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Adiós a las azafatas en los podios de ciclismo australianos

(Asumo que puede parecer irónico que como azafata opine sobre este tema, como lo irónico que resulta que tu monitor de spinning, ese que te hace sudar la gota gorda, se llame Ángel o que tu profesora de yoga se llame Dolores.)

GTRES

Este martes, la UCI World Tour 2017, comenzaba sin las célebres azafatas que besan y entregan los premios a los ciclistas. Mi yo interior se frota las manos con la de críticas que podemos sacar de esto.

En primer lugar, las sustitutas de las azafatas iban a ser jóvenes promesas del ciclismo mientras que, en la entrega de este martes, fue un compañero del ciclista ganador de la primera prueba, Caleb Ewan, el que le colocó el maillot de ganador. O en otras palabras, un puesto menos de trabajo a no ser que pretendieran que las jóvenes promesas fueran ‘de gratini’.

Aunque como azafata opino que es un trabajo menos, como mujer, es un paso más en el largo y angosto caminito hacia la igualdad. Y es que como recoge El Periódico, Leon Bignell, ministro de deportes de South Australian, explicó a ABC News que «no tiene mucho sentido que el Gobierno pague a las azafatas del podio al tiempo que financia tratamientos psicológicos para ayudar a las chicas jóvenes con trastornos provocados por su imagen corporal».

Mikel Landa, tercero del Giro 2015, declaró en El Correo que «es la línea por la que debemos ir. Las azafatas en los podios sobran. Es como tratarlas como objetos, las infravaloramos. Aquí es una costumbre arraigada y nadie se atreve a dar el paso, pero hay que admitir que poner ahí arriba a mujeres elegidas por ser guapas y tener buen cuerpo no es la mejor imagen que se pueda dar de ellas».

Si algo tengo claro después de cuatro años trabajando de azafata es que es un trabajo basado en el sexismo que no quita que sea una profesión digna con la que poder ganarse la vida. El hecho de que eliminen esta profesión en un evento de proyección mundial es una forma de comunicar alto y claro el mensaje de que ya no vende única y exclusivamente el cuerpo de una mujer. Y, para las que nos dedicamos a ello, encontraremos otras cosas con las que poder ganarnos la vida ya que valemos más que para dar imagen.

Los propósitos que se deberían proponer en 2017

Ya es 2017. Ya es todo nuevo, todo mágico, todo parte de cero y empezamos las primeras páginas del que será otro libro de 365.

En mi casa, como en muchos hogares españoles, tenemos la 1, aunque no hemos podido resistirnos a pasar por Antena 3 a ver el vestido de Cristina Pedroche. Este año coincidimos en que se le veía menos carne.

Como iba diciendo, vemos la 1, con su habitual show post campanadas de cantantes haciendo play-back acompañados de bailarinas medio desnudas.

Me doy cuenta de que es el momento de pensar mis propósitos. Al gimnasio ya voy regularmente, como sano, no fumo y no bebo. Entonces, ¿qué me puedo proponer para el 2017?

Las bailarinas finalizan la coreografía y se quedan congeladas en una postura como esperando mi respuesta y me doy cuenta de que la tengo delante de mis ojos.

Si en 2016 me quejaba de la cosificación de la mujer sigue siendo una batalla para librar en 2017. Me doy cuenta de que la desnudez sigue siendo el coeficiente de la mayoría de las cadenas televisivas esa noche, pero es algo que tocará reivindicar también cuando aparezca en la publicidad impresa.

Si en 2016 empezamos a sentirnos familiarizados con el término «gordibuena» en contraposición con las colecciones que salieron en pasarela, todas empeñadas en marcar abdominales u oblicuos, para 2017 tendremos a una Barbie de talla 40 interpretada por Amy Schummer. Espero que tengamos también diversidad en la pasarela, y no solo de tallas sino de etnias.

Para 2017 pido también que desaparezca el pink tax, ese porcentaje extra que pagamos las mujeres por los productos de higiene solo por ir destinados a nosotras. Otro propósito es que desgraven las compresas y tampones como bienes de primera necesidad que son.

De 2016 es asignatura pendiente la presión estética también en los hombres, ya que han aumentado en los últimos años los casos de vigorexia y estos, que antes no pasaban por el quirófano, se han animado a probar el bisturí. Que 2017 sea el año de aceptarnos. Aceptarnos no solo a nosotros mismos sino a los demás, que entendamos que la vida se basa en elecciones y que igual de bien está quien se depila como quien no, quien va sin nada y quien va con sujetador.

En 2016 hemos aprendido que el nombre de la tienda no garantiza la calidad del producto. A ver si para 2017 entiende el sector textil que con la salud del consumidor no se juega y que hasta unas inocentes sandalias pueden dejarte cicatrices en los pies para el resto de tu vida.

