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«Te hago fotos gratis si dejas que te toque», el follógrafo de Madrid

Con esa frase es como debería anunciarse el fotógrafo Danilson Gomes (@longshoots_ en Instagram) si viviéramos en un mundo sincero.

PIXABAY

Sería un anuncio indignante, vejatorio y asqueroso, sí, pero honesto. Si la oferta te convence y estás dispuesta a dejarte tocar, al menos sabrías a lo que ibas, eso ya es decisión personal, pero no vivimos en un mundo sincero. Todavía.

Aunque afortunadamente cada vez estamos más dispuestas (si seguís leyendo entenderéis por qué hablo en femenino) a abrir la boca, porque por mucho que nos lo hayan dicho activa y pasivamente, calladitas NO estamos más guapas.

Pero pongamos el ojo sobre el objetivo, que es a lo que se dedicaba Gomes entre muchas otras cosas no relacionadas con su profesión de fotógrafo freelance o modelo.

«Yo lo viví en primera persona» declara Margalida María en su Instagram (@margalidamariax), que se hizo una sesión de fotos para una tienda con Gomes en la que ambos modelaban.

A lo largo de la sesión notó como él aprovechaba para tocarla o se acercaba a «colocarle la ropa» mientras se cambiaba. «Sé vestirme sola» aclara en la red social. «Ya sé cómo colocarme un tanga» declaraba también @chleopawtra, que también sufrió de los abusos del fotógrafo.

La declaración de Margalida María tuvo un alcance exponencial. Lo que ella pensaba que fue un caso aislado de abuso tuvo una respuesta de decenas de mujeres que afirmaban haber vivido experiencias del estilo con el fotógrafo.

Una cascada de mensajes que ella ha publicado en sus stories guardando el anonimato, documentando las vivencias de otras víctimas que hablaban de situaciones semejantes.

«Yo tenia 3000 seguidores y conté esto como he subido otras historias y nadie me ha hecho caso. Esta vez ha tenido una repercusión y Time is up. Se os acabó el chollo a ti y a todos los que os habéis aprovechado u os queréis aprovechar de mujeres» declaraba sin tapujos en el directo del lunes.

@MARGALIDAMARIAX

Conversaciones e incluso notas de audio en las que el fotógrafo se insinuaba sexualmente, pedía fotos desnudas a sus «clientes», exigía cobrar las sesiones si las modelos no se desnudaban o si acudían al estudio con pareja entre muchas otras maniobras de abuso, manipulación, acoso e intimidación que ha realizado impunemente en estos últimos 4 años.

El miedo, la vergüenza o el simple hecho de no caer en que se había vivido una situación de abuso ha hecho que se desencadenara hace dos días la reacción viral cuando Margalida María compartió la historia. Para otras está más que claro el motivo: “Tenemos el acoso tan normalizado que cuando nos sucede no nos damos cuenta” relata Adriana (@afrofucsia2.0) otra de las víctimas del fotógrafo.

INSTAGRAM @AFROFUCSIA2.0

«Si no sabes tratar a las tías, hasta que aprendas a trabajar con mujeres haz fotos a las paredes» declaró Margalida ayer en el directo.

¿Su objetivo alzando la voz contra esta experiencia tan nefasta? «Que ninguna tía quiera hacerse fotos contigo. Quiero que dejes de trabajar de fotógrafo con mujeres, que ninguna marca te pague ni te esponsorice. Aquí estamos y si nos tocan a una nos tocan a todas«.

«Ahora has sido tú pero que se preparen los que lo han hecho. Yo quiero que las mujeres puedan ir a sesiones de fotos, puedan hacerse fotos desnudas y que lo hagan cómodas, que no tengan miedo, que ninguna tenga que fingir que se pone malas para poder irse«.

Y es que las protagonistas de las historias son únicamente mujeres ya que en palabras de @magalimariax «no ha salido ninguna historia de ningún hombre en las que el se sentara a verle cómo se cambiaba o que les tocaras más de la cuenta. Por algo será» reflexionaba. «Como con los tíos sabes comportarte hazle fotos a ellos, a nosotras déjanos en paz».

