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La herencia de Vilallonga

Dedica esta semana la revista Diez Minutos su portada a un supuesto enfrentamiento entre Begoña Aranguren y Sylianne Stella cuando tan sólo faltan unos días para que se abra el testamento de José Luis de Vilallonga. Si alguien se merece cobrar lo poco o mucho que haya dejado el aristócrata, es Sylianne. Ni siquiera, tras su separación, cuando José Luis le dedicaba adjetivos que harían enrojecer a un descargador de muelles marsellés, dejó la francesa/argelina/monegasca de quererle. Ella ha sido quien le ha cuidado en sus últimos momentos. Quien ha demostrado, como decía Rochefoucauld, que se perdona en la medida en que se ama. ¿En la medida en que se ama o en la medida en que se odia? Begoña Aranguren, según la revista, no es probable que impugne el testamento, que a todas luces favorecerá a Sylianne y a los hijos del escritor, pero estaría molesta por la actitud de ésta, que ha mostrado a Vilallonga a las televisiones en toda su decrepitud antes de morir. Ella y su hijo John lo mostraron en toda su ignominia al escribir de él.

Este asunto podría tener otras lecturas:

Dijo Josh Billings: «No hay venganza tan completa como el perdón». Y Oscar Wilde algo así como «Perdona a tus enemigos, no hay nada que les enfurezca más».

¿Habéis visto Lunas de Hiel de Roman Polanski? Es mi película favorita. ¿Es Sylianne, como en cierto modo lo fue durante un tiempo la viuda del torero Julio Robles, Lilianna María, una encarnación real del personaje que interpretara Emmanuelle Seigner ?

Una venganza cruel

Escucho el viernes en Aquí hay tomate una frase de una contundencia atroz: «`Mi padre es un maricón». Era John de Vilallonga, el hijo que el escritor tuvo con su primera esposa, Priscilla Scott Thomas, autor de la biografía Vilallonga, mi padre, tal como lo conocí, editado por La Esfera de los libros. Se anunciaban para hoy informaciones relativas a la ¿Extraña? relación que mantuvieron siempre Fabrizzio, el hijo de Syliane, y su padrastro. Se insinuaba incluso un incesto. Ejercer la venganza sobre una persona que agoniza y ha manifestado que está deseando morir no es propio de un aristócrata británico, como se autoproclamama John de Vilallonga, lo suficientemente crecidito como para perdonar los agravios que su papá hubiera podido inflingirle de pequeño.

El llanto de Maricampa. Parecía Letizia a la salida de la Ruber con su Jesusín en brazos. ¿Por qué lloraba? Tal vez se acordaba de cuando la abucheaban a ella y a su familia al entrar y salir de los juzgados por el asunto del fraude a la Seguridad Social. !Qué voluble es la opinión pública!