneo

Isla de la Cartuja, Sevilla

Andalucía no es diferente

Cómo nos ven y cómo nos gustaría que nos vieran

José A. Martinez Soler

Director General de “20 minutos”

La semana pasada asistí, en medio de una suave nevada, a un entierro protestante en Oslo, seguido de un funeral laico muy emotivo en memoria del difunto, un magnate de la prensa europea, que incluía anécdotas, risas, comida, merienda y cena y alcohol abundante.

En cuanto yo decía que era español, me preguntaban si cantaba flamenco, tocaba la guitarra o había toreado alguna vez en mi vida. No acertaron ni una. Sólo toco el clarinete y muy mal. Esa misma conversación la he mantenido frecuentemente, en mis años de corresponsal, en Moscú o en Nueva York, en Londres o en El Cairo.

La identidad de Andalucía tiene tal potencia que, en los medios de comunicación del extranjero, ha llegado a confundirse con la identidad de toda España. Andalucía no existe. Andalucía ha cedido históricamente, y no siempre voluntariamente, su poderosa imagen folclórica al resto del país hasta el punto de perder su identidad. De esta manera, diluye y pierde una parte de su propia cultura hasta el riesgo de desaparecer. Para muchos extranjeros, Andalucía no existe, lo que existe, en su lugar, es España.

¿Gana o pierde Andalucía con esta cesión/confusión de identidad?

¿Cómo nos ven en el extranjero y en el resto de España y por qué?

¿Cómo nos gustaría que nos vieran?

¿Hay otra Andalucía oculta, otra Andalucía posible, desconocida para el mundo?

¿Qué papel juegan los medios de comunicación en todo esto?

¡Qué lástima que no esté ya entre nosotros el genial Carlos Cano! Le habría pedido ayuda para esta charla tan complicada. La verdad es que acepté hablar de Andalucía, sin tener muy claro si lo haría con el cerebro o con el corazón.

¡Qué clarito lo tenía, en cambio, Carlos Cano!

Cuando me invitó Alberto Egea, estuve a punto de decirle que no. Pero recordé un verso de “Sevillanas de Chamberí”, que llevo clavaito en mitad del corazón, y le dije que sí.

El verso dice así:

“Y cuando más clarito ya lo tenía,

otra vez la peineta pa Andalucía”.

Para los desmemoriados, y como homenaje personal póstumo a mi querido Carlos, intentaré reproducir aquí su canción antes de entrar en faena. Pero, por si acaso no es posible, copio y pego la letra completa:

“Sevillanas de Chamberí”

Con un fondo de guitarra

Y un repique de palillos

Sigue cantando sus penas

La tierra en que nací.

Ahora son las sevillanas

Entre falsas alegrías

Lo que vende Andalucía

De Nueva York a París

Y vienen para aprenderlas

Más serios que magistrados

Banqueros y diputados

Señoritos de postín.

Acuden a la academia

Queriendo sacar la gracia

Lo mismito que se saca

El carnet de conducir.

Y entre sombras y luces

de Andalucía

tó el papel de la gracia

se la vendía

Como luce y reluce

Viva Madrid

A bailar sevillanas

de Chamberí

y a correrse una juerga

en la Feria de Abril

Arsa que toma y olé

Que viva la gracia de mi Andalucía

Arsa que toma y olé

Que la primera la tiene aprendía

Arsa que toma y olé

Que la segunda la están ensayando

Arsa que toma y olé

Que la tercé… ¡Que les vayan dando!

Entre palmas y entre óles,

Alternando en los tablaos

Con un alfiler clavao

En mitad del corazón

Al compás de un pasodoble

Cantando por tierra extraña

La pandereta de España

Buscaba su salvación

Pero un día de febrero

Verdiblanca la alegría

El alma de Andalucía

De pronto se levantó

Y mandó parar la juerga

Con acuse de recibo

Ca mochuelo pa su olivo

Que aquí se acabó el carbón.

Y cuando más clarito ya lo tenía

Otra vez la peineta pa Andalucía

Como luce y reluce

Viva Madrid

A bailar sevillanas de Chamberí

Y a correrse una juerga en la Feria de Abril.

