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Mi último caso de abuso sexual en el transporte público

No consigo echarle una edad concreta, siempre se me dio mal este juego. Calculo que acumulará treinta y muchos y, en el caso de rebasarlos, los cuarenta se le quedarían cortos.

GTRES

Al poco de entrar al autobús veo que empieza a desplazarse hacia donde me encuentro yo. Algo lógico si su idea era buscar la salida, ya que me encontraba enfrente de la última puerta del autobús.

Mecánicamente, sin mirar, me hago a un lado para que salga, con la tranquilidad propia de los que nos gusta estar cerca de la salida y estamos acostumbrados a movernos las veces que haga falta para dejar pasar al resto de viajeros.

El hombre no se baja y siento que se coloca detrás de mí. Con el vaivén del autobús noto como su cuerpo se roza con el mío en numerosas ocasiones. Vale que el autobús está hasta arriba, pero nunca me he sentido cómoda cuando se trata de la invasión de mi espacio personal.

Sorteando pasajeros, y aprovechando que llegamos a una de las paradas, me desplazo unos metros hacia el interior del autobús alejándome de la puerta y de los roces inevitables del transporte público en hora punta.

El hombre, no sé si viendo el mismo espacio que estaba viendo, me sigue (tiendo a pecar de bien pensada). Pero en vez de colocarse a mi lado, enfrente de uno de los asientos, vuelve a colocarse detrás de mí. Con su cabeza casi pegada a la mía, y todo su cuerpo alrededor de mi espalda.

Suenan mis alarmas. «Mara, no te pongas paranoica» me digo tranquila. «Si quiere el móvil o la cartera, no se lo voy a poner fácil«, pienso mientras guardo el bolso entre mis piernas.

El vaivén continúa y sigo mi viaje tratando de apartarme de unos roces que según noto, se vuelven frecuentes de cintura para abajo. Y, lo que más me preocupa, no siguen el traqueteo del autobús, sino el de la persona que los ejecuta.

Respiro hondo. «Mara, no te pongas paranoica», me repito. Mi cadera me alerta de que se está chocando contra algo. Deseo fervientemente que sea el bolso de una señora que tenga al lado. La señora está lejos de mí. No es ella, es una mano.

La mano del mismo hombre que lleva todo el viaje rozándose contra mí. Respiro hondo. Muy hondo. Hondísimo. Seguro que ha sido sin querer, seguro que no se da cuenta. Pero él repite el manoseo una y otra vez. Dejo de montarme películas y asumo que lo está haciendo de manera muy consciente lo que hace que inmediatamente me enfrente a él.

Me siento vejada, expuesta, intimidada por aquel hombre de casi dos metros que, aprovechando el tumulto, va metiéndome mano un martes a las ocho de la mañana. Me giro, y le digo en alto que ya basta.

Mi italiano, imperfecto y tembloroso, le increpa que ya basta de tocarme el culo, que lleva todo el viaje haciéndolo. Que basta.

Me falta mucho vocabulario, pero esa palabra la conozco bien.

Me mira y se separa de mí diciendo que qué digo. Mi adrenalina corre, las lágrimas brotan ante semejante desfachatez. Le repito que ya basta de tocarme, que me da asco como persona, que las mujeres no estamos «a la sua disposizione». Que somos personas y no trozos de carne.

Ni siquiera sé si le hablo en italiano o en castellano. Mi voz, todavía temblorosa, ha sonado alta, bien alta. Tanto que medio autobús está mirando y el otro hace por no mirar. Y, tras mis palabras, aun memorizando su cara de estupefacción, oigo una mujer: «Brava». Otra más «brava». «Brava». Y dos más allá gritándole a él: «Escendi», «Escendi» (bájate).

El hombre, todavía incrédulo pero claramente avergonzado (una mujer gritándote que eres un cerdo y otras poniéndose de su parte diciéndote que te bajes, calan a cualquiera), se dirige a la puerta y, en cuanto llega el autobús a la parada, desaparece por la calle.

