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De iglesias, turistas, ropa y respeto

En verano soy guiri como la que más y dejo que la comodidad, al tener que pasar varias horas andando, sea lo que prime en mis estilismos.

Es por eso que la mochila de mi fin de semana veneciano veraniego estaba compuesta de los tres conjuntos de ropa más corta y fresca del armario.

Venecia, en esta época del año, es como cuando dejas el agua caliente de la ducha abierta y esperas un rato fuera. Una ciudad de vapor que se recorre a través del calor asfixiante (y humano) que te hace sudar como un pollo.

Por eso cada vez que entraba a una iglesia miraba de un lado a otro esperando que me llamaran la atención teniendo en cuenta mi experiencia de hace unos años en el Vaticano.

Mis temores se confirmaron en la Basílica de San Marcos. El hombre de la entrada me dijo que sería mejor si me tapaba con una bufanda.

Le dejé claro que no llevaba nada con lo que cubrirme y menos una bufanda a día 31 de julio. Así que iba dispuesta a entrar cuando un señor veneciano me increpó a voces en la misma puerta de la Basílica que me tapara mis impudorosos hombros y piernas con dos especies de manteles marrones de fibra que vendía al precio de un euro cada uno, que sino no podía entrar.

Mientras la mayoría de las mujeres (y algún hombre) lo llevaban a modo de fular o capa, yo me hice una especie de conjunto para poder entrar.

Morir de calor, definición gráfica.

Morir de calor (pero con estilo), definición gráfica.

No solo moría de calor por la dichosa fibra a cada paso que daba, sino que muchas personas dentro de la Basílica llevaban las mismas partes del cuerpo sin tapar y nadie les decía nada.

De aquello saqué dos conclusiones: en primer lugar, los venecianos son unos mercaderes natos y hasta de algo como taparse los hombros en un lugar religioso hacen negocio ya que, en mi opinión, si tan importante fuera que todo el mundo se cubriera, facilitarían esos manteles plásticos de manera gratuita.

En segundo lugar, de lo curioso que me resulta que enseñar piel (piel de los hombros y las piernas, no piel de otras zonas) sea considerado una falta de respeto pero que, en cambio, personas con el móvil jugando con aplicaciones sentadas en los bancos, haciéndose selfies formando el símbolo de la victoria o incluso personas tocando las tallas de madera centenarias, no sean recriminadas.

No creo que sea porque no son consideradas faltas de respeto sino porque todavía no han encontrado forma de monetizarlas. Pero tiempo al tiempo.

Por detrás tampoco quedaba mal

Por detrás tampoco quedaba mal.