Y luego vuelve al estribillo, que me encanta, y que termina así:

¡Que con la tercera…que les vayan dando!

Esta es, señoras y señores, la historia de mi Andalucía, tal como la cantó Carlos Cano, antes de morir, y tal como, a veces, también la veo yo. La canción tiene tela. Y me propongo desentrañarla aquí, con osadía y con cariño, aunque no sin cierta cautela.

Cuando hablo en público, suelo llevar uno o dos sombreros: el de periodista, director general de 20 minutos, el diario más leído de España, y/o el de profesor universitario, titular de Economía Aplicada en la Universidad de Almería que es la tierra en que nací.

Hoy, para presumir, voy a ponerme otro sombrero, que llevo siempre con orgullo: el de andaluz, y para hablar además –perdón por mi arrogancia- nada menos que del pasado, presente y futuro de Andalucía; o sea, de dónde venimos, dónde estamos y adónde vamos.

¿De dónde venimos?

Venimos de la miseria, la indolencia, el miedo y el subdesarrollo: de la parte más pobre de la España de pandereta, con todos los tópicos que ya sabemos y que arrastramos desde el siglo XIX. Andalucía, incapaz de dar de comer a sus hijos, era una potentísima fábrica de emigrantes.

Y la resaca de esa triste imagen histórica, tan perjudicial para nuestro progreso, aún persiste, afortunadamente cada día en menor grado, en muchos medios de comunicación españoles y extranjeros.

“Nos preocupa como nos ven –dijo el consejero Gaspar Zarrías en otra Jornada como ésta- porque nos gustaría que nos vieran bien”. O sea, que, a juicio del consejero de Presidencia, nos ven mal. Zarrías destacaba también “la importancia de la marca, de la imagen de Andalucía, para la economía, el bienestar y el proyecto de futuro de los andaluces”.

¿Cuales son los rasgos o clichés más característicos de la imagen de Andalucía en la prensa, radio y televisión española y extranjera, en los últimos setenta años, que aún dificultan o empañan nuestro camino hacia la prosperidad y el bienestar para los andaluces de hoy y para las generaciones venideras?

La lista es amplia y fácil de detectar:

Andalucía es aún esclava de su herencia romántica, mágica, misteriosa, sospechosa y fascinante, una imagen simplificadora de una realidad compleja, pregonada con éxito por los escritores viajeros europeos y americanos del siglo XIX y XX (Prosper Merimé, Gerald Brenan, George Borrow, Washington Irving, etc.) en su búsqueda de contrastes fantasiosos y exóticos en la frontera Sur de la civilización occidental.

Los ideólogos de la Dictadura de Franco se aprovecharon de nuestra potentísima imagen fantasiosa, cargada de pasión, evasión y ensoñación, y la exageraron hasta límites ridículos, pero muy eficaces temporalmente. El franquismo proyectó los tópicos andaluces como base de una nueva única cultura popular española, superpuesta a todas las demás y peligrosamente uniformadora.

Durante décadas, el nuevo Estado fascista utilizó abusivamente elementos del folclore andaluz en la literatura, cine, radio, prensa, televisión, zarzuelas, óperas, en el NO-Do, en los libros de texto, etc. Con ello, trataba de anular otras identidades históricas regionales tan potentes y tan españolas, pero conflictivas para su modelo autoritario y centralista, como las de Cataluña, País Vasco y Galicia.

La España machadiana de “charanga y pandereta” se apropió y explotó los elementos folclóricos andaluces hasta la saciedad y provocó un rechazo silencioso dentro y fuera de Andalucía. El franquismo abusó de esos elementos para sus fines espurios.

El poeta Luis García Montero lo resumió mejor que yo, el pasado 12 de noviembre en El País, en su artículo: “Andalucía, ni folclore ni insultos”:

“Andalucía jugó y sufrió un papel contradictorio durante los años de la dictadura franquista. La cultura popular española, promovida por el régimen en películas y tablaos, se llenó de elementos folclóricos andaluces, hasta el punto de que el Sur pareció situarse en el centro de la fiesta patriótica. Sin embargo, la realidad económica de la España nacida de la Guerra Civil impuso a Andalucía unas condiciones de extrema dureza, mucho más represivas que las de otros territorios de cultura perseguida”.

