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Los estereotipos que nos venden los anuncios de colonia

Si el mundo fuera como un anuncio de colonias, íbamos jodidos. Bueno, «íbamos» no, íbamos jodidas nosotras.

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Ejemplo: Una pareja está a punto de besarse cuando el chico se detiene mientras se suceden flashbacks en los que se le ve conduciendo un deportivo marcha atrás en dirección contraria (algo muy irresponsable dicho sea de paso), asistiendo a un combate de boxeo o yendo en moto. Al mismo tiempo su voz en off ilustra las escenas: «Unas veces me amarás. Otras me odiarás. Nunca sabrás dónde estoy o dónde vivo. No seré un ángel. Ahora lo sabes». La chica, totalmente seducida por todo esto, porque claro, quién va a resistirse a un hombre que nos dice que no se va a portar bien y que va a hacer lo que le salga de los cojones, no puede resistirse y cae rendida a sus encantos fundiéndose en un beso.

Me viene a mí un tío que me gusta y suelta eso y «Chao pescao. Ahí tienes la puerta».

Pero claro, no es el mundo real. Es el mundo de las colonias. El mundo en el que los perfumes son sinónimo de cosas diferentes ya seas hombre o mujer.

Una colonia masculina se traduce en seducción. Pero no seducción romántica de esa de regalar rosas o una cena con velitas, seducción de llevar al huerto, de pasar por la piedra, de cepillar, chuscar, pillar cacho y luego irte a toda ostia en tu moto porque eres un indomable de la vida y a ti una noche de sexo no te ata habiendo más presas que cazar. Además con cualquier mujer, porque si algo venden estos anuncios es que literalmente toda fémina en un radio de cinco kilómetros a la redonda no va a poder resistirse a tus feromonas masculinas. No, ni siquiera un ángel de Victoria´s Secret como Gisele Bündchen o Lily Aldridge.

Según One Million chasqueas los dedos y tienes dinero en efectivo, un deportivo y las bragas de la chica que quieras en el suelo. La realidad es que, aunque sea la fantasía de muchos, solo tengo un conocido que encaje en esa utopía, porque, por mucho que os duela, no está al alcance de todos. Y (¡hola, espabila, wake up!) una colonia no va a cambiarlo.

Pero pasemos ahora a los perfumes femeninos. Siguiendo el ejemplo de One Million (es que es tan TAN sexista que le provoca urticaria a mi feminista interior) nosotras chasqueamos los dedos y tenemos millones de zapatos de tacón y un anillo de compromiso con un diamante absurdamente grande nivel «Vas a acabar necesitando una muñequera porque pesa tanto que a corto plazo se va a cargar tu túnel carpiano».

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Porque lo que las colonias femeninas nos venden es seducción en cuanto a amor. Y no amor de una noche de ese que surge en Kapital con dos copas encima, no, amor del bueno del de toda la vida, del de ver gotas de pis en el suelo y seguir queriendo a la otra persona con todo tu corazón.

Entre tanta flor, nube, color pastel y música de violines nunca sé si me encuentro ante un anuncio de perfume o de compresas. Cuando veo que los protagonistas se besan, cogen a la mujer de la mano o le regalan flores ya me queda claro ante cuál estoy.

Entonces ¿a qué viene este arrebato contra los anuncios de colonias? Pues a que estoy saturada. Y no solo de esta publicidad de perfumes constante (¡que parece que no se puede regalar otra cosa!) sino de que a través de los anuncios se sigan perpetuando roles sexistas y nos sigan vendiendo una y otra y otra y otra vez que lo «normal» es que las mujeres quieran relaciones a largo plazo y los hombres solo mojar.

Más que nada porque formamos parte de una sociedad lo bastante variada como para que las estrategias de marketing se amplíen un poco de miras. Tengo amigas que después de los fuegos artificiales de la noche invitan a su acompañante a marcharse sin tan siguiera darle tiempo a ponerse los calzoncillos de nuevo y amigos que, al contrario, ya están agobiados pensando que como no tengan hijos pronto, no van a poder seguirles el ritmo cuando salgan a hacer running juntos.

Pero a fin de cuentas, quién me va a hacer caso a mí que compro las colonias por cómo huelen y no por la idea de feminidad y romanticismo con el que no me siento particularmente identificada que se empeñan en venderme.