Que me miren mal o no al pasar, me parece secundario.
(Medianoche. Un pueblecito en el norte de Italia.)
Me encuentro a punto de subirme en el coche para acercarnos a una discoteca cuando me preguntan si no voy a pasar por casa a coger los zapatos de tacón.
Pregunto el porqué mirando el conjunto que llevo esa noche: un pantalón de cintura alta, un crop top y mis Converse blancas. Algo que, para ser una persona que se pasa la vida en pijama o en chándal, definiría como arreglado pero informal y perfecto para una noche de fiesta.
Cuando explico que no he metido ningunos tacones en la maleta, me miran extrañados como si hubiera dicho que la he utilizado para pasar partes de un cadáver troceado por la aduana. Vamos, muy mal.
–No puedes entrar a la discoteca con zapatillas.
Vale que en España también tenemos ciertos sitios en los que ponen pegas con la indumentaria, pero lo de que casi te impongan ir con tacones es algo que me parece ridículo.
Voy a una discoteca a bailar, a moverme, a dejarme llevar por la música, a pasármelo bien, no a presumir de pierna estilizada que es para lo único que sirven los zapatos altos.
No voy a la discoteca para ser tratada como un objeto aunque el simple hecho de que locales permitan la entrada gratuita a las mujeres ya sea una forma de usarnos como cebo.
Finalmente entro. Veo que hay otras chicas de zapato plano que lo compensan llevando el outfit arreglado hasta el extremo (para mi gusto).
Según van pasando las horas de fiesta veo que nos dividimos en dos grupos: las que van buscando un sitio donde sentarse cada poco tiempo y las que bailan toda la noche. Os dejo imaginar cuáles son las que llevaban tacones.
Recogiéndonos les explico que, para mí, los tacones no son algo más que para una ocasión puntual. Aunque también es cierto que soy un caso menos convencional.
Después de tantos años trabajando de imagen sobre zapatos altos en eventos en los que me he dedicado durante horas a maldecir su existencia, he acabado ligándolos a un sentimiento algo negativo.
Aún con esas sí que me he dejado caer con ellos en una boda, desfile o bautizo. Pero voluntariamente, que las imposiciones nunca fueron buenas, y menos, como en este caso, las meramente estéticas.