Me tiembla todo el cuerpo. Todas las mujeres que tengo alrededor se me acercan, me hablan, me dan consuelo, apoyo, me ofrecen asiento, un sorbo de agua… Agradecida cojo un pañuelo al vuelo y me seco las lágrimas. Sigo en shock, pero la piel de gallina es por otro motivo.

Podría haber estado todo el viaje diciéndole al hombre que dejara de tocarme que le habría dado lo mismo y habría continuado impertérrito, a mi lado. No fue hasta que otras mujeres se solidarizaron conmigo y le dijeron que se fuera, que se bajó del autobús.

Esta vez, la tercera que me meten mano sin mi permiso en el transporte público, no sentí asco de mí misma, sino de él, de la clase de educación que habría recibido que le hacía creerse en su derecho de tener un contacto íntimo por la fuerza, sin permiso, solo porque él era un hombre y yo una mujer. Eso era lo que realmente me daba ganas de vomitar.

Así que si, como a mí, os agreden, os tocan, os hacen u os dicen, no os calléis, no bajéis la cabeza con miedo. Alzad la voz, aunque sea entrecortada y con lágrimas de por medio, y decid en alto «NO. BASTA». Porque no estáis solas, ninguna lo está, y si yo, encontré aliadas en un país extranjero, vosotras también las vais a encontrar. Juntas podemos cambiar las cosas.

Luchad.

Una serie de catastróficas desdichas: crónica de mi pedido a Asos

Sabéis que apoyo con todas mis fuerzas las compras online: he comprado desde bolsos hasta naranjas, de maquillaje a tests de ADN. Que no soy una novata precisamente, vaya.

Así de mosqueada estoy con Asos. Sigue leyendo. WIKIMEDIA/PIXABAY

Una de mis tiendas favoritas (hasta ahora) era Asos. Vale que los precios no son los más baratos del mundo, pero a la mínima que hacían descuento (y es que hacen descuento por casi todo: que si pre-rebajas, que si rebajas, que si fin de rebajas, que si porque hace calor, que si porque hace frío…) ahí estaba yo, con el Paypal echando humo.

Pero voy a ir al grano, que lo que queréis leer es mi #dASOSperación: sentimiento de impotencia ligado a una mala experiencia con la tienda (pendiente de aceptación por la Real Academia, aunque a este ritmo de quejas igual lo incluyen antes de 2019).

Para mi regalo de Reyes le pedí a mi pareja el gorro militar de Savage Rainbow. Cuando lo descubrí, hace varios meses ya, me hizo ojitos desde el primer momento. Militar, multicolor, cantoso a más no poder y con no sé cuántas piedras pegadas a lo Sargent Pepper millennial.

El susodicho gorro de ASOS.

Pero el hecho de que costara casi 90 euros (87,99) me dolía en las entrañas, en la cartera, en las lumbares… en todo mi ser. Por eso, cuando en diciembre mi pareja me dijo «venga, que te lo regalo por Reyes, que lo han rebajado a 60 euros» estaba yo más pletórica que cuando descubrí Las Chicas del Cable.

Fue un largo mes de espera, pero cuando llegó el 6 de enero y vi la caja de Savage Rainbow debajo del árbol, casi lloro de la emoción. Abro la caja, miro dentro y… FALTABAN PIEDRAS DEL DISEÑO. Y no es que se hubieran despegado y estuvieran perdidas por la caja a lo mejor del movimiento, es que directamente no estaban. No habían llegado. Habían desaparecido como si estuvieran dando una vuelta con Will Byers por el Mundo del Revés.

Harry Potter y el misterio de las piedras desaparecidas.

«¡MANTENGAMOS LA CALMA!» le grité a mi novio que estaba leyendo Marca.es tumbado en la cama. «Aún podemos solucionarlo». Mi gran problema es que en siete días (cinco hábiles) volvía a Milán, a un piso compartido al que, directamente, no llega el correo postal, por lo que era una urgencia que llegara a mi domicilio de Madrid. «Mañana lo devuelves y mientras yo hago el pedido de uno nuevo para que me llegue a tiempo» le dije decidida.