El Partido Popular, que nunca ha gobernado Andalucía, está pagando también un alto precio por lo que pueda tocarle de esa herencia de exaltación folclórica franquista y, en ciertos casos, injustamente, por el recuerdo imborrable de la represión política que hubo aquí durante la dictadura.

(Hay -eso sí- caciques locales de la derecha, con clientela propia, que gobiernan ayuntamientos andaluces como si tuvieran una franquicia del PP. Pero este es otro tema.)

Soy andaluz y voy a hablar, como si fuera libre, como a mí me gustaría que nos vieran: es decir, sin miedo y sin complejos. Claro que ya tengo la casa pagada y mis tres hijos criados.

A mí me gusta el flamenco –soy de la peña “El Taranto”- y me gustan la guitarra, el fino, las sevillanas, las palmas y los trajes de faralaes. No tengo nada en contra de la mantilla ni de la peineta.

Sin embargo, recuerdo muy bien que, cuando emigré a Cataluña, a finales de los años sesenta, me sentí avergonzado e incómodo por las exageraciones que se hacían del folclore andaluz, manipulado por el franquismo, impuesto a toda España para diluir las tensiones separatistas del soterrado nacionalismo catalán, vasco o gallego.

Y me sentí humillado por los sentimientos típicamente racistas, ciertamente no generalizados, que percibía nítidamente contra los inmigrantes andaluces, pero también contra los extremeños o castellanos, es decir, como es tradicional, contra los diferentes siempre que sean más pobres que los nativos. La pobreza tiene un cierto atractivo pintoresco, casi romántico, para los más ricos.

Por eso, me niego a aceptar el fatalismo corrosivo que contiene la idea pre-nacionalista, grabada en todos nosotros durante décadas de pobreza, de que “Andalucía es diferente”. Ni España es diferente –lo diga Manuel Fraga o su porquero- ni Andalucía es diferente. Los andaluces somos seres humanos como todos los demás y, si queremos, podemos cambiar el mundo, como todos los demás.

Ahora recuerdo aquella acción del Parlamento andaluz, de hace tan sólo un par de años, contra “la ridiculización de los andaluces en las series de televisión”. En la serie inglesa “Faulty Towers”, el camarero alelado, moreno, bajito, cargado de medallas de vírgenes y cadenas de oro, un poco tonto y que no entendía ni una palabra de inglés era, “of course”, andaluz.

Cuando me llegaban esos rumores racistas sobre el inmigrante andaluz me sublevaba interiormente:

-éramos muy buenos para la música, sabíamos llevar muy bien el ritmo, las palmas, llevábamos el baile en la sangre, aunque éramos perezosos para el trabajo, bastante pícaros, graciosos, con salero, no muy limpios, lentos para el estudio, poco eficientes, falsos, traicioneros, fuleros, éramos juerguistas y borrachines, olíamos a ajo, etc. etc. En ese cuadro siniestro, éramos también abiertos, acogedores, hospitalarios y –cómo no- bastante buenos para el sexo. Algo es algo.

(Por cierto, estas mismas características tergiversadoras y mistificadoras de la realidad se aplicaban también a los gitanos, incluso en Andalucía.)

Pero el senequismo andaluz lleva siglos enseñándonos el arte de la prudencia y la “taqiyya” árabe, el arte del disimulo. Con una beca del franquismo, practicaba yo entonces la “prudencia de los pobres”, que sabiamente cita García Montero.

Y me crecía con el recuerdo del orgullo de aquel jornalero andaluz que, en tiempos de la Restauración, devolvió el duro de plata al cacique, que intentó comprar su voto, y le replicó:

“En mi hambre mando yo”.

O aquel viejo almeriense, arrugado por el sol y la miseria, en un pueblo casi abandonado de la Sierra de los Filabres, que contradijo a un ministro socialista cuando éste le animó a trasladarse a la ciudad para recibir mejores cuidados.

– “No tiene dios cojones –le dijo el viejo al ministro- de mandarnos el hambre que somos capaces de aguantar aquí nosotros”.

