Archivo de octubre, 2016

Tetas sí, pezones no

Cuando te haces un tatuaje, una de las primeras cosas a cumplir es que no debes llevar ropa apretada en torno a él. Estrenando uno en el costado, iba a ser complicado el tema del sujetador, así que opté por pasar aquella primera semana sin llevarlo.

FEMEN

FEMEN

Las mujeres bien sabéis de qué os hablo, pero, queridos hombres, ¿cómo explicaros la gloriosa sensación de ir con el pecho suelto? Permitidme que os la describa como mejor se me ocurre: es como cuando después de un día nadando en la piscina te metes en la cama y aún sientes como si te mantuvieras en suspensión dentro del agua, como cuando haces algo muy bien en el trabajo y te felicitan por ello, como cuando conocéis a una chica con la que compartís aficiones.

He trabajado, he salido de fiesta y he quedado con amigos siempre sin sujetador durante una semana. Sin él me sentía ligera, libre, hasta el punto de que casi caminaba más recta al no encorvar la espalda por inercia de la presión del sujetador.

Y en uno de estos benditos momentos, en uno de mis instantes de felicidad corporal, de comodidad máxima, recibo críticas porque en una de esas ocasiones se me notaban los pezones.

Haciendo memoria, recuerdo que he recibido algún que otro comentario al respecto, de manera privada, porque en ciertas fotos de Instagram, en las que salgo con tops deportivos, sucedía lo mismo.

No sé si debería haberme sentido avergonzada pero la verdad es que no sentí pudor alguno. Las tetas tienen pezones y el sujetador es un invento que, además de colocarlas en posiciones antinaturales, da una forma irreal de seno perfectamente redondo cuando la realidad es que todos, absolutamente todos, están coronados por esas glándulas.

Y aunque entiendo que no todas tenemos la suerte que tengo yo de poder ir sin sujetador sin que me resulte incómodo o molesto (de las pocas ventajas de tener pecho pequeño), si en algún momento decidimos hacerlo, que sea sin agobios por nuestro cuerpo.

Sí, se me transparentan los pezones, llevo las largas puestas, los llevo como los timbres de un castillo y no quiero ocultarlo, porque por mucho que nos digan que es feo, obsceno o de mal gusto por provocativo, la realidad es que se trata de otra manera de desigualdad.

Mientras que nadie se va a quedar mirando a un hombre al que se le marcan con la camiseta, las mujeres no podemos mostrar los pezones porque no debemos tener sexualidad. Socialmente el pezón femenino no existe, ya que, una vez más, el cuerpo no es nuestro, sino que es algo que debemos ocultar por si puede causar excitación o malestar por si transmite que somos nosotras las que la estamos sintiendo.

Así que a todas aquellas rebeldes con causa o a aquellas, que como yo, vais más cómodas por la vida sin él, no os avergoncéis, porque es lo natural. Y a quien no le guste, que no mire.

La importancia de decirle a tu hija «bonita»

Hace unos años, en una de esas discusiones que todos tenemos en algún momento con nuestras madres, recuerdo reprocharle a mi madre que nunca me hizo sentir especialmente bonita.

MARA MARIÑO

MARA MARIÑO

Recuerdo haber comparado nuestra relación madre-hija con la de alguna otra mujer con su hija y haberle dicho que habría preferido que me hiciera sentir más segura de mí misma en ese aspecto.

Hay que ser tonta.

Mamá, gracias por no haberme llamado «bonita» pero haber alabado siempre cada uno de los escritos que traía del colegio o aquellos que hacía en casa en esa época en la que me pasaba el día escribiendo. Escribiendo de lo que fuera y sin saber, simplemente dejando que las letras surgieran. Porque siempre me dedicabas tiempo a que lo leyera y me hacías la mejor de las críticas.

Papá, gracias por no haberme llamado «bonita» pero haber presumido siempre de mí por mi valentía por aquella vez que, de manera resolutiva con mis ocho o nueve años, le quité a un caballo un tábano que le estaba chupando la sangre. Casi me parece ver como imitas mi gesto quitando el insecto (que con tu mímica casi más que un tábano parece un ratón por el tamaño) y describiendo como lo solté con toda la naturalidad del mundo. Gracias por seguir contando esa historia, no dejes de hacerlo.

Gracias por no haberme llamado «bonita» pero sí «creativa», «imaginativa» o «audaz». Gracias por haberme hecho sentir imparable desde que entendisteis que esta cabeza mía no quería ciencias si había unas letras que pudieran llenarme las manos.

Gracias por no haberme llamado «bonita» pero sí «trabajadora», «luchadora» o «constante» cada vez que me quedaba en casa estudiando o cada vez que cogía otro y otro evento para ahorrar algo más de dinero.

Gracias porque debido a ello he crecido sin pensar mucho en el aspecto, ni en el ajeno ni en el propio. Gracias porque, por ello, he aprendido a valorar otras cosas, a dejarme guiar por ellas. A sacar de mí el mejor de los partidos por dentro, ya que por fuera nunca he sabido hacerlo.

Gracias por comprarme todas esas películas de las princesas Disney pero también por leerme El Quijote y Juan Sin Miedo por las noches. Porque echo la vista atrás y siento que no podríais haber formado a una persona más completa como me siento yo con vuestra educación.

Y gracias también, por las veces que sí lo habéis hecho, aunque, si he de ser sincera, admito que nunca me llenó tanto como cuando me llamasteis o me hicisteis sentir orgullosa de ser cualquiera de las otras.

