El otro día la madre de una compañera del cole de mi hijo me contaba que su niña, con cuatro años cumplidos este verano, ya no quiere dormir la siesta. Poco antes una amiga, cuyo hijo también tiene cuatro años me decía lo mismo: su hijo cae roto a las nueve de la noche pero dice que siesta, salvo rara excepción, nanai.
Mi hijo con su misma edad no la perdona. Necesita dormir una horita tras la comida o por la tarde no es persona. Y esa siesta no le impide luego dormir bien de noche.
«¿Cuándo crees que se le acabarán al tuyo las siestas?» me preguntó una de ellas.
«Puede que nunca» contesté «hay quien sigue deseando su ratito de siesta toda la vida aunque las circunstancias no se lo permitan».
Julia es menos dormilona. Tiene poco más de año y medio y ya poco después de cumplir el año dejó de dormir su siestecilla del carnero por la mañana. Su hermano tardó bastante más en abandonar esa costumbre. Y ahora con cuarenta minutos por la tarde tiene más que de sobra.
Imagino que él ha salido a su padre, cuya familia es conocida como el club de las marmotas, y ella ha salido a mí, que nunca he sido de siestas. Siendo muy pequeña recuerdo algunos veranos en extremadura, con un calor tremendo en esa era pre-aire acondicinoado, toda la familia recogida durmiendo y mi madre teniendo que entretenerme porque me negaba a dormir.
Lo que es cierto es que desde que son recién nacidos y el día está completo de minisiestas hasta que tienen entre uno o dos años y se conforman con la siesta a la hora convencional, la evolución del sueño diurno de los bebés es tremenda.
Me resulta curioso que se hable tantísimo del sueño nocturno en los bebés y tan poco del diurno.
Y al menos en mi caso, hubo un punto de inflexión en torno a los seis meses que marcó el comienzo del fin de las minisiestas diurnas y otro momento de maduración entre el año y año y medio, en el que se pasó a dormir un ratito sólo después de comer.
¿Cómo ha sido el sueño diurno de vuestros hijos?