Sabemos hacer de tripas corazón y nos superamos. Hemos demostrado que tenemos capacidad de sufrimiento, de trabajo y de superación como el que más. Por todo eso, deberíamos poner un cartel en las escuelas andaluzas que dijera:

“No somos diferentes”.

En la Universidad de Harvard volví a oír los mismos rumores y chistes racistas –los mismos, sí- que había oído años atrás en la Universidad de Barcelona. Pero allí eran aplicados a los negros, a los judíos y a los hispanos. También a los polacos.

Alguna vez llegué a leer entonces el poderoso monólogo de “El mercader de Venecia”, de Shakespeare, pero cambiando judío por andaluz: Fijaos cómo suena:

“Soy un andaluz”. ¿Es que un andaluz no tiene ojos? ¿Es que un andaluz no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no se alimenta de la misma comida, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un catalán, un vasco o un inglés? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no nos reímos?, Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?

Si nos parecemos en todo lo demás, nos pareceremos también en eso. Si un andaluz insulta a un catalán, a un vasco o a un inglés, ¿cuál será la humildad de éste? La venganza. Si un catalán, un vasco o un inglés ultraja a un andaluz, ¿qué nombre deberá llevar la paciencia del andaluz, si quiere seguir el ejemplo del catalán, del vasco o del inglés? Pues venganza. La villanía que me enseñáis la pondré en práctica, y malo será que yo no sobrepase la instrucción que me habéis dado.”

Lo dicho: pese a la caricatura que han hecho de nosotros durante décadas, en lo esencial, no somos diferentes. Hay también, en la historia de Andalucía, reacciones aisladas, a veces violentas y bastante desconocidas, contra el fatalismo y la explotación. También sabemos enseñar los dientes.

Ahí están Fermín Salvoechea, el Cristo anarquista, la Mano Negra, las agitaciones campesinas del XIX contra los terratenientes y la Iglesia, “los benditos labradores y los bandidos caballeros”, de Machado, “los cuchillos bajo el polvo” de Federico, los bandoleros de Sierra Morena, etc.

—-

¿Dónde estamos?

Estamos, después de 25 años de cambio estructural económico y social profundo, en un momento bastante dulce. ¡Aleluya!

Con la Democracia, Andalucía ha cambiado más que en los últimos 200 años de su historia, es decir, desde que tenemos algunos datos fiables. Con la subida de PIB, ya no olemos tanto a ajo sino a jazmín. Es lo que tiene la Economía: tanto tienes, tanto vales.

Desde la muerte del dictador, nuestro PIB per capita ha crecido desde el 50 % de la media europea (la Europa de los 15) hasta el 70 %. Esto se traduce en mejores infraestructuras, sanidad, educación, vivienda, etc. para mejorar el bienestar de los andaluces.

En ese mismo periodo, la media española ha pasado del 70% al 90% de la media europea. O sea, hemos sido menos eficaces que la media española. Extremadura, por ejemplo, que arrancó, en Democracia, tan pobre como nosotros, ha pasado del 50 al 80 %. Nos gana por 10 puntos.

En cambio, acortamos distancias con Cataluña y el País Vasco, donde tradicionalmente solían buscar refugio nuestros emigrantes, puesto que estas dos regiones españolas han ralentizado su crecimiento económico y, en ese sentido, han sido menos eficaces que Andalucía. (Hay que reconocer también que es más duro crecer cuando se está muy arriba).

Por población, Andalucía ha pasado de 6,5 a 8 millones de habitantes, en gran parte porque le hemos dado la vuelta a la tortilla: ha dejado de ser centro emisor para convertirse en receptor de inmigrantes que vienen de África, Europa y América.

No puedo olvidar, en este punto, la riqueza inmensa que estos inmigrantes, que son la crema de sus países de origen, aportan, a medio y largo plazo, a nuestra tierra: nueva mezcla de culturas, de valores y de razas a la que estamos tan bien acostumbrados, por los siglos de los siglos, los andaluces.

Ya veremos cómo se reflejan estos cambios en los medios de comunicación. En principio, como balance, me atrevo a decir que nuestros padres, nuestra generación y la que viene empujándonos lo han hecho bien, aunque, sin duda, lo podían haber hecho mejor.

