Si algo consigue la Semana de la Moda de Madrid es que me vuelva a entrar el sentimiento de melancolía.

GTRES
He venido a trabajar, como tantas otras veces y con tantas o más ganas. Sabría definirte a la perfección el tipo de asistente al pabellón 14 solo con ponerle el ojo encima.
Sigue siendo un evento precioso pero sigue siendo un evento con mucho cuento. «Esas solo vienen a que les hagan fotos» dice una de mis compañeras periodistas de las chicas que pasean delante de la entrada, sin aparente prisa por entrar, y pendientes de los medios en los que van a salir las fotos.
Las hay también a quienes no podría importarles menos porque viven el estilo que llevan puesto, que no se ‘disfrazan’ para acudir a la pasarela, que por mucho que su cita sea un desfile se pondrían lo mismo para un cumpleaños familiar.
La gente ha cambiado, igual que la pasarela. Muchos diseñadores optan por hacer sus presentaciones fuera de los veintiocho metros de longitud del pasillo de Ifema, para que sea «menos frío», buscando el abrigo de otros focos que no sean los del recinto ferial.
Pero no quiero pasarme de dura. En lo que respecta a los invitados, hay que entenderlo. Quizás están en el camino de descubrir su amor por la moda. Incluso recuerdo que yo, cuando era más pequeña aprovechaba la cita para arrasar con todo lo que me ofrecieran por los stands.
Y ahora, años después de ese momento y dedicándome a ello, soy de esas que llega a casa después de doce horas trabajando sin parar delante del ordenador y de la pasarela, y se pone en streaming el último desfile del día porque no se quiere perder ninguna colección.
Me siguen fascinando los que, en lugar de ocupar su asiento en las gradas para ver el desfile, se quedan discretamente tras las bambalinas, sin hacer ruido, observando de cerca las prendas e incluso tocando al vuelo algún tejido para luego escribir una crónica más detallada.
Somos los que nos negamos a sacar el móvil en el carrusel final y aplaudimos con fuerza porque nos negamos a que el reconocimiento que reciban los diseñadores, al final de la exhibición, sean las pantallas iluminadas y el silencio.