Ahí estaba yo hace un mes, rellenando los casi tres folios de documentación que me exigía la Camera Della Moda Italiana para formar parte de la stampa o prensa acreditada. A eso hubo que sumarle 60 euros que salieron de mi bolsillo que pagas a la Camera que (supuestamente) se cobran para luego darte un ‘sinfín de facilidades’ cuando llega la Semana de la Moda (esas facilidades son agua gratis y autobuses que te llevan a los desfiles en los que NUNCA hay plazas ya que somos cientos).
La prensa funciona de tal manera que aún estando acreditado y pagando los 60 euros no tienes derecho a entrar a los desfiles. Básicamente de lo que se encarga la Camera es de incluirte en la lista de prensa que hacen llegar a las casas de la moda, que son las que deciden a quién invitan y a quién no. Así que cuando empezaron a llegar invitaciones a los desfiles y presentaciones, era la persona más emocionada del norte de Italia.
Mi primer desfile en la MFW (Milan Fashion Week) fue el de Kristina Ti, italiana oriunda de Torino de estilo hippie chic cuya colección se llamaba Fly with me (Vuela conmigo), o, como a mí me gusta llamarla, Squash with me (Espachúrrate conmigo), ya que los standings (es decir, todos aquellos sin asiento que no somos compradores, influencers o celebrities, en otras palabras, prensa y blogueros) nos apretujamos alrededor de las paredes del Palazzo Bovara.
Pese a que fui de las primeras en llegar, entré de las últimas (lo de echar a correr para coger sitio cuando retiran la cinta de seguridad es algo que siempre me ha dado mucha pereza), lo que supuso que los sitios pegados a la pared estaban ocupados y tenía que ponerme delante de alguien. La opción quedarme fuera NO estaba contemplada. Así que me puse donde me indicó la acomodadora con la mala suerte de que le tapaba la visión a una japonesa con una chaqueta naranja fluorescente de peluche que llevaba una mochila hiperrealista de Bob Esponja quitándose la piel de la cara y dejando a la vista los músculos (esto es para que os hagáis una idea de cómo iba vestido el personal). Como soy educada, busqué otro sitio en el lateral de un conjunto de bancos. Al segundo entro un PGI o ‘Pequeño Grupillo de Influencers’ (aunque en este caso también se podría llamar Pequeño Grupillo de Imbéciles).
Para empezar una de ellas preguntó a otro chico del PGI si iba con ellos, y en cuanto el chico le dijo que no empezó a llamarme «puta» (además de otras lindezas que incluían a mi madre) por ser alta y no dejarle ver bien. O era maleducada empedernida de esas que parece que va a clases particulares de grosería o la criatura pensaba que no entendía italiano (de todas formas puttana en concreto es un insulto que se entiende universalmente yo creo).
La cosa es que al empezar el desfile, en vez de mirar la colección, el PGI se dedicó a retransmitir en directo, hacerse selfies y a documentar todo excepto la línea de ropa que paseaba delante de ellos, basada en terciopelo, anchuras tipo kimono, verdes botella, burdeos y azul oscuro, por cierto.
AEn cuanto terminó corrí en transporte público (intentar conseguir plaza en los autobuses de la Camera estaba descartado) hacia el otro desfile. «Cuánto glamour» me decía alguna seguidora que vio los stories que iba subiendo de los desfiles en @meetingmara. Bueno, eso es porque no me viste en ese momento subiendo los escalones del metro de tres en tres, sudada y con todo el pelo pegado en la frente, querida.
La situación se repitió: prensa apretujada contra la cinta como si fuéramos ganado, invitadas medio histéricas empujando, la calma chicha de la mujer que llevaba las listas… Y por supuesto, la falta de asientos y la gran cantidad de personas apretujadas contra las paredes del sitio. A diferencia de la Semana de la Moda madrileña, mi querida Mercedes-Benz Fashion Week, en la que todos los desfiles tienen lugar en las dos gigantescas pasarelas de Ifema, en Milán los desfiles se realizan en lugares representativos como palacios en los que, a lo largo de las estancias, desfilan las modelos. Por mucho que este sistema les permita meter entre (calculando a ojo) el doble de asistentes que en la MBFW al final aquello acaba siendo un caos tanto en las entradas como en las salidas e incluso una mala experiencia para espectadores que en muchas ocasiones no pueden ni ver en condiciones en desfile.
Luego están los que tienen la oportunidad de verlo en primera fila pero prefieren verse a sí mismos en la pantalla del móvil. ¿Mi conclusión del primer día? Si algo tienen en común las pasarelas de ambos países mediterráneos es el postureo.