Si nos miramos en el mapa de Sur a Norte, vemos que Andalucía está entre Marruecos (que algunos llaman Andalucía Sur) y el resto de España y Europa. Y no sólo geográficamente. También en muchos otros aspectos, incluido el de los periodistas, los políticos y los medios de comunicación.

Si nos miramos en el mapa, de Poniente a Levante, en el perfil común pobre, rural, seco, turístico, templado y católico del Sur de Europa, vemos que estamos entre el sur de Portugal y el de Italia.

¿Lo hemos hecho mejor o peor, en términos de progreso económico y social, que nuestras regiones vecinas del Sur de Europa?

Sin duda, hemos ganado a los sureños de Portugal e Italia. Sin embargo, en la carrera reciente por acortar distancias con la riqueza de la media europea, nos gana –y con gran ventaja- Irlanda, que, como nosotros, tuvo siempre una imagen de pobre, juerguista, borrachina, rural y católica, aunque más húmeda que Andalucía, pero –ojo- ¡con inglés!

Irlanda –mucha atención, no lo olvidemos- es un ejemplo a estudiar si queremos pensar seriamente en nuestro futuro. Alguno me dirá –y no le faltará algo de razón- que Irlanda fue utilizada por las multinacionales norteamericanas, que hablaban inglés, como un trampolín para entrar en la Unión Europea.

¿Adónde vamos?

Parece una pregunta tonta, fácil de contestar: cualquiera respondería que vamos, naturalmente, a mejorar nuestro nivel de vida, nuestro bienestar, y a garantizar una Andalucía más próspera y feliz para nuestros hijos. Todos estamos, más o menos, de acuerdo con este objetivo.

Las diferencias surgen –y de manera grave- cuando hablamos de los medios que precisamos para conseguir tal objetivo, del reparto de los costes durante el proceso y, muy especialmente, de la distribución de la riqueza conseguida.

¿Cómo nos gustaría que nos vieran?

A mi, personalmente, no me importa que me vean como un cantaor flamenco, un guitarrista o un torero. Ya me gustaría a mí saber practicar bien esas tres maravillas que muchos identifican con el “duende” de Andalucía.

Pero, además, me gustaría que me vieran como miembro de una región económica, social y culturalmente pujante; una región que tiene un proyecto de futuro propio, solidario con el resto de España, y que posee el tamaño crítico idóneo para realizarlo con éxito, tanto en territorio como en población, (más que Noruega, Dinamarca, Finlandia, etc.), con gente bien formada y que, como en Irlanda o en India, entienden y viven el inglés, el lenguaje de Internet, de la globalización y de las nuevas tecnologías de la información y de las comunicaciones del siglo XXI.

Adam Smith y, más tarde, Madison y otros célebres economistas, se preguntaron por el origen de la riqueza de las naciones.

¿Por qué unas naciones o unas regiones son más ricas o más pobres que otras?

El padre de la economía atribuía, 1776, el origen de la riqueza de las naciones “al trabajo de sus gentes”. Los economistas modernos ampliaron mucho más el abanico de factores determinantes del crecimiento económico: tierra, trabajo, capital, tecnología, factor empresarial, entorno institucional, etc.

Andalucía no es diferente y los andaluces podemos crecer tanto como el que más, si disponemos de los adecuados recursos físicos, humanos, de capital, tecnológicos, empresariales, institucionales, etc. Lo hemos demostrado en estos últimos 25 años.

No tenemos que inventar casi nada. Sólo copiar lo mejor que podamos a quienes lo hicieron antes y mejor que nosotros, pues ahora los factores que determinan nuestro crecimiento gozan de las mejores condiciones en Andalucía.

En los próximos 20 años, el PIB de Andalucía puede y debe crecer por encima del 5 o del 8 % y puede adelantar en renta per cápita a Cataluña y al País Vasco si estas regiones siguen creciendo al ritmo actual.

Para ganar esa partida –para hacer real la victoria y, con ello, cambiar radicalmente primero la realidad y luego la imagen pública de Andalucía a través de los medios de comunicación- debemos partir de la realidad actual y de la imagen actual.

