Tenía que llegar, imagino que es un paso casi obligado para la mayoría de los padres recientes: estaba trabajando en casa con mi hija pintando tranquilamente a mis pies. En apenas dos minutos que me he despistado, no más, ha debido salir de la habitación con el rotulador en la mano y ha vuelto para seguir pintando como un angelito.
Al poco he oído a mi santo en el pasillo: «¡Noooo! ¡Julia! ¡Qué has hecho!».
Pues lo que ha hecho es un bisonte con rotulador negro en el pasillo. Seguro que a muchos os suena.
Le he dicho que eso no se hacía, hemos ido por dos paños húmedos para comprobar hasta que punto es lavable la pintura lavable y me ha ayudado a quitarlo.
Ha quedado bastante más desvaído, aunque sigue presente. Las pinturas lavables no están pensadas para los rotuladores de punta gorda infantiles.
¡Qué se le va a hacer! A fin de cuentas es sólo una pared. Una pared que viene a hacer juego con la que hay salpicada de comida en la cocina, con el pasillo raspado por el carro, con la pared en la que están los pictos de su hermano y se está desconchando…
Las paredes se pueden volver a pintar.
A ver si aguanta la pintura medianamente decente al menos hasta que hayan pasado las ansias de hacer murales.