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Sujetador deportivo: ¿hasta qué punto es necesario?

Si en varias ocasiones os he dejado claro que soy una firma defensora del braless, hay una ocasión en la que no me lo quito ni con agua caliente: cuando hago deporte.

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Ya puede estar el termómetro marcando la temperatura de la superficie del sol que se sigue viniendo conmigo.

El sujetador deportivo, a diferencia de mi enemigo acérrimo, que es el de los aros (y por estos motivos deberías romper tu relación con él), tiene un objetivo más relacionado con la salud que con cómo luce el pecho con la ropa.

La prenda está pensada para mitigar el impacto del ejercicio sobre la zona, y por tanto evitar que se dañen las fibras mediante desgarros.

De hecho, te habrás dado cuenta de que cuando sales a correr, tus tetas tienen vida propia y van dando tumbos como si fueran la multitud de un festival de música electrónica.

Esto se debe a que el pecho se mueve de arriba a abajo hasta 12 centímetros, más de lo que te mueves tú cuando quieres coger el mando de la tele en plena sobremesa del domingo y está sobre la mesa.

El sujetador deportivo corta el movimiento de raíz ya que tiene una elasticidad muy limitada (que te lo digan a ti cuando te lo pones y te notas espachurrada). Están diseñados precisamente para el movimiento que hace el pecho, no como el sujetador normal, que en todo caso está pensado para mantener el pecho estático.

Los tejidos, de una alta permeabilidad, mantienen el sudor lejos de la piel y se adaptan a tu forma independientemente de si tienes una teta más pequeña que otra. Además los tirantes anchos consiguen que los hombros se lleven parte del golpe.

Y que, ahora mismo, gracias a la variedad que hay, va a ser difícil que no encuentres uno que te encante. Siempre puedes hacer como yo y buscarlo tipo crop top para que puedas dejar la camiseta tranquilamente en casa.