Y, por supuesto, debemos aprovechar la actual revolución demográfica y la transformación operada ya en nuestro territorio, gracias a los andaluces y gracias también a los fondos europeos que estamos a punto de perder, y debemos incorporar ambos cambios fundamentales a nuestra propia marca.

Además de turistas, que son bienvenidos, Andalucía puede y debe atraer a más cerebros e inversores del Norte, si promete convertirse y se convierte en el nuevo “Silicom Garden” de Europa, en el “Jardín de las Hespérides Digitales”, o algo así, con una mezcla muy provechosa de población, territorio, inglés y alta tecnología. Y, naturalmente, con ganas de emprender nuevas aventuras, de buscar nuevas fronteras económicas y sociales en la era de la globalización y de la revolución digital.

En el año 2013, por razones estadísticas, al pasar de zona de convergencia a zona de competitividad, podemos y debemos perder probablemente la práctica totalidad de los fondos europeos que han contribuido hasta ahora a mejorar nuestras infraestructuras y nuestra economía en general.

Se acabó ya eso de hablar de convergencia y del maná europeo. Hay que empezar a hablar de competitividad antes de que, lo queramos o no, la realidad nos atropelle y nos pille desprevenidos. Y para competir con el resto de Europa y del mundo, en sectores no tradicionales sino emergentes, debemos dominar, insisto, como mínimo, el inglés e Internet, los dos lenguajes básicos para el futuro de nuestros hijos.

Como dije antes, se trata de dos prioridades fundamentales: ningún niño andaluz sin conexión a Internet y sin saber inglés. Con estas dos herramientas de comunicación cambiaremos radicalmente la realidad y la imagen de Andalucía y ahuyentaremos los restos de la España negra que hayan quedado emboscados en las cavernas jurásicas de nuestra tierra.

El inglés –créanme- es mano de santo para acabar con la España negra y otros demonios históricos que han frenado el desarrollo de Andalucía.

La Ley de Educación de Andalucía fue aprobada el pasado 21 de noviembre por todos los grupos políticos, excepto por el Partido Popular. Me alegró mucho saber que “Andalucía se compromete a hacer la mitad de los centros bilingües en el 2012”.

¿Por qué la mitad? ¿Por qué no todos? ¿Por qué tan tarde?

La nueva Ley, aunque tímida, va en la buena dirección: inglés e Internet. Ahí está una buena parte de nuestro futuro.

Y ahora, después de escuchar la conferencia tan provocadora y estimulante de Fernando Iwasaki >(“Flamenco: de vanguardia artística a retaguardia folclórica”), añadiré con mucho gusto el conocimiento del flamenco andaluz y universal a las dos prioridades que he citado para su estudio en las escuelas de Andalucía. Así pues, inglés, Internet y flamenco pueden ser los motores de la nueva marca universal de Andalucía.

Por tanto, y para concluir, primero, cambiamos la realidad; luego, cambiamos la imagen que proyectan los medios de comunicación. Es más fácil así. Y más creíble y eficaz. Los medios de comunicación no crean la realidad sino que la reflejan, de acuerdo con sus intereses, con mayor o menor eficacia.

Y, por favor, no le echemos más la culpa al mensajero. Nos no hacemos ningún favor diluyendo nuestra responsabilidad sobre las espaldas de la prensa, la radio o la televisión.

Hay algo también muy importante, que la actual Andalucía multicultural puede aportar, con merecido orgullo, a sus vecinos y al resto del mundo: ser punta de lanza de nuevos valores de solidaridad y tolerancia, frente al racismo emergente en toda Europa.

Salvo excepciones tristes como la del año 2000 en El Ejido (Almería), los andaluces vivimos y gestionamos nuestro actual proceso de mestizaje con flexibilidad, generosidad y naturalidad.

Así me gustaría que nos vieran dentro y fuera de España. Una Andalucía plural, multicultural, alegre, pujante, rica, solidaria y abierta al mundo. Creo que podemos hacerlo y, desde luego, tenemos la responsabilidad de intentarlo con todas nuestras fuerzas, sin lamentos ni lloriqueos, olvidándonos de una vez por todas del victimismo, del fatalismo o del determinismo que han sido tan paralizantes en nuestra historia.

Andalucía no es diferente, pero sí maravillosa.

Muchas gracias.

FIN