Al pan, pan y a los labios, vino

Pero no en copa o del cartón de Don Simón (para las universitarias) sino en forma de lápiz labial, pintalabios o gloss.

Este otoño, quitando el color rojo que es el clásico por excelencia (en serio, si no sabéis que pintalabios comprar, invertid en una buena barra de color rojo, no os arrepentiréis) como el otoño anterior, y el anterior, y el anterior del anterior, vuelven los colores de frutas oscuras.

¡Oh Dios mío! ¿En serio? Vaya, esto sí que no me lo esperaba. Los colores como cereza, ciruela oscuro o frambuesa abandonan los fruteros y son perfectos para las jornadas diurnas.

De los rojos y granates vamos pasando a tonos más oscuros llegando a los marrones como el chocolate o a morados como el berenjena que podemos llevar tanto de día como de noche.

Kourt K @paulaohenoja 😍 A beautiful deep purple, perfect for fall!

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A partir de aquí entramos en territorio de intrépidas. Los colores otoño-invierno 2016 se siguen oscureciendo y llegando, no solo a un arándano más oscuro, sino incluso al negro.

El mate en todos los colores es EL ACABADO, así, en mayúsculas. Continuará en invierno, con la dificultad añadida de que con el frío no podrá lucirse en todo su esplendor ya que los labios son muy sensibles a las bajas temperaturas (y acabamos con la boca más cuarteada que un código de barras). Para compensar deberemos llevarlos bien hidratados por debajo.

BROWN SUGAR. this Friday 12pm.

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Su homólogo, el brillante efecto satén (casi puedes sentir los pelos quedándose pegados en el gloss transparente), será el otro acabado tendencia para ocasiones especiales.

Y por último, algo más complicados de llevar pero increíblemente bonitos (tanto que acabarás picando con el de la purpurina y escupiendo brillo durante varios días), los acabados metalizados y glitter para las noches en las que no queramos pasar inadvertidas.

No te cortes flequillo, es una trampa

Caen un poco las temperaturas y nos volvemos locos con el otoño. El cambio de armarios, la carrera contra los días que cada vez son más cortos o el flequillo son algunas de las cosas que caracterizan a esta época.

Porque claro, llevar flequillo en verano y terminar con la frente blanca contrastando con nuestro bronceado no es algo que funcione. ¿Habéis visto alguna vez que se lleve el flequillo en verano? Nunca. Es como si Suchard pretendiera que comiéramos sus turrones a principios de junio. Con el frío aumentan las ganas de abrigarse, que vienen de la mano con dejarse crecer los pelos (incluyendo los del flequillo).

He de confesar que soy el prototipo de mujer que pega el tijeretazo a esos mechones delanteros para lucirlo. Siempre me sucede lo mismo. Me pongo a leer la revista de moda de turno en la que aparece (introducir nombre de actriz famosa aquí) con su flequillo recién cortado.

«Oh, qué bien me quedaría esto a mí» piensa mi cerebro mientras dejo la revista y me planto en la peluquería (porque así soy yo con los cambios de peinado, me dejo llevar por los venazos, y claro, tener la peluquería a cinco minutos de casa no ayuda). Una hora después me doy cuenta de que no soy (introducir nombre de actriz famosa aquí) y por tanto no me queda tan bien como a ella.

A lo hecho pecho y al flequillo cepillo. Y secador. Y 15 minutos que tendrás que dedicarle cada mañana para llevarlo decentemente peinado. Porque esa es otra. Te despiertas con el flequillo como la situación política española, con cada pelo mirando para un lado.

Cuando por fin le has cogido el tranquillo al cepillo cilíndrico, cuando por fin has aprendido la técnica de muñeca necesaria para darle forma con el secador, el flequillo ha crecido y vives entre la angustia de comerte a la gente por la calle y el sufrimiento que es que se te meta en los ojos. Porque puedes estar años para dejarte crecer un poco de melena que en unas semanas los pelos del flequillo han crecido cinco veces más rápido que cualquiera del resto de los pelos de tu cabeza. No me preguntéis por qué pero es así. Científicos de Massachusetts llevan años estudiando este fenómeno sin averiguar a qué se debe.

#fringehaircut #fringehair #haircut #newhair #newhaircut

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La cosa es que al final acabas hartándote del flequillo. Que sí, hacedme caso. Yo también pensaba que no, pero acabas cansada. Se ha convertido en esa parte de cuerpo que atrae la grasa como si de un imán se tratara. Si el pelo te aguanta uno o dos días sin lavar, el flequillo a la media hora de lavártelo ya está medio grasoso de la de veces que has tenido que colocártelo. En ese punto, lo único que puedes hacer es dejarlo crecer y rezar porque crezca rápido, ya que estás unas semanas en ese punto de no-lo-bastante-corto-como-para-que-no-dificulte-la-visión y no-lo-bastante-lago-como-para-que-quede-bonito-si-se-lleva-abierto.

Que aunque también tiene sus cosas buenas, como poder llevar las cejas como orugas procesionarias (ojo con las ventiscas traicioneras), si no eres de las intrépidas con pulso de cirujano que se atreve a cortárselo a sí misma, al final te acaba saliendo caro no solo en dinero sino en tiempo, ya que viene a ser como un trabajo de jornada completa.

¿Caerás este otoño en su trampa?