El aluvión ha hecho que incluso la marca de ropa deportiva Kappa, que realizó una colaboración con el modelo/fotógrafo lanzara una declaración este lunes:

INSTAGRAM @IDENTITYDISTRIBUTION

Así como la artista Moderna de Pueblo:

Me ha indignado mucho ver lo que revelaba @margalidamariax sobre el acoso que han sentido muchas mujeres al trabajar con el fotógrafo @longshoots_ (podéis verlo en su stories) Ya le están cayendo mil insultos A ELLA. Desde el clásico "qué vas a ser modelo con lo fea que eres" hasta "no sabes cómo llamar la atención". Pero somos más las que te apoyamos, desde aquí te doy las gracias porque la única manera de que otras no pasen por experiencias asquerosas es que las que ya hemos pasado por ellas hablemos. Antes no era consciente de qué era un "abuso de poder" y ahora lo veo más claro que nunca. A los 20 años, cuando buscaba prácticas en el mundo de la publi, por ejemplo, me citó para una entrevista Mr.JefazoImportante y me hizo sentir que si le "bailaba el agua" conseguiría el puesto. "Eres muy guapa, como todas las que trabajan aquí.", me soltó a 10 cm de mi cara mientras me tenía en su despacho a oscuras cuando todo el mundo se había ido a casa. Salí de ahí y antes de llegar a mi casa vomité en la calle por el asco de lo vivido. Pero nunca pensé en que eso había sido un "abuso de poder". Me eché la culpa por ser tan inocente y tontita y simplemente pensé que era un baboso más. No son babosos, son acosadores. No somos tontitas y hemos empezado a hablar. Estés en la profesión que estés, #cuéntalo

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Mientras tanto, Gomes se ha limitado a negar las acusaciones tachándolas de mentiras y a bloquear su cuenta de Instagram (después de eliminar casi todas las fotografías que él mismo había realizado).

Os dejo algunas de las conversaciones que compartieron en Instagram para que sirvan como alerta para todas aquellas que no identifiquen este tipo de situaciones y que sean conscientes de lo que es un abuso (independientemente del nombre inocente que le pongan luego los tribunales del país):

INSTAGRAM @MARGALIDAMARIAX/@CHLEOPAWTRA/@AFROFUCSIA2.0

INSTAGRAM @MARGALIDAMARIAX/@CHLEOPAWTRA/@AFROFUCSIA2.0

INSTAGRAM @MARGALIDAMARIAX/@CHLEOPAWTRA/@AFROFUCSIA2.0

INSTAGRAM @MARGALIDAMARIAX/@CHLEOPAWTRA/@AFROFUCSIA2.0

INSTAGRAM @MARGALIDAMARIAX/@CHLEOPAWTRA/@AFROFUCSIA2.0

INSTAGRAM @MARGALIDAMARIAX/@CHLEOPAWTRA/@AFROFUCSIA2.0

Y quizás os preguntéis qué hago hablando de esto cuando anoche fue la Gala MET y religiosamente escribo sobre la alfombra roja cada año.

Porque se ha acabado el tiempo de mirar hacia otro lado. Porque me he cansado de que haya elementos que se piensen que pueden hacer lo que les dé la gana con las mujeres y salirse de rositas. Porque no conozco a ninguna de ellas pero no me hace falta, porque yo las creo. Porque no están solas. Porque a lo mejor pueden conseguir que una o dos guarden silencio, pero no van a callarnos a todas. Y porque, desde ya, pienso encargarme de sacar el nombre de esta persona en toda conversación que tenga con alguien que trabaje en el mundo de la moda para que no se olvide el daño que le ha hecho a tantas mujeres que acudieron a él con una idea tan inocente como el sueño de ser modelo, sueño del que se aprovechó mujer tras mujer, sesión tras sesión, hasta hoy.

