(De ropa y experiencias)
Recuerdo que al principio me lamentaba de no poder llevar todo el armario. Dos meses viviendo fuera con una familia trabajando de niñera, han hecho que me diera cuenta de que no habría utilizado ni la mitad.
La llené a finales de junio con ropa interior como para drenar un lago (nunca se sabe qué puede pasar), y en su mayoria, camisetas y pantalones cortos. Dos vestidos y una falda cayeron, y menos mal que lo hicieron.
Los tacones, que nunca me acompañan en mis viajes, tambien se quedaron en casa, por lo que, en las ocasiones en las que salí, fue con zapatillas.
Dos meses después me toca recoger toda la ropa que tengo desperdigada en la que, a lo largo de dos meses, ha sido mi habitación, mi refugio, mi lugar secreto, mi trocito de España cuando a través del Skype tenía la suerte de que alguien me visitara.
«Sí mamá, estoy siendo ordenada«, le decia mientras las montañas de ropa se acumulaban a lo largo de las estanterías. ¿Quién iba a querer ponerse a ordenar en uno de los países más bonitos del mundo?
Cuando hice la maleta, la llené solo de ropa, ahora que me toca recoger todo, me doy cuenta de que me llevo mucho más. Esa fue la camiseta en la que la niña dejó caer su leche con cacao como cada día, que, haga lo que haga, siempre acababa manchada hasta las cejas. Con ese vestido se quedó dormida otro día en mis brazos, después de despertarse llorando de la siesta, el mismo que tuve que cambiar por unos pantalones cortos y unas zapatillas de cordones cuando el niño me dijo que queria bajar al parque y sabía que acabaría corriendo con él. Y quería hacerlo, pero cómoda. Aunque se empeñara en bajar la bici y luego me tocara subirla a mí porque él se sentía cansado.
Ese es el bikini y las chanclas con las que me tuve que tirar dos veces a la piscina precipitadamente, un día a por el niño y otro para sacar a la perra.
De arreglarme para eventos a pasarme casi todo el día en ropa de deporte o en pantalones de chándal, que eran confundido constantemente con mi ropa sporty chic. Como aquella vez que salí de copas y la madre me preguntó si iba a hacer running nocturno o cuando le ordené al niño que se vistiera y me saltó con que yo también estaba en pijama.
Normal que no me creyeran cuando les dije que llevaba un blog de moda en España.
Después de preocuparme porque todo lo que llevara pudiera ser combinado entre sí, al final iba siempre con lo primero que me salía al encuentro de la mano, porque a las seis y media de la mañana no es que estuviera la mente para muchas fiestas estilísticas
Ya no es solo ropa. Me llevo tanto conmigo que necesitaría dos maletas.
Y es que la moda o el estilo eran lo menos importante. Durante dos meses le he dado por culo a las tendencias llevando en casa calcetines con chanclas porque por las noches hacía fresco. Sin depilarme, sin peinarme, sin sujetador, con el pelo hecho un desastre de no haber tenido fuerzas de levantarme un poco antes para lavármelo. Pero siempre dispuesta a correr, a jugar, a agacharme cien mil veces a coger lo que tiraban al suelo, a hacer el pino puente, a bailarles la macarena, a ser ensuciada de purés, salsas, pises y cacas y reírme con la mejor de las predisposiciones, feliz de haber empezado el verano con dos niños y terminarlo también con dos, que ninguno se me perdió nunca por el camino.
No seguí la moda ni me preocupé por mi aspecto en dos meses y ahora pienso que he sido más feliz que en mucho tiempo.