Mi último post se titulaba Cosas estúpidas que ponen en peligro la salud de nuestros hijos. En uno de los comentarios Eliza hablaba de un peligro que no mencionaba y con el que estoy completamente de acuerdo.

Ella hablaba de fuegos artificales y de la cantidad de niños y jóvenes que se queman, aunque no estén manipulándolos directamente. Yo los llamaría petardos, que es lo que veo que abunda por Madrid, sobre todo en estas fechas. En cualquier caso confieso que no me gustan ni medio pelo.

Sobre todo en Nochebuena, Navidad y Nochevieja es frecuente ver a chavales tirando auténticas bombas en plazas y calles transitadas por niños pequeños, personas mayores y de perros como la mía, que se pone frenética. Os aseguro que soy una persona paciente y difícil de enfadar, pero me ponen de una mala leche…

Siempre se habla de la peligrosidad de los petardos para aquellos que los manipulan, pero yo veo otro peligro: la fascinación de muchos niños muy pequeños por ellos. Para muchos de esos peques, que crecen pensando en lo mucho que molan los petardos, es cuestión de tiempo que acaben «jugando» con ellos.

De hecho hace pocos días vi a unos niños de unos seis o siete años en la plaza del ayuntamiento, repleta de gente, pisando petarditos que explotaban entre las risas de sus padres. Mala me puse.

Si por mí fuera habría «petardódromos» a las afueras de pueblos y ciudades y únicamente los adultos podrían lanzarlos y presenciarlos.

Tal vez exagero. Tengo claro que soy el grinch de los petardos y que en Valencia no podría vivir tranquila. ¿Cómo lo véis vosotros?