Pero sobre todo quiero que si 2016 fue el año en el que me quejé de los piropeadores anónimos y escribí acerca de accesorios para evitar las violaciones, este año no tenga que hacerlo, no tenga que reivindicar que quiero que las mujeres nos sintamos seguras. Sé que digo esto habiendo ya una víctima por violencia de género (¡y no llevamos ni 48 horas de nuevo año!) pero este 2017 tiene esa gran lucha pendiente.

Los estereotipos que nos venden los anuncios de colonia

Si el mundo fuera como un anuncio de colonias, íbamos jodidos. Bueno, «íbamos» no, íbamos jodidas nosotras.

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Ejemplo: Una pareja está a punto de besarse cuando el chico se detiene mientras se suceden flashbacks en los que se le ve conduciendo un deportivo marcha atrás en dirección contraria (algo muy irresponsable dicho sea de paso), asistiendo a un combate de boxeo o yendo en moto. Al mismo tiempo su voz en off ilustra las escenas: «Unas veces me amarás. Otras me odiarás. Nunca sabrás dónde estoy o dónde vivo. No seré un ángel. Ahora lo sabes». La chica, totalmente seducida por todo esto, porque claro, quién va a resistirse a un hombre que nos dice que no se va a portar bien y que va a hacer lo que le salga de los cojones, no puede resistirse y cae rendida a sus encantos fundiéndose en un beso.

Me viene a mí un tío que me gusta y suelta eso y «Chao pescao. Ahí tienes la puerta».

Pero claro, no es el mundo real. Es el mundo de las colonias. El mundo en el que los perfumes son sinónimo de cosas diferentes ya seas hombre o mujer.

Una colonia masculina se traduce en seducción. Pero no seducción romántica de esa de regalar rosas o una cena con velitas, seducción de llevar al huerto, de pasar por la piedra, de cepillar, chuscar, pillar cacho y luego irte a toda ostia en tu moto porque eres un indomable de la vida y a ti una noche de sexo no te ata habiendo más presas que cazar. Además con cualquier mujer, porque si algo venden estos anuncios es que literalmente toda fémina en un radio de cinco kilómetros a la redonda no va a poder resistirse a tus feromonas masculinas. No, ni siquiera un ángel de Victoria´s Secret como Gisele Bündchen o Lily Aldridge.

Según One Million chasqueas los dedos y tienes dinero en efectivo, un deportivo y las bragas de la chica que quieras en el suelo. La realidad es que, aunque sea la fantasía de muchos, solo tengo un conocido que encaje en esa utopía, porque, por mucho que os duela, no está al alcance de todos. Y (¡hola, espabila, wake up!) una colonia no va a cambiarlo.

Pero pasemos ahora a los perfumes femeninos. Siguiendo el ejemplo de One Million (es que es tan TAN sexista que le provoca urticaria a mi feminista interior) nosotras chasqueamos los dedos y tenemos millones de zapatos de tacón y un anillo de compromiso con un diamante absurdamente grande nivel «Vas a acabar necesitando una muñequera porque pesa tanto que a corto plazo se va a cargar tu túnel carpiano».

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Porque lo que las colonias femeninas nos venden es seducción en cuanto a amor. Y no amor de una noche de ese que surge en Kapital con dos copas encima, no, amor del bueno del de toda la vida, del de ver gotas de pis en el suelo y seguir queriendo a la otra persona con todo tu corazón.

Entre tanta flor, nube, color pastel y música de violines nunca sé si me encuentro ante un anuncio de perfume o de compresas. Cuando veo que los protagonistas se besan, cogen a la mujer de la mano o le regalan flores ya me queda claro ante cuál estoy.

Entonces ¿a qué viene este arrebato contra los anuncios de colonias? Pues a que estoy saturada. Y no solo de esta publicidad de perfumes constante (¡que parece que no se puede regalar otra cosa!) sino de que a través de los anuncios se sigan perpetuando roles sexistas y nos sigan vendiendo una y otra y otra y otra vez que lo «normal» es que las mujeres quieran relaciones a largo plazo y los hombres solo mojar.

Más que nada porque formamos parte de una sociedad lo bastante variada como para que las estrategias de marketing se amplíen un poco de miras. Tengo amigas que después de los fuegos artificiales de la noche invitan a su acompañante a marcharse sin tan siguiera darle tiempo a ponerse los calzoncillos de nuevo y amigos que, al contrario, ya están agobiados pensando que como no tengan hijos pronto, no van a poder seguirles el ritmo cuando salgan a hacer running juntos.

Pero a fin de cuentas, quién me va a hacer caso a mí que compro las colonias por cómo huelen y no por la idea de feminidad y romanticismo con el que no me siento particularmente identificada que se empeñan en venderme.