Tuve que pagar 11,99 euros añadidos por el envío rápido, pero pensé que merecería la pena. Era imaginarme acudiendo a la pasarela milanesa con el sombrero y ya me moría de la emoción ‘fashionil’. Mientras tanto escribí un tuit a Asos subiendo la foto del gorro y recomendándoles Loctite para pegar bien las piedras. Había que desahogarse de alguna manera.

Me contestaron por privado diciéndome que lo sentían mucho y, tras saber mi situación y lo del envío, que me devolverían los 11,99 euros que tuve que pagar añadidos para que me llegara a tiempo. «Algo es algo» pensé yo.

El martes llegó el esperado gorro. Le aguardaba con tantas ganas que yo creo que hasta mi perro se alegró de ver al cartero. Abrí la caja con una reverencia que cualquiera diría que era la mismísima Meghan Markle recibiendo una corona de diamantes regalo del príncipe Harry. Lo saco del paquete y… sorpresa, le faltan otras tres piedras que también habían pasado al Mundo al Revés que debe tener Asos en uno de sus almacenes.

Que una vez me llegue el gorro defectuoso vale, ¿pero dos y encima habiendo pagado más para que llegara a tiempo? Os voy a ser sincera, el disgusto fue grande. Volví a subir otro tuit ya más mosqueada y me dijeron que hablara con el chat de ayuda.

En el chat me atendió una tal «María» que se mostró muy comprensiva conmigo y me dijo que mandaba orden de que se me mandara reemplazo inmediato para que llegara a tiempo. Mientras tanto, que mandara el segundo sombrero defectuoso de vuelta. Esa misma tarde fui a hacer la devolución y, positiva como siempre, confié en la palabra de «María».

El viernes, un día antes de volverme a Milán, me escribe «Rocío» a mi correo electrónico diciéndome que no les quedan reservas del sombrero en el almacén, pero que no me preocupe, que me pasa el link para que vuelva a comprarlo online a la tienda.

No solo no se me mandó nada en absoluto, sino que les llevó cuatro días hábiles hacer una consulta en un almacén para luego decirme que ajo y agua y que si seguía interesada, que lo comprara por tercera vez.

Vamos a ve, me llega un primer gorro defectuoso, me llega un segundo gorro defectuoso por el que encima tengo que pagar más para que me llegue a tiempo ¿y me escriben 24 horas antes de que me vaya del país para sugerirme que lo compre de nuevo por tercera vez para que me lo envíen a un sitio al que no me llega correo?

Obviamente, gastarme más dinero en algo que me había llegado mal por su culpa no entraba en mis planes y esto fue lo que le contesté a «Rocío» (¿estos profesionales no tienen apellidos?):

Y después de todo el lío, después de marcharme a Milán sin un regalo que tendría que haber estado perfecto para el día de Reyes pero que me mandaron defectuoso en dos ocasiones, me contesta un tal «Marco» ayer lunes a las 23:04 de la noche diciéndome que voy a recibir el reembolso del gorro (solo faltaría), que seguramente el sombrero haya sido «mal manejado» y que me ofrecen un 10% de descuento en mi próxima compra.

Poco dinero para que deje de incordiarles y ninguna solución que a mí me sirva al respecto ni que compense que me han tenido liada con pedidos y devoluciones y, que al final, el resultado es que Asos sigue como si nada y yo me quedo sin nada.

Por último, me dice «Marco» que espera que el mensaje sea de utilidad. Claro, todos los mensajes, y toda la experiencia, me han servido de utilidad, y mucha, ya que no pienso volver a comprar en Asos viendo que no tienen ningún filtro de calidad ni los medios para solucionar problemas de los que deberían hacerse responsables.