Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Franco bueno (en El Mundo), Franco malo (en El País)

El Mundo destaca en su primera, a una columna, arriba, de salida, este titular:

El 30% de los españoles cree que «estuvo justificado» el 18 de julio

El País se va por el lado de las víctimas y titula, en portada, a dos columnas, abajo:

El 64% de los ciudadanos desea rehabilitar a las víctimas de la Guerra Civil

Entre ambos titulares también hay pequeñas diferencias en el lenguaje. Para El Mundo opinan «los españoles» mientras que para El País opinan «los ciudadanos»

Los comentarios editoriales son para leer y guardar.

Este es el de El País:

EDITORIAL

70 años después

EL PAÍS – Opinión – 18-07-2006

«Hace setenta años, el 18 de julio de 1936, Franco y otros militares felones se levantaron contra la legalidad de la República, en un golpe de Estado dirigido a reemplazar el régimen democrático por un sistema autoritario de corte fascista, conforme a la realidad ideológica de aquellos tiempos. Los golpistas tardaron tres años en conseguir su objetivo, a través de una terrible y devastadora guerra civil. La República, que empezó como una gran esperanza, tuvo sus errores y sus crisis, y vivió las convulsiones de un tiempo revolucionario que culminó en la II Guerra Mundial, de la que la guerra española fue una especie de ensayo general. Uno de los mayores errores fue su incapacidad para mantener el orden y evitar que el golpe de Estado se convirtiera en una horrible carnicería, que empezó con los asesinatos de civiles de uno y otro bando. Pero el 18 de julio, la legalidad republicana funcionaba y las instituciones también, y fue el golpe de Estado el que abrió el periodo de las grandes convulsiones y de la guerra.

España lleva ya casi treinta años de democracia y ha superado con éxito gran parte del retraso que produjo el triunfo de Franco en un país que quedó en los márgenes de Europa. Cuando el régimen desapareció, incapaz de sobrevivir a la muerte del dictador, en un contexto internacional totalmente distinto, la sociedad española iba ya varios pasos por delante. Y por eso la transición fue posible y exitosa. La transición se fundó en un acuerdo de amnistía que permitía volver a empezar desde un principio de reconciliación nacional. La amnistía era muy asimétrica, porque los crímenes de los republicanos hacía 40 años que se habían cometido y, en cambio, los crímenes franquistas estaban todavía calientes. Pero se trataba de mirar al futuro y el recuerdo de la Guerra Civil operaba como motor ético de la transición: nunca más. El miedo y la prudencia hicieron que la amnistía viniera acompañada de la amnesia.

Si, en su momento, la amnesia pudo ser una opción de supervivencia, la memoria es ahora una cuestión de lealtad y de reconocimiento mutuo. Por eso es perfectamente razonable que este aniversario coincida con la aparición de una voluntad decidida de hablar del pasado: por respeto a los que la protagonizaron y a las propias generaciones actuales. La encuesta que publica hoy EL PAÍS muestra que la memoria de la guerra está viva todavía; más del 54% de los españoles cree conveniente la elaboración de una Ley de la Memoria Histórica como la que prepara el Gobierno.

Hay quienes se oponen con el argumento de que recordar el pasado divide el país. Los que cayeron víctimas del bando republicano recibieron todo tipo de reconocimiento durante los 40 años de franquismo. Todavía los nombres de algunas calles lo testifican. Las víctimas del franquismo no lo han tenido nunca. Son más de un 64% los españoles partidarios de que se investigue todo lo relativo a la Guerra Civil, se descubran las fosas comunes y se rehabilite a todos los afectados. Ha llegado, pues, la hora de resolver esta asimetría. Y de resolverla a partir del principio de reconciliación. Es decir, que las víctimas del franquismo reciban el reconocimiento que se les debe y que las víctimas de los republicanos no se queden sólo con el reconocimiento del franquismo, sino que lo tengan también por parte de la democracia. Que luego la memoria haga su trabajo, porque el país es fuerte para poder hacerlo. Y, sobre todo, que se eviten las confusiones: la historia es para los historiadores y no para los políticos. Pero la memoria es de los ciudadanos.»

Y éste es el de El Mundo:

El País publica un artículo de Gracia muy interesante para esta triste efeméride.

TRIBUNA: JORDI GRACIA

Historias de la buena memoria

JORDI GRACIA

EL PAÍS – Opinión – 18-07-2006

Pese a los empeños del Parlamento Europeo y pese a algunos botarates locales, el franquismo nunca fue como se suele creer un régimen fascista: un hombre culto y demócrata, ex ministro de la democracia, como Josep Piqué, lo acaba de explicar una vez más y por fortuna liberándose de los cobardes remilgos que otros usan. De hecho, y no se engañen, el franquismo no llegó a romper nunca del todo con las libertades democráticas porque apenas se acercó a ese vértigo enloquecido de los fascismos europeos. Por eso fue claramente neutral en la Segunda Guerra. A lo sumo hubo algo del aparato fascista en las formas externas, muy transitoriamente y sin convicción de sus élites ni de sus políticos, entre otras cosas porque sólo reivindicaban la limpieza de un patriotismo católico y nacional, propiamente español, la Pilarica y la Virgen de Covadonga, y el glorioso Imperio de Hispanoamérica (nunca suficientemente agradecida). No hubo contagio tampoco del pensamiento de Mussolini, a quien nadie apreció seriamente más allá de su habilidad para gobernar con orden y coraje y mucha energía. Incluso privadamente no dejó de ser hazmerreír de algunos por su histrionismo hierático, aunque también romano: es verdad que unos cuantos en España saludaron durante un tiempo, y prácticamente a título personal, con el brazo en alto, a la romana, pero es evidente también que esa fue una iniciativa fracasada que duró poco tiempo y no llegó a significar nada sustancial (como sucedió con la tantas veces recordada camisa azul, cuyo uso decayó también tempranamente). Tampoco hay una relación directa entre Falange y el desarrollo de la guerra, por mucho que sea una versión interesadamente extendida que calla las auténticas responsabilidades de la República en lo que hace a llevar al país a una sima infernal y sin regreso; y además esa confusión responde a un típico hábito hispánico, el de mezclarlo todo simplificando mucho y sin discriminar nada.

Desde luego, tampoco puede confundirse la Falange española con los partidos fascistas europeos, y nadie entre los falangistas quiso otra cosa que hacer una España más pura y más justa. El culto a la violencia y a la disciplina, y la ruptura misma de las reglas democráticas, fueron asuntos ajenos a la derecha española en todos sus colores porque en realidad fue al revés: secretamente, y es algo que no se suele decir, ésa era la auténtica raíz de las izquierdas del Frente Popular, y eso explica que no hubiese más remedio que atajar sin contemplaciones el gobierno nacido de las elecciones de febrero de 1936. Imaginen qué hubiese pasado si se les deja campar por la brava y no se les hubiese dado la lección que pedían a gritos.

Por lo demás es un despropósito hoy pretender que un abogado respetable y culto como Ramón Serrano Suñer se sintiese tentado por soluciones totalitarias al armar el nuevo Estado en plena guerra. El hecho mismo de que nuestros abuelos fundasen revistas que se llamaban Jerarqvía y se subtitulaban Gvía nacionalsindicalista lo único que demuestra es el afán de regenerar la vida humillada y plebeya de los españoles desde supuestos modernos, actualizados, rompiendo lanzas en favor del progreso social y el engrandecimiento de la patria. Por eso a nadie en su sano juicio se le ocurrió protestar en voz alta de la vigilancia católica de los servicios de orientación bibliográfica, o lo que algunos llamaban entonces, con flagrante falta de precisión, censura. No era cuestión de dejar circular sin más ni más, o sin ton ni son, como quien dice, las bravatas de este o de aquel desinformado, o las opiniones sin contrastar, ni desde luego las palabras malsonantes o las ideas de cualquier desequilibrado. Ese ejercicio regulador de la convivencia no tiene nada que ver con el control de las ideas ni la amputación de las libertades, como de manera muy melodramática suelen repetir algunos resentidos. Razones de profunda higiene moral y el respeto a la verdad aconsejaban ser estrictos en este asunto: quién quería ver a un hijo suyo en contacto con el ateísmo, el marxismo o la áspera razón, siempre tan desesperanzadora. Si la santa madre iglesia había decidido asumir sus responsabilidades históricas y educar por fin, sin excluir a nadie por razón de sexo, de clase o de pinta, a todos los españoles bajo su manto y magisterio, a qué había de hacer falta otro criterio más que el suyo; de dónde habría de proceder otra fuente más alta de saber esencial y justo que de nuestros obispos y doctores.

Y si las cosas hubo que hacerlas un poco por la fuerza es porque los españoles son recios de natural y algo brutos, y no bastaba con explicarles lo que cualquiera debía llevar en su corazón: que España es católica por nacimiento y por fermento, y eso lo sabían entonces y lo saben hoy, estos últimos días sobre todo en Valencia, los niños de pecho. ¿Que hubo que depurar también el magisterio, la enseñanza media y las cátedras universitarias? Hombre, yo no lo diría así: simplemente, algunos de aquellos personajes del pasado republicano no encajaban con armonía en los planes del nuevo poder y, es lo lógico, hubo que atender a las necesidades del servicio para profundizar en la correcta dirección hacia la plenitud de la España católica y tradicional, bien entendido que tradicional en su esencia, pero actual en sus formas. Claro que hubo también que enchironar a algunos, o despacharlos directamente, pero nunca se ponderará bastante que fue un sacrificio doloroso, un precio amargo que hubo que pagar por redimir a España. Da una grima difusa, indefinible, ese afán enfermo de tantos por llamar fascista a un Estado que veló por el bien de la patria y de cuya labor sacrificada y tenaz hoy somos los principales e ingratos beneficiarios. Para qué hará falta, además, una Ley de la Memoria Histórica, y qué prisa puede haber para poner en marcha resortes pedagógicos integrales sobre el pasado, si todo es tan claro explicado de acuerdo con la probidad y la justicia histórica. ¿No?

Si al llegar aquí no están sumidos en la desesperanza más negra es que tenemos en España todavía un considerable problema. Lo esperable es que se hubiesen llevado las manos a la cabeza hace mucho rato, estupefactos ante los crudísimos embustes de semejante versión de los orígenes del franquismo. Lo verdaderamente grave, sin embargo, es que demasiada derecha española de hoy, incluso democrática y civilmente culta (como esa que tantas veces echó de menos un socialdemócrata moderado como Dionisio Ridruejo), lo crea a pies juntillas. Y creer a pies juntillas es la manera más abyecta de intentar comprender nada.

Jordi Gracia es profesor de Literatura Española de la Universidad de Barcelona y autor de La resistencia silenciosa (2004).

Y Jorge M. Reverte me hace el trabajo de comparar las portadas de aquel momento en El País

Desde luego, el 18 de julio es un día para no levantarse. Y para no dar ni golpe.