Mi último caso de abuso sexual en el transporte público

No consigo echarle una edad concreta, siempre se me dio mal este juego. Calculo que acumulará treinta y muchos y, en el caso de rebasarlos, los cuarenta se le quedarían cortos.

GTRES

Al poco de entrar al autobús veo que empieza a desplazarse hacia donde me encuentro yo. Algo lógico si su idea era buscar la salida, ya que me encontraba enfrente de la última puerta del autobús.

Mecánicamente, sin mirar, me hago a un lado para que salga, con la tranquilidad propia de los que nos gusta estar cerca de la salida y estamos acostumbrados a movernos las veces que haga falta para dejar pasar al resto de viajeros.

El hombre no se baja y siento que se coloca detrás de mí. Con el vaivén del autobús noto como su cuerpo se roza con el mío en numerosas ocasiones. Vale que el autobús está hasta arriba, pero nunca me he sentido cómoda cuando se trata de la invasión de mi espacio personal.

Sorteando pasajeros, y aprovechando que llegamos a una de las paradas, me desplazo unos metros hacia el interior del autobús alejándome de la puerta y de los roces inevitables del transporte público en hora punta.

El hombre, no sé si viendo el mismo espacio que estaba viendo, me sigue (tiendo a pecar de bien pensada). Pero en vez de colocarse a mi lado, enfrente de uno de los asientos, vuelve a colocarse detrás de mí. Con su cabeza casi pegada a la mía, y todo su cuerpo alrededor de mi espalda.

Suenan mis alarmas. «Mara, no te pongas paranoica» me digo tranquila. «Si quiere el móvil o la cartera, no se lo voy a poner fácil«, pienso mientras guardo el bolso entre mis piernas.

El vaivén continúa y sigo mi viaje tratando de apartarme de unos roces que según noto, se vuelven frecuentes de cintura para abajo. Y, lo que más me preocupa, no siguen el traqueteo del autobús, sino el de la persona que los ejecuta.

Respiro hondo. «Mara, no te pongas paranoica», me repito. Mi cadera me alerta de que se está chocando contra algo. Deseo fervientemente que sea el bolso de una señora que tenga al lado. La señora está lejos de mí. No es ella, es una mano.

La mano del mismo hombre que lleva todo el viaje rozándose contra mí. Respiro hondo. Muy hondo. Hondísimo. Seguro que ha sido sin querer, seguro que no se da cuenta. Pero él repite el manoseo una y otra vez. Dejo de montarme películas y asumo que lo está haciendo de manera muy consciente lo que hace que inmediatamente me enfrente a él.

Me siento vejada, expuesta, intimidada por aquel hombre de casi dos metros que, aprovechando el tumulto, va metiéndome mano un martes a las ocho de la mañana. Me giro, y le digo en alto que ya basta.

Mi italiano, imperfecto y tembloroso, le increpa que ya basta de tocarme el culo, que lleva todo el viaje haciéndolo. Que basta.

Me falta mucho vocabulario, pero esa palabra la conozco bien.

Me mira y se separa de mí diciendo que qué digo. Mi adrenalina corre, las lágrimas brotan ante semejante desfachatez. Le repito que ya basta de tocarme, que me da asco como persona, que las mujeres no estamos «a la sua disposizione». Que somos personas y no trozos de carne.

Ni siquiera sé si le hablo en italiano o en castellano. Mi voz, todavía temblorosa, ha sonado alta, bien alta. Tanto que medio autobús está mirando y el otro hace por no mirar. Y, tras mis palabras, aun memorizando su cara de estupefacción, oigo una mujer: «Brava». Otra más «brava». «Brava». Y dos más allá gritándole a él: «Escendi», «Escendi» (bájate).

El hombre, todavía incrédulo pero claramente avergonzado (una mujer gritándote que eres un cerdo y otras poniéndose de su parte diciéndote que te bajes, calan a cualquiera), se dirige a la puerta y, en cuanto llega el autobús a la parada, desaparece por la calle.

Me tiembla todo el cuerpo. Todas las mujeres que tengo alrededor se me acercan, me hablan, me dan consuelo, apoyo, me ofrecen asiento, un sorbo de agua… Agradecida cojo un pañuelo al vuelo y me seco las lágrimas. Sigo en shock, pero la piel de gallina es por otro motivo.

Podría haber estado todo el viaje diciéndole al hombre que dejara de tocarme que le habría dado lo mismo y habría continuado impertérrito, a mi lado. No fue hasta que otras mujeres se solidarizaron conmigo y le dijeron que se fuera, que se bajó del autobús.

Esta vez, la tercera que me meten mano sin mi permiso en el transporte público, no sentí asco de mí misma, sino de él, de la clase de educación que habría recibido que le hacía creerse en su derecho de tener un contacto íntimo por la fuerza, sin permiso, solo porque él era un hombre y yo una mujer. Eso era lo que realmente me daba ganas de vomitar.

Así que si, como a mí, os agreden, os tocan, os hacen u os dicen, no os calléis, no bajéis la cabeza con miedo. Alzad la voz, aunque sea entrecortada y con lágrimas de por medio, y decid en alto «NO. BASTA». Porque no estáis solas, ninguna lo está, y si yo, encontré aliadas en un país extranjero, vosotras también las vais a encontrar. Juntas podemos cambiar las cosas.

Luchad.

Tu forma de vestir podría influir en que te acosen según Donna Karan

Cada vez que oigo una justificación sobre la violencia de género basada en la vestimenta que llevaba la víctima se me enciende el pelo.

Pero cuando esa justificación la pronuncia alguien como Donna Karan, precisamente una diseñadora conocida por desarrollar en los años 80 el power suit, que era el nuevo traje para la mujer trabajadora, ya ni os cuento.

A la izquierda Rita Ora llevando un DKNY para los VMA. A la derecha una foto de la diseñadora. GTRES

La neoyorquina, ante los abusos del productor Harvey Weinstein, declaró que por cómo va vestida una mujer podría estar buscándolo: «¿Cómo nos presentamos como mujeres? ¿Qué es lo que estamos pidiendo? ¿Lo estamos pidiendo mostrando nuestra sensualidad y sexualidad?».

No es ya solo el hecho de que alguien haga este tipo de declaración en 2017 (que estamos en 2017, no en 1940, que es donde parece que se ha quedado a vivir más de uno), sino el hecho de que lo haga una diseñadora de moda que, que yo sepa actualmente, y por lo que he visto en archivos fotográficos más antiguos, crea todo tipo de vestidos.

Y mirad que he rebuscado bien en pasarelas antiguas, pero nada, ni una sola colección hecha de bolsas de patatas o burkas que evitaran mostrar la sensualidad y sexualidad de las mujeres que ha vestido, las dos características que achaca a que se den estos abusos. No, ni siquiera cuando Rita Ora se presentó en la alfombra roja de los Video Music Awards con ese vestido rojo.

De hecho lo que he visto es todo lo contrario, especialmente en la colección que sacó para esta primavera con escotes que llegaban hasta los túneles de la línea 6 de metro. Una colección que definía con sorna un tuitero como: «Donna Karan, moda para mujeres que lo van pidiendo«.

Lo que dice la diseñadora huele a machismo, pero, y ya que hablamos de una modista, a machismo rancio, de fondo de armario con naftalina. Ese machismo empeñado en lavarse las manos de toda responsabilidad y echar la culpa a la víctima de una situación.

Imagino que Karan, por esta regla de tres, también culpará a una persona de color si es agredida por motivos racistas. A fin de cuentas es culpa de esa persona por ir mostrando su piel oscura en vez de ponerse una máscara de varón blanco de mediana edad.

¿A que os suena descabellado? Justificar el abuso de una mujer por cómo va vestida también lo es.

Esto es lo que te va a pasar si intentas meterme mano

(Luego no digas que no te avisé)

GTRES

Bailo ligera, feliz en mi burbuja de música latina mientras muevo las caderas y sonrío a mi amiga entre los mechones de pelo que insisten en cubrirme la vista cada vez que muevo la cabeza con un poco más de ritmo.

Estamos las dos solas y puedo sentir como, poco a poco, nos van acorralando contra una de las paredes de la pista como si fuéramos presas. Lo hacen repetida y sistemáticamente a lo largo de la noche, como si solo por el hecho de estar bailando sin compañía masculina lanzáramos un mensaje invisible de que estamos abiertas y perceptivas. Lo que estamos haciendo es tratar de disfrutar de la noche con una amiga. Sin más misterio ni otro objetivo que no sea el de divertirnos juntas bailando.

Con más o menos tacto, en función de los modales de los que se acercan, rechazamos, negamos o nos apartamos bruscamente de los que intentan alejarnos de la otra, de los que buscan aislarnos. Cuando creía que los españoles eran los que menos entendían un «No» por respuesta llegan los italianos. No es que no entiendan el «No», es que lo entienden pero no lo aceptan. Insisten, te cogen, se pegan todavía más, te pellizcan el moflete y te repiten la misma cantinela a voces. «¿Cómo te digo que no, que no estoy interesada?». Y ya por fin, cuando a la enésima vez lo repites seria, rozando el enfado, heridos, momentaneamente, en su orgullo, se alejan y van a por otra aún más desprevenida.

Pero en uno de los rechazos siento que, no contento con mi respuesta, una mano se desliza por mi espalda y roza mi culo. No es un contacto casual o accidentado, pues puedo notar como la palma y sus dedos se regocijan con mi forma. Inmediatamente, de manera intuitiva pego un grito y me aparto. Veo al que me ha metido mano, aprovechando la situación de que se alejaba de nosotras. En ese momento todos mis niveles de adrenalina se disparan, me ciegan, me embalan y solo puedo ver su nuca de espaldas alejándose. Sé que cuento con escasos segundos antes de que se pierda definitivamente entre la gente. No los malgasto. Sin pensar, de manera automática, le cojo del hombro. Era más alto y seguramente más pesado, pero yo contaba con el impulso y el enfado, por lo que rápidamente le giro hacia mí. Mi otra mano se pliega sobre sí misma, retrocede y seguidamente vuela. Atraviesa el espacio cargado de humo e impacta en su cara con fuerza. Sé que le he hecho daño porque a los segundos recibo un latigazo en el nudillo de dolor. Jamás había pegado un puñetazo que no fuera a un saco de boxeo. Se lleva las manos a la cara y esta vez dejo que se vaya corriendo.

Y me quedo ahí. Con la mano y el orgullo dolido. Sintiendo satisfacción por haberme defendido sola, asco porque se haya sentido con el derecho de tocarme algo tan íntimo y al mismo tiempo preocupación por si le sangrará la nariz (sí, aún encima de lo cerdo que ha sido me preocupa su nariz). Me siento dolida por haber tenido que pegar y en una parte de mi cabeza se proyectan mis padres disgustados conmigo, que siempre me han enseñado que la violencia física no trae nada bueno y no debo recurrir a ella. Pero luego, más tarde, cuando ya llego a casa de madrugada, pienso con calma en lo que ha pasado. No he sido yo quién ha actuado mal. Me he defendido de una agresión física. He reaccionado ante un abuso que ha sucedido sin mi consentimiento sobre mi propio cuerpo. Es decir, si él no me hubiera acosado en primer lugar, jamás en la vida le habría dado un puñetazo.

Tuve miedo durante la noche de volver a encontrármelo, de que el chico regresara con amigos, pero si me volviera a suceder, sin duda alguna, volvería a hacerlo, porque (y esto de verdad que necesitamos metérnoslo en nuestra cabeza) NADA justifica que alguien te toque sin tu permiso. NADA justifica que te hagan algo que no quieres y NADIE puede criticarte por haberte defendido si has tenido la mala suerte de vivirlo.

(Y quiero pensar que el cabrón de la discoteca se lo pensará dos veces antes de volver a faltarle a